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Nuestra ruta parte de Haro, una ciudad eminentemente vinícola, donde sus bodegas llevan más de cien años cimentando el prestigio universal del vino de Rioja. Su propio casco urbano corresponde al de una población rica, con edificios señoriales y la sensación de vida confortable, pausada, que se respira en sus avenidas, en su plaza porticada.
Al ser una población de dimensiones modestas, apenas unos 12.000 habitantes, la recorreremos a pie y sin prisas. Así podremos descubrir monumentos tan coquetos como el edificio barroco del Banco de España, el convento de los Agustinos (hoy convertido en hotel) o el torreón medieval, recientemente restaurado y convertido en Museo de Arte Contemporáneo. Si la vida cotidiana de Haro discurre en torno a la plaza de la Paz, presidida por el Ayuntamiento, la vida religiosa se organiza alrededor de la basílica de la Virgen de la Vega, un enorme templo barroco situado entre jardines y construido para venerar la imagen gótica de la patrona.
Antes de continuar la ruta hacia Briñas, nos dirigimos al barrio de La Estación, donde están las bodegas históricas. Aunque en estas tierras la viña ha sido cultivada desde tiempos remotos, el verdadero impulso al vino de Rioja llegó a mediados del siglo XIX, cuando se importaron las técnicas francesas para el tratamiento de la vid y de la uva. Algunas bodegas jarreras mantienen viva esa tradición, lo que se advierte incluso en su arquitectura.
Así sucede, por ejemplo, con López Heredia, cuya torrecita en madera se ha convertido en uno de los emblemas de Haro. Aunque se mantiene la bodega original, de estilo modernista, se puede admirar también una nueva construcción en acero y cristal, que se añade al edificio original como un inesperado remate contemporáneo. La obra lleva la firma de la arquitecta iraní Zaha Hadid, una de las más reputadas del mundo, y es una muestra de la nueva arquitectura aplicada a la vieja industria del vino.
Nuestra ruta sigue por la orilla izquierda del Ebro, en un recorrido por los tres únicos municipios de La Rioja que se asientan en esta margen del río: Briñas, San Vicente de la Sonsierra y Ábalos. Son municipios monumentales, también volcados en el negocio del vino. En Briñas asombran las dimensiones de su iglesia, Nuestra Señora de la Asunción, del siglo XVI, y nos sorprende la escalinata monumental que conduce al templo, que se alza sobre un pequeño promontorio.
Para salvar esa subida, el arquitecto planeó una escalera corta, pero hermosa y ancha, que enlaza la iglesia con el pueblo. Si nos esforzamos un poco y no hay mucho bullicio a nuestro alrededor, podremos incluso escuchar desde aquí el rumor de las aguas del Ebro. El río que, ya en estas tierras transporta un caudal considerable, discurre junto al pueblo hasta el punto de que la plaza Arambarri acaba en un embarcadero donde habitan varios patos.
Desde Briñas hasta Ábalos, cruzando por el municipio alavés de Labastida, observamos un espectáculo singular. A la derecha, el Ebro baja mansamente y a la izquierda, los viñedos se cuelgan de las laderas y alegran un paisaje pedregoso. Ábalos es un pueblo sorprendente. Merece la pena perdernos entre sus callejas para llegar a la iglesia de San Esteban Protomártir y admirar su pórtico, muy original, quizá el mejor de todo el renacimiento riojano. Un gran trébol dibujado en piedra cobija la figura del Santo Cristo con dos fieles orando a sus pies. La sucesión de palacios y casonas es continua y, si no fuera por los tractores o las furgonetas, parecería el decorado de una película de época.
Las guardaviñas o chozos son unas construcciones cónicas de piedra, típicas de la arquitectura popular riojana
Para ir a San Vicente de la Sonsierra tomamos el desvío que desde Ábalos conduce a Baños de Ebro. La calzada es estrecha, lo que, en este caso, supone una indudable ventaja porque facilita la inmersión en el corazón de las tierras del vino de Rioja, y serpentea entre viñedos y pueblos escondidos detrás de colinas. Además nos topamos con dos imponentes y solitarios castillos medievales que dominan el paisaje: Davalillo y San Vicente.
