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Vivimos a un ritmo imparable, caótico, loco. Los minutos –los segundos– vuelan, se nos escapan entre los dedos y parece que necesitamos rascarle cinco horas más al día para llegar a todo. Pero dentro de este frenesí surge una nueva corriente, un movimiento slow que apuesta por recuperar los oficios tradicionales, que cree que volver a las manos es volver al camino, que conecta con nuestro yo más íntimo y que nos regala proyectos y propuestas de artesanía que son auténticas gozadas. Bendita insumisión.
Hace un año que Raquel y Pedro inauguraron su propio taller en Ruzafa. Ellos son los artífices de 'Canoa Lab', un espacio abierto donde el tiempo se trabaja en gerundio y del que salen exquisitas piezas de cerámica y metal. Un modo de vida –el suyo– que te inunda nada más entrar, un nuevo ritmo que ellos mismos dirigen y una nueva forma de existir que les permite estudiar, investigar e involucrarse de lleno en cada proceso creativo.
Objetos utilitarios, decorativos y su propia línea de joyería. Todo ello con un marcado carácter mediterráneo, de piezas inspiradas en la antigua Grecia, en Roma o en el trabajo de los íberos, pero traídas a la actualidad con esmaltes de colores, como es el caso de la última serie de objetos azules en los que trabajan actualmente. Utilizan técnicas de artesanía tradicional, por eso cada una de las piezas que pasa por sus manos es única e irrepetible.
Cada una de esas obras esconde un proceso creativo y constructivo que lleva meses de trabajo y que es lo que acaba dándole valor. "Estamos acostumbrados a los productos realizados en serie y de bajo coste que no tienen una gran historia detrás, por eso el cariño hacia estos objetos es nulo. Los nuestros, por el contrario, deben tener un valor que enganche y acaben formando parte de la vida de quien los adquiera", nos dicen.
No trabajan colecciones, sino más bien una colección infinita que crece y se retroalimenta de las piezas anteriores. "La cerámica antes era una manera de contar historias, era cerámica ilustrada". Tal vez por este afán de seguir contando historias, las piezas de 'Canoa' dan la sensación de llevar abandonas en el mar miles de años, recreando superficies erosionadas por el paso del tiempo. Además organizan diversos talleres en los que compartir sabiduría. Un paso más en la búsqueda de identidad de esta joven firma valenciana que exporta casi todo su trabajo a países como Estados Unidos o Corea del Sur.
"Somos víctimas de la crisis. Lo perdimos todo. El trabajo, el dinero, todo". Así empieza el relato y la historia de 'Ruzafa Vintage', una tienda con taller en la que se venden y se restauran todo tipo de muebles clásicos y antiguos. María José y Jaime, su marido, están al frente de este negocio que se ha convertido en una de las tiendas con más solera de todo el vecindario.
Situado en el barrio de Ruzafa "por intuición" desde hace cinco años, 'Ruzafa Vintage' es un local lleno de muebles, lámparas y objetos decorativos que van desde los años 60 –podemos encontrar alguna pieza de los 50– hasta los 80. Aquí se vende y se restaura, se transforma, se tapiza, se inventa y se da una nueva vida a objetos olvidados en casas deshabitadas, en rastros, contenedores y mercadillos.
En la trastienda se esconde la parte dedicada al taller donde Jaime trabaja a destajo restaurando lámparas de araña que en breve vestirán el Palacio Vallier, reconvertido en hotel de lujo. Piezas clásicas y antiguas que reparan con mimo. Aunque intentan que todo el proceso se realice en su tienda taller han generado vínculos y conexiones con otros talleres, como por ejemplo el equipo de artesanos que les ayudan con el pan de oro, aunque siempre el toque final lo ponen ellos en su local de Ruzafa.
"Hay muebles con muchas posibilidades –nos dice María José– y es importante que esto se valore porque es una artesanía que desaparece. Quiero que la gente sepa que a los muebles se les puede dar mucha vida". Por eso, además de restaurar, rediseñan muebles antiguos. La maravillosa colección de espejos a precios de escándalo, la gran variedad de lámparas vintage o su adorable perrita Olivia son algunos de los motivos para visitar 'Ruzafa Vintage'.
Cuatro generaciones volcadas en un negocio familiar donde actualmente mandan las mujeres. Vicente Carbonell fue el fundador de este negocio que hoy sigue en pie en el barrio de Ruzafa. Su trabajo empezó en el mundo fotográfico y poco a poco han ido ampliando su campo, que destaca actualmente por las estampaciones y sobreimpresiones que hacen en la terracota artesana y en piezas de cobre. Sobre estos nuevos lienzos estampan de todo, fotografías, graffitis o dibujos hechos a mano. También realizan calcos personalizados en vajillas o socarrats (pieza de cerámica típica de la artesanía levantina).
