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Deslumbrarás a los tuyos con las ovejas negras (francesas) que llegaron de un belén navideño y acabaron frente al Centro de Interpretación del Puente del Perdón. Y si amas las plantas, el Arboreto Giner de los Ríos te hará feliz. Niños, parejas, perros, jubilados… todos cabemos -senda fácil-, siempre que seas respetuoso. Ahí vamos. Por favor, deja el coche aparcado en el pueblo.
En la primera mitad de los años 90 se decidió la adecuación paisajística para hacer de una chopera y de los restos del viejo molino de papel de los cartujos, un bosque de estilo finlandés, aprovechando el lago que había junto al molino. Este fue una magnífica ingeniería industrial de la Edad Media, que hoy se estudia con respeto.
Juan Vielva Juez, el protector y alma del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama durante décadas, ahora Responsable del Centro de Investigación, Seguimiento y Evaluación (CISE), es el culpable de ese proyecto que hoy es un fenómeno de visitas. “A principios de los años 90, creo que 93 o 94, viajé a Finlandia con Europark y, tras ver aquello, pensé en hacer una adecuación de la chopera y el estanque más grande del molino”.
Vielva se refiere a la Finca de los Batanes -el nombre responde a que aquí estaban las máquinas de madera para golpear tejidos-, donde aún se encuentran los restos del que fuera el gran molino de Castilla y cuyos orígenes son anteriores a 1396, fecha en la que los cartujos de El Paular compraron el molino a un residente en Alameda del Valle, un pueblo cercano. Con el papel de este molino se imprimió la edición Príncipe de El Quijote en la calle Atocha, en la imprenta de Juan de la Cuesta, en 1605.
El caso es que el equipo del Parque de Peñalara se entregó. “Cerramos la zona y empezamos a plantar piceas -del tipo de los abetos clásicos de Finlandia- y abedules. La mayoría nos los envió la embajada de Finlandia envasados al vacío. Luego montamos el pequeño embarcadero y la sauna. Lo que no preví es que no estuviéramos preparados para ser más civilizados”, recuerda Juan Vielva.
Porque la casita de chocolate, que es la sauna y el depósito, funcionó durante un tiempo, hasta que el vandalismo aconsejó cerrarla. Las puertas incluso con chapa. Lástima que unos pocos desaprensivos arruinen la belleza que hace feliz a tantos, porque el Bosque Finlandés -poco más de dos kilómetros si bordeas el lago- da para soñar, y mucho.
Entrando por el Puente del Perdón -andando desde Rascafría hasta El Paular, el camino recomendado- y dejando el monasterio a la derecha, os váis a topar ya con la primera sorpresa: unas ovejas negras como el azabache, de pelo largo, preciosas. Llegaron a la localidad desde Francia por un accidente. Un pastor del valle las trajo para el belén del municipio de cada Navidad, pero luego no sabían bien qué hacer con ellas. No son muy productivas, pero llamaban la atención entre los niños por lo poco común que son en la zona. Vielva vio la oportunidad.
“Nos las trajimos a la pradera de aquí. El primer año pensé que no iban a aguantar el frío y la nieve, son ovejas de costa que comen algas también. Así que las trasladamos al sur de Madrid, a Villaviciosa de Odón, para pasar el invierno. A las pocas semanas hubo que poner un cartel porque los niños que iban a verlas y no las creían que las habían matado o llevado para siempre. Anunciamos que solo se habían ido a pasar menos frío. Al año siguiente probamos y una nevada temprano mostró que las ovejas eran capaces hasta de parir en la nieve”, recuerda el responsable.
Y ahí están, se reproducen que da gusto. Ahora, Vielva y Nuria Hijano -consultora ambientalista de Montnature- han llevado visita a las ovejas: unos cachorros de mastín de una asociación que ayuda a los ganaderos para acostumbrarlos a estar con el ganado y protegerlo.
Pasado del Puente del Perdón -del siglo XVIII, que debe su nombre a la historia que nace del medievo, cuando algunos pueblos del valle eran quiñones y tenían libertades como la de administrar justicia-, a la izquierda, está la entrada a la Finca de los Batanes. Estáis a pocos metros ya del Bosque Finlandés.
Pero antes conviene echar un vistazo -con cuidado- al desvío de agua que hay al pie del puente. Son restos de la canalización del poderoso molino de los cartujos del monasterio, una orden que contó con amplió apoyo de la monarquía y tuvo gran poder en el Valle durante la Edad Media y siglos posteriores. Se quedaron con muchas tierras de los vecinos del valle. “El Molino empezaba en la Virgen de la Peña -por encima de El Paular-, donde aún se puede ver el primer estanque, cruzaba el río Lozoya y entraba por diferentes canales de riego, maquinaria y estanques, hasta desembocar en el colegio San Benito y su estanque”, explica Juan.
Por tanto, conviene no perder de vista que, cuando lleguéis al Bosque Finlandés que las gentes de Vielva y su trabajo llevaron hasta Rascafría, estáis atravesando por puentes o canales del molino que hace unos años comenzaron a excavar en los veranos, tras varios siglos sepultados. Una mirada curiosa, intentando imaginar cómo serían los engranajes y el sonido del agua, no está de más.
