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Fábricas, chimeneas, gasómetros o minas reconvertidas en espacios culturales. El fenómeno del patito feo industrial reconvertido en cisne es una corriente que se ha extendido por lugares de todo el mundo, desde la Cuenca del Ruhr, en Alemania, hasta Londres, en Reino Unido, pasando por Bilbao, en España. Regione que han querido dejar la esencia a humo, a azufre y a hollín para buscar un horizonte más puro, más cultural y, sobre todo, más atractivo.
En España, este fenómeno tiene en el Museo Guggenheim su máximo exponente o detonante de un cambio. Avilés, la tercera ciudad en población de Asturias (con 85.000 habitantes) y su principal foco industrial, está en medio de esta metamorfosis que empezó hace 30 años, pero que fue hace diez cuando alcanzó su cénit. La mecha se encendió en la ciudad con la inauguración del Niemeyer, pero “aún queda mucho por hacer. Los cambios urbanísticos, sociales y culturales asociados a la transición de un modelo de ciudad industrial a un paradigma basado en la cultura, el conocimiento o el turismo, son lentos”. Así lo explica Moisés García, portavoz del Centro Niemeyer. Recorremos los principales escenarios que marcan la transformación de Avilés.
En la cara oeste del cabo de Peñas, la ría de Avilés se abre paso a través de un terreno antaño repleto de marismas y hoy conquistado por grandes espacios industriales que se concentran en la margen derecha y también en la izquierda del estuario, donde asoma la villa de Avilés.
Asturiana del Zinc, Alcoa o Arcelor son algunos nombres de los gigantes de la industria y siderurgia asturiana asentados en esta zona. La arquitectura industrial es parte de este paisaje donde se mezcla además el tejido urbano y un entorno fluvial donde se intuye la costa al norte.
“Antes, la ría era una cloaca”, cuenta David Díaz, portavoz de la asociación Mavea, que defiende la protección de los ecosistemas y las especies de la zona. “En los últimos 25 años ha mejorado la calidad del agua y ha aumentado la biodiversidad”. Avilés era una villa elegante y señorial hasta los años 50 del pasado siglo, cuando se implantaron en la zona grandes industrias que se sumaban a la Real Compañía de Minas y Cristalería. La ciudad se convirtió en el nuevo polo siderúrgico del Principado que continuó acumulando factorías por todo su territorio.
En los 90, Avilés ya era una de las ciudades más contaminadas de Europa. Hacía falta un cambio o un lavado de imagen que empieza cuando se comenzó a hablar de reciclaje industrial, de diseño e innovación, de congresos y eventos culturales o de recuperación del casco histórico. El objetivo era renacer del azufre y las cenizas y convertirse en una nueva urbe cosmopolita y cultural, como había hecho Bilbao. Esta transformación alcanza su colofón hace una década con la inauguración del Centro Niemeyer.
“No es la línea recta la que me atrae, dura, inflexible, creada por el hombre. La que me atrae es la curva libre y sensual. La curva que encuentro en las montañas de mi país, en la sinuosidad de sus ríos, en las nubes del cielo y en las olas del mar. De curvas está hecho el universo, el universo curvo de Einstein”.
Son palabras del arquitecto Oscar Niemeyer, quien proyectó con este método el complejo que aparece en el vértice austral del estuario, donde la ría se abre en un gran puerto que se extiende desde aquí hasta el Cantábrico. Es esta su única obra España y de las pocas en Europa, inaugurada en 2011 por el arquitecto brasileño que fallecería un año después, con 104 años.
El Niemeyer acoge al viajero y al local como un espacio que parece extraterrestre pero que es muy “humano”, donde la suavidad de los contornos y la monocromía del blanco destacan en el skyline de Avilés con sus cinco construcciones. El edificio polivalente acoge la sala del cine, de reuniones y conferencias además de la cafetería y área de recepción. Conecta con el auditorio, uno de los elementos más sobresalientes del conjunto arquitectónico, con sus 26 metros de altura y aforo de mil personas.
La Cúpula es una composición de hormigón, con forma de semiesfera y 4.000 metros cuadrados de espacio diáfano destinado a exposiciones y todo tipo de actividades artísticas. La Plaza es un espacio abierto a “hombres y mujeres del mundo, como un gran palco de teatro sobre la ría y la ciudad vieja”, como se refería Niemeyer a esta zona de 22.000 metros cuadrados rematada por la torre que hace de faro y vigía del complejo. Desde sus 20 metros de altura, el viajero y el local pueden asomarse a la ría desde el gran disco panorámico sostenido sobre una columna con acceso helicoidal.
“El Centro Niemeyer es quizá el elemento más destacado en esta transición, junto con otros como la recuperación de la Ría de Avilés o la próxima supresión de la barrera ferroviaria”, explica Moisés García. “Lleva diez años trabajando por cambiar ese paradigma y lo hace aún inserto en él”.
