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Este palacio es la obra cumbre del reinado de Carlos III “El Noble”. Era tal la envergadura del proyecto que de este castillo se decía que tenía tantas habitaciones como días tiene el año. La obra fue todo un derroche económico para la época. Carlos III quería que su castillo provocara la admiración de sus huéspedes y lo consiguió. Fue un auténtico capricho real.
En el momento de su construcción fue considerado uno de los castillos medievales más lujosos de Europa. Su belleza era tal que, en el siglo XV, un viajero alemán escribió en su diario (que todavía hoy se conserva en el British Museum de Londres): “Seguro estoy que no hay rey que tenga palacio ni castillo más hermoso y de tantas habitaciones doradas”.
En realidad, se trata de dos palacios, uno construido al lado del otro. El primero de ellos es el actual Parador de Turismo, data del siglo XII-XIII y solo se conservan los muros y torres. El segundo, del siglo XIV-XV es considerado como el ‘Palacio Nuevo’ y fue reconstruido íntegramente en el siglo XX.
Uno de los elementos más admirados del palacio eran los famosos los jardines colgantes que, como los legendarios de Babilonia, llegaron a estar suspendidos a 20 metros del suelo, provistos de plantas y flores de todo el mundo. Para que el patio no se hundiera por el peso de los macetones, se ordenó levantar una sala de arquería subterránea para hacer de contrafuerte. Es la Sala de los Arcos o de los Murciélagos.
Era tradición que las cortes europeas tuvieran en sus castillos animales de caza o exóticos. El nieto de Carlos III, el Príncipe de Viana, llevó esta afición más allá para incluir animales de toda clase hasta conseguir un pequeño zoológico, con jirafas, leones, camellos y todo tipo de aves. Todavía hoy podemos ver en el Patio de la Pajarera los restos del aviario.
Los aposentos reales son una de las estancias más impresionantes de este conjunto arquitectónico. Se encuentran en la Torre del Homenaje, de casi 40 metros de altura y para llegar a la cima hay que subir 133 peldaños. Desde aquí, las vistas de Olite y su comarca son excepcionales.
Desde la torre Ochavada podemos contemplar el pozo de hielo, o como es conocido popularmente ‘el huevo’. Se trata del lugar donde se almacenaban las capas de nieve que servían para conservar los alimentos. La tapa con forma de huevo cubre un pozo de unos ocho metros de profundidad.
En el año 1813, durante la Guerra de la Independencia, el palacio quedó prácticamente destruido por un incendio provocado por el general Espoz y Mina para evitar que las tropas francesas se hicieran fuertes en el castillo. En 1913 es adquirido por la Diputación Foral de Navarra y 25 años más tarde se inicia una minuciosa restauración que le da su imagen actual.
Gustavo Adolfo Bécquer ha sido uno de los turistas impresionados por este palacio. Fue a finales del siglo XIX cuando un viaje llevó al poeta hasta Olite y, ante el estado deplorable que presentaba el castillo, le dedicó un ensayo en el que evocaba las épocas gloriosas de este conjunto arquitectónico.
Cada año y solo durante dos días, Olite celebra su mercado medieval, una cita que nos permite revivir los años de esplendor del palacio. Durante la fiesta, se venden todo tipo de productos artesanales y se organizan actividades que nos transportan a la Edad Media, con buhoneros titiriteros y juglares, incluidos.
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