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Toro se asienta sobre una atalaya natural de barrancos abruptos de color rojizo, tan llamativos, que el paisajista flamenco Anton van den Wyngaerde los dibuja en primer plano en sus famosas Vistas sobre las ciudades españolas, encargadas por Felipe II, allá por 1570. Es este antiguo dibujo el que nos descubre que el curso del río Duero no siempre ha sido como hoy discurre. Y nos ayuda a entender por qué el puente con el que nos encontramos tiene un inusual trazado paralelo al río antes de que este gire y siga escurriendo sus aguas hacia Zamora.
Cruzando a pie el recién restaurado Puente Mayor –al que llaman romano por su origen– se llega al camino que sube a la ciudad. Si el viajero, como nosotros, llegara a Toro por el sur, no haría caso a eso de "dejar lo mejor para el final" y empezaría su visita por la niña de los ojos del patrimonio toresano: la Colegiata Santa María la Mayor. La colegiata empezó a erigirse a finales del siglo XII, pero las obras duraron hasta bien entrado el siglo siguiente, cuando reinaban Sancho IV de Castilla y su esposa María de Molina. Fue esta, señora de Toro, la que hizo gran favor a la ciudad impulsando muchas de sus fundaciones religiosas y principales construcciones, además de ejercer en ella un mecenazgo loable.
Hoy sabemos que fue Domingo Pérez, criado del rey Sancho IV, quien pintó la magnífica Portada de la Majestad. La que fuera la entrada principal al templo conserva en su conjunto escultórico casi toda la policromía original, algo poco común. Conviene sentarse para poder observar su intensa iconografía dedicada a la exaltación de la Virgen María, a la Iglesia Celestial y al Juicio Final.
Hay que recordar que en la Edad Media el pueblo no tenía acceso a los libros, por lo que toda doctrina o enseñanza de fe debía entrar fácilmente por los ojos y la imaginería simbólica asumía una función pedagógica. Uno puede entretenerse largo rato tratando de interpretar todas las figuras que se le presentan y hará bien al intentar verlas como "un cómic de aquellos tiempos", según indica el arquitecto y humorista José María Pérez González, Peridis, en un vídeo ilustrativo de la visita.
Muchas de las escenas recreadas en el pórtico nos causarán risa o asombro, como también lo hará la preciosa tabla flamenca de La Virgen de la Mosca expuesta en la sacristía. Como su nombre bien lo indica, encontraremos una mosca dibujada sobre el manto rojo de Nuestra Señora. ¡De cómic!
Antes de salir de la colegiata es recomendable subir a la torre-campanario, rehabilitada para su visita desde hace un par de años. Son muy desiguales y costosos los 138 escalones que suben a lo alto de la torre, pero se puede parar a descansar entre pisos para curiosear el centro de interpretación de la primera planta, o la bonita maquinaria del XVIII de la Sala del Reloj en la siguiente. Al llegar arriba, la recompensa: tejados y torres del antiguo caserío toresano a nuestros pies.
Se trata de un caserío que hoy lucha entre la conservación y la ruina. De muchos de sus monasterios, palacios y casas señoriales solo quedan vestigios o fachadas renqueantes, pero otros muchos resisten y son un bonito testimonio de otra época. Pasear por el casco histórico de Toro es evocar las antiguas ciudades castellanas, de grandes señoríos y familias poderosas.
Uno de los periodos que más marcó el desarrollo de la ciudad se dio con la llegada de Beatriz de Portugal y su corte en 1383. La derrota de su marido, Juan I de Castilla, en la batalla de Aljubarrota, obligó a la joven y viuda reina a exiliarse en Toro y con ella se instalaron aquí un buen número de familias nobles portuguesas. Con esos datos en mente nos lanzamos a recorrer las calles toresanas.
Con la colegiata a nuestras espaldas empezamos a descubrir el casco antiguo por la plaza Mayor. La del Ayuntamiento, cuyo edificio tuvo que ser reconstruido tras un incendio a mediados del siglo XVIII y cuya nueva planta fue proyectada por Ventura Rodríguez.
En la plaza Mayor, la de los llamados "soportales", encontramos una hilera de bares y restaurantes resguardados bajo casas porticadas. El mejor sitio para tomarle el pulso a Toro, lugar de encuentro de sus gentes y de cualquier visitante que quiera probar el "oro líquido" de estas tierras: su famoso vino tinto. Pero a eso volveremos más adelante.
Por la plaza de los Bollos de Hito llegamos a una de las iglesias más antiguas de Toro y cuya visita es imprescindible: San Lorenzo el Real. Pequeña, de estilo románico-mudéjar, con una bonita capilla y sepulcros góticos del siglo XVI. Destaca su retablo de 24 tablas de Fernando Gallego y un coro de estilo morisco policromado, que son verdaderas reliquias.