El Centro Niemeyer rompe el horizonte verde del paisaje de la ría y conecta con el casco viejo por el colorido puente de San Sebastián, renombrado popularmente como La Grapa. La plaza de Santiago López, donde se ubica la Oficina de Turismo, da paso a la villa medieval de Avilés, que tiene en la plaza de España, o el Parche, su epicentro.
Es esta una esplanada de estética monumental, donde sobresale el edificio del Ayuntamiento y el palacio de Ferrera, que alberga un hotel Meliá de cinco estrellas. Es además un punto de encuentro obligatorio en la villa, desde donde se despliega un abanico de bulevares y callejuelas estrechas entre fachadas coloridas como la calle de Rivero, donde aparece el palacio de Llano Ponte, y la Ferrería, donde aparece la Casa de Valdecarzana (s. XIV) y la iglesia de los Franciscanos (s. XIII).
También desde el Parche, la calle de San Francisco parte en un elegante recorrido en ascenso por la cara más burguesa de Avilés, donde afloran las melodías del Conservatorio de Música, frente a la Escuela de Artes y Oficios y la iglesia San Francisco de Bari, en la plaza de Domingo Álvarez Acebal. Terrazas, cafés y restaurantes acompañan el paseo hasta esta plaza donde lo industrial parece muy lejano aquí, hasta que uno se da la vuelta y divisa las chimeneas de Arcelor en el horizonte.
La calle Galiana continúa con nuestra travesía urbana entre soportales y antiguas aceras de cantos rodados, donde pasaban los caballos, además de mansiones de estética modernista delante del gran parque de Ferrera (81.000 metros cuadrados), de estética inglesa. Al final de Galiana, la plaza del Carbayedo aparece como otro de los 13 pulmones verdes de la ciudad, donde el protagonista es su imponente hórreo. El itinerario a pie por el casco viejo es un descubrimiento continuo de chigres y locales de toda la vida, comercios de antigüedades y delicatessen además de coquetas tiendas que miman el diseño y el buen hacer.
Un ejemplo es 'Mis Dulces 26', una pastelería que también cumple diez años apostando por la “repostería americana y la tradicional asturiana”, como explica Rosa Rodríguez, su propietaria, que regenta el local junto a Sandra Menéndez. “Bizcocho de manzana, de chocolate blanco, de chocolate y plátano, brownie de frutos rojos, de Oreo... y, sobre todo, cookies, hay muchísimas”, cuenta la dueña de 'Mis Dulces 26' sobre su catálogo. “Nunca falta el mantecado imperial de Avilés, lo más típico de aquí”.
Rumbo al paseo marítimo, pasaremos por la plaza de los Hermanos de Orión para comprar en el mercado de Abastos y por la Plaza del Carbayo para encontrar sus pequeñas casas con balcones de madera en pleno barrio marinero de Sabugo. El recorrido urbano concluye en el palacio de Camposagrado, junto al parque del Muelle. Es el mayor exponente del barroco en el Principado y sede de la Escuela de Arte Superior.
El mejor lugar para descubrir el cambio de paradigma de Avilés es su ría y el mejor lugar para explorarla, su paseo marítimo. Antaño este era un espacio al que nadie quería ni acercarse y hoy es un imán para corredores, patinadores y ciclistas que se desplazan por este bonito bulevar rehabilitado. A un lado, descansan los veleros amarrados en el puerto deportivo y a otro, las naves y almacenes de las diferentes empresas que se ubican aquí, junto a la escultura puntiaguda “Avilés”, del artista Benjamín Menéndez.
La rula, o lonja de Avilés, es la mayor de Asturias y se encuentra al final de la ría, junto al puerto pesquero y la autoridad portuaria, en un recorrido de casi tres kilómetros que muchos preferirán hacer en coche. Sobre todo, si lo que se pretende es asomarse a la desembocadura del estuario. Aquí las diferencias entre lo natural e industrial son aún mayores. “Patos, garzas, espátulas, charranes, aves marinas… La ensenada de Llodero es de los mejores lugares del Cantábrico para observar aves límicolas”, explica David Díaz, de Mavea.
Frente a esta marisma, situada en la margen derecha de la ría y de las pocas que no han sido desecadas de la misma, se acumulan los almacenes de granel de carbón, de metales y fertilizantes entre otros productos y enormes chimeneas, tanques, grúas, depósitos y vías del tren. Son el estandarte de una arquitectura industrial aun en uso. “Llevamos diez años peleando con costas para la restauración de las marismas de Macua”, añade Díaz. “Será el primer caso en dos siglos en que la ría recuperará un humedal”.
Los caminos de tierra se adentran en las dunas del Espartal, un entorno protegido ante el constante deterioro de este ecosistema en todo el norte de España. Al oeste, la playa de San Juan de Nieva da paso a la de Salinas, que se despliega más allá de la desembocadura y del rompeolas. Es este un enclave surfero de referencia en Asturias, también de ocio, deporte y tiempo libre, que atrae visitantes durante todo el año. Al este, sobre los acantilados que protegen la margen derecha, se eleva el faro de San Juan de Nieva, que ilumina a los navegantes desde 1861.
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