Los restos, cubiertos de musgo, plantas y el sabor que conceden los siglos, se integran a la perfección con los chopos, abedules -como los que hay desde hace años al pie de la fuente de El Botijo, zona de manantiales y riachuelos- y con las piceas que plantaron procedentes de Finlandia, ya con casi 30 años.
Los abetos en la actualidad tienen un tamaño considerable y “sabemos que Air Finland ha utilizado alguna foto del lago, la casa de la sauna y la torre del Paular nevados como publicidad”, recuerda el ambientalista del Parque de la Sierra de Guadarrama.
Sí es verdad que el embarcadero, la casita y el lago abundan en fotos de novios, bautizos y todo tipo de recuerdos bucólicos de la Sierra Norte de Madrid, también es cierto que los restos del Molino de Papel reciben menos atención, cuando su historia es tan notable.
Como el mejor molino de Castilla en papel que era, además de utilizarse para la impresión Príncipe de El Quijote, “las pruebas de agua de ese papel lo demuestran, también lo han usado grandes pintores y escribanos. Por las marcas de agua se ha visto. En un congreso del papel celebrado en Barcelona y en Rascafría se pudo comprobar, por las filigranas del papel, que esas marcas de agua se corresponden con el papel que se elaboraba en el molino”, relata Vielva.
De hecho, hoy es recomendable prestarle atención como muestra de uno de los complejos industriales más interesantes de la época. También se dice que, dado el tamaño del molino y su industria, es uno de los lugares donde unas cuantas mujeres encontraron su primer empleo, “aunque esto se dice, yo no lo tengo datado, la verdad”, apunta Juan.
Tras pararse unos minutos en el hotel de insectos que hay antes del puentecito al estanque y sacar los selfies y las fotos en el lago -ahora hay patos en abundancia, que no se esconden de la gente; otra novedad del cambio climático-, puedes rodearlo, siguiendo así con el rito que hacían los monjes.
Tras encontrar la señal y cruzar un pequeño puente de madera -ahora jalonado con algunos tejos recién plantados- y salir frente a las sillas de troncos de árbol -mejor, los restos de las sillas- a la sombra de un magnífico abedul, que soporta al menos un par de siglos de historia.
Al fondo, unos bancos y una mesa de granito -recuperadas también de los cartujos- y la Fuente del Botijo, famosa en sus tiempos entre los lugareños y que desgraciadamente se seca ya en verano y otoño. Algo impensable hace sólo dos décadas.
Retomando el camino hacía Rascafría, bajo los chopos a la derecha y los abetos finlandeses a la izquierda, tenéis las canalizaciones más hermosas del molino. Pronto llegaréis hasta el antiguo colegio o albergue de San Benito, de muros encalados de blanco, donde una torre palomar aguanta estoicamente, pese a que todo a su alrededor está derruido. Las filtraciones del antiguo lago destrozaban los cimientos.
La torre se dejó porque, se supone, que pudo ser uno de los últimos restos del citado molino. Cruzando la cancela roja, a lo largo de la pared del colegio, a vuestra izquierda quedan más restos del molino. Cerrad los zarzos o portilla. Los lugareños saben que sois urbanos por la falta de atención a cerrar las portillas, para que no pase -o escape- el ganado.
Desde ahí hasta Rascafría, al barrio último del pueblo -Los Cascajales-, hay un kilómetro escaso. Porque el puente que cruzaba el Lozoya para volver a salir al paseo asfaltado de Rascafría a El Paular fue arrasado hace dos años por el deshielo rápido -un blando- de una nevada de noviembre. Ni se ha reconstruido ni se espera que vaya a ser pronto. Lástima.
Tras unos años cerrado, el Arboreto Giner de los Ríos -enfrente de la entrada al Monasterio de El Paular y un poco antes del Centro de Visitantes Valle del Paular-, donde gentes como el citado Juan Vielva o Nuria Hijano echan el resto desde hace tiempo, ha abierto este otoño. Una noticia espléndida para los amantes de la historia y de las plantas.
Es una hectárea donde se han plantado árboles y arbustos, “y ahora hemos cambiado la cartelería -Nuria se ha encargado del diseño- y estamos esperando que lleguen nuevos árboles de Sudamérica”, explica Juan Vielva, feliz con la reapertura. Lo cierto es que el otoño es una estación de lujo para este lugar.
El arboreto es un homenaje a Francisco Giner de los Ríos, creador y director de la Institución Libre de Enseñanza. Giner, al igual que otros destacados miembros de la ILE, visitaron El Paular desde la segunda mitad del XIX hasta la Guerra Civil -casi todos tuvieron que exiliarse- y se patearon toda la Sierra del Guadarrama. Los guadarramistas. Las mejores páginas sobre el valle y la sierra partieron de las plumas de esa generación, entroncada con la del 27 y, algo menos, con la del 98.
Buen día, buen paseo. Y no cuesta nada respetar las señales, cerrar las puertas, escuchar la brisa entre las hojas y los pájaros y llevaros la basura en vuestros bolsillos. Si no lo haces por los demás, hazlo para cuando vuelvas. Porque volverás.