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Como plato principal o acompañante, en tartas, licores, mermeladas y hasta en caramelos: la castaña, el fruto más tradicional del otoño, ofrece múltiples aplicaciones culinarias y reposteras en las islas canarias. Alimento básico en la dieta de subsistencia del campesino, la castaña tinerfeña goza de un reconocido prestigio por su elevado valor nutritivo y características culinarias. Su presencia en la isla se remonta a las primeras décadas del siglo XVI. De aquella época al menos data el impresionante castaño de las Siete Pernadas que aún puede verse en Aguamansa. La cocción ha sido siempre la alternativa más extendida, dando pie a recetas como el tradicional potaje o caldo de castañas, que acabó convirtiéndose en un plato especialmente bien acogido en los días de invierno. Aunque hoy forma parte de otras elaboraciones más sofisticadas, la castaña sigue rodeada de un halo de tradición.
Nuestra ruta arranca en San Cristóbal de La Laguna. Declarada Patrimonio de la Humanidad, forma en la práctica un todo inseparable con la ciudad de Santa Cruz, a un paso del aeropuerto de Los Rodeos. La iglesia de la Concepción, situada en la calle de Carrera, y la continuación de ésta, Obispo Rey Redondo, es el corazón del casco antiguo. En la plaza del Adelantado están el viejo Ayuntamiento, el mercado municipal y el palacio de los marqueses de Villanueva del Prado, llamado también Palacio de Nava. A dos pasos callejeando, están la catedral y la plaza del Cristo.
La Victoria de Acentejo debe su nombre a un episodio de la guerra entre los aborígenes tinerfeños y el ejército castellano
Aún impresionados por su trazado colonial, que sirvió de modelo a numerosas ciudades de las Américas, continuamos en dirección hacia El Palomar. En ese punto enlazamos con la carretera que se interna poco a poco en el parque rural de Anaga. Antes de llegar paramos en los miradores de Jardina, con la vega lagunera a sus pies y la omnipresente figura del Echeyde (Teide en guanche, que significa “morada del maligno”), y el sobrecogedor pico del Inglés. Desde aquí podemos seguir hacia Taganana, y su playa del Roque de las Bodegas, paraíso de surfistas, o llegar por la carretera hasta el puerto de San Andrés, con su torreón y la playa de las Teresitas.
Retrocediendo casi al punto de partida, en San Cristóbal de La Laguna tomamos la carretera a Tegueste. El núcleo primitivo de esta localidad, ordenado en torno a la plaza de San Marcos, conserva mucho del sabor originario: la iglesia de San Marcos Evangelista, el patrón; la vecina casa del Prebendado Pacheco, hoy sala de exposiciones; la Placeta, cruz de antiguos caminos y el barranco del Agua de Dios, declarado Sitio Arqueológico.
El otro patrimonio que conserva Tegueste es el de su tradicional dedicación agrícola. Lo fue así tras la conquista, dedicada a producir para abastecer a La Laguna, y lo sigue siendo hoy con sus viñedos. De hecho, desde la misma carretera que atraviesa la localidad comienza la ruta de los viñedos que desemboca en el valle de Guerra, donde además de varias bodegas merece la pena visitar la casa de Carta (Vino, 44; 922 546 308), una de las sedes del Museo de Antropología de Tenerife, donde se hace un repaso a la vida del medio rural tinerfeño.
Continuamos en dirección a Tejina para tomar un desvío después hasta Tacoronte, que ofrece un conjunto de bonitas haciendas con aires fundacionales junto a la iglesia de Santa Catalina, barroca, con un artesonado y una rica orfebrería que merecen por sí mismos una reposada visita. El Sauzal, perteneciente también al Menceyato de Tacoronte, guarda un conjunto de interesantes cuevas habitadas antes de la conquista, así como una costa repleta de acantilados y pequeños refugios, como las playas de El Cangrejillo o de Rojas y, de las medianías para arriba, el paisaje protegido de Las Lagunetas, un territorio boscoso que comparte con sus vecinos de los Acentejos y Santa Úrsula.
