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Manel Puigdemont, presidente de 'Pordamsa', se ha levantado tantas veces en sus 76 años de vida que a la última ya ni le concede importancia. Aunque haya sido la de mejor resultado y en la que cuenta con la ayuda de sus hijos, Manel y Claudia. Ha sobrevivido al gigante chino y a las multinacionales del bricolaje. "Después de tanto camino, con inteligencia y maquinaria de calidad, nos permitimos ser el último refugio artesanal en porcelana del mundo", presume el patriarca que fabrica para los mejores cocineros por todo el globo.
Al inicio del año 2000, el padre "fichó" a su dos hijos para el negocio. "O veníamos o esto se cerraba" recuerda Manel Puigdemont hijo. Con ellos llegaron las lecciones del marketing y la protección de marca. Ahora suministra vajillas de porcelana –y cristalería, cubertería, enseres de cocina– a algunos de los mejores chefs del mundo, además del sector de hostelería. No hay feria o encuentro de alta gastronomía nacional en donde no estén. Y recorren medio mundo.
"El 60 % de un plato de porcelana es mano de obra y en este país la mano de obra no es barata, por eso los chinos nos ganaban", reconoce Manel padre en su fábrica, ahora con 10.000 m2 más 2.000 de exposición para comprar. Siguen donde comenzaron, a las afueras de La Bisbal en el Baix Empordà, a 120 km de Barcelona.
Son poco más de las 10 de la mañana cuando el patriarca de la familia está en la parte de diseño de la fábrica, charlando con un empleado sobre uno de los platos que tienen en la mesa. Entre las partículas blancas de polvo de porcelana que flotan en el rayo de sol de la ventana y el recibimiento en un showroom minimal, la claridad resulta fría. Blanco en el aire, blanco en las mesas, blanco en las estanterías. Hasta que el presidente de la empresa, bajo la mirada de su hijo, desgrana parte de su historia. La otra nos la contará el hijo, recorriendo la fábrica. Y todo se templa.
Manel padre atribuye a una cosa "de Dios el hecho de que los dos mejores cocineros del mundo, Ferran Adrià y Joan Roca" estuvieran a 50 kilómetros entre sí. "Y yo en el medio, amigo de los dos", cuando ya estaba a punto de tirar la toalla tras tanta lucha. Habla con un plato inspirado en Gaudí entre las manos y realiza la exhibición de un maestro de la venta. Hace sonar los diferentes timbres que encierra la porcelana, capaz de despertar los cinco sentidos a la hora de comer. ¿Quién no le compra un plato así?
Allá por los 80, 'Pordamsa' y su dueño, un pequeño empresario que había empezado con los frutos secos, llevaba adelante un negocio próspero: figuras de porcelana para bodas, bautizos, comuniones, chapitas con filo dorado, muñecos graciosos. Le gustaba la porcelana, de la que lo ha aprendido casi todo. "Es una pasta que mezcla caolín, cuarzo y feldespato. El feldespato es un vidrio que funde a 1.400 ºC y eso hace el producto tan resistente, blanco y translúcido". Lo cuenta con tal fuerza que el interlocutor piensa que es la primera vez que lo vende. Nada más lejos.
Pese a las cualidades del personaje –"las heredé de una abuela que no sabía leer y escribir, pero trabajó pronto sirviendo en casas y comerciaba estupendamente"–, un día las compras empezaron a caer en picado. ¡Habían llegado los chinos! Vendían sus figuritas por un euro. Daba igual que lo de Asia tuviera mucha o poca calidad.
"Mi padre no se acobardó, ni tuvo ego. Siempre fue un luchador. Los empresarios no sabían que luchaban contra un elefante, China". Manel Puigdemont hijo tiene 33 años. Hace ya tiempo que abandonó su profesión como arquitecto técnico para dedicarse al negocio familiar, igual que su hermana Claudia, economista.
Tras darle muchas vueltas, Manel padre decidió redirigir el taller –a las afueras de una zona tan significativa como La Bisbal (Baix Empordà)– a fabricar tiestos y macetas de porcelana buena y menaje de baño. Era la época del boom, de la rehabilitación de las masías –la vivienda rural catalana con ocho siglos de historia– que se compraban por la zona. Extranjeros y nacionales se volvían locos con la belleza del Baix Empordà y los arcos abovedados de sus casas tradicionales, atraía a los ricos y la clase media alta, en la bonanza económica de los 90. Aquello funcionó hasta que llegaron cerca de Girona (a minutos) o a la misma Barcelona, las multinacionales del bricolaje, y tiraron los precios. Sus macetas y detalles para el baño se fueron al traste. De vuelta a empezar.
