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Cuando haces el Camino Marítimo de Santiago, hay que procurar entrar en Padrón cuando sea domingo. Desde Pontecesures se accede a la localidad por el Souto. En vez de los coches habituales del resto de la semana, la amplia explanada situada frente al Mercado de Abastos acoge este día uno de los mercados semanales más populares de Galicia.
Sumergirse entre los puestos de la feria ambulante distrae de las tribulaciones de la caminata y es buen lugar para reponer fuerzas y provisiones. Junto a los puestos suspiran las ollas, parrillas y sartenes de varios chiringuitos cuyas cartas se condecoran con opciones tan irresistibles como pulpo a feira, empanada de berberechos, raxo, jamón asado y carne ao caldeiro.
Son las diez de la mañana y, a la puerta de uno de ellos, Toño Doce hace rato que corta pulpo entre calderos humeantes y pilas de platos de madera. Sin dejar las tijeras, se lamenta este gallego que junto con sus hermanos, Lito y Sol, regenta la pulpería 'Mambis' (Rúa do Campo, 16. Porto de Arriba), referencia de la gastronomía popular de la zona: “Lo hemos pasado muy mal con la pandemia y, sí, poco a poco se está animando la cosa; pero aún nos queda para volver a lo de antes”.
Hasta hace poco tiempo, la mayoría de los vendedores del mercado semanal de Padrón eran paisanos locales. Campesinos que bajaban de los pueblos del entorno a ofrecer los productos que ellos cultivaban en sus huertas. El mercado fue creciendo y hoy dominan los puestos de ropa, los que venden artículos domésticos, juguetes y recuerdos para turistas, y tenderos ambulantes de frutas y verduras. Entre ellos sobrevive un puñado de pequeños productores locales. Son gallegos, pero su resistencia les hace parecerse a los galos de Astérix. Rodeados por un ejército de vendedores de todo, ofrecen sus imbatibles productos de cercanía. Entre ellos destacan las pementeiras, imperecederas vendedoras del producto más apreciado del lugar, tanto, que es uno de los más reconocidos en Galicia entera: los pimientos de Padrón.
Desterradas del murete de este Souto, junto a la estatua que las inmortaliza, donde los vendían todos los días, ahora solo pueden hacerlo en esta feria semanal. Dorinda es una de ellas. Institución de la villa padronesa, los vende en un puesto que comparte con otras hortelanas frente a la puerta del Mercado de Abastos. Con 80 años bien cumplidos, lleva más de medio siglo vendiéndolos. “Los dicen pimientos de Padrón, pero se llaman de Herbón, que es de donde son y, además, es mi pueblo. Allí los cultivo”, explica con orgullo al tiempo que llena bolsa tras bolsa con la afamada hortaliza para Xosé. Regenta éste un cercano restaurante donde hoy se liquidarán más de 30 kilos de la hortaliza. “Dorinda no falla nunca, sus pimientos están buenos siempre. Nunca dejé de comprárselos”, asegura.
Vecino a la huerta de Dorinda, el convento franciscano de San Antonio de Herbón acoge uno de los más apreciados hospitales de peregrinos de los Caminos de Santiago. Su iglesia abre sus puertas en la hondonada por la que también tiene su entrada el claustro monumental y mana una fuente consagrada a este santo.
“Puede visitarse la iglesia, pero el albergue está cerrado por obras y también por las medidas contra la pandemia”, cuenta con pesadumbre el hermano José. Hasta que concluyan, los caminantes que marchan a Santiago deben alojarse en el albergue de Padrón. Merece la pena acercarse al apartado Herbón, al que la ausencia de peregrinos ha sumergido en una calma medieval. Un ambiente que también reside en Rois, otra de las aldeas del entorno padronés, en la que el pazo de Faramello brinda la visita a su aire barroco regada con un albariño, previa reserva vía internet.
