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La impronta del mar Cantábrico ha moldeado sus costas, ha forjado el carácter de sus habitantes y ha enriquecido su cultura a través de los numerosos barcos extranjeros que recalaban en sus puertos. En localidades como Laredo se embarcaban las lanas castellanas que luego viajarían a Flandes y al resto de las ciudades europeas. Otras, como Santoña, se convirtieron ya en el siglo XIX en importantes centros económicos gracias al comercio de la anchoa. Pero los pueblos pesqueros no son el único atractivo de este rincón cántabro. Tras la línea de costa, de grandes acantilados y numerosas playas, se esconden muchas sorpresas: faros, marismas, bosques y praderas que convierten las villas marineras de Cantabria en un paraíso por explorar.
Arrancamos en Castro Urdiales, pueblo próximo a la frontera con Bizkaia ligado históricamente a la industria conservera. La iglesia de Santa María (Reyes Magos 3, 942 606 555) brilla aquí con luz propia por ser uno de los mejores ejemplos del gótico en Cantabria y por su envidiable situación junto al mar. El templo forma una estampa singular y bella, junto con el castillo-faro y el puente de Santa Ana, todos ellos en el puerto que durante siglos ha dado vigor y divisas a la localidad.
Al dejar Castro Urdiales, conduciremos por uno de los tramos del viaje más espectaculares. La carretera discurre sobre una plataforma natural marina con excelentes vistas sobre el Cantábrico. A un lado empiezan a divisarse los arenales de la playa de Islares y, justo antes de llegar a Liendo, el camino nos ofrece un mirador con unas panorámicas imponentes del valle. Unos 5 km después, la carretera nos devuelve al litoral, a la segunda parada de nuestra ruta: Laredo.
Laredo ha cambiado más en los últimos 50 años que en toda su historia. La razón es el auge turístico y, en consecuencia, el aumento de construcciones con vistas al mar. La playa de Laredo, La Salvé, es la más extensa de toda Cantabria con 4 km de arena suave y blanca recorrida por un tranquilo paseo marítimo. A pesar de los cambios urbanísticos, el casco histórico de Laredo se ha mantenido intacto.
La Puebla Vieja y el Arrabal han sido ajenos a todas estas transformaciones y mantienen, como en sus orígenes, un fuerte carácter marinero y medieval. Subiendo por sus empinadas calles, se dejan a los lados viejos cafés y bares de tapas, portales de madera y tiendas de artesanía que se suceden hasta alcanzar la iglesia de Santa María de la Asunción, que posee un interesante retablo flamenco en su interior. En el resto del pueblo se alternan palacetes nobles y casonas populares, todas ellas coexistiendo de los restos de la antigua muralla.
Aunque desde la playa de La Salvé casi puede tocarse Santoña, es mejor que retomemos el camino anterior para pasar con el coche por el estuario de la desembocadura del río Asón. El rodeo nos permitirá también conocer la espectacular Reserva Natural de las Marismas de Santoña y descubrir cómo cambia radicalmente el paisaje en función de las mareas. Se trata de uno de los humedales más importantes del Cantábrico, en el que viven o hacen un alto durante las migraciones casi un centenar de especies de aves diferentes.
En Santoña, los vínculos con la actividad pesquera son más que notables en su puerto, en la lonja de pescado y en las amplias naves conserveras que prolongan la villa hasta llegar al paseo marítimo. Aquí el aire huele a salazón y no es un tópico, sino la realidad diaria. Merece la pena recorrer su paseo marítimo junto a la playa y ver a los pescadores, que desde primera hora de la mañana echan sus cañas al mar. Al final del paseo vemos las fortificaciones que defendían el acceso a la bahía, como la de San Martín o el fuerte de San Carlos, adosadas a una de las laderas del monte Buciero.
Nos despedimos del mar durante unos cuantos kilómetros y lo haremos en la playa de Berria, un amplio y salvaje arenal al que se asoma el penal del Dueso. Una vez que abandonamos Santoña toca olvidarse de las olas y los puertos para sumergirnos en la cara más rural de la región. Las singulares marismas de Isla, que penetran un par de kilómetros tierra adentro, nos recordarán que el mar sigue cerca, a pesar de los prados que nos rodean.
A poca distancia de allí, en la localidad de Arnuero, el molino de mareas de Santa Olalla es una prueba viva de cómo aprovechaban los antiguos habitantes del valle la fuerza del mar para las tareas del campo.
Continuamos siempre hacia el oeste y hacemos un alto para acercarnos a San Miguel de Meruelo. Este pueblo tiene un interesante Museo de la Campana (La Iglesia, 37; 942 637 003), debido al gran número de fundiciones que existieron en el valle. De hecho, la mayor campana existente hoy en España, la de la catedral de Toledo, fue fundida aquí. Volvemos a la carretera principal durante un kilómetro hasta divisar a lo lejos la iglesia de Santa María de Bareyo, el mejor templo románico de la zona y punto habitual de encuentro para los peregrinos que marchan a Santiago de Compostela por los caminos del norte.
