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Tiene almenas la chimenea que se yergue entre las calles Andrés Torrejón y Vandergoten. Es de la misma época que el resto del complejo neomudéjar que ocupa una manzana entera al lado de la Basílica de Atocha. Así, diferentes tonos de marrón dibujan un edificio que -como dijo Robe Iniesta sobre alguien en 2018- por dentro es de colores: la Real Fábrica de Tapices. “Felipe V fundó la fábrica en 1721 y en 1889 se inauguraron los telares en el edificio actual”, la voz de María Eugenia Ramiro suena de una manera especial durante toda la visita por la acústica que se genera en las estancias alfombradas.
Una escalinata forrada de alfombra azul sitúa al visitante que acaba de entrar por la puerta de la calle Fuenterrabía, mucho más discreta que esa esquina con cartel que muchos tendrán en la cabeza. Hay que atravesar el vestíbulo para llegar a la Galería Museística, donde estas semanas se exponen las Expediciones Goyescas de Alberto Baraya: el artista residente de la Real Fábrica interpreta obras de Francisco de Goya, uno de los cartonistas más ilustres de la historia de la institución. Aves exóticas en Carlos III Cazador (1786) o un Ferrari en El Pelele (1792) se exponen en la sala que precede a otra de las joyas del recinto: su jardín tintóreo.
Aparte de constituir un refugio donde siempre apetece sentarse un rato, su vocación es divulgar acerca de esa parte tan importante de nuestra cultura que es el color. Así, podemos distinguir, entre otras muchas especies, una genista de tintoreros, unos anteojos de poeta o los nopales. En estos últimos anida la cochinilla, un insecto del que se obtiene toda la gama de rojos y morados. “El jardín recoge a modo de museo una selección de las principales plantas que se utilizaban para realizar los tintes naturales”, explica Ramiro, aclarando también que a día de hoy en la Real Fábrica se usan tintes sintéticos para conseguir un tintado más estable.
“Los colores no llegan porque sí, antes el mundo no era así, ni vestíamos como ahora”. Almudena López habla de Antigüedad desde un moderno laboratorio que aquí llaman “sala de tintes”. Ella sí lo tiene muy claro: sabe que “el gualda y el azafrán fueron muy importantes para la obtención del amarillo, que la hierba pastel y el índigo son los reyes del azul, y que para el negro tenemos el palo de campeche”, pero también sabe muchas otras cosas.
López se dedica a teñir lanas y sedas para alfombra y tapiz, y también a preparar los soportes que sus compañeras van necesitando para sus restauraciones. “A través del microscopio vemos la morfología de la fibra”, “El estudio previo de la obra viene con un mapa de daños” y usan el espectrofotómetro “para, después de la restauración, valorar de una manera científica lo que han ganado los colores”. Va explicando todo esto mientras saca de una cacerola unas lanas recién teñidas de amarillo, y tinta agua en un matraz con un puñado de cochinilla.
La sala de tintes de Almudena forma parte de la Nave de Restauración, una estancia de la fábrica que no se incluye en la visita habitual -reservada solo para aquellos que lo soliciten y abonen el precio de la visita especial- y donde puede resultar difícil no romantizar el trabajo. Enormes ventanales que dan al jardín proveen de luz a un taller en el que parece que se ha detenido el tiempo. Mujeres con uniforme granate se afanan en silencio con un cuidado exquisito, muchas de ellas tan solo con una aguja curva -para poder trabajar en plano- y un dedal de goma. Todas son restauradoras de formación, expertas en la restauración textil. “No solo restauramos tapices, sino también textiles que vienen de instituciones o particulares y que puede ser una abanico, un estandarte de cofradía o lo que estoy haciendo ahora mismo: un tapiz mecánico, un Jacquard”, explica Sara Blanchart, que lleva ocho años restaurando en la fábrica.
La concentración y el ensimismamiento casi se pueden tocar en este taller en el que mientras Sara frena el deterioro de una laguna -lo justo para que no llame la atención, cuidando no caer en un falso histórico, tal y como indican los dictámenes de la restauración fijados a nivel europeo- , tres compañeras forran y colocan velcro en la parte de atrás de un enorme tapiz y otra prepara un repostero con bordado. Sobre ellas se encuentra la sección de restauración de documento gráfico, donde Yolanda Martínez acondiciona un cartón preparatorio antes de que viaje a Sevilla para una exposición. “La curiosidad de este en concreto es que conserva todas las marcas con la numeración de los colores para meter en el tapiz, que al final no se hizo”, explica sentada en una silla desde la que se puede contemplar toda la nave.
Un tapiz propiedad de un particular preside el taller, ocupando una pared entera. No se puede fotografíar, al igual que tampoco se puede desvelar la identidad de ese “director de cine estadounidense que hizo un pedido de 10 alfombras de nueva fabricación y ahora ha encargado cuatro más”, o para qué emblemática plaza de toros están trabajando actualmente. “Lo que sí se puede contar es que la Real Fábrica se encarga de las alfombras del Congreso de los Diputados, de embajadas como la de Francia o Suecia o de las piezas con tapiz del Mobiliario Nacional francés”. Ramiro va desgranando todo mientras camina hacia la zona más de andar por casa del recinto: la Sala de Limpieza.
