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Son las 12 de la mañana del último día del año y la gente se va concentrando a orillas del cauce del río, su río, el Bullaque, uno de los motores de la economía local, que refresca a los más pequeños en verano y que alguna vez les dio un susto al desbordarse. El sonido seco de un cohete estremece a los curiosos y los artilugios, las naves fabricadas por los adolescentes con materiales de deshecho, aparecen surcando las aguas con un tambaleo vacilante que lanza a sus tripulantes al agua.
Es el día del río. Desde hace más de dos décadas, cuando las aguas del río Bullaque dejaron de correr por este municipio serrano para dejarse ver de nuevo a mediados de los noventa, los robledanos decidieron festejar al río el último día de cada año y no olvidar que su brazo de agua es uno de los más vivos que todavía podemos encontrar por estos territorios. Lejos queda la intención de los baños celtas, donde las mujeres se perdían en el bosque y despedían al año despojándose de su ropa vieja para sumergirse desnudas en esos ríos de cuento.
Otro sonoro cohetazo rompe de nuevo el cielo y los más intrépidos se lanzan al agua sin pensárselo dos veces. Brazadas, gritos y chapoteos se mezclan con vítores al río y ovaciones a los bañistas. Llegar a la otra orilla antes de quedarse agarrotados por el frío es un logro para algunos. Darse un chapuzón, como un bautismo de inmersión, es lo que más practican los más veteranos del pueblo, los que ningún año fallan a este baño apto para todos los públicos.
El río Bullaque es un afluente del Guadiana que no llega a tener cien kilómetros de longitud. Represado en el pantano de la Torre de Abraham, esta masa líquida que nace en la sierra del Chorito discurre por el noroeste de la provincia de Ciudad Real y deja cerca de su cauce al parque nacional de Cabañeros. "Su agua delgada y dulce, en la cual se crían carpas de gusto muy sabroso y delicado, anguilas, galápagos y algunas lampreas", según contaba el cardenal Lorenzana allá por el siglo XVIII, se mezclan en Luciana con el Guadiana siguiendo todo su trayecto de norte a sur.
Vasos de caldo caliente esperan la salida de los bañistas que son arropados con esmero por familiares y amigos. Nadadores de clubes deportivos llegados de otras provincias siguen haciéndose anchos de orilla a orilla. Las efímeras embarcaciones se van desmoronando al son de los petardos que ahuyentan a las aves ribereñas y que siguen anunciando que la fiesta acaba de empezar.
La población autóctona de El Robledo tiene un talante abierto. La llegada escalonada de gente de otras culturas de la geografía peninsular, debido al cambio de sistema que transformó bosques en tierra fértil durante el siglo XIX, promovió la convivencia. Toledanos, leoneses y zamoranos se mezclaron con extremeños, salmantinos y portugueses para comenzar una nueva vida. Su personalidad es fruto de una aglutinación de culturas diversas y no de una exclusividad histórica.
Las grandes hogueras repartidas por la explanada cercana al río son el refugio obligatorio de los que salen tiritando del baño purificador, la baja temperatura del agua, jamás superó los 10º C en estas fechas, hace temblar al más valiente. Choques de botellas y vasos se van encadenando con la emotividad que merece el último día de diciembre. Albornoces de mil colores contrastan con los uniformados Santa Claus holandeses que se bañan a estas horas, también despidiendo el año, en las gélidas aguas de la playa de Scheveningen de la ciudad de La Haya o los valientes rusos que se sumergen en los lagos congelados de Moscú y San Petersburgo.
Cada año acude más gente a esta cita festiva que reivindica que su río siga vivo, que no se seque el cauce en todo el año. Nadie se va de El Robledo sin comer los platos que humean durante toda la mañana en grandes calderos. Judías estofadas, migas de pastor o gachas de almorta son los guisos que reconfortan los estómagos de los cientos de visitantes que llegan de toda la comarca de Cabañeros y de otros lugares del país. Lo que comenzó un pequeño grupo de amigos para celebrar que las aguas del Bullaque volvían a correr se ha convertido en un lugar de encuentros y despedidas en este municipio de 1.200 habitantes.
Este invierno no habrá resfriado, comentan los mayores del pueblo. El baño los ha "vacunado" contra los males del frío. El río, como metáfora de la vida del humano, tiene, como ésta, un principio y un final, tramos de juventud, de madurez y de vejez. Los 92 kilómetros de este río cada vez más vivo son un ejemplo de conservación y cuidado de un entorno que pertenece a todos.
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