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Llueve en el Bosque de Honfría y el viento otoñal ha hecho tambalear las ramas de los árboles que han dejado sobre el suelo un mullido manto de castañas y sus erizos. Las gotas corretean caprichosamente por las hojas, mientras la hiedra forra los troncos de este frondoso bosque de la Sierra de las Quilamas, dentro de la Sierra de Francia.
“No parece que estemos en Salamanca”, cuenta Guillermo Hernández, guía de turismo de naturaleza y educación ambiental de Aquila Naturaleza. “Podríamos estar en cualquier bosque de Galicia. Su orientación norte hace que no reciba mucho calor ni luz, la floración es más tardía y durante el verano siempre está verde. Es un bosque con una personalidad atlántica que le da ese encanto galaico y que ahora en otoño es una belleza”, desvela el salmantino. Junto a él está Laura García, su compañera, que abre el paraguas camino del bosque.
El paseo comienza en el pueblo serrano de Linares de Riofrío, en la comarca de La Calería. Atravesando varios huertos donde antes se cultivaban fresas, el bosque aparece enseguida luciendo sus brillantes ocres, rojizos y amarillos. La lluvia, que parece no dar tregua, o la niebla que tímidamente asoma entre la vegetación aporta aún más magia al lugar. “Para lo bonito que es el bosque, no es muy conocido”, cuenta Guillermo, que junto a Laura diseñaron un sencillo mapa cuando trabajaban en el Aula del Alagón para que la gente pudiera descubrir por sí misma este paraíso.
“Podemos recorrer el bosque en una ruta circular de nueve kilómetros sin apenas desnivel, o ampliar a 15 km si subimos al Pico Cervero (1465 metros)”, comenta el guía, justo antes de detenerse delante de las ruinas de una antigua fábrica de cal construida en la década de los 60 y donde se cocían en hornos las rocas calizas de la sierra para después triturarlas y convertirlas en cal.
“Aquí había una larga tradición de producción de cal que se destinaba, entre otros usos, a blanquear las casas o desinfectar corrales”. Un cartel junto a la fábrica recuerda que en 1572 había censados 11 caleros y todavía en 1959, 15 hornos activos de leña. También explica detalladamente y con dibujos el proceso de la fabricación de cal, imaginándonos el pasado de lo que tenemos ante nosotros.
Pasada la Finca Unfria, una explotación de arándanos y fresas que se puede visitar, el sendero del bosque nos conduce hacia el corazón de este castañar donde los visitantes llenan sus bolsillos de estos pequeños y deliciosos frutos. A pesar de todo, no es su uso principal: "Estos castaños se destinan principalmente para la madera. Ofrecen tableros más flexibles que el roble y si os fijáis, sus troncos crecen más juntos y rectos, no como los castaños del norte que tienen más espacio y crecen retorcidos", apunta Laura.
Pero aquí no sólo hay castaños, también crecen robles rebollos, cerezos silvestres, acebos, avellanos, almendros y helechos. Cada especie es un espectáculo: desde el tronco del viejo castaño de más de 300 años que apareció en la película de El Nido -de Jaime de Armiñán-, a los avellanos que se cobijan bajo la sombra de los robles; o los numerosos helechos que beben de la humedad del bosque a pie de suelo.
Sobrecogen los imponentes cerezos silvestres que se alzan a más de 20 metros de altura -"siendo los más altos de toda la comarca"- y la gran cantidad de acebos que hay a ambos lados del camino. “En Honfría crece el único acebedo de la provincia de Salamanca”, remarca Laura, que señala con el dedo uno de los árboles hembra que lucen sus pequeños frutos rojos, símbolos de la Navidad. “Los machos no tienen”, desvela. En cuanto a fauna, el bosque es refugio de corzos, zorros y jabalíes, sobre todo, además de aves como el arrendajo, el buitre negro o trepador azul.
Durante la ruta hay también varias fuentes naturales, como la de los Quintos -junto al viejo castaño centenario- o la del Chapatal, en el merendero del mismo nombre. Merece la pena llegar hasta el Área Recreativa de la Honfría, cuya entrada custodiada por dos leones de piedra dan paso a un lugar idílico con más merenderos e incluso barbacoas para pasar allí el día. "Muchas familias vienen aquí el Lunes de Aguas a comer hornazo y celebrar la fiesta", anuncia Guillermo. Un entorno que bajo la lluvia se vuelve místico y donde la piedra oscura de los edificios y algunas esculturas de animales de los años 70 -ya algo decrépitas- se integran a la perfección con la frondosa vegetación.
Vuelve la lluvia y se escucha el sonido de las castañas golpeando contra el suelo. Retomamos sin premura el camino de vuelta hacia el pueblo por los pasos andados, regocijándonos bajo el paraguas de una belleza otoñal efímera y reconfortante.
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