Es tanto lo que alberga Padrón, cuna absoluta del Xacobeo, que la parada resulta imprescindible. “Aunque sería extenuante, este Camino Marítimo podría hacerse en una única jornada, pero esto no es una competición, el recorrido hay que hacerlo con calma, conociendo los lugares que se visitan, no solo pasando por ellos”, señala, en su mensaje que vale para todos los Caminos, Javier Sánchez Agustino, actual director de la Fundación Ruta Xacobea do mar de Arousa, entidad que tutela la ruta.
El Espolón es paso obligado del Camino Marítimo. Situado en la orilla del río Sar, este paseo sombreado por robustos plátanos conduce al lugar más importante de Padrón: la iglesia de Santiago. En cada una de las puntas del paseo se alzan sendos monumentos que recuerdan a los dos hijos más distinguidos de la villa: Rosalía de Castro y Camilo José Cela.
En el norte, delante de la iglesia de Santiago, se alza el monumento a la poetisa. Aunque nació en Santiago, vivió gran parte de su vida en Padrón. La estatua gasta aires románticos y en su base no falta un ramo de flores. Hija predilecta de la villa, los padroneses consideran a Rosalía como algo muy suyo. Se ha trazado una ruta rosaliana y todos los veranos se celebra en su honor una romería marítimo-fluvial de dornas y otras embarcaciones venidas de diferentes rías gallegas, que remontan el Sar hasta su monumento.
En la punta contraria, dando la espalda al Mercado de Abastos, sienta sus reales Camilo José Cela. El premio Nobel nació en la vecina Iría Flavia, perteneciente al concello de Padrón. Le recuerda este monumento, colocado en 2004, que luce a sus pies dos enormes pelotas de piedra que le dan un aire ciertamente bizarro.
Epicentro jacobeo de Padrón, la iglesia de Santiago acoge uno de los símbolos por excelencia del hijo del Zebedeo. En un nicho bajo el altar mayor se conserva el Pedrón, la antigua ara romana dedicada a Neptuno, dios de las aguas, a la que los discípulos Atanasio y Teodoro amarraron la barca de piedra con el cuerpo del Apóstol. “La pandemia y el confinamiento redujo el paso de peregrinos por completo, pero desde que se aliviaron las medidas en junio se están animando”, cuenta Roberto Martínez, arcipreste de Iría Flavia y párroco de la iglesia de Santiago, al tiempo que deja paso a tres peregrinos que entran en el templo.
Son Markus, Antón y Herman, alemanes que hacen el Camino Portugués, coincidente en Padrón con el Camino Marítimo. Se aproximan a la cabecera del templo y se arrodillan ante el Pedrón. Antes de que se levanten llegan otros dos peregrinos, Manolo y José, dos vigueses que han aprovechado el fin de semana para hacer la ruta marítima. Esperan a que se levanten los otros peregrinos -covid obliga- y, cuando se marchan, sin dudarlo se aproximan al Pedrón al que desde la distancia le arrojan unas monedas. “Seguro, tendremos suerte” dicen, y continúan su andadura.
Este ritual sincrético y monetario busca un fin. Lo explica la sacristana del templo, Rosa Blanco, mientras estampa el sello de la parroquia en la Compostela de una pareja de peregrinos portugueses: “Dice la tradición que si pides un deseo al tiempo que echas una moneda al Pedrón y esta se queda encima, se cumplirá tu deseo. Si la moneda se cae al suelo... pues también se cumplirá, solo que tarda un poco más”, asegura con malicia. Contentos y esperanzados al cumplir con el rito, queda tiempo para ver el púlpito de granito labrado en una sola piedra, la potente estatua de Santiago Matamoros sobre su blanco caballo, protegida dentro de una urna, y los cuadros de aire naíf de la Traslatio y la conversión de la reina Lupa.
Desde la iglesia solo hay que cruzar el puente sobre el Sar para darse de bruces con una de las fuentes más historiadas de Galicia, la del Carmen. En realidad fuente-pozo, el bajo relieve de su frontispicio muestra la Traslatio. Encima, dentro de una hornacina, Santiago bautiza a una convertida reina Lupa, arrodillada ante el Apóstol. La tradición asegura que aquella reina Loba gobernaba las tierras entre los ríos Sar y Sarela, paso obligado a Finisterre, donde los discípulos de Santiago querían esconder su cuerpo. Después de poner toda clase de dificultades para su paso, fueron milagrosamente sorteadas por los guardianes del cuerpo, por lo que decidió convertirse al cristianismo.