Todos los Puigdemont se reunieron en casa para imaginar qué podían fabricar, "en una especie de brainstorming" estaba hasta la admirada abuela. Se decidió apostar por el plato cuadrado. Cabía bien en la mesa, que era cada vez más pequeña y la bandeja rectangular, por ejemplo, era perfecta para compartir entre dos. Nuevo éxito y etapa de esplendor, hasta que los chinos copian y vuelven a tirar los precios.
"Entonces, nos dijo que si queríamos seguir con esto o lo dejábamos", recuerda Manel hijo, mientras camina hacia la zona donde se mezcla la pasta, se amasa y se libra de impurezas. "Mi padre volvió a levantar el negocio, pero ¡no sabía nada de marketing ni protección contra las falsificaciones! Iba a pecho descubierto por ahí con sus tiestos o el plato cuadrado. Tenía demasiado trabajo para ocuparse de crear marca. Mi hermana y yo nos vinimos a cubrir ese hueco. Hoy somos 50 personas, pero estos años han sido muy duros. Cuando llego a casa solo quiero comer una ensalada y tirarme en un sofá".
La experiencia del plato cuadrado dio a los Puigdemont la posibilidad de contactar con los grandes cocineros, de estudiar qué necesitaban y qué buscaban en ese momento de esplendor brutal de los Adrià y los Roca. Han formado un equipo de comerciales que antes de ir a ver a los chefs reciben un curso de más de año y medio de formación. "Los cocineros son gente sencilla, pero hay que escucharles. Qué cocinan, qué quieren expresar, qué necesitan de un soporte, qué quieren transmitir con su cocina".
Mientras habla, Manel hijo se para frente a las estanterías que contienen decenas de piezas. "La pieza en crudo necesita reposar tres días en invierno y dos en verano. El molde puede machacar la pieza, hay que pulirlas a mano, por eso es tan cara la mano de obra". Junto a las estanterías de las piezas en crudo, el horno. La primera con las piezas para cocer se hará a 900 grados; la segunda, tras esmaltar, a 1.400 grados. La tercera, cuando hay que fijar algún grabado, otra vez a 1.400.
"Los chinos pasan directamente a 1.200 grados en una sola coción, por eso las piezas son peores. Alemanes, franceses y españoles hacemos una porcelana de alta calidad", señala ante estanterías que ya tienen piezas cocidas. Algunas con brillo, otras en mate. "El plato mate tiene menos durabilidad. En fin que, todo este proceso hace que este I+D sea más complicado de copiar por los chinos. Hacemos colecciones con tal calidad que ellos no pueden reproducirlas".
Uno de los últimos productos estrella de 'Pordamsa' es el cacao, la copia de la vaina de cacao, mate por fuera y esmaltada por dentro, que permite incluir dentro alimentos a altísimas temperaturas. Frías o calientes. Al final del proceso, donde están separadas las piezas que tienen alguna mácula "una mota, una pequeña grieta, nos pasa con un 5 % de ellas", dan ganas de arramplar con lo que sea, por defectos que tengan. Por fuerza, una comida exquisita tiene que saber mejor en soportes como esos, inmaculados, bellos. Por un momento se comprende a las abuelas y a las madres que se empeñan en sacar sus mejores platos, vajillas o cristales en las celebraciones especiales. El continente no es lo primero, pero refuerza el contenido. Hasta la más humilde comida –que puede ser la más rica– tiene que saber mejor en la vajilla de la abuela o en la moderna de diseño.
Al final del proceso en la fábrica, Manel Puigdemont hijo lanza lo que es su última definición: "somos el industrial más pequeño y el artista más grande en el mundo de suministrar a los chef". No tienen diseñadores propios –"creamos después de escuchar las necesidades de los cocineros"- y mucho deben de oír, porque exportan a Europa y lugares tan diferentes como Yakarta, Bali, China, Hong Kong…
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