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Es la noche de un martes cualquiera de invierno en un callejón poco iluminado de los aledaños de la antigua Puerta de Carmona. Al otro lado de Europa, en ese momento, el Sevilla Fútbol Club pasa por vez primera a los cuartos de final de la Champions League.
Pero aquí eso es secundario. Medio centenar de hombres, algunos siguiendo el partido por el móvil, aguardan a que José María Rojas-Marcos mande a llamar las filas de la cuadrilla de la Virgen del Socorro de la Hermandad de El Amor. Es noche de ensayo para estos costaleros, mientras el cielo amenaza lluvia. Poco importa.
"La cuadrilla la cuidamos durante todo el año, pero los ensayos y la preparación para la Semana Santa es un mes y medio antes. Hacemos tres ensayos, durante una hora y media o dos horas sacamos el paso a la calle con un peso simulado al que se lleva el día de salida", explica el capataz Rojas-Marcos.
Y añade: "Con la música vamos regulando el andar del paso y corregimos los defectos", mientras los hombres en fila esperan a que, en función de su altura y de la de su séptima vértebra, el capataz los coloque al milímetro.
El ensayo sirve de entrenamiento y, como en algunos deportes, la alineación del "equipo" es fundamental para que todo vaya como tiene que ir. Eso se perfila en lo que está sucediendo en ese momento, la llamada igualá, que es la distribución de los costaleros debajo del paso.
"Intentamos poner a la gente de confianza que tiene más experiencia en los puestos de más responsabilidad y asegurarnos de que el día de salida los kilos que hay que coger vayan bien repartidos", explica el capataz, que lo es también de la universal Hermandad de la Macarena. Esos puestos son los zancos –las cuatro esquinas del paso– y los costeros –las filas laterales–, en las que en buena parte recae la responsabilidad del andar del paso.
Minutos antes de empezar a ensayar con la parihuela que tienen en el almacén de este callejón, los costaleros preparan las ropas para poder llevar el peso sobre el cuello. Mientras unos se lían, girando en espiral, en la faja de tela que ha de protegerles los riñones, otros se hacen el costal en la cercana escalera de entrada a un hotel.
Con mimo van cuidando que la 'morcilla', una especie de cojín con forma de este embutido, quede enrollada con maestría por la tela de saco forrada con tela blanca. Sobre ese elemento que queda cruzado en horizontal sobre la séptima vértebra cervical, descansará la trabajadera –travesaños gruesos de madera que cruzan el paso de un lado a otro– que repartirá entre los 30 costaleros la carga del paso de palio.
"El trabajo del costalero tiene un componente físico. Hay que tener una forma para poder asumir el trabajo pero también es técnico, donde influye la postura, el andar y el costal", dice el capataz mientras las marchas suenan en un reproductor de música para simular a la banda que irá detrás de la Virgen del Socorro el Domingo de Ramos.
"La postura del costalero es recta debajo del paso, espalda y cabeza. Les estimulo en la idea de que aquí hay que llegar entrenado, que aunque lleves una forma de vida sedentaria, en los meses previos a la Semana Santa hay que realizar una preparación física. Porque en la salida se pasan momentos duros y difíciles, y si uno no está preparado adecuadamente, la capacidad de respuesta no es la misma, y estar preparado te evita sufrir lesiones", añade el capataz, que dice que "meterse debajo del paso puede hacerlo cualquiera, pero no todo el mundo es costalero".
"El costalero tiene un componente de afición. Trabajar debajo de los pasos en esta tierra es un veneno, pero fundamental es la devoción. Uno se mete ahí debajo para hacer una manifestación pública de fe, una estación de penitencia en la que sabes que vas paseando a tus titulares", cuenta mientras la parihuela cruza la avenida con escaso tráfico para pasar junto al antiguo Convento de San Agustín.
En su refectorio, horas antes, la Hermandad de San Esteban convocaba a sus hermanos para un taller de palmas, en el que las manos trabajarán las hojas brillantes y fibrosas para decorar con formas imposibles y volutas los balcones del barrio el Domingo de Ramos, cuando todo dé comienzo.
Esos costales de los hombres que se alejan con un rachear uniforme por las calles vacías se hacen en talleres especializados que en estos días son puro bullicio. En 'La Casa del Nazareno' del número 41 de la calle Matahacas el teléfono no para de sonar. La última llamada es de un hombre de Madrid que no llegará a Sevilla hasta el Miércoles Santo y necesita su túnica de nazareno lista para llegar y recoger.
