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Esta sesión de buceo urbano comienza descendiendo una rampa que nos sitúa literalmente bajo el nivel del mar, sin mojarnos, pero sin privarnos de sus sonidos y sensaciones, donde aparecen incluso ánforas flotando con moluscos incrustados. Pero que no nos despisten los fuegos de artificio: acabamos de entrar en un templo de la arqueología, un referente internacional con tesoros de valor incalculable, doblemente reconocido por la UNESCO gracias a sus buenas prácticas divulgativas como museo y a la calidad de sus prospecciones arqueológicas como centro de investigación.
A ojos de un lego, el prestigio de ARQVA se entiende mejor cuando se descubre la vitalidad de su director, Iván Negueruela, que con casi setenta años parece no haber perdido un gramo de pasión. Después de excavar en medio mundo y de haber bebido de los mejores, en los años noventa diseñó el método de prospección microespacial por el que algunos le llamaron loco, pero que ha puesto a su museo en la vanguardia. “Cuando en España se hacen las cosas bien, se hacen excepcionalmente bien”, dice sacando pecho por su equipo y por esta institución pública. Ambicioso, imagina incluso cómo será el edificio dentro de trescientos años, cuando se exploren los barcos de la Gran Armada que esperan frente a las costas americanas.
Gracias a su impulso, desde ARQVA se puede abordar la historia universal a través de sus naufragios. Un lugar donde un ánfora o un molino portátil explican con precisión la manera en la que se conquistaron las rutas marítimas del Mediterráneo, donde un colmillo de elefante nos habla de las rutas comerciales de la Antigüedad o donde unas monedas de oro narran las rivalidades entre el Imperio Español y el Británico. Todo en paralelo a una clase magistral sobre los métodos y entresijos de la arqueología submarina que, perdonen la blasfemia, llega a ser incluso más fascinante que sus propios hallazgos.
Con permiso del Teatro Romano, el Muelle de Alfonso XII ha sido la clave de la revitalización de Cartagena. Un lavado de cara que ha llevado a la ciudad murciana a ser el destino turístico emergente de referencia en el Mediterráneo. En cuestión de una década su paseo marítimo se ha convertido en un pequeño escaparate del buen urbanismo y la arquitectura osada con una nueva terminal de cruceros, el Centro de Congresos El Batel y este museo submarino a la cabeza.
Frente al puerto de yates, ARQVA tiene dos partes visibles en superficie que asoman como si fueran las puntas de un iceberg. La primera es un prisma pétreo y opaco que nos aísla del tráfico de la avenida y permite crear un espacio urbano acogedor que se asoma al mar -sirve para las muestras temporales y las instalaciones del centro de investigación-. La segunda es un poliedro quebrado y translúcido que parece fundirse con la bahía, evocando un barco balanceándose, quizá a punto de naufragar, y que actúa de tragaluz para la muestra permanente que, soterrada, se puede ver parcialmente desde la calle.
Una vez dentro, cuando se mira desde el subsuelo, la fachada de cristal se convierte en la superficie del mar vista desde los ojos de un buzo. Así se crea una experiencia inmersiva que rematan los efectos sonoros de las corrientes y las botellas de oxígeno, las pantallas azules que recrean un océano vivo y el armazón de una embarcación suspendido en el aire que parece navegar sobre nuestras cabezas. El contenedor de este universo de sensaciones, que se inauguró en 2008, es una idea del estudio de arquitectura de Guillermo Vázquez Consuegra, responsable de otros proyectos como el Caixa Fórum de Sevilla o la rehabilitación del frente marítimo de Vigo.