El recuerdo de la leyenda anima a enfrentarse a lo que viene: la subida a Santiaguiño del Monte. Escalera de 132 escalones labrados en granito, enseguida deja abajo el Convento del Carmen, en cuyo costado se localiza el albergue de peregrinos de Padrón. Esta área recreativa, situada en el monte de San Gregorio, acoge un delicioso entorno íntimamente ligado al Hijo del Trueno. En su centro se alza un conjunto rocoso rematado por un crucero, en cuya base está la imagen del Apóstol. Aquí es donde la tradición asegura se refugiaba el discípulo de Jesús cuando estuvo en España para predicar la fe cristiana, en un viaje anterior a su martirio. Aquí fue donde hizo el milagro de hacer brotar agua entre las piedras con un golpe de su bastón.
La ermita de Santiaguiño está unos metros más abajo del roquedo. El día de Santiago es destino de una romería y donde se celebra la Misa del Peregrino, seguidas de festejos tradicionales y una irrenunciable comida popular repleta de especialidades gallegas. Rumbo a la casa de Rosalía de Castro hay que pasar por otro lugar de naturaleza sobresaliente: el Jardín Botánico de Padrón. Las reducidas dimensiones de este espacio verde no impiden que tras sus verjas se concentre una impensable comunidad vegetal. Declarado Bien de Interés Cultural, es uno de los primeros jardines botánicos de España.
Su catálogo incluye ejemplares tan destacados como un par de gigantescas secuoyas, la tumultuosa palmera de Senegal y una inquietante corona de Cristo. A su lado, rincones tan apetecibles como el Banco de los Enamorados y el que rodea la escultura de Macías O Namorado, el tercer escritor universal nacido en la villa padronesa.
Junto a la estación de ferrocarril de Padrón, en la aldea de A Matanza, se conserva la casa donde residió Rosalía de Castro. Convertida en museo, es sede de la fundación que lleva el nombre de la escritora. En su interior se conservan algunas salas tal y como estaban cuando vivía en ellas esta escritora, que también destacó por su feminismo.
El jardín de la casa donde vivió la autora de Follas Novas es excelente preámbulo y final de la visita. Alberga ejemplares tan exóticos como el monumental ceibo, un gran laurel, la higuera de Rosalía, incluida en el Catálogo de Árboles Singulares de Galicia, y una variedad de camelia igualmente llamada de Rosalía. Entre todos los rincones del jardín, destaca el cenador bajo el emparrado frente a la entrada a la casa. En sus bancos de piedra todavía se aposenta el espíritu romántico que animó a la mejor poetisa española.
La cercana Iría Flavia acogió en su cementerio los restos de Rosalía de Castro. No duraron aquí mucho tiempo. Seis años después de su muerte -en 1891- fueron trasladados al Panteón de Gallegos Ilustres, en Santiago de Compostela, donde permanecen. Junto a la lápida que recuerda el lugar donde reposó la poetisa, Olalla, vecina de Iría, se lamenta mientras adecenta la tumba familiar: “Los de Santiago se lo llevan todo: se llevaron al Apóstol, se llevaron a Rosalía...”.
El cementerio de Adina, que así se llama, está situado al costado de la iglesia de Santa María la Mayor y frente a la Fundación Camilo José Cela. Cerrada por medidas anticoronavirus, los peregrinos pasan de largo ante el robusto edificio que la alberga. Prefieren hacer un alto en el bucólico camposanto, en el que destaca un conjunto de sarcófagos antropomórficos. La mayoría de las visitas no repara en el importante vestigio, sino que se afanan en buscar entre las tumbas hasta que se detienen en el último rincón del cementerio. Allí tiran fotos a una lápida colocada bajo un gran olivo. No llama la atención excepto por su aspecto severo y su posición desalineada: es la tumba de Camilo José Cela.
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