Un poco más adelante en la misma calle, cruzamos por la "reja dorada". Literalmente. Si estas rejas hablaran, nos contarían historias de conspiraciones y ajusticiamientos. Nos enteraríamos de que, durante la Guerra de Sucesión Castellana, Toro fue en buena parte favorable a Juana la Beltraneja en su disputa al trono con Isabel la Católica, y que haría pagar caro las conspiraciones a favor de esta última. Así perdieron la vida Antonia García –la dueña del palacio de las rejas doradas posteriormente en su honor– y sus cómplices. Sabe la historia que de poco sirvió y que fue justamente aquí, tras la Batalla de Toro, que la suerte se inclinó a favor de Isabel.
En la plaza de San Francisco, damos un salto en el tiempo para echar un vistazo a la plaza de toros. Construida en 1828, es una de las más antiguas y mejor conservadas de España. Independiente de aficiones –o detracciones– su bonita y rústica construcción, palco, albero y toriles merecen la visita.
En Toro hay que estar pendientes de los detalles, porque nos descubren realidades no tan obvias. Si al pasear nos fijamos en el suelo, veremos que la gran mayoría de las casas y aceras están horadadas por zarceras; atando cabos se deduce que cientos de antiguas bodegas minan su subsuelo y dibujan laberínticas las entrañas de la ciudad.
Muchas de estas bodegas antiguas se han preservado y algunas se pueden visitar puntualmente, como la del Palacio de los Condes de Requena, la del Ayuntamiento o la de la Cámara Agraria. Con más libertad de horarios, por ejemplo, la Bodega de Velasco en la calle Corredera, una pequeña bodega familiar que nos refleja bien lo que esconde Toro bajo tierra.
Bajo tierra se han elaborado durante siglos los caldos que han dado fama y sustento a esta ciudad. Su presencia en estas tierras remonta a la época de asentamientos romanos y durante la Edad Media, cuando gozó de más prestigio. Fueron los tintos de Toro los primeros que llegaron a América, pues con ellos se llenaron las bodegas de las carabelas de Cristóbal Colón. Hoy, son otra vez estos vinos los que sitúan este pequeño pueblo en el panorama internacional.
"La provincia de Zamora y en particular la comarca de Toro y su alfoz cuentan con un clima extremo, es decir mucho frío en invierno y mucho calor en verano, además de una escasa pluviometría con suelos muy pobres, principalmente arenosos. Estos factores van a repercutir de forma muy favorable en nuestros productos gastronómicos y hacen especial la variedad de uva autóctona, la Tinta de Toro", nos explica Carlos Gallego, que desde hace tres décadas es veedor de la Denominación de Origen de Toro. "Respecto a Toro y sus vinos podríamos hablar días y días. Hemos pasado de cinco bodegas el año que se creó la D.O. Toro, a las más de 60 actuales, con 5.600 hectáreas de viñedo y cerca de 1.100 viticultores", prosigue.
"Entre sus particularidades está el cultivo en vaso, con densidades de plantación inferiores a 1.000 cepas por hectárea. Tenemos muchas viñas viejas de 40, 60, 80 e incluso 100 años. Esto nos da una concentración en el fruto extrema; un clima seco durante el periodo vegetativo que hace que tengamos una viticultura naturalmente ecológica. Y una altitud media de 700 metros, pudiendo llegar hasta 850 metros", desgrana el veedor.
"Además, ahora la vendimia se realiza a la carta, vendimiamos pagos diferenciando las zonas, las edades, la orientación, los suelos... y esto nos proporciona una riqueza total en una materia prima donde la base es la Tinta de Toro. Así podemos marcar grandes diferencias en nuestros vinos más afrutados, más frescos, más concentrados, más cremosos... lo que nos proporcionará grandes posibilidades en los coupages y como resultado, grandes vinos", añade.
Quizá sea el vino el que "anime" la creatividad y que de estos "ánimos" nazcan las historias y leyendas populares. Basta con preguntar por ellas a los vecinos, que en seguida cuentan, por ejemplo, que la argamasa de la Torre del Reloj se hizo con vino, ya que era más abundante y menos costoso que subir agua desde el río.
Siguiendo la ruta del Toro Sacro (que ofrece una visita conjunta a cinco iglesias), no podemos dejar de entrar en la Iglesia de San Sebastián de los Caballeros. Reedificada en el siglo XVI, en su interior llama la atención un impresionante conjunto de pinturas murales góticas originarias del Real Monasterio de Santa Clara. Datadas a principios del siglo XIV, tienen partes muy dañadas pero es curioso "leer" las escenas bíblicas que se relatan aquí a través de viñetas (¡otra vez el cómic!).