"Mi padre ya hacía con mi familia capirotes en Triana, en la calle Castilla. Y después mis padres se trasladaron aquí, y vestimos al nazareno por completo de los pies a la cabeza", dice María de la O Domínguez desde detrás del mostrador.
Desde 1979 en esta pequeña tienda se hacen no solo túnicas para los nazarenos de todas las cofradías de Sevilla, sino también de otros lugares como Badajoz, Bilbao, Santander, Ciudad Real, Alicante, Úbeda… "No hay una hermandad de Sevilla de la que no hayamos hecho alguna túnica", dice la dueña.
En 'La Casa del Nazareno' conocen las reglas que marcan la vestimenta del nazareno al dedillo. "Trabajamos a medida, y después de tantos años hemos ido contactando con las hermandades para saber cómo marcan las reglas de la hermandad que debe vestir el nazareno. Hay unas pocas veces que el hermano nazareno desconoce las propias normas de su hermandad, pero nosotros estamos en la obligación de explicarle cómo son las normas en su hermandad, porque nos encargamos también de cuidar la Semana Santa", presume María de la O, que cuenta que algunas de sus túnicas llevan hasta tres generaciones en algunas familias, pasando de padres a hijos, de hermano a hermano, y que "siguen como el primer día".
También hacen aquí otra de las enseñas de la Semana Santa: los capirotes que cubren la cabeza de los nazarenos. En los últimos años, las tendencias han introducido en el mundo de las cofradías el capirote de rejilla, más ligero por lo general, pero en esta tienda los capirotes que más se hacen siguen siendo de cartón blanco.
"Yo sigo manteniendo que un antifaz debe ir elegante, y para eso necesita un capirote de cartón que le dé su resistencia. El capirote de rejilla lo pide ahora mucho el público y lo vendo porque el cliente lo compra, pero yo siempre recomiendo el capirote de cartón", cuenta.
Y, ¿qué se hace en este taller cuando pasa la Semana Santa? El trabajo no cesa. Hay que bordar miles de escudos para los antifaces de los nazarenos –en uno que lleve solo hilo dorado pueden emplearse entre 25 y 30 horas–, se hacen los costales –que aquí son tradicionales, solo con tela blanca sobre saco, que antes eran auténticos y usados para llevar el café de Saimaza o para las mercancías del muelle del Guadalquivir–, o se elaboran con ricas telas las dalmáticas que llevan los acólitos –que una sola puede costar 700 euros, solo 250 de ellos gastados en galones–.
Pero estos días es tiempo para la lana, el algodón y el ruán, esa compleja tela de la que visten las hermandades de silencio en la ciudad, que se compone de un tejido de algodón muy fino que luego lleva un tratamiento especial como encerado.
Es la tela que utilizan hermandades como El Silencio, la primera que nació en la ciudad, y que abre las procesiones de la célebre Madrugá. Sus nazarenos de andar sereno, con la cola de la túnica recogida en el brazo, contrastan con la riqueza de bordados de sus insignias y del manto de la Virgen de la Concepción.
En el seno de esta cofradía comenzó su andadura Joaquín López, que comenzó a bordar en las dependencias de esta hermandad y ahora junto con Juan Areal hace auténticas maravillas con el lápiz y la aguja en el 'Taller de Santa Bárbara'. "Un palio se define más por los bordados que por la orfebrería o por otro tipo de ornamentación. Lo que marca el estilo del paso son principalmente los bordados.
Para hacer el dibujo hay que empaparse del estilo de la hermandad, hay que tenerlo en cuenta para que no desdiga del estilo de la hermandad y vaya en consonancia al resto del patrimonio de la misma", cuenta Joaquín mientras en su taller su equipo borda con cuidado una nueva insignia para la hermandad de la Madrugá.
Joaquín estudió en la Escuela de Artes y Oficios y siempre tuvo claro que quería dedicarse a una artesanía. Fue el bordado porque en la época que empezó había mayor demanda de bordadores que de otras profesiones, pero antes de hacer sus propias creaciones comenzó dibujando para otros bordadores y para los orfebres.
"El tejido sobre el que resulta más complicado bordar es el raso porque tiene poco cuerpo y ya los rasos no son como los de antes que eran de seda, sino que son sintéticos", explica. Y el mejor para bordar, el terciopelo. Sobre terciopelo traído de Lyon bordó la que considera su obra magna: el manto y los faldones de la Virgen de la Angustia de la Hermandad de los Estudiantes, que sale el Martes Santo del Rectorado de la Universidad de Sevilla.