El puerto de Cartagena es uno de los más antiguos del Mediterráneo, ya que fue fundado a principios del siglo III a.C. Sin embargo, los mejores tesoros de ARQVA se remontan hasta el siglo VII a.C., a la época en que los fenicios comenzaron a vertebrar las civilizaciones del Mediterráneo caboteando sus costas. De sus naufragios se han encontrado, en el fondo de bahías cercanas -especialmente en la de Mazarrón-, miles de piezas de cargamentos. Allí, a principios de los años 90, el ambicioso proyecto Nave Fenicia desveló las dos embarcaciones más antiguas que se hayan encontrado hasta la fecha, muy anteriores al mismísimo Partenón de Atenas: el Mazarrón 1 y Mazarrón 2.
Han pasado casi tres décadas desde que las excavara, pero a Negueruela le siguen emocionando sus hallazgos. “Existen tesoros de naufragios anteriores, pero nosotros encontramos el barco objeto físico más antiguo y así pasamos a entender la técnica de construcción naval de los fenicios. No son objetos hechos para decorar el dormitorio de un faraón, se construyeron para navegar y lo hicieron”. Intuye que estas embarcaciones viajarían hacia Cádiz, el Nueva York de la época, y es capaz de explicar con la precisión de un reloj suizo la dinámica de los viajes gracias a sus hallazgos. En Mazarrón las órdenes eran marcar cualquier objeto sospechoso de ser un elemento arqueológico. Los buceadores debían incluso revisar las conchas, asegurándose de que no tuvieran perforaciones que significarían que eran parte de un collar. “¡No dejamos nada!”, presume.
Pero que nadie se confunda, estos arqueólogos están muy lejos de querer amasar tesoros como piratas, más bien al contrario. De hecho, el Mazarrón 2 que vemos en el museo es una réplica perfecta hecha de poliéster. Hubo quien quiso reflotar el original, pero el museo se opuso y por eso sigue sumergido en la bahía, a la espera de que se encuentre una tecnología completamente segura para extraerlo de una pieza sin causar el más mínimo daño. Al lado de la embarcación de poliéster también hay una réplica de un pedazo de la caja fuerte que cubre y preserva la embarcación bajo el agua.
De piratería y expolios también se sale aprendido de ARQVA. Puede que los hallazgos fenicios sean la envidia de los arqueólogos de medio mundo, pero lo que capta el foco mediático es el tesoro de la fragata Nuestra Señora de las Mercedes. Es esta embarcación con la que tantos telediarios abrieron en mayo de 2007, cuando los cazatesoros americanos del Odyssey lo reflotaron frente a las costas de Gibraltar para llevárselo a Florida. El asunto tiene doble dosis de morbo porque el hundimiento de la fragata también se podría considerar un acto de piratería: con la paz firmada, la armada británica hundió a traición el barco español en 1804 para acabar sin previo aviso con el armisticio.
Hoy ARQVA expone 7.500 monedas restauradas de las casi 600.000 recuperadas. Su rescate, aunque no fuera explorando el fondo del mar sino peleando en los juzgados, es otro de los grandes logros del museo. Pero Negueruela no quedó satisfecho. “Habíamos ganado la batalla legal, pero teníamos que ganar la batalla científica”. La gente del Odyssey se quejaba, con razón, de que consiguieron llegar adonde no había llegado nadie. Sin embargo, luego había arrasado el pecio preocupándose apenas por las monedas. Por eso, el director, con la ayuda del Instituto Español de Oceanografía y de la Armada, se empeñó en llegar hasta allí abajo para llevar a cabo otro estudio arqueológico ejemplar, como tampoco se había hecho hasta la fecha.
A lo largo del verano de 2021 se espera que los visitantes del museo puedan disfrutar de los frutos de esta última serie de prospecciones, realizadas entre 2015 y 2017, y por las que la UNESCO ha colgado el cartel de Best Practices en ARQVA. Al final de la muestra permanente, tras las monedas de oro y plata que encontró el Odyssey y frente a la recreación de un segmento del casco de la Mercedes a escala 1:1, las nuevas estrellas de la exposición serán dos cañones de bronce de 1581 con unos relieves que quitan el hipo.
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