Encargar un tapiz o una alfombra de nueva creación es un capricho para gente con posibles, pero la Real Fábrica da un servicio que se permiten cada año centenares de ciudadanos de a pie: la limpieza de su alfombra. “14 euros por metro cuadrado”, cuesta que te desempolven y desinfecten la alfombra del salón un equipo de profesionales totalmente especializados en esa tarea. Lo que parece un enorme baúl es la estrella del lugar: “La desempolvadora es una pieza única de patente española, fabricada en 1905”, explican mientras abren la puerta de una máquina que aún se usa a diario.
Hay que volver a atravesar el jardín -en el que también convive un coworking gestionado por la empresa LOOM-, para llegar al obrador de tapiz. Se trata de un lugar icónico de la Real Fábrica y éxito asegurado en cada visita, donde artesanos lejos aún de la edad de jubilación trabajan en telares tal y como se hacía en el siglo XVIII. Aquí el ambiente es distinto al de la nave de restauración: nada más entrar se percibe el murmullo propio de la charla distendida y el trabajo a buen ritmo.
De repente, dos líneas temporales parecen convivir. Cuatro artesanas tejen en un telar de alto lizo de hace siglos sentadas en sillas de oficina con ruedas y el forro polar colgado en el respaldo, Tania Fernández se aparta de la cara el flequillo teñido de azul mientras prepara las canillas para tapiz con ayuda de una rueca, y esta redactora apunta en su móvil las explicaciones de Arturo Villar acerca del uso de tinta china o grafito para pintar la urdimbre de un tapiz.
“Yo soy tejedor de tapices”, contesta Arturo cuando se le pregunta cuál es su oficio. Entre él y Ramiro muestran qué es una canilla -las herramientas con hilos que usan para tejer-, en qué consiste la técnica de trapieles -sacar puntas para crear un efecto difuminado- o que los artesanos trabajan por detrás de la obra y para ver el resultado de lo que van tejiendo, usan un espejo. Villar lleva dos semanas en un tapiz que, según calcula, le llevaría casi un año terminar y su compañera Tania, también tejedora, hoy le prepara las canillas. Mezcla hilos de diferentes tonalidades igual que hace un pintor con su paleta: “Utilizamos seda para los brillos y lana para las sombras”, detalla mientras da vueltas a la rueca.
Arturo y Tania están trabajando en ‘Ligaduras’, el tapiz de Estefanía Martín que ganó el concurso celebrado con motivo del tercer centenario de la fábrica. “Siempre buscamos nuevas propuestas, por eso procuramos contar con artistas residentes que diseñen cartones nuevos para tapiz y bocetos para alfombra”, explica Ramiro. En esta línea, la Real Fábrica de Tapices ha trabajado con diseñadores contemporáneos como Keiko Mataki, Alberto Corazón o Felipao.
El diseñador Felipao, autor de la Menina poliédrica sobradamente conocida por todos los madrileños, firmó la colección Amberes en 2023 y una píldora de ella se encuentra expuesta en el Obrador de Alfombra. “Aquí es donde trabaja el dibujante”, explica Ramiro señalando la mesa con bocetos que precede a los telares. Una esquina del taller está destinada a los visitantes invidentes y en el resto, un equipo de artesanas trabajan con soltura. “Nosotras fabricamos las alfombras con las manos y trabajamos dos técnicas: nudo turco y nudo español”, detallan. La urdimbre del nudo turco es de algodón protegido de yute y la del nudo español, el doble de laborioso, de algodón.
Visitar la Real Fábrica de Tapices es cautivarse por lo que sus trabajadores ven natural. Pasa también en el almacén de lanas que ocupa el altillo de los obradores. Al subir, parece que te sumerges en un jersey enorme y ahí se encuentra Álvaro Cantalejo, colocando kilos de lana por tonalidades: “Esta lana es de para nudo español y ésta, para nudo turco”, muestra, y entonces la teoría de los nudos se entiende mejor. “Yo también soy tejedor pero hoy me ha tocado a mí junto a otra compañera encargarme de esto”, comenta mientras va y viene en el mar de colores ordenados.
Poco antes de terminar la jornada laboral, Álvaro baja al obrador. Cada día de lunes a viernes, a las tres y media de la tarde los artesanos dejan su labor hasta el día siguiente, así que aunque las instalaciones son accesibles también por la tarde, los interesados en observar cómo se trabaja en los obradores deben reservar una mañana libre a diario para visitar la Real Fábrica. Una mañana libre, 6 euros y un correo a visitasmuseo@realfabricadetapices.com es todo lo que se necesita para hacer felices por un rato a artistas, artesanos y curiosos.
REAL FÁBRICA DE TAPICES - Fuenterrabía, 2. Tel: 91.434.05.50
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