Mónica nos descubre el taller, repleto de maquinaria y herramientas antiguas, de fotografías de su abuelo y de su padre, de diseños creados por ellos, como su logotipo. Un espacio dedicado a la memoria y al recuerdo en el que los hornos cuecen piezas a diario y son los que marcan el ritmo de producción.
Aunque ahora gran parte de su trabajo les viene del sector funerario, también elaboran orfebrería y joyería, hacen todo tipo de encargos, serigrafía, retoque fotográfico e incluso están recuperando el torno a manos de Álvaro, hijo de Mónica, y único hombre del negocio. Su base es el producto artesano pero han sabido traérselo al presente a través del uso de las nuevas tecnologías, dando lugar a objetos originales y exclusivos. Disponen de dos talleres en el barrio, abiertos hace apenas un par de años y en los que se realiza todo el proceso creativo. Talento femenino en estado puro.
La artista Elena Martí abrió hace apenas unos meses las puertas de su nuevo taller, un espacio de trabajo y creación donde la luz se cuela a través de su encantador patio trasero y en el que priman las formas orgánicas y naturales. Es mitad tienda, mitad taller, mitad segunda casa. Este local blanco impoluto, ubicado en el barrio de Ruzafa, se encuentra salpicado de obra de la artista y alberga en la parte trasera una enorme mesa de trabajo, de madera, en la que Elena pasa la mayor parte de su día. Su obra es única y ya cuenta con su propia línea de bisutería, buscada y coleccionada por los clientes, que pueden ver cómo la artista trabaja en su siguiente creación. Además, luego se puede visitar uno de los restaurantes en Ruzafa, que cuenta con una amplia oferta gastronómica.
La naturaleza se inmiscuye como pretexto en el espacio y obra de esta artista. En las paredes cuelgan piezas oxidadas fruto de su trabajo con el hierro y el agua, lámparas hechas con semillas que encuentra por el camino, dibujos, tintas, papel trabajado a mano, objetos reciclados. Una vuelta al paisaje, encapsulado en mensajes de pequeño y gran formato, trocitos de naturaleza que podemos llevarnos a casa y con la fortuna de ver paso a paso su proceso de creación.
"Cien años" se dice pronto. Pero son los años que la mítica 'Peris Roca' acaba de celebrar en el Centro Histórico de Valencia. Un negocio familiar que empezó realizando piezas para la Iglesia, que se introdujo más tarde en la indumentaria tradicional valenciana, y que ahora además trabaja la joyería contemporánea de manos de Elisa. Tres generaciones dedicadas a este oficio, que se hace valer de las técnicas de orfebrería más tradicional para crear sus piezas únicas y exclusivas.
Aquí se habla de artesanía pura y dura. De hecho el taller está totalmente abierto al exterior, una gran cristalera lo separa de la calle y tiene incluso un acceso independiente a la tienda. Susana y Rafa, también de la familia, trabajan con martillo y cincel y van dando forma a las joyas, las peinetas o los broches que luego vende Elisa en la estancia contigua. "Aquí no trabajamos el grabado láser", bromea Elisa mientras enseña distintas piezas de joyería actual, hechas con latón y bañadas en oro y los accesorios preciosistas que luego lucirán las falleras, en esa indumentaria tradicional valenciana que, aunque moderna y actual, está inspirada en el siglo XVIII.
Todo el proceso creativo empieza y acaba en este lugar. Desde el diseño de la joya, del que se encarga Elisa, hasta su confección. Por aquí han pasado muchas de las falleras mayores de Valencia. Su experiencia y modo de hacer les avala. Además restauran joyas y piezas de indumentaria tradicional valenciana, y por sus manos han pasado incluso piezas de la casa de subastas Sotheby's. 'Peris Roca' es la respuesta de la tradición, ligada actualmente al diseño y nuevas tecnologías. Una auténtica delicia.
Antonio es una de esas personas a las que la crisis azotó fuerte y se vio obligado a reconvertirse. Lo que él no sabía es que con este bache se le abría una nueva oportunidad. El resultado es una pequeña tienda en el barrio del Carmen con taller propio en el que el protagonista absoluto es la madera.
Nada más entrar el olor a este material lo envuelve todo. Sobre las paredes podemos ver objetos decorativos de diferentes tipos: libretas, bolígrafos, maceteros, portavelas, lámparas, cuencos y demás utensilios de cocina, picaportes, joyería... Un sinfín de objetos únicos, creados en la parte trasera de la tienda, su pequeño y valioso taller lleno de polvo y virutas.
