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La localidad de Busot, a menos de media hora en coche desde Alicante, es una de esas joyas escondidas -apenas 3000 habitantes- que, si no te cuentan dónde están, no las encuentras. De hecho yo, que soy de Valencia y que tengo una casa en el interior de Alicante, no conocía la zona. Fui allí porque nuestro amigo Robert, un apasionado de las cuevas de todo el mundo, nos animó a descubrir las de Canalobre, un auténtico tesoro subterráneo incomprensiblemente desconocido, en Busot, precisamente.
Valencia está a unas dos horas y, desde allí, partimos. Una vez en Busot visitamos el pueblo, paseamos, comimos dulces típicos de un horno antiquísimo y, por supuesto, rematamos la tarde en las cuevas. Después nos marchamos a la playa más cercana, la de El Campello, que está a siete kilómetros y dormimos en un pequeño hotel al borde del mar. Fuimos con cuatro niñas y afirmo que es un lugar perfecto para viajar con los pequeños. Este es el relato del viaje: Busot en cuatro verbos.
Es lo mejor. Es un pueblito de calles empedradas, con macetas floridas en las paredes, cuidado, bonito de verdad y tranquilo. El recorrido que proponemos empieza en el castillo, que es una fortaleza musulmana del siglo XII, y se adentra después por las callejuelas intrincadas. Recomiendo el paseo a principios de verano, cuando aún no aprieta el calor. Hay rincones curiosos de ver, casas bonitas, vistas a las que asomarse y plazas recoletas, como la del Ayuntamiento. El coche lo dejamos en las afueras -estamos a 20 kilómetros de Alicante y a 180 de Valencia, más o menos-, lo usaremos después para llegar a las cuevas.
Durante el paseo paramos en el horno más antiguo que habíamos pisado nunca, toda una institución en la zona. Se llama ‘Forn El Collaet’ y lleva en pie desde 1914. Varias generaciones han comprado los productos de su obrador. Nosotros cargamos con todo tipo de dulces. Y si nos tenemos que quedar con uno, por lo desconocido en el resto de España, nos quedamos con los rollitos de anís, que llevan más de 100 años elaborando de manera artesanal. Hace 40 años el obrador pasó a manos de Mari Carmen y Juan Vicente, los padres de los propietarios actuales, Juan Miguel y David. Otra de las especialidades de la casa es la coca de almendra, que se hace como la coca de llanda de toda la vida, como la que hacían los primeros propietarios.
En Busot hay, cómo no, gastronomía tradicional. La olleta, por ejemplo. Nos recomendaron la de ‘Ca Tono’, uno de los escasos restaurantes del pueblo. Pero como la olleta, que se hace con alubias, manitas de cerdo, verduras de todo tipo y arroz, es un plato de invierno, decidimos dejarlo para otra ocasión.
Busot tiene incluso una sierra, la del Cabeçó d’Or, una de las más elevadas de Alicante, perfecta para senderistas, alpinistas e incluso ciclistas de montaña. Llega hasta las cuevas, como veremos después. Desde lo alto hay una vista de 360 grados con el mar en el horizonte. El pico está rematado con una casita de metal donde todo el mundo puede dejar un recuerdo. Hay distintos tipos de rutas para recorrerla desde distintos puntos y de diferentes maneras aunque, según los expertos, es una ruta de dificultad media con tramos delicados. Es circular, de unos 11,5 kilómetros.
Nuestro guía, Robert la ha pateado varias veces, porque además de su vertiente de espeleólogo es un gran caminante: siempre lleva a los amigos que lo visitan en su casa de Aigües de Busot, un pueblo pegado a la sierra, famoso por un antiguo balneario hoy en desuso. Una lástima por cierto, porque el edificio es hermoso incluso en decadencia.
Hay que ir a la ladera de Cabeçó d’Or, subir hasta los 700 metros de altitud, observar el paisaje y meterse en las cuevas del Canalobre, la razón principal que nos ha traído hasta aquí desde Valencia. Como dato señalamos que hay un aparcamiento, para que todo resulte sencillo. En esta gruta espectacular abierta al turismo hay visitas guiadas, que duran poco menos de una hora, y visitas en las que puedes ir por libre. Nosotros, como íbamos con el experto, entramos solos, pero recomiendo la guiada para disfrutarla más: los guías detallan la formación de las cuevas, su historia y sus anécdotas, como la de que fue lugar de reparación de aviones durante la Guerra Civil española.
En la entrada ya nos quedamos pasmados: las cuevas tienen una bóveda de 70 metros de altura, una de las más altas de España y la vista al mirar arriba es espectacular. Nos explica Robert que son antiguas de verdad -del periodo Jurásico ni más ni menos, hace 145 millones de años- y que los lugareños la llaman la catedral más antigua del mundo precisamente por eso, además de por su altura.
La visita es un placer para la vista: miras arriba y las formaciones pétreas, variadas y curiosas, te impresionan. “Son un conjunto de espeleotemas: estalactitas, estalagmitas, columnas, medusas...”, les explica Robert a las niñas mientras les muestra una por una cómo se llaman, cómo se formaron, etcétera. Y en el centro: una columna rocosa de 25 metros de alto. “Se supone que la descubrieron los árabes, sobre el siglo X, pero hasta la mitad del siglo pasado no se abrió al público. Es una de las más completas que tenemos”.
Otra de las cosas más sorprendentes son las luces, de colores cambiantes, que se observan dentro de las cuevas. Y la temperatura, que es casi permanente con unos 18 grados, algo que se agradece tanto en verano, para resguardarse del calor de fuera, como del invierno. El universo dentro de la gruta es fresco, húmedo, extraño, con ese punto de misterio que atesoran las cuevas, ese patrimonio natural geológico en todas partes.
En el interior de las cuevas se celebran conciertos de orquesta porque tienen una acústica perfecta. En momentos sin COVID se programan actuaciones de música étnica que nos cuentan que son mágicas. Y más: al margen de esas visitas guiadas -en varios idiomas- a la zona acotada como visitable, si tienes alma de espeleólogo puedes apuntarte a una excursión más ambiciosa al interior más profundo de la gruta.
Todo está bien armado y organizado para no correr riesgos durante la aventura. A las cuevas acuden muchos deportistas de pro porque ya la ladera de acceso es una golosina para los alpinistas. Así que si hay alma aventurera el remate de la espeleología es perfecto.
Una vez fuera de las cuevas queda la puntilla: las vistas al valle, esplendorosas y la visita al Museo de Música Étnica en el centro del casco antiguo. El contenido es inesperado, es pequeñito e insólito, con cientos de instrumentos musicales peculiares llegados de los cinco continentes. Insisto, es perfecto para acudir con niños. Seguimos el viaje. Busot está al lado del mar, así que hacia allí nos regresamos.
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