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Casi dos millones de personas pasaron en 2018 por los 70.000 metros cuadrados que actualmente utilizan entidades públicas y privadas con fines culturales. Es solo una parte del espacio que conformaban el mercado de ganado y el matadero, ideados a principios del siglo XX por el arquitecto municipal Luis Bellido en la dehesa de Arganzuela.
"Era una zona donde ya había comercio y además estaba junto al río, por lo que era un buen espacio para el matadero moderno que se consideró que hacía falta en la ciudad", nos cuenta Rosa Ferré, directora artística de Matadero Madrid, al recordar que ambos abrieron sus puertas en 1924, convirtiéndose en un eje comercial alrededor del cual surgieron todo tipo de negocios, como el Mercado Central de Frutas y Hortalizas, inaugurado una década más tarde en la plaza de Legazpi.
El espacio mantuvo esa función hasta 1995, cuando la administración consideró que ya no cumplía con la normativa. Entonces, el Ayuntamiento madrileño comenzó a debatir qué uso podía dar a esas inmensas naves, hasta que finalmente reabrieron al público en 2007; esta vez, con un objetivo muy distinto.
El recinto original se dividió en dos, con la Casa del Reloj, sede de la junta municipal de Arganzuela, como frontera. A su derecha, se alzaron los invernaderos y la sede de la Compañía Nacional de Danza (CND) y el Ballet Nacional. A su izquierda, quedó el actual Matadero, donde parte de la antigua cartelería recuerda que estás paseando entre edificios que un día se destinaron al degüello, ganado o lanar.
Todas las obras se hicieron tratando de respetar al máximo el gran valor arquitectónico de las naves. "Se ha intervenido con un criterio de preservación de la envolvente para no destruirlas y preservar ese estilo industrial potente de la arquitectura neomudéjar", revela la gestora cultural.
El otro criterio es el de la reversibilidad, que permite devolver a las naves su estructura original. "La idea es que sean polivalentes y puedan utilizarse para fines muy dispares". Una de las que apenas se han modificado es la Nave 0, antigua cámara frigorífica del matadero. Hoy en día, parece una "especie de capilla" que acoge "prácticas experimentales", normalmente relacionadas con el sector audiovisual.
Pero hay otras cuantas experiencias rompedoras más que pueden vivirse en Matadero. Para comprobarlo en primera persona, el edificio 16 bien merece una visita. Allí, aguarda el secreto mejor guardado del centro: su jardín cyborg. "Si te paseas por Matadero en verano, compruebas que, cuando se hizo la renovación, no se pensó en la sombra y la zona central se ha convertido en una isla de calor. Por eso empezamos a imaginar un jardín del siglo XXI que aplique todo lo que se sabe ahora de cómo bajar la temperatura e integramos sensores y especies que absorben el CO2", relata Rosa Ferré.
Gracias a la implicación de profesionales de la ciencia, la sociología, la arquitectura, el arte y la ingeniería, el resultado es un proyecto de experimentación a medio plazo que busca convertirse en un prototipo trasladable a otras zonas de una ciudad cada vez más afectada por las consecuencias del cambio climático –que levante la mano quien no haya sufrido alguna ola de calor madrileña en los últimos veranos–.
La iniciativa es del Instituto Mutante de Narrativas Ambientales de Matadero, que busca promover prácticas artísticas vinculadas a otras disciplinas en torno al medioambiente. De ahí que, junto a este particular jardín, se celebren residencias temporales y exposiciones como EcoVisionarios, que tratan de encontrar soluciones a los urgentes desafíos ecológicos.
"Va a conformar una de las líneas protagonistas de la vocación de Matadero: estudiar cómo desde una institución cultural podemos explorar otras maneras de relacionarnos con la naturaleza", asegura Ferré. Esto se encuentra estrechamente vinculado a otro de los factores diferenciadores del centro: todos los temas "se trabajan desde la interdisciplinariedad".
El objetivo es "construir discursos comunes desde muchas perspectivas". Eso permite dar libertad y mucho juego a esta especie de laboratorio cultural desde el que se brinda un apoyo constante a la creación contemporánea y por el que pasan a diario arquitectos, diseñadores, cineastas, comisarios, directores de teatro y diversos artistas, locales y extranjeros. Todos con buenas ideas de vanguardia.
Tan solo hay que darse un paseo por allí para ver cómo todos estos puntos de vista se aplican e integran entre sí. Entre los espacios gestionados por instituciones privadas, en la Central de Diseño se promueve el carácter transversal de esa disciplina a través de actividades de formación y divulgación y, en la Casa del Lector, de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, se vive por y para la lectura.
Si nos trasladamos a las áreas dependientes del Ayuntamiento, en las tres salas de la Cineteca –"el cine más bonito de Madrid", según Ferré–, proyectan películas independientes, alejadas de las carteleras convencionales; en Naves Matadero, las artes escénicas son las protagonistas, y en Intermediae se desarrollan proyectos colectivos en colaboración con distintas comunidades, como originales "playgrounds" para el juego sin barreras.
Esta última es, según la directora artística de la institución, "la nave más abierta y más acogedora, pensada para el barrio". Por algo se ubica allí El Terrario, un espacio social en el que se reúnen asociaciones vecinales.
Esto, sumado a que en 2018 se ampliaron los horarios de visita, hace que, en Matadero, la creación "ya no sea solo hacia dentro: ahora es abierta". La mejor evidencia de ello es la plaza, un espacio en el que todo se mezcla. Mercados de alimentos de proximidad y de diseño, conciertos, cine de verano, festivales de electrónica visual o animación... La oferta al aire libre es infinita; pero, eso sí, no imprescindible para disfrutar del sitio.
Allí todos los días puede verse a pequeños y mayores montando en bicicleta o en patinete, aprovechando que se hallan en una de las puertas de entrada predilectas a Madrid Río. Álvaro, de la empresa Mobeo, que gestiona el alquiler de bicis en Matadero, cree que subirse en una es un plan que aquí se da "de manera natural".
"Los turistas vienen a conocer Matadero y cuando llegan ven que hay mucho Madrid por descubrir más allá del centro. Es una buena sorpresa", afirma. Además, para quienes pueden echar un rato, también dan clase a niños y a adultos todos los días. Siempre hay tiempo para saldar cuentas pendientes con los pedales.
Muchos alumnos cierran la jornada junto a visitantes y trabajadores tomándose algo en una de las dos maravillosas cafeterías del lugar: el 'Café Naves' y 'La Cantina', esta última con un patio que enamora. Al salir, en el jardín ubicado junto al icónico depósito de agua que luce 'Matadero' en mayúsculas, quizás se crucen con jóvenes tirados en el césped o familias del barrio que acuden allí a celebrar el cumpleaños de los más pequeños. Como en casa.