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La comarca de Santa Eulària des Riu, al oeste de la isla, presume de costa y de interior con gran variedad de playas, pueblos llenos de encanto, fértiles campos y un rico patrimonio natural y monumental. La localidad que da nombre al municipio combina una vida vacacional cosmopolita con la proximidad del campo payés y del mar. En su punto más alto está emplazado el Puig de Missa, un conjunto arquitectónico emblemático formado por una iglesia fortificada del siglo XVI, un cementerio y varias casas encaladas. La iglesia consta de una nave y una torre integradas que se atribuyen al autor de las murallas de la ciudad de Eivissa. Fue objeto de construcciones anexas posteriores que trataron de dulcificar su aspecto fortificado: las capillas laterales, los porxos (lugares de reunión), la casa del vicario y la sacristía. El interior del templo destaca por su sobriedad y por su altar mayor barroco, proveniente de San Millán de Segovia, al igual que los retablos de las capillas.
La playa también reclama su protagonismo en pleno centro urbano de la villa y, además de un tranquilo paseo marítimo, el puerto deportivo nos ofrece la posibilidad de practicar diversas actividades náuticas. Con el olor a mar siempre próximo, esta zona y toda la isla poseen una gran tradición payesa basada en el cultivo de tierras ricas en productos autóctonos. Uno de los más importantes es la patata roja ibicenca, una pieza clave en la gastronomía campesina que desde hace un tiempo está al servicio de su vanguardia culinaria. Su importancia viene de tiempo atrás, ya que en el siglo XIX se exportaba en grandes cantidades a Reino Unido, donde era considerada una delicatessen. Ahora es la base de platos como la ensalada payesa y las patatas a lo pobre, típicos de este municipio.
El litoral de Santa Eulària des Riu presenta una sucesión de playas, acantilados, torres de defensa e islotes, además de pintorescos rincones marineros y numerosas calas en las que perderse. Algunas de las más emblemáticas son las de Figueral, cala Boix, cala Nova, S’Argamassa o cala Llonga, todas caracterizadas por una finísima arena blanca que no tiene nada que envidiar al Caribe. Si somos aficionados al golf debemos hacer una parada cala Llonga, en cuyas cercanías se encuentra el único campo de toda la isla. Si no, continuamos la ruta hacia Sant Carles de Peralta, rumbo al norte de la isla y tomando cierta distancia con el mar. Sant Carles destaca por su arquitectura y sus casas de payeses repartidas en un campo lleno de almendros, higueras y algarrobos. Es una localidad pequeña presidida por una iglesia del siglo XVIII, con una traza rectangular y un singular campanario, desplazado hacia la izquierda. El conjunto incluye un pequeño jardín en el que también hay un pozo tradicional y los restos de una almazara romana para hacer aceite. El patrimonio es excepcional, aunque sin duda es su mercado hippie, el de Las Dalias el que más turistas atrae a la localidad.
Sant Carles destaca por sus casas de payeses repartidas en un campo lleno de almendros, higueras y algarrobos
Seguimos el itinerario adentrándonos hacia el corazón de la isla y tomando un desvío se alcanza Sant Llorenç de Balàfia, siguiente destino de la ruta. Antes de llegar a él, nos sale al paso Cal Negret, una villa residencial y turística que nos ofrece espectaculares vistas al Mediterráneo (y aún mejores atardeceres) desde sus acantilados. Ya en Balàfia la isla muestra su rostro campesino en todo su esplendor, con una luz espléndida y un campo verde. El casco antiguo de la villa luce presumido algunos vestigios arqueológicos, entre ellos, cinco casas payesas y dos torres defensivas. Algunas de ellas tienen cruces blancas pintadas en la fachada, ritual a las que se las sometía para protegerlas de cualquier asalto.
Como en la mayoría de los pueblecitos de la región, la vida gira en torno a la iglesia, que se caracteriza por tener un solo arco a la entrada. Por la carretera de Santa Gertrudis-San Lorenzo llegamos al siguiente destino, Santa Gertrudis de Fruitera. Este tranquilo pueblo de interior se ha convertido en uno de los núcleos rurales con mayor encanto de la isla. Sus casas blancas se extienden en torno a una imponente iglesia encalada construida a finales del siglo XVIII. También hay que parar en alguna de las numerosas tiendas que abarrotan el centro de la localidad. En ellas encontraremos productos artesanos, anticuarios y estupendos restaurantes entregados a la cocina de vanguardia.
