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Las temperaturas de los pinares que crecen en los Montes de Valsaín reconfortan a los peregrinos en su descenso del puerto de Somosierra, el con razón apodado Everest de los Caminos de Santiago, pues el puerto de montaña, con 1.792 metros, es el más alto de todas las rutas jacobeas.
Abundan en estos pinares fuentes y descansaderos donde es imposible no echar un trago y reposar los esfuerzos de la ruta. Entre los mil y un caminos que llevan a La Granja, hay uno que destaca sobre los demás. Es el de las Pesquerías Reales, el enlosado paseo que recorre la orilla del río Eresma y que fue construido para que Carlos III pudiese practicar la pesca, uno de sus deportes favoritos.
Se erigió entre 1767 y 1769 por cientos de canteros que enlosaron nueve kilómetros de orillas. Por este singular camino se entra a La Granja y, por el mismo, se puede salir para tomar el rumbo a Segovia. La parada en La Granja de San Ildefonso hace olvidar los esfuerzos. Sobre todo al pasear por sus cuidados jardines, cuyo arbolado de frondosas se apresta a vestir los colores de la estación otoñal.
La tirada desde la localidad situada al pie de sierra hasta la capital segoviana no tiene demasiada historia. Quedan atrás los pinares y una breve franja de robledales da paso a un territorio despejado en el que abunda el ganado. El paso bajo el trazado del tren de alta velocidad es preámbulo de la entrada en la ciudad, al lado de los primeros arcos del acueducto, tímidos en su altura en este comienzo de su espectacular trazado urbano.
El acueducto más famoso del mundo da para mucho. Durante los últimos tiempos es lugar de cita obligada para selfies de todo tipo. Cumplen con el rito de manera especial los turistas extranjeros, que gastan un único día en la ciudad. Pocos son peregrinos; los que recorren el ramal madrileño son exclusivamente nacionales. Son visitantes de unas pocas horas, entre los que destacan los de nacionalidad china, que se retratan, admirados, bajo este monumento que mandó erigir el emperador Trajano a finales del siglo II. Más se sorprenden cuando el guía de turno les señala que el acueducto surtió de aguas a la ciudad hasta 1973, ayer casi.
Capital madrileña aparte, Segovia es con mucho el punto más fuerte de este ramal del Camino de Santiago. Los atractivos de la villa castellana, Patrimonio de la Humanidad de la Unesco desde 1985, dan para mucho. Para el peregrino supone el final de la primera parte de la ruta y el punto de partida para el final de la misma.
Las primeras etapas fueron entretenidas por la variedad paisajística y amables en su popularidad; no faltó un tramo en el que los caminantes dejaran de verse acompañados. Ciclistas, excursionistas y paseantes abundan en todas las pistas y caminos de la travesía de la región y la sierra madrileñas. Están tan marcadas las partes de este ramal de la Vía Láctea que los peregrinos que no pueden o quieren hacerlo del tirón, lo dividen en varios viajes: el primero de Madrid a Segovia y, la segunda y tercera parte, a recorrer las provincias de Segovia y Valladolid respectivamente.
A partir de Segovia quedan olvidados los esfuerzos de la tirada previa, en la que hubo que cruzar el Guadarrama por el punto más alto de todos los Caminos de Santiago que hay en España. Aunque haya que remontar algún que otro cerro, el itinerario es bastante plano. Aúna, sin embargo, dos circunstancias que no deben pasarse por alto: la severidad del paisaje castellano y la absoluta soledad que se vive en sus caminos. La ciudad es, por tanto, obligada parada y fonda donde tomar fuerzas para lo que sigue. No es mal lugar para hacerlo. La concentración de monumentos, la armonía de su casco antiguo y lo rotundo de su gastronomía dan para mucho más que el día escaso que gastan la mayoría de los que la visitan.
Para aprovechar el tiempo y también por cumplir con el obligado precepto del peregrinaje, el caminante a Santiago se echa a la calle con las primeras luces de la mañana. A esas horas el entorno del acueducto está desierto, algo que se agradece. A sus pies, la imagen de Luperca amamantando a Rómulo y Remo recuerda la hermandad de Segovia y Roma.
Cuesta de San Juan arriba, enseguida se alcanza otra imagen mucho más controvertida. Se trata de un pequeño diablo, que sentado en la balaustrada de la calle se tira un selfie con la estructura como fondo. El Diablillo, que así se llama la escultura, es la representación del que, según la leyenda levantó, el acueducto segoviano en una noche. Instalada en 2019, pronto recibió las críticas de algunos vecinos que señalaban que la figura es un ataque al sentimiento cristiano.
El conflicto, que acabó en los tribunales, parece superado y El Diablillo es hoy punto obligado de los turistas para echarse un retrato. Se trata, sin duda, de uno de los selfies más populares de España. Cumplido el rito, la plaza Mayor segoviana es la siguiente parada. El trazado del Camino recorre de principio a fin la Calle Real, que lleva del acueducto al Alcázar. Antes, pasa al pie de la Casa de los Picos y por la llamada plaza de Las Sirenas, en alusión a las dos esfinges que flanquean el monumento al comunero Juan Bravo. A su lado la iglesia de San Martín, que estos meses vive las últimas fases de su restauración.
En todas partes florece una constelación de restaurantes, figones, casas de comidas, cafeterías, bares y pastelerías con la apabullante oferta de gastronomía local, en la que destacan los judiones de La Granja, el cochinillo y el cordero asado, y las mil y una clase de embutidos, todos acompañados de buen pan candeal, vino castellano y ponche segoviano. Menú tan irresistible como capaz de arruinar el empuje de cualquier peregrino que se precie, al menos durante unas cuantas horas después de su degustación.
La Plaza Mayor, a los pies de la esbelta catedral, ofrece sus soportales como lugar idóneo para la digestión y un sombreado descanso. En el lateral, otra escultura imprescindible de la ciudad: Antonio Machado. El poeta vivió aquí un tiempo y su casa se conserva algo más adelante, rumbo al Alcázar. Abundan las adocenadas tiendas de recuerdos turísticos en las que se encuentran idénticas armaduras a las que venden en Toledo y cacharrería de barro y cestería, que no difiere de las que se encuentran en León, Cáceres o Albacete.
El mirador, situado junto a los jardines del Alcázar, es el mejor lugar para descubrir los campos segovianos por los que transita la ruta jacobea. Abajo, en la hoz del Eresma, el Monasterio de Santa María del Parral, el Museo Real Casa de la Moneda de Segovia y la iglesia de la Vera Cruz. De camino a ella se desciende hasta la hoz labrada por el río segoviano. Se sale de la ciudad por la Puerta de Santiago, pero antes de hacerlo es obligada una parada.
En el torreón que se alza sobre la puerta se encuentra el Museo Francisco Peralta. Este maestro escultor y artesano, está considerado el mejor marionetista de España. En el interior de la restaurada torre se muestra lo más granado de su producción. Un conjunto de 38 piezas de excelente y delicada factura, que representan figuras del romancero popular castellano, cuentos infantiles, obras de la literatura clásica y musicales.
Fallecido en 2018, Peralta fue el precursor del Festival Internacional de Títeres Titirimundi y hasta este museo llegan estudiosos de los títeres de todas partes del mundo. Ver su excepcional trabajo es entender que el museo es uno de los tesoros más desconocidos de Segovia. Tras verlo, el Camino de Santiago abandona Segovia por la puerta del Apóstol.
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