Sobre la mesa reposa uno de los faldones de este palio, un prodigio de hilos de oro brillante y raso que le ha llevado al taller dos años de trabajo. El doble tardaron en terminar el manto de la Dolorosa, una gigantesca capa pluvial que está considerada una de las mejores obras de bordado que se hayan hecho nunca en Sevilla.
En el conjunto para Los Estudiantes, el relieve juega con un efecto tridimensional que hace más hermosa aún la obra, que cuenta con 6.300 piezas bordadas y en la que se emplearon 20 kilos de hilo de oro fino. "El volumen se le da a base de fieltro, de muletón y de cartón. Eso es lo menos complicado, pero cada pieza necesita su volumen exacto, porque un exceso de volumen puede hacer que parezca que está inflada", explica mientras enseña los detalles del faldón, que debe dejar solo entrever los pies de los costaleros, última frontera entre el palio y el suelo de Sevilla.
También son obra suya las bambalinas del palio de la Virgen de Gracia y Esperanza de la Hermandad de San Roque y la restauración y enriquecimiento del patrimonio y palio de la Hermandad de El Silencio.
A ese palio, único con bambalinas rígidas de plata en la ciudad, contribuyó otro hombre, Francisco Villarreal, que entre cinceles juguetea con los límites de la alquimia en su taller de Valencina de la Concepción.
Francisco Villarreal trajo hasta aquí su taller de la calle Alfarería en el barrio de Triana, fundado en 1954. "La creación de una pieza es un segundo con los ojos cerrados y un boceto hecho en dos minutos. Ahí está ya la idea. Cuando un cliente se lleva una pieza terminada, siempre me acuerdo de que esa obra es fruto de un instante", cuenta el dueño de 'Orfebrería Villarreal'.
De este taller salieron las jarras que portan el azahar y la candelería del palio de la Virgen de la Concepción, que con una base de plata labrada soportan las decenas de velas que iluminan el interior del palio y a la imagen.
En el pequeño despacho que tiene en el taller, entre paredes llenas de dibujos y bocetos que son pruebas de sus creaciones, Francisco lo mismo dibuja una carreta del Rocío que un llamador, unos varales o un farol.
En un armario cercano con maderas gastadas se esconden sus secretos, los dibujos hermosos que, convertidos en plata, han dado lustre a las hermandades sevillanas. Las piezas que salen de este taller viven un largo proceso hasta que relucen en oro y plata tras el paso por la lampistería donde se suelda y da forma a todo.
Lo primero es el despiezado del trabajo en pequeños fragmentos que unidos obrarán el milagro de la plata. Por ejemplo, un frontal de respiradero –el marco que rodea la parte superior de la mesa de un palio y del que cuelgan los faldones– puede dividirse en cientos de piezas diferentes que en el taller pueden tardar en verse juntas hasta un año.
Por el camino, han pasado por un cuidadoso cincelado en que artistas como Francisco José Mateos pone toda su atención. "Estoy grabando los nombres de los donantes en la peana de una Piedad de plata que irá en la parte delantera de un paso. Aquí cada uno tiene sus propias herramientas, que fabrica a partir de gavillas en sus ratos libres", cuenta mientras no levanta la cabeza de la plata.
Una plata que Francisco nos cuenta que no es totalmente pura. "La plata de ley no es realmente plata pura. Los orfebres y plateros tenemos permitido trabajar con plata a 930 milésimas, porque la plata pura es imposible trabajarla", cuenta mientras nos enseña cómo la pieza se prepara para el baño de plata en un baño de ultrasonidos y pasa después por sosa cáustica para dejarla inmaculada.
Después, un baño por electrolisis hace que la plata se adhiera a la pieza a la perfección sin tener que fundir ni una micra de plata. Así salieron de este taller piezas como la candelería de la Hermandad de la Vera Cruz o la peana de la Esperanza de Triana. También salieron de aquí los respiraderos –llamados así porque por sus huecos entra y sale el aire para los costaleros a la parte interior del paso– del palio de la Hermandad de La Sed.
Esos respiraderos son los que están montando los priostes en la casa de la hermandad en el corazón del barrio de Nervión. Diego Valero y Ramón Sempere coordinan el montaje de uno de los palios más altos de la Semana Santa de Sevilla, con unas bambalinas tan únicas que llevan engarzadas en su parte superior cristales de Swarovski que simulan el agua de unas fuentes. Cuando se marchan los Reyes Magos en Nervión ya comienza el trabajo para la Semana Santa.
