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Desde que el Génesis diera a conocer el Árbol de la Vida, del que Eva se atrevió a arrancar la manzana, muchos otros se han sumado a nuestra memoria colectiva. Árboles de literatura, como los de El Señor de los Anillos, o de cine, como aquel Sauce Boxeador de Harry Potter, se han quedado para siempre grabados en nuestra cultura popular.
Del mismo modo le ha ocurrido a los herreños, por su particular modo de relacionarse con su isla. En una tierra donde la piedra volcánica embellece pero parece robarlo todo –la porosidad de las rocas impide la acumulación del agua–, los árboles son bautizados con nombre propio, seres vivos capaces de salvar al pueblo e, incluso, de otorgarle la belleza y la fuerza de un símbolo. Por vínculos espirituales o una cuestión de sostenibilidad, es inimaginable recorrer la isla sin hacerlo a través de sus bosques y sus árboles más conocidos.
El Garoé, sin duda el árbol más venerado de la isla desde que fue poblada, fue descrito por los españoles cuando llegaron a Canarias como "cosa maravillosa y sobrenatural". Y verdaderamente lo es, porque sus hojas destilan agua las 24 horas del día. Con los problemas de sequía que ha sufrido siempre El Hierro, este árbol ha dado solución a la sed de los herreños durante generaciones. De ahí, que el árbol que los antiguos pobladores de la isla, los bimbaches, llamaban Garoé, hoy también sea conocido como Árbol Santo o el Árbol del Agua.
¿Cómo es posible que su copa llore durante todo el día? La niebla al chocar contra la vegetación se transforma en gotas de agua y caen al suelo. Los aborígenes crearon todo un sistema de albercas en la zona, que cuenta con suelo impermeable (bastante raro en El Hierro), y aprovecharon cada mililitro vertido. Aunque el Garoé original fue arrancado por un temporal en el siglo XVII, fue replantado por los isleños.
El escenario en el que se encuentra este tilo y las nieblas que envuelven al bosque para permitir el fenómeno que en siglos pasados se asoció a fuerzas sobrenaturales es el más propicio para las leyendas que han rodeado al Garoé, siempre marcadas por el amor y la traición. Como símbolo de vida recuerda al Árbol de las Almas de la película Avatar (2009) al que se conectaban los indígenas de color azul de la luna Pandora. Algo así debía ser la conexión de los bimbaches con su árbol, capaz de aliviar realmente, con su poder, a una isla sedienta.
Las sabinas son comunes en la isla, sin embargo, en el oeste o parte occidental de El Hierro, estos árboles han sumado a sus troncos nervudos, definidos por siglos de existencia, las formas que ha ido cincelado su lucha contra los vientos alisios. Hay una que es especialmente conocida, cuya copa recuerda a una melena despeina reposando (o más bien resistiéndose titánicamente) sobre el suelo.
Esta fémina desgreñada por el fuerte viento ha elevado, con su belleza dolorosa, el nombre común de su especie a propio y aquí todos la conocen como La Sabina. Su celebridad le ha servido para convertir su silueta en emblema turístico de El Hierro. Y más recientemente, ha traspasado las fronteras canarias gracias, en buena parte, a la serie protagonizada por Candela Peña, titulada precisamente Hierro (Movistar). Por una cosa u otra, visitar La Sabina es una parada obligatoria en la isla. Un día cualquiera, contemplarla en el lugar donde se exhibe sin desfallecer, escuchando a los alisios incansables, uno entiende la batalla que libra cada día desde hace siglos y se ve envuelto por esa fuerza infatigable.
Y, ojo, porque nada tienen que envidiar sus hermanas pequeñas. Pasando el Mirador del Lomo Negro empiezan a abundar estas desmelenadas al viento, con sus manojos de nervios hechos troncos, danzando en grupo e imitándose las unas a las otras con posturas imposibles. Viendo a estas sabinas únicas y garbosas es fácil imaginárselas como compañeras de juegos de otro árbol famoso: Groot, de Los Guardianes de la Galaxia (2014).
Para ciencia ficción relacionada con la vegetación herreña, sin duda, están los dos gigantes que habitan la Hoya del Morcillo. Uno, conocido popularmente como Pino Viejo, es en realidad el Pino de la Cruz. Este se alza en medio del pinar, mirando muy por encima del hombro a los visitantes, con sus más de treinta metros de altura para cerrarse en la copa con unas ramas finas y enrevesadas, que parecen soñar más con ser raíces que ramas, pero con muchas de sus acículas intactas.
La Hoya del Morcillo es una zona de recreo con campo de fútbol, merenderos, barbacoas, parques infantiles y baños públicos. El bosque se cierra sobre esta área para dar sombra y cobijo a los visitantes que quieren disfrutar de un día de campo. Comandando al resto de árboles están estos dos gigantes, y para eso, a escasos metros del Viejo se encuentra el Pino Gordo. Bajo la inmensidad de este pino –con más de 35 metros de altura, y un ancho tronco que en un momento dado se trifurca para seguir creciendo con sus tentáculos casi tanto a lo ancho como a lo alto– se observan casi diminutas cuatro mesas de madera con sus banquitos que invitan a sentarte bajo este monstruo a comer tranquilamente.
La Hoya transmite la paz que, imagina uno ahí sentado, probablemente envolvería el bosque encantado de Fangorn, habitado por los Ents que aparecen en El Señor de los Anillos: Las dos torres (2002). Porque uno entra en otro mundo en este lugar, y aunque los pinos no evoquen la forma de los hombres-árboles de Tolkien, con certeza sí traen a la memoria su ancianidad y su enorme estatura.
Hay que recurrir a los senderos de la red de Caminos Naturales de la isla para llegar hasta otro célebre pino herreño: el Pino Piloto. Si se quiere llegar en coche, aunque desaconsejable, se puede hacer por un recorrido de tierra, marcado como Pista Montaña Mercadel en una de las salidas de la carretera que lleva de El Golfo a la Hoya del Morcillo. En cualquier caso, hay que visitar este árbol que resiste orgulloso pese a que su tronco sufre con un enorme agujero quemado. Recuerdo imborrable de una de las mayores amenazas que sufre la isla: los incendios.
Un cartel lo presenta con su nombre y apellido, unos metros atrás hay una fuente y una mesa con bancos de madera para descansar o almorzar. Las sombras y las luces que salpican al árbol centenario, rodeado a su vez por decenas de colegas, hacen de este escondite herreño un lugar increíble al que se suman con intensidad la soledad y el silencio.
Hay que aprovechar para acercarse a conocerlo, porque, sin corazón, el Pino Piloto terminará cayendo. Morirá. Y esa certeza, con su tronco abierto por el que puede pasar tranquilamente una persona, trae a la mente aquel otro que conectaba el mundo de los vivos con el de los muertos: el Árbol de la Muerte, de la película Sleepy Hollow (1999). Más allá de Tim Burton, Piloto será recordado después de su desaparición, de eso se encargarán los herreños, que le añadirán a su memoria colectiva como ya ocurrió con otros que perecieron. Guácimo fue el último, y aún se escucha el eco de sus ramas mecidas por el viento en las voces de los isleños. Esa es la magia de El Hierro.
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