Viñetas de un cómic parecen también los exvotos de finales del siglo XIX expuestos en el centro de la sala. Divertidas escenas con las que los vecinos agradecen al Cristo de las Batallas situaciones personales y cotidianas, algunas de ellas de alrededor de 1850. Recréate viajero, porque más de una situación retratada te provocará la risa.
Para orientarnos por las callejuelas por donde queremos seguir, mejor marcar en el plano el trazado del que fue su segundo recinto de murallas, así encontraremos sin mucho desvío lugares donde se alojaron, vivieron, nacieron o murieron personajes ilustres en tiempos gloriosos. En este orden: Santa Teresa de Jesús, según reza la placa de una esquina de lo que queda del Palacio de Bustamante; el rey Juan II en el monasterio de San Ildefonso, del que solo quedan vestigios; o el Conde Duque de Olivares, desterrado, en el Palacio de los Marqueses de Alcañices.
Del Palacio de las Leyes, donde en 1505 se leyó el testamento de Isabel la Católica que proclamó heredera a Juana y regente a su padre el rey Fernando, donde se promulgaron las célebres leyes que le dan nombre, solo se conserva la Portada, pero merece un salto en el camino.
Como cerrando la curva de un abanico, se llega al Monasterio de Sancti Spíritus el Real, otro de los imprescindibles. Fundado en el siglo XIV, acogió el retiro de diversas damas de la nobleza, entre ellas la reina Beatriz de Portugal –aquella joven y viuda que llegó a Toro en el exilio– y cuyos restos descansan en un precioso sepulcro de alabastro.
Si tenemos suerte, nos conducirá la visita una de las monjas dominicas que aquí aún viven y nos contará la historia de Teresa Gil, amante del rey Sancho IV, a cuyas expensas se erigieron estas paredes. Hablarán de cordones de seda para campanas, de esfinges de reinas en el claustro o incluso sorprenderán destapando restos momificados. Si hay suerte. De aquellos azúcares, estos dulces. Como agradecimiento es una buena idea llevar a casa una caja de dulces conventuales, en cuya elaboración las dominicas depositan tanto cariño. Los amarguillos son su especialidad.
Aún tenemos fuerzas para seguir un poco más. Nos dirigimos hacia a la colegiata y, tras sorprendernos con las vistas del cañón de la Magdalena, pasaremos por la iglesia de San Salvador de los Caballeros, que perteneció a la Orden de los Templarios, hoy sede del Museo de Arte Sacro. Por la bonita calle de la Judería trazamos el camino hacia el Alcázar, mientras en nuestro foro interno deseamos que, de alguna forma –aunque sea divina–, estas fachadas por las que vamos pasando logren salvarse del total abandono.
Si hemos organizado bien el paseo, llegaremos al Alcázar justo al atardecer para disfrutar de las vistas desde sus torres. De esta fortaleza, que tanto tuvo que resistir y que a tantos tuvo que salvaguardar, solo quedan los muros. Pero desde aquí quedan las vistas, contemplar cómo el sol se pone tangente a la vega, tan fértil y se pierde en el horizonte.
Para los viajeros observadores no será fácil vencer la tentación de curiosear entre las puertas entre abiertas. Puestos de venta improvisados de labradores locales ofrecen, según temporada, productos de sus cosechas. "La presencia del río Duero y las abundantes horas de sol hacen que podamos tener buenos productos de huerta de temporada como los tomates, los pimientos, los guisantes, las alubias, el calabacín... Y por si fuera poco tenemos frutales de excepción como los cerezos, las guindas, los cermeños, los melocotones o los paraguayos", nos comenta Carlos Gallego.
Pero tal y como incide Gallego, también se hace "necesaria" la compra de quesos de oveja de queserías locales, de embutidos, de garbanzos de Fuentesaúco, de bollos de aire, pastas de almendra, repeladas, panecillos de anís... Casi imposible salir de Toro sin una buena cesta.
Las campanas de la Torre del Reloj nos recuerdan la hora, y quizá sí, ya sea momento de volver a la plaza para probar los vinos y empezar un periplo aún mayor. Volvemos a pedir recomendación a Gallego para que nos diga con qué bocados acompañarlos. Tomamos nota: en el 'Mesón Zamora' el morro con tomate, en el bar 'Donde Kiko' la tortilla de patata, en 'La Esquina de Colás' el pincho de bacalao al champagne, el pulpo en el 'Bar Taurus', la tabla de quesos en la 'Casa del Cabildo'. Y, para variar, del vino al vermú, el 'Arco del Reloj'. Y, para los que aún tengan hambre, los champis del bar 'Latinta', o un pincho moruno o carne a la brasa en 'Candeleros'.
Así se culmina, copa en mano, cualquier visita a Toro, para descubrir que es muy posible que sí, que después de todo, haya dejado lo "mejor" para el final.
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