"Este año hemos empezado el 10 de febrero. Normalmente los pasos están guardados en un almacén y ese día hicimos el traslado hasta la casa hermandad", explica Valero. El paso de palio se terminó de montar al día siguiente, pero ese día los priostes explican cómo el techo del mismo que ha de cobijar a la Virgen de Consolación se eleva gracias a un moderno polipasto eléctrico.
"La parte de arriba lleva unas pestañas que van cogidas a los 12 varales y atornillados. La unión del techo de palio y los doce varales descansa su peso en la mesa del paso. Los varales son la parte más complicada, hay que tenerla muy segura y tener claro cómo va cada pieza", cuenta Sempere.
Mientras, un grupo de jóvenes limpia los últimos detalles de la plata que durante el resto del año se guarda envuelta en plástico en unas vitrinas para que no se estropee. "Todo el mundo que se ofrezca para participar es bienvenido", dice Diego Valero, mientras sobre el paso la joven Reyes Gutiérrez aprieta los candelabros de cola. "No te creas que esto es extraordinario, estos chavales que ves aquí son los que trabajan en la hermandad todo el año", dice esta chica que es una de las dos únicas mujeres que forman parte de los equipos de priostía de las hermandades sevillanas, en su caso como auxiliar.
"A los más jóvenes que vienen se les explica y se está más pendiente de ellos. En la hermandad tenemos un grupo de chavales que se unieron a la priostía hace mucho, y hacen una labor que no se ve muchas veces pero que lleva mucho trabajo", afirma Valero mientras un grupo de mujeres voluntarias cosen en la planta de arriba la blonda dorada al manto de terciopelo celeste de la virgen para el próximo Miércoles Santo.
El bullicio en la hermandad es un intenso ir y venir de personas trabajando para que todo esté listo a tiempo, desde los gigantescos respiraderos a los pequeños flecos de las bambalinas que ponen el tintineo al palio cuando chocan con los varales con el andar de los costaleros.
Esos flecos son los pequeños detalles que nacen en los talleres centenarios de la calle Francos, a un paso de la Catedral y en el corazón de la ciudad. Allí está 'Casa Rodríguez', que nació en 1913 en el mismo sitio en el que está ahora. Allí poco ha cambiado. "El día a día sigue siendo muy tradicional y el trato con el cliente es casi familiar. Pero nos hemos adaptado y tenemos venta online, lo que nos ha hecho tener muchas ventas en el continente americano, tanto en los países del sur como en Estados Unidos", cuenta Javier Gotor, un eslabón de una dinastía al servicio de la Semana Santa.
"El fleco, que es el remate inferior de la bambalina, se hace con un telar muy artesano con hilo de oro. Al día puedes hacer entre dos y tres centímetros, por lo que se hacen de un año a otro. Podemos tardar seis meses para acabar los flecos de un paso de palio", explica mientras uno de los empleados pesa en una antigua balanza de pesos gastados el hilo de oro para un cliente que viene a por un encargo.
"Hacemos flecos de pasos de palio –más de la mitad de los palios de la ciudad llevan flecos nuestros, como los de la Esperanza de Triana o la Amargura–, y cíngulos para hermandades como la de Montesión", cuenta.
Justo en la acera de enfrente, en la 'Cordonería Alba', Jesús Spínola se centra en su labor: los cordones. Los Cristos que más devoción despiertan de la ciudad llevan cíngulos salidos de este taller abierto en 1904. "Aquí se ha hecho el cíngulo del Gran Poder, el del Cristo de la Salud de Los Gitanos, el cíngulo del Cautivo del barrio del Tiro de Línea o el del Señor de la Sentencia de la Hermandad de la Macarena", dice mientras trabaja los hilos para hacer un cordón fuerte y brillante en la puerta de su tienda.
Mientras, la ciudad cuenta las horas para que amanezca el Domingo de Ramos. El domingo en el que los costaleros de la Virgen del Socorro reciban las órdenes del capataz Rojas-Marcos para llevar el palio al cielo, ese que refulgirá con la obra en plata que, en La Sed, Reyes trata con mimo, y con la que lo ha vestido el taller del orfebre Villarreal.
También brillará el palio de la Hermandad del Silencio en La Madrugá, el lugar donde las manos del bordador Joaquín López empezaron su prolífica carrera entre un mar de capirotes de cartón y túnicas de ruán de las que hace María de la O en la calle Matahacas. Y entonces, todo pasará en un segundo, aunque para crear esa estampa hayan tenido que trabajar juntas las mejores manos de Sevilla, los artesanos de la gloria desde hace siglos.