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Un camino de ronda bordea el litoral serpenteante de L'Ametlla de Mar. Es el GR-92, en el Baix Ebre (el Bajo Ebro), el llamado Sendero del Mediterráneo. Una ruta cómoda para hacer en familia, en pareja o en solitario, cuando la mente y el cuerpo piden un respiro. En los días en los que aprieta el termómetro, sus coquetas calas invitan a darse un chapuzón antes de proseguir la marcha.
“A L'Ametlla de Mar se le conoce como La Cala, porque sus primeros habitantes se establecieron en una cala situada hoy en día en el centro turístico del municipio. Si te gusta la naturaleza, contamos con las calas vírgenes. Si buscas playas dotadas de servicios y adaptabilidad, contamos con nuestras playas de bandera azul”. Es Eva García Brull, Técnico del Área de Turismo, Comercio y Civismo de L'Ametlla de Mar.
Este pueblo marinero de la Costa Dorada obtuvo su primera bandera azul en 1996, con una de las calas que hoy ostentan esta categoría. Veinte años después, La Cala es uno de los municipios que han contribuido a que Tarragona sea la provincia con mayor número de toda Cataluña. “El pueblo comenzó a tener banderas azules con Cala Calafató, a 7 kilómetros del pueblo. Es una de esas calas que llevan sorprendiendo al viajero desde entonces”.
La visita lo confirma: delicada arena bajo los pies rodeada de acantilados, y nutrida de pino carrasco y vegetación mediterránea. El agua, entre un azul que habla de veranos eternos y lo cristalino, apta, según detallan en la Oficina de Turismo, para hacer snorkel, buceo con botella, darse un chapuzón desde los pequeños salientes o echar una siesta a la sombra del pinar.
Calafató es un rincón casi virgen en filosofía, pero con las facilidades básicas para que sea apta para familias: tiene parking, acceso con escalinata, duchas y puesto de socorrista en verano. Y el chiringuito, para ese momento en el que el salitre y el calor piden a gritos una cerveza bien fría.
Menos de dos minutos en coche separan Calafató de Cala Sant Jordi, una de las más largas del litoral de L'Ametlla de Mar y con más tesoros naturales en su orografía. No es solo su gama de Pantones en azul lo que atrae a las familias de todos los rincones hasta aquí. En Sant Jordi, los juegos de la naturaleza han esculpido dunas entre pinares, suelos a los que prestar atención por sus caprichosas raíces o a sus plantas endémicas, que acompañan al pinar a lo largo del sendero.
“Estamos en una de las calas más cómodas para visitar con niños, no solo por los servicios que ofrece (chiringuito, duchas y socorrista). También porque este es un lugar con mucha historia, ya que nos encontramos a los pies del Castillo de Sant Jordi, una construcción templaria que nos remonta a los siglos XII y XIII”, cuenta Eva.
El Delta, como se le conoce a estas tierras por estar casi a las puertas del Parque Natural del Delta del Ebro, guarda en su paisaje recuerdos vivos de antiguos piratas y guerras submarinas. Estas playas del Golfo de Sant Jordi donde hoy disfrutan las familias viajeras, fueron escenario de combates navales entre submarinos alemanes y mercantes de países combatientes durante la Primera Guerra Mundial.
Hoy, de esa historia quedan placas conmemorativas a lo largo del GR-92, en un paisaje que representa todo el slow life de la Costa Dorada. Tranquilidad, producto de temporada y calas infinitas. Para que el viajero se sitúe: al norte de L'Ametlla esperan las calas con bandera azul. Al sur, las verdes, categoría que concede Ecologistas en Acción por su calidad medioambiental y preservar el estado natural de la costa, gracias a la poca o nula intervención humana.
En esa ruta hacia el sur, parada de selfie indiscutible es la Cala de L'Estany. Sólo 10 minutos por carretera la separan de Sant Jordi. “Esta cala es uno de los lugares preferidos de los vecinos del pueblo, un punto de encuentro lleno de ambiente a la hora del aperitivo o al caer la tarde”.
L'Estany tiene doble flow: por un lado, su playa de guijarros y arena; por otro, el puerto natural que puede bordearse a pie e incluso, los más atrevidos, cruzarlo saltando las rocas que conectan ambas riberas.
El núcleo de reunión en L'Estany es el chiringuito de 'La Subhasta', una caseta en maderas azules y mimbre donde el castellano y el catalán se funden con el acento francés de muchos turistas del otro lado de la frontera. Los arroces del Delta protagonizan las fotos de locales y recién llegados en un lugar que en su día también fue propiedad del espacio gastronómico homónimo, en el centro del pueblo de L'Ametlla.
Merece la pena hacer un alto y volver al pueblo para disfrutar de este espacio gastronómico. Munia Koutabli forma parte del personal que se mueve bajo engranajes perfectos entre el bullicio de este local de paredes de pizarra y barra de madera. Una copa de cava Parxet Brut Reserva, un coupage de Macabeo, Xarel.lo y Parellada (la uva blanca principal del Penedés) acompaña las famosas bravas que salen de forma continua de la cocina del 'Restaurante La Subhasta' (Carrer Sant Joan, 3).
En paralelo aparece su ensalada de tomates del terreno, como lo llaman aquí, con cebolla y aceitunas de Aragón, y su cazoleta de anguila con base de fumet. “El caldo o suquet lo preparamos cada mañana a partir de las cabezas de pescado fresco del día. Lleva muy poquitas especias, solo pimentón dulce y un majado básico a partir de aceite de oliva virgen extra, ajo y perejil”.
'La Subhasta', como las calas de L'Ametlla, respira honestidad y cero pretensiones. Ocurre en ese paisaje que se emplata en las mesas altas de dentro y en las que inundan la calle. Todas ellas llenas de aromas a mar, con platos como sus cigalas salteadas. Notas aromáticas que acercan hasta el empedrado del pueblo las verduras del Delta del Ebro, preparadas en tempura, y su arroz con ortigas y navajas.
Sigue la ruta. Vuelta a las calas camino del sur de L'Ametlla. Punto de partida: el puerto natural de L'Estany, un lugar donde también habita la Posidonia, ese prado submarino que nutre el Mediterráneo y que certifica la calidad del agua del mar. En solo diez minutos se llega a L'Illot, una pequeña cala de arena conectada a pie a un islote, la famosa Roca de L'Illot. “Su encanto reside en que, dependiendo del nivel del mar, se puede acceder o no a la roca, así que, en función del momento, esta puede ser un pequeño islote o una pequeña península”.
A L'Illot se accede caminando, por lo que admirar esta postal hecha realidad tiene doble valor. Recomendación: outfit de mochilero, también apto para los pequeños de la casa. Cantimplora y botas para el camino y sandalias y escarpines dentro, que los cantos y las raíces de los pinos acompañan hasta el acceso a la playa. Eso sí, una vez allí y si no se han adelantado otros caminantes, el esfuerzo habrá merecido la pena. Dos playas, una de rocas y otra de arena harán de este lugar uno de esos momentos para meter en la maleta de los veranos infinitos.
Y así, con la puesta de Sol guardada en la memoria natural y digital, el regreso al camino de ronda se llena de aromas a pino y a esa sintonía de las olas irrumpiendo en el paisaje. Hoy el viajero ha sustituido a aquellos pescadores que conectaron los pueblos del Mediterráneo a través de estas rutas mágicas. De antiguas vías de extraperlo a formar parte del ocio y el disfrute del viajero del siglo XXI.
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