Por lo demás, sólo las vides, pequeñas, gruesas y retorcidas, nos vigilan desde ambos lados, acompañadas por los guardaviñas o chozos, unas construcciones cónicas de piedra, típicas de la arquitectura popular riojana, utilizadas por los agricultores para guardar sus aperos o protegerse de tormentas repentinas.
Al acercarnos a San Vicente, una sucesión de cuestas nos conduce al castillo medieval, con su iglesia adosada, que preside todo el valle. La fortaleza está en ruinas, pero sus restos dan testimonio de su magnitud y nos recuerdan que estas tierras, hoy muy apacibles y pacíficas, fueron en la Edad Media el escenario de batallas y escarceos entre Castilla, Navarra y Aragón. El Ebro, que en esta zona se retuerce en continuos meandros, da un brusco giro al llegar al puente románico que, muy bien conservado y en uso hasta hace muy pocos años, conduce a Briones.
En un altozano, esta villa medieval parece partida en dos: abajo, las bodegas y los almacenes agrícolas animan un continuo tráfico de tractores y camiones y arriba, el tiempo parece detenerse a medida que se llega a la Plaza Mayor. La iglesia monumental, con un órgano bellísimo, los restos porticados de un convento, el palacete barroco del Ayuntamiento y la casa más antigua de la región delimitan los contornos de una plaza irregular y hermosa, auténtico corazón de un pueblo lleno de edificios nobles en el que todavía se respira su historia.
Las bodegas riojanas cambiaron para siempre la forma de hacer el vino cuando algunos propietarios importaron las técnicas enológicas francesas, a mediados del siglo XIX. Con este revolucionario sistema, llegó el auténtico impulso a las tierras riojanas, haciendo de su vino uno de los mejores, el único que obtiene la Denominación de Origen Calificada. Eso sí, respetando las variedades autóctonas de uva: tempranillo, garnacha, mazuelo y graciano, para los tintos, mientras que entre las blancas predomina la viura. Las tierras de la Rioja Alta tienen condiciones óptimas para el cultivo de la vid: la sierra de Cantabria protege el valle del Ebro de los vientos del norte y el clima es mucho más suave que el de las provincias que la rodean. Por eso, y por la calidad del suelo, el cultivo de la vid ha estado siempre presente en la región.
El vino contiene 12,5 gr. de alcohol por cada 100 ml. Un consumo moderado puede ser beneficioso, ya que contiene polifenoles que ayudan a prevenir enfermedades cardiovasculares y ciertos tipos de cáncer gracias a sus propiedades antioxidantes. Todos los detalles sobre el vino de La Rioja pueden verse aquí.
Las patatas con chorizo y las chuletillas de cordero conforman el menú riojano más popular, aunque tampoco debemos olvidar otras carnes, como las manitas de cerdo o incluso pescado, como la trucha y el bacalao. Además, su fértil huerta despliega un mundo de sabores en el plato con productos como las pochas o los caparrones.
Además de la alfarería tradicional riojana y de algún producto peculiar relacionado con el vino, como las botas de cuero, las compras más oportunas tienen que ver con la riqueza gastronómica de la región. Vino, por supuesto, pero también embutidos como el chorizo o el salchichón, e incluso el foie-gras de la sierra camerana.
En San Vicente destaca la sobrecogedora tradición medieval de los picaos. En Semana Santa y los domingos siguientes al 3 de mayo y al 14 de septiembre, varios disciplinantes avanzan en procesión mientras golpean sus espaldas con látigos y se abren las heridas con cristales. En Haro, el 29 de junio, se celebra la Batalla del Vino.
Diseñado por el estudio de arquitectura Desinghouses, el Hotel La Viura, ubicado en el corazón de la Rioja Alavesa, desafía a las leyes de la gravedad. Sus habitaciones parecen pender de un hilo. Por su parte, el Hotel Los Agustinos, conserva la esencia de un antiguo convento, con sus imponentes muros de piedra. Un lugar único, lleno de historia y de historias, para descansar.