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"No conquistamos las montañas, sino a nosotros mismos", decía sir Edmund Hillary, la primera persona que consiguió subir el monte Everest junto al sherpa Tenzing Norgay. Las montañas nos ayudan a despertar sueños dormidos, sueños de libertad, de aventuras y de superación.
Pero, ¿quién puede cumplir esos sueños? ¿Quién puede desafiar a la naturaleza para escalar las más altas cumbres? Tal empresa parece reservada a alpinistas, deportistas de élite, exploradores… Y aunque no es nuestro caso, lo vamos a conseguir.
Ponemos rumbo sur para viajar a Granada, al corazón del parque nacional de Sierra Nevada y a tan solo 30 kilómetros del Mediterráneo. La cumbre más elevada de la Península Ibérica, 3.479 metros de altitud en medio de un entorno idílico y extremo, es la primera gran conquista de esta aventura: el Mulhacén. Tranquilo Hillary, que estamos todos preparados.
Desde Granada se avanza por la A-44 en dirección Motril para tomar la salida 164 hacia las Alpujarras. En este momento, la carretera A-348 empieza a retorcerse como un sacacorchos para adaptarse al caprichoso contorno de la Alpujarra, regalando bonitas estampas de pueblos como Lanjarón u Órgiva hasta llegar al Barranco de Poqueira por la comarcal A-4132.
Desde las más altas cumbres de la Península, aún cubiertas de nieve y dominadas por la silueta del Veleta (3.398 m), el río Poqueira desciende a través de una garganta aprisionada entre empinadas laderas ordenadas en bancales de cultivo que se extienden hasta los 2.000 metros de altitud y se abastecen por una red de acequias desde el periodo musulmán.
Pampaneira, Bubión y Capileira. Los pueblos del Barranco de Poqueira se adueñan de la falda este del valle, con sus casitas blancas de origen morisco (siglo XVI), terraos (techos) grises cubiertos de launa (arcilla impermeable) y disposición laberíntica en virtud de la pendiente.
A 1.436 metros de altitud, Capileira presume de ser la puerta de entrada al Parque Nacional. Curioseamos por su entramado de callejones para contemplar sus bonitas fachadas blancas, sus balcones floridos y chimeneas con sombrero, para buscar el amparo a la sombra de sus tinaos, que comunican unas calles con otras. La iglesia de Santa María de la Cabeza sobresale entre los terraos del pueblo y el ambiente lozano en toda la Alpujarra.
El pueblo tiene casi tantos comercios como habitantes (500). En Capileira puedes comprar artesanía de cerámica, cestería, esparto o las típicas jarapas para mantas y alfombras. Todo lo que se pueda hacer en cuero lo encontrarás en 'J Brown' y todo lo que se pueda considerar ecológico en 'La Mandrágora'. También productos de la zona, por supuesto, como vino, embutidos, aceite de oliva, queso y hasta caramelos de jamón de Pampaneira. Made in la Alpujarra.
En torno a la oficina del Servicio de Interpretación de las Altas Cumbres se reúnen grupos de jóvenes, y no tan jóvenes, montañeros y excursionistas en busca de mapas, información y consejos para explorar el parque nacional. Justo al lado, nos sentamos en la terraza del restaurante 'Moraima' para tomar un refresco, revisar nuestra ruta y ya de paso la carta del establecimiento, por curiosidad. El menú (12 euros) que abre con salmorejo y sigue con un contundente plato alpujarreño no tiene desperdicio. Chorizo, morcilla, jamón, dos huevos fritos, patatas… tentador, pero mejor a la vuelta que aún tenemos que subir al techo de la Península.
El restaurante es el punto de encuentro con Mariano Frutos, guía de alta montaña especializado en Sierra Nevada, que nos da una clase magistral sobre la zona, su entorno natural, sus principales rutas y las medidas de seguridad a tener en cuenta antes de empezar la expedición. "Nunca hay que subestimar a la montaña –explica–; el Mulhacén es una ascensión que en verano puede realizar casi cualquier persona. Eso sí, con previsión de tormenta hay que ir muy preparado. Cuídate los machos". A la orden, Mariano.
La excursión continúa en coche, para subir por la carretera que no tarda en convertirse en una pista de tierra que conduce hasta la Hoya del Portillo, a 2.150 metros en medio de un denso pinar de repoblación. Aquí, en esta área recreativa dejaremos el coche hasta mañana, aquí empieza nuestra aventura. Revisamos el equipo como lo haría Hillary: mochila, agua, chaqueta cortavientos, calzado de trekking, gafas para el sol, crema y gorra y para el frío, un forro polar y un buff. Siempre es recomendable llevar un chubasquero y siempre obligatorio consultar la meteorología.
Ahora toca sacar el mapa y repasar nuestra expedición. El ascenso al Mulhacén será por su cara sur, subiendo por la loma. La ruta hasta la cumbre lleva unas 5 horas, así que lo mejor, si se sale por la tarde, es hacer noche en el 'Refugio Poqueira', a 2.500 m; llegar a la cima por la mañana y regresar a la Hoya del Portillo por la tarde. Nos han dicho que es sencillo, que no hay que ser escalador (en verano), pero sí que hay que estar medianamente en forma para conseguirlo. Salgamos de dudas...