Trabaja maderas nobles como el ébano o el olivo, pero también recicla, y en sus paseos por el monte va en busca de troncos, ramas, hojas o piedras que después moldeará y transformará en una de sus tantas creaciones. Busca darle nueva vida a los objetos, por eso reutiliza en numerosas ocasiones madera que extrae de muebles en desuso, abandonados o de cajas de fruta, siempre tratando la materia prima con el máximo respeto.
Este estudio de diseño lleva abierto siete años en el casco viejo de la ciudad. De aquí salen mochilas, bolsos, carteras, complementos y accesorios de pequeña marroquinería, todo elaborado con piel, loneta o tejidos con base de algodón. Aunque empezó siendo solo un taller, actualmente funciona también como tienda y sus propietarios, Alejandra y Ruggero, han hecho realidad el sueño de muchos, construyendo su vivienda en la parte de arriba y funcionando así como vivienda taller, como hacían antes los viejos artesanos. El olor a pegamento, los patrones, los retales de tela y un sinfín de herramientas te dan la bienvenida, junto con Gattuso, el gato de esta pareja que recibe a todo aquel que entra por la puerta.
"Es un taller abierto a la calle y nos damos cuenta de que a la gente le gusta pasar, entrar y mirar, preguntar, ver las herramientas de trabajo y vernos trabajar a nosotros también". Ubicados en la calle Tejedores, nos comentan que antiguamente todos los bajos estaban dedicados a la artesanía. "Nosotros nos hemos bajado del carro de la producción industrial, hemos buscado nuestro lenguaje y nuestra libertad creativa y en ese proceso nos hemos establecido como artesanos, porque es lo que somos".
Del mismo modo explican su metodología a la hora de crear. "Trabajamos con nuestras manos, elaboramos un producto más local y aplicamos en él nuestros conocimientos previos del mundo de la arquitectura y las Bellas Artes y un plus de diseño, para lo que nos hacemos valer de las máquinas". Funcionan también mucho por encargos, como los cinturones y corpiños que están realizando ahora, uno a uno, para una firma extranjera.
Y aunque intentan que todo se realice desde su espacio, colaboran también con talleres de apoyo que les hacen parte de las producciones más grandes y de los que han aprendido mirando. "En otras partes del mundo, por ejemplo en el norte de Europa, hay mucha más presencia de lo artesano, de gente joven que se interesa por los trabajos manuales, que hereda los conocimientos de estos profesionales y que los plantea de una forma más contemporánea, pero aquí es un oficio que se pierde. Y a pesar de que aún hay poca sensibilidad hacia lo artesano, viene gente que ha ahorrado para comprarse una de nuestras mochilas". Y este es el hechizo.
Alejada de los circuitos de los barrios más céntricos de la ciudad, la tornera Ana Illueca abrió hace un año las puertas de su espacio, próximo al Grao de Valencia, y que cuenta con cerca de 100 metros cuadros, dedicados a taller en su mayoría, pero también a exposición y venta de sus piezas. Entre sus clientes, destaca la chef Begoña Rodrigo ('La Salita', con 1 Sol Repsol), que ya de manera habitual le encarga las vajillas para sus nuevas creaciones.
Al entrar ves el torno, las piezas a medio cocer, los pigmentos y sientes que puedes llegar a ser parte del proceso y esto, no nos engañemos, es algo muy bonito. Ana trabaja desde el gres a la loza, dándole el contexto de la cerámica tradicional valenciana y trayéndola a la actualidad. Pasan por su filtro referencias medievales hasta convertirlas en objetos utilitarios y decorativos. Trabaja desde el concepto, desde una total libertad creativa, y así las piezas van sucediéndose, van naciendo.
Lleva seis años manchándose de barro las manos. Lo que empezó siendo un hobby acabó convirtiéndose en su nuevo modo de vida por el que dejó el mundo de la publicidad al que se dedicaba en cuerpo y alma, de manera literal. Tanto es así que uno de sus productos estrella, la taza Dignity, viene de su época como creativa, en la que apenas tenía tiempo para desayunar. "Ahora reivindico la pausa", afirma, y por primera vez desayuna con dignidad; el café recién hecho rebosa en tazas suyas o de otros compañeros, hechas a mano. Y este placer no está pagado con dinero.
Además, organiza talleres los fines de semana. "La gente necesita usar las manos, estamos perdiendo el contacto con los objetos. Necesitamos volver a nuestra tradición y ser conscientes del valor de las piezas artesanas con sus formas diferentes y su otra energía". Nuevos lenguajes en un espacio creativo que invita a vivir sin prisa, a jugar y disfrutar de cada trago. Salud.
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