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Las chicharras ponen el hilo musical. Mariposas y libélulas juguetean en el aire como si desarrollaran una colorida coreografía mil veces ensayada. Menta y romero aromatizan el ambiente. Pinos y algarrobos aportan la sombra. Difícil encontrar un escenario mejor para que la verdadera protagonista, el agua, que brilla en todo su esplendor mientras desciende con calma por el cauce del río Alaminos. En su recorrido crea pozas, pequeños saltos y hasta una cascada para iluminar un sencillo, pero atractivo paseo en el Valle del Guadalhorce, en el interior de la provincia de Málaga. Un oasis alejado del ruido de la costa.
La ruta por Barranco Blanco, a unos 8 kilómetros de Alhaurín el Grande, 10 de Coín y unos 14 de Mijas, es una de esas sorpresas que regala la orografía malagueña en forma de rutas acuáticas. La rugosa piel de la provincia andaluza -una de las más montañosas de España- esconde recovecos como el excavado con mucha paciencia y durante miles de años por el río Alaminos. Es un pequeño arroyo, con un cauce que rara vez supera los tres metros de ancho y que ofrece charcas cuya profundidad apenas llega al metro, pero recorrerlo es una delicia.
Llegar hasta aquí es fácil. No hay más que tomar la carretera que une Coín y Mijas -la MA 3303- y tomar el desvío indicado hacia Barranco Blanco. En verano es obligatorio dejar el coche justo ahí para evitar el alto riesgo de incendio. De hecho, fue en este paraje donde se inició el fuego que en 2012 quemó más de 8.000 hectáreas en seis municipios de la zona. Ya a pie, no hay más que caminar por una sencilla pista que desciende entre un pinar hacia el río con señales que impiden perderse en el camino.
Con calma, basta media hora para encontrar el puente que cruza el arroyo. A su izquierda, un pequeño sendero desciende hasta una poza y una cascada de unos cuatro metros, salto que este verano es inexistente por la poca lluvia caída en los últimos años. A su derecha, una senda se acerca en el cauce. A ratos lo acompaña desde la ribera y, a ratos, se mezcla directamente con él.
El trayecto no exige demasiado esfuerzo físico, pero sí requiere equilibrio, calma y destreza. Es corto: basta pasear unos 600 metros para encontrar distintos lugares donde darse un chapuzón y pasar el día en este entorno declarado por la Unión Europea como Lugar de Interés Comunitario.
La presencia de una especie de barbo en peligro de extinción es uno de los motivos, como lo es que el paraje sea también hogar de nutrias. Son, eso sí, mucho más difíciles de observar: no les gusta el ruido. Para los excursionistas que también quieran silencio, la Diputación Provincial de Málaga tiene una recomendación para ellos: “Para huir de la masificación, se recomienda realizar la visita bien temprano, al atardecer y en días de diario”.
Dicho y hecho. Siguiendo la recomendación y con algo de suerte, a primera hora de la mañana el entorno es puro silencio. Solo se oye el rumor del agua y las ramas que se mecen con las brisas veraniegas. El agua refresca el ambiente. Y la sombra ayuda a que las temperaturas en esta ruta acuática sean agradables. Aunque no lo parezca, un poco más arriba, en los montes pelados y las pistas de tierra, es fácil que durante el verano se superen los 40 grados.
De este entorno, además, es del que parte el viento caliente llamado terral que convierte a la ciudad de Málaga en un horno durante varios días al año, sobre todo en verano. El cauce se convierte así en una realidad paralela más fresca, más sencilla, más natural, más viva. Las flores de las adelfas, el color rojizo del lentisco, la sombra de los algarrobos y el sabor de las moras silvestres impulsan la sensación de paraíso.
Unos buenos escarpines o unas zapatillas que se puedan mojar son el calzado adecuado para un trayecto que atraviesa zonas secas y otras por las que corre el agua a lo largo de este lugar declarado Rincón Singular de la Provincia de Málaga. Hay varios tramos sobre piedras calizas en las que entre la humedad el paso de los senderistas es fácil resbalar. Pequeñas lagartijas de cola turquesa, libélulas negras y mariposas multicolor acompañan el paseo.
También minúsculos peces en el agua clara, donde se ven renacuajos en plena transformación y zapateros que patinan sobre el agua gracias a su pelo hidrófugo. Contemplarlos es pura relajación. Más difícil es ver las salamandras, nutrias, tejones o galápagos que también residen en la zona. El águila calzada sí que se deja ver, de vez en cuando, esbelta, desde el aire.
Durante el camino van apareciendo distintas pozas. La mayoría cubre apenas hasta la rodilla, aunque algunas rondan el metro de profundidad. Una cuerda colgada de un árbol invita a hacer un poco el Tarzán con precaución. No hace falta hacer locuras: aquí basta con sentarse, cerrar los ojos y sentir el placer de dejar correr el agua por los pies. En años más lluviosos el cauce transcurre más alto, lo que favorece la aparición de pequeñas cascadas en el camino. En este 2024 tan seco no están, pero nadando en las charcas cristalinas apenas se las echa de menos.
La vuelta se realiza por el mismo camino, invitando a un último chapuzón antes de retomar la pista. Esta vez en ascenso, dirige hacia la zona de aparcamiento entre bonitas casas rurales y alojamientos turísticos donde, por qué no, pasar el fin de semana (o toda una vida). De la misma zona parte, además, el sendero PR-A 338 que asciende hasta el Camino de la Albuquería durante 12 kilómetros (solo ida). El calor del verano recomienda dejarlo para otra ocasión. Mejor será apostar por otras rutas acuáticas del territorio malagueño, como el río Guadalmina en Benahavís. Y, ojo: el río Chíllar (Nerja) continúa cerrado al paso debido a la masificación. Toca dejarle descansar.
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