Con el espíritu de Edmund Hillary, atravesamos el bosque de pinos hasta llegar a lo alto del mirador de Puerto Molina, ataviado con una serie de paneles que explican la evolución geológica y biológica de la zona. Desde 2.400 metros se contempla una panorámica de 360º con los picos al norte del Puntal de la Caldera, la Loma Pelada, los Crestones y Raspones de Río Seco, el Cerro de los Machos y el Veleta. Al sur, la Sierras de Tejeda y Almijara sirven de antesala al Mediterráneo; Salobreña se esconde tras la sierra de Lújar y Roquetas de Mar tras la de Contraviesa. Y a lo lejos, si el día lo permite, se pueden apreciar los montes del Rif de Marruecos más allá del mar de Alborán.
Continúa la senda por la pista entre pastizales donde florece el piorno, la gramínea y algunas especies endémicas más difíciles de encontrar, como la estrella de las nieves, el dragoncillo o la aromática manzanilla de Sierra Nevada. En lo alto se divisa la cabecera del Poqueira y las cumbres más altas de la sierra que parecen desafiarnos a cada paso que damos. El sol pega fuerte y el cansancio se empieza a notar. Un grupo de montañeros desciende por la loma y nos anima a seguir: "¡Ya queda menos!".
Acurrucado en el fondo del valle del río Mulhacén, a 2.500 metros de altura sobre la Hoya de Peñón Negro, encontramos el 'Refugio Poqueira', donde recibe Rafael Quintero, el guarda. Desde hace 22 años, junto con Ansi Moslero, acoge a escaladores y excursionistas llueva, nieve o granice en sus siete dormitorios y cien camas (17,50 euros). "Esta instalación deportiva siempre está abierta no solo para refugiar y prestar ayuda las 24 horas, también para fomentar la práctica de todo tipo de actividades en la montaña", explica Rafael.
El sol se pierde entre las montañas tiñendo el cielo de colores rojizos y vainilla entre un mar de nubes que se forman con la calima. Como en casa, una pareja de cabras montesas se acerca con descaro hasta la puerta de este bonito refugio mientras los montañeros se congregan en torno al comedor listos para la cena (17 euros). Entre risas se escuchan anécdotas de montaña, consejos sobre el ascenso al Mulhacén o la Alcazaba y más idiomas que en un hostel de Londres. Aunque no seas escalador, cuesta mucho no sentirse como uno aquí. Por la noche, el cielo se despeja y muestra las estrellas con la claridad de un planetario.
Amanece y partimos temprano para huir del calor, dejando parte del equipo en el refugio para caminar ligeros, a buen ritmo. Los floridos pastos de la loma del Mulhacén van dejando paso a la roca desnuda de micasquisto, de aspecto brillante y oscuro, casi sedoso. Al pie del acantilado, una cabra montesa contempla el circo de montañas y parece posar para la foto. En el fondo del valle, la Laguna de la Caldera se deshiela poco a poco y el río Mulhacén discurre entre neveros y borreguiles. Estamos a tres mil metros de altitud, aún no se ve el Mulhacén, escondido tras su propia loma, pero sabemos que está ahí. Cada paso cuesta más.
Como siempre, el último trecho es el más duro, pero el más gratificante una vez que se llega hasta la cumbre. Aquí se ha instaurado un pequeño santuario que hace de refugio improvisado ante la tempestad. Una pareja de argentinos, Diego y Laura, acaban de llegar derrotados pero orgullosos de lo que han conseguido; Tomas, un joven eslovaco, se hace un selfie en la cima sosteniendo un estoque de torero, que a algún taurino le pareció conveniente dejar tras su paso.
Aquí se disfruta de las vistas de los picos de Sierra Nevada, de más de 3.000 metros de altitud formados hace 35 millones de años por la orogenia alpina y el mar al fondo. El viento sopla fuerte, a 3.479 m de altitud, despejando las nubes y recordándonos que hemos subido a lo más alto de la Península. Hillary estaría orgulloso de nosotros.
Tras saborear nuestra primera gran conquista, tomamos el camino pedregoso que desciende en zigzag hasta la Laguna de la Caldera donde se asienta un pequeño refugio de vivac al abrigo de las montañas. La ruta avanza en paralelo al río Mulhacen, sorteando alguna zona nevada hasta llegar de vuelta al refugio. Recogemos el resto de nuestro equipo y ponemos rumbo sur, por la misma loma hasta la Hoya del Portillo, entre un cúmulo de sensaciones. Cansancio, satisfacción y una desconexión total tras dos días perdidos en Sierra Nevada, en medio de la naturaleza. "¿Por qué subir montañas?", se preguntaba el alpinista Lionel Terray: "Porque están ahí". Así de sencillo.