En la carretera de nuevo, atravesamos La Matanza y La Victoria de Acentejo, dos municipios cuyos nombres remiten a sendos episodios de la guerra entre los aborígenes tinerfeños y el ejército castellano por la conquista de la isla a finales del siglo XV. Rodeados de viñedos y cultivos de papas, subimos hasta La Vica, con su mirador y área recreativa. Desde aquí nace la ruta circular conocida como de los Castaños. Pero no olvidaremos acercarnos hasta la ermita de San Antonio y hasta la Calle Real. En La Victoria, por su parte, encontramos la iglesia conmemorativa del triunfo castellano y el pino centenario.
La Matanza y La Victoria de Acentejo, así como Tacoronte, Santa Úrsula, El Sauzal, Tegueste y La Laguna, celebran el Mes de la Castaña, con exposiciones y concursos fotográficos, conferencias, talleres de cerámica y micología, concursos gastronómicos, rutas guiadas por los castañares, una feria con degustaciones y la celebración del Día de San Andrés con tueste de castañas y vino.
La cueva del Mencey Bencomo, en el vecino pueblo de Santa Úrsula, es el lugar ideal para contemplar el valle de La Orotava, un paisaje donde conviven plantaciones, edificios, bosques de pinos y, en lo más alto, la punta del nevado Teide. En La Orotava se sintetiza ese aire de ciudad moderna y casco antiguo del siglo XVI predominante en la ruta. Además de sus playas, como la del Bollullo, es recomendable que visitemos la iglesia de la Concepción, la Hijuela del Jardín Botánico, el Centro de Documentación de Artesanía de España y América, el jardín de la Victoria y la casa de los Balcones.
Para hacer un potaje de castañas, deben pelarse y lavarse bien las castañas y dejarlas en remojo unas doce horas. Se escurren y se retiran con un cuchillo las pieles que hubieran podido quedar. Aparte, se envuelve una cucharada de semillas de anís en una gasa y se cierra con un hilo a modo de hatillo. Se pela entonces un limón y una naranja, y se reservan tres tiras de piel de cada fruta. Se pone una cazuela al fuego con las castañas, el hatillo de anís, las pieles de naranja y limón, el azúcar y una rama de canela. Se cubre con agua y se mantiene a fuego suave durante dos horas aproximadamente hasta que las castañas están tiernas y se ha formado un espeso almíbar. Las castañas se pueden comer directamente o utilizarlas molidas como relleno para repostería.
La localidad costera de Taganana, situada en pleno Parque Rural de Anaga, es idónea para los aficionados al surf, pues su playa del Roque de las Bodegas, de arena volcánica, se ha convertido en un auténtico paraíso para los amantes de este deporte. Si no se nos da bien este deporte, podemos disfrutar paseando por su gran patrimonio histórico.
Los fanáticos de la artesanía encontrarán todo tipo de tesoros en la casa de los Balcones, un conjunto arquitectónico del siglo XVII en la Villa de la Orotava. Además de venta de productos de artesanía canaria, como los calados, cuenta con un museo que muestra la vida de sus propietarios.
En La Matanza de Acentejo se celebra la Semana de la Castaña, que se inició para promover el consumo de este fruto y se ha convertido en la principal cita otoñal para la mancomunidad del nordeste de la isla. No podemos perdernos tampoco el mercado agrícola de San Juan que se organiza los fines de semana.
Situado en una casa señorial del siglo XVI se encuentra el Hotel Laguna Nivaria (plaza del Adelantado, 11), en pleno centro de San Cristóbal de La Laguna. Si lo que buscamos son vistas al mar, en Puerto de la Cruz, Tenerife, encontramos el Hotel Be Live Orotava(avda. Aguilar y Quesada, 3; 902 433 366), que cumplirá todas nuestras expectativas, especialmente si viajamos en familia.