De nuevo buscando la costa, la carretera nos lleva al final del recorrido, Puig d’en Valls. Actualmente está bajo la influencia de la capital de la isla pero, no fue hasta 1970, año en que se construyó su iglesia, cuando la villa dejó de ser un puñado de casas payesas y comenzó a despegar. Hoy la ciudad es un destacado punto turístico y por este motivo nos ofrece multitud de planes de ocio y deporte. Además posee el control del tráfico marítimo del puerto de Eivissa, participando en diversos proyectos de investigación de carácter internacional. Si aún no hemos catado la exquisita patata ibicenca, aquí encontraremos numerosas terrazas donde probarla de mil maneras diferentes.
La patata roja ibicenca llegó a ser muy importante en la isla, no sólo como alimento protagonista de muchos platos sino como fuente de ingresos, ya que se exportaba a diversos países europeos. Aunque la variedad tradicional prácticamente ha desaperecido, por su baja producción, existe otra variedad comercial llamada Desirée que se comercializó en los años 60 y cuyas características morfológicas y culinarias son muy similares a la oirignal. Los ibicencos la cuidan con primor y los sembrados parecen jardines en los que en lugar de rosas crecen las mejores patatas rojas que sólo se pueden comercializar en el archipiélago balear. El resultado es de una calidad excepcional debido a las peculiares características de la tierra y al saber de los agricultores, que producen la patata exclusivamente con fertilizantes orgánicos. Su sabor es intenso y agradable, especialmente al freírse.
También se comercializan otras variedades diferentes de patata ibicenca como Bartina (patata roja de buena calidad), Cóndor (patata roja de calidad gustativa limitada pero de gran producción) y Picasso(patata blanca), de reciente introducción. Todas ellas son una fuente extraordinaria de hidratos de carbono y poseen un contenido alto de vitamina C (aunque parte de ésta se pierde durante el cocinado). Incluir la patata roja en la dieta supone también un extra de vitaminas B6, tiamina, niacina, y carotenoides, así como una buena inyección de potasio, fósforo, magnesio y hierro.
En Sant Carles se celebra el mercadillo de Las Dalias, uno de los de mayor tradición y personalidad de la isla. Los lunes y los sábados decenas de puestos se colocan bajo las jaimas y las parras. El blanco que predomina en la arquitectura se apodera también de la ropa que se vende en los puestos, siempre rebosantes de artesanía y moda.
El molino de Puig d’en Vals es sin duda uno de los atractivos de la localidad. La construcción, de finales del siglo XVIII, sobresale en el entorno. Actualmente es propiedad del Consejo Insular de Eivissa, que lo ha convertido en un museo con encanto, recuperando las instalaciones para moler grano que tanto peso tuvieron durante siglos y convirtiéndolas en sala de exposiciones.
Durante un fin de semana de abril tiene lugar la Diada de sa Patata en Puig d’en Vals. Con la fiesta se busca dar a conocer las bondades del tubérculo ibicenco, con degustación de platos como patata con alioli; Vichysoisse con crujiente de jamón; ensalada payesa o patatas a lo pobre. La jornada siguiente se celebran exhibiciones de xacota pagesa, tiro con honda y otras actividades culturales.
El Hotel Rural Cas Gasí es una fabulosa casa payesa situada en una finca de cuatro hectáreas, en Santa Gertrudis. Bajo la filosofía de agroturismo ecológico, el alojamiento ofrece una estancia de total relax rodeada de bosque de pino mediterráneo, campos de olivo, almendros y terrazas escalonadas con frutales. En la zona antigua de Dalt Vila, en Eivissa, está el Hotel Mirador. Flanqueado por murallas históricas, el alojamiento, que se alza sobre un palacete del siglo XIX, ofrece espectaculares vistas a la ciudad y un interior que mezcla diseño, lujo y comodidad.