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Al norte de la provincia de Cáceres, casi lindando con tierras salmantinas, se encuentra la comarca de Las Hurdes. Cinco ríos surcan sus hondos valles y riegan sus montañas formando espectaculares meandros y piscinas naturales. Un espacio de belleza singular, cuyo relieve escarpado y de difícil orografía lo condenó, en tiempos remotos, a un aislamiento forzoso que sirvió para alimentar todo tipo de mitos y leyendas.
Hoy, esas tradiciones ancestrales se siguen transmitiendo de generación en generación, contribuyendo a dotar a los pueblos de la zona de un carácter muy especial. Un buen ejemplo es el carnaval hurdano, poblado de seres mágicos como el Burru Antrueju o el Machu Lanú y cuya celebración va intrínsecamente ligada a la degustación de una de esas recetas atesoradas de padres a hijos: el potaje de alubias con berzas y patas de cerdo. Lo preparan en los seis municipios que componen la comarca y por los que discurre esta ruta.
La primera parada de nuestro itinerario es Pinofranqueado, la localidad más poblada de las Hurdes. Aquí visitaremos la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Encina y el Centro de Documentación de Las Hurdes, que cuenta con una biblioteca que es referencia obligada para los investigadores de la cultura de la comarca. Antes de poner rumbo a la siguiente parada, merece la pena, si vamos en verano, darnos un baño en su piscina natural. Eso sí, aunque haga calor, el agua está siempre fría.
También es muy recomendable recorrer algunas de las alquerías de este municipio. Son pequeñas aldeas de pequeñas callejuelas en las que se adivina el carácter de sus gentes –que conservan un dialecto propio, el hurdano, influenciado por el leonés– y que esconden, en la hostilidad del terreno, huellas de la Edad de Bronce y de Hierro. Buenos ejemplos son la peña del Molde, en Mesegal; el Petroglifo de las Erías, en la alquería homónima y el Tesito de Los Cuchillos, en Castillo.
Los alrededores de Caminomorisco conservan numerosos vestigios de épocas prehistóricas, sobre todo del Calcolítico y de la Edad de Bronce
Nuestro recorrido continúa hacia Caminomorisco, antiguamente conocido como Las Calabazas. Sus alrededores conservan numerosos vestigios de épocas prehistóricas, sobre todo del Calcolítico y de la Edad de Bronce. Aunque de reciente construcción, conviene visitar su Casa de la Cultura, que mezcla piedra y pizarra respetando los principios de la arquitectura popular hurdana. Desde esta localidad ponemos rumbo a Casar de Palomero, un pueblo que ha dado cobijo a distintas civilizaciones a lo largo de la historia. Sobresalen sobre el resto, la basílica de la Cruz Bendita y la parroquia del Espíritu Santo, antiguas sinagoga y mezquita, respectivamente, del siglo XVIII. Después sólo tenemos que dejarnos llevar por las estrechas calles del barrio judío y el barrio árabe hasta llegar a los soportales de la Plaza Mayor.
Siguiendo la carretera, adentrándonos en la zona de las Hurdes Altas, aparece Nuñomoral. Las construcciones típicas, la riqueza artesanal y los espacios naturales para el baño se dan cita en este territorio que nos conduce hasta la alquería de El Gasco, donde podremos contemplar el chorro de la Miacera, una espectacular caída de agua con varios escalones muy próxima al pueblo y bien señalizada. También aquí hay un Centro de Interpretación de la Casa Hurdana, con una reconstrucción exterior e interior de la vivienda típica.
El final de la ruta coincide con Casares de las Hurdes, en los límites con la provincia de Salamanca. Sus habitantes tienen fama en la región de ser buenos bailarines y muy habilidosos para tocar las castañuelas, sonido que acompaña al tamboril y a la gaita cuando hay que poner melodía a la fiesta. Nos acercamos ahora al campanario de la iglesia (exento de la misma, el repique de sus dos campanas era escuchado en un radio de siete kilómetros), así como la Casa de la Cultura. Para acabar, nada mejor que pasear por la parte más antigua del pueblo y contemplar los últimos ejemplos de arquitectura hurdana.
En Las Hurdes, la comida de fraternidad que se celebra durante el carnaval tiene como protagonista al potaje. Este plato está compuesto con productos asequibles y de gran contundencia, capaces de saciar en pleno invierno los estómagos más exigentes. El Potaje de Carnaval lleva alubias, berza, tocino, patatas y costillas de cerdo. Para prepararlo hay que poner las alubias en remojo la noche anterior, donde tienen que permanecer al menos doce horas.
En un puchero, de grandes dimensiones cuando el objetivo es dar de comer a todos los participantes del carnaval, se ponen al fuego las alubias con los productos del cerdo, que tardan bastante tiempo en cocinarse. Por otro lado, se cuece la berza y se rehoga con un ajo. Antes de terminar se junta todo en un mismo puchero y se deja reposar otros 15 minutos. El potaje es un plato de elevado valor calórico. De sus ingredientes destacan las alubias, que son fuente de proteína vegetal, fibra, almidón, hierro, magnesio, zinc y fósforo. Por su parte la berza aporta un importante contenido en fibra y ácido fólico, vitamina con una función esencial en la multiplicación de las células (por ello, es muy necesaria durante la gestación). Además, contiene otros compuestos bioactivos con importante acción antioxidante. Por otro lado, la carne de cerdo suma a la dieta proteína de origen animal, además de hierro, zinc y diferentes vitaminas.