En Langre encontramos largas playas de arena y acantilados de más de 25 metros de altura
El siguiente desvío que tomaremos en nuestra ruta será para llegar al cabo de Ajo, el punto más septentrional de Cantabria, que ha perdido algo de brillo por culpa de la urbanización de la zona, pero que sigue teniendo espectaculares vistas desde el faro que preside su costa. A continuación, en Ribamontán al Mar, accedemos a una de las zonas de la región que concentra la mejor selección de playas. A la de Langrese llega por la carretera que parte desde Galizano. Son legendarias las cientos de escaleras de piedra que hay que subir para salir de ella, pero las vistas una vez arriba compensan cualquier esfuerzo. Ya en lo alto, podemos recorrer a pie o en bicicleta los acantilados de Langre, uno de los Mejores Rincones 2013. Existe una ruta señalizada para ello.
Si completamos el camino trazado llegaremos a la próxima parada del itinerario, Loredo. Este pueblo a los pies del cantábrico está repleto de terrazas en las que disfrutar del mejor pescado y esconde en sus afueras el santuario de Nuestra Señora de Latas, un edificio barroco y rural que guarda en su interior la talla gótica de la Virgen. Frente a la playa de Los Tranquilos de Loredo tenemos la isla de Santa Marina, la mayor de Cantabria, un lugar idóneo para practicar submarinismo y otros deportes marítimos, incluida la natación, ya que es posible llegar hasta su playa nadando y observar las aves marinas que allí se refugian.
De vuelta a la carretera, y en sólo unos kilómetros, llegamos al final de la ruta. Somo es un enclave turístico que cierra la bahía de Santander por el oeste. Lo mejor es su kilométrica playa. Un brazo de arena y dunas que hace las delicias de los surfistas por sus aguas bravas y unas vistas excepcionales: las del palacio de la Magdalena o las de la playa del Puntal, una lengua de arena situada en mitad de la bahía de Santander a la que se accede por barco.
Anchoa, bocarte o boquerón del Cantábrico son los diferentes nombres que se le dan a este pescado azul de reducidas dimensiones (de 10 a 15 cm) de la familia de los engraulidae. Contiene proteínas de calidad y entre el 6-12% de grasa (con omega 3), que previene enfermedades cardiovasculares. También aporta selenio, magnesio, hierro, fósforo y vitaminas A, D y E y las personas con hipertensión o que siguen una dieta baja en sodio han de tener en cuenta su contenido en sal. Por todas estas propiedades, pero también por su sabor, la anchoa de Santoña es uno de los iconos gastronómicos de Cantabria y de todo el norte, gracias a su excelente relación calidad-precio y a sus propiedades nutritivas.
Se prepara en vinagre (boquerón), rebozado o frito (bocarte), pero su presentación en salazón y con aceite es la más popular (anchoa). Su comercialización fue introducida en Santoña por mercaderes italianos a finales del siglo XIX y desde entonces su consumo ha sido ininterrumpido, excepto en la última década. Las escasas capturas obligaron a la Comisión Europea a decretar un parón biológico para que los caladeros de anchoa se recuperaran. En 2011 se reanudó la pesca.
A lo largo de la ruta podemos adquirir muy variados y ricos productos típicos de Cantabria. Entre los dulces, hay que hacerse con Sobaos, Quesadas Pasiegas y las Corbatas de Hojaldre de Unquera. Los embutidos de caza (jabalí, oso o ciervo), el orujo lebaniego o los quesos con Denominación de Origen, como el Picón Bejes-Tresviso, son otras buenas opciones.
Hay pocas atalayas frente al mar Cantábrico que puedan presumir de una situación tan privilegiada como la del faro del Caballo (1863). Ubicado en una de las laderas del monte Buciero, está literalmente adosado a algunos de los acantilados más vertiginosos de la comunidad. Para llegar a él tendremos que atravesar un tupido encinar y descender casi 800 escaleras.
Las playas son el principal tesoro de Ribamontán al Mar, ubicado en el oriente de la bahía de Santander. La de La Canal, en Galizano, es un paréntesis de arena rodeado de verdes prados y presume de estar muy poco urbanizada. Desde ella se puede acceder a la cueva de Cucabrera, una cavidad excavada en la roca del litoral.
Creada hace más de un siglo, la Feria de la Anchoa y de la Conserva de Cantabria es una de las más importantes del mundo. Se celebra en Santoña, a caballo entre los meses de abril y mayo. En ella se ensalzan las virtudes de esta conserva, se realizan exhibiciones, catas y degustaciones de anchoas en todo tipo de platos.
El Sercotel Hotel Las Rocas Playa (Flaviobriga, 1; 942860400), en Castro Urdiales, está ubicado cerca del paseo Marítimo, al pie de la playa de Brazomar, y ofrece una de las mejores vistas de la ciudad. El Ancla (González Gallego, 10; 942 605 500) es un acogedor hotel cuyo interior hace sentir que estamos dentro un barco. El salón con chimenea hace la competencia a su excelente ubicación, a 100 metros de la playa y 500 del centro urbano de Laredo.