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Los kilómetros pasan y apenas se escucha ningún "¡Buen Camino!" entre esas sendas eternas donde se palpa el silencio. El coronavirus ha enmudecido la clásica consigna que unifica a peregrinos con motivaciones dispares pero con Santiago de Compostela como objetivo. La distancia social resulta insultantemente fácil de conservar, pues la pandemia ha vaciado unas extensas rutas que normalmente contarían con cientos de personas armadas con botas, mochila y paciencia contra pájaras y ampollas. El 2020 ha traído unas acompañantes inauditas en el petate: mascarillas y medidas sanitarias que han revolucionado los diezmados albergues. El virus lo contamina todo. Unas 350.000 personas se atrevieron con el Camino en 2019. La Oficina del Peregrino apenas anotó 55.000 en 2020. El 2021, Año Santo, así como las vacunaciones, recuperarán el atractivo del recorrido sagrado.
El recorrido de 500 kilómetros en bicicleta que separa Valladolid de la tumba del apóstol comienza desértico. Este tramo del conocido como Camino de Madrid conecta con la meseta norte y el oeste peninsular a quien acude desde el sur y pasa por la capital. No hay nadie en esos páramos amarillos, con trazados de tierra que surcan campos de cereal donde algunos cazadores buscan perdices. Reina el adobe en los pueblos. Parece que se pedalea sobre páginas de Miguel Delibes. Los engañosos desniveles de la meseta y sus falsos llanos entre páramos y lomas van cargando las piernas, todavía frescas, pero esforzadas al acometer estos casi 90 kilómetros de etapa inicial. Tampoco queda rastro de peregrinos en Medina de Rioseco (Valladolid), con cotizadas iglesias en lo artístico y en lo funcional: sellar la credencial que certifica la ruta jacobea. Los bares de los soportales o mesones como 'La Rúa' (San Juan, 25, Bajo) permiten refrescar y alimentar al peregrino con recetas castellanas tradicionales.
Alcanzar León añade otros 85 kilómetros a la travesía, un inicio exigente en el que ya van apareciendo mayores elevaciones que hay que atacar con constancia y agua en el bidón. La catedral de León sirve como destino y a la vez punto de salida para algunos caminantes que aparecen con cuentagotas. Alberto García y Katarina Novosel toman un temprano café en Valverde de la Virgen, a 12 kilómetros, con unas formidables tostas de tomate y jamón. Este es el segundo Camino consecutivo para él, que confirma que no hay "casi nadie". Ella, croata, anuncia que su estímulo era "estar casi sola". De momento le han perjudicado más unas chinches que la covid-19, bromea, y apunta que solo ampliaron el grupo por casualidad durante unos tramos. La comitiva pronto se disolvió: unos italianos tuvieron que apurarse para poder llegar cuanto antes a su país. La amenaza de cuarentena acecha.
Hasta la Asociación de federaciones de amigos del Camino de Santiago pidió cautela. Su presidente, Luis Gutiérrez, recalcaba mensajes como "El Camino puede esperar" o "Peregrino, no es el momento". El primer confinamiento obligó a que los viajeros regresaran a sus casas; a los extranjeros les facilitaron contactar con sus embajadas. La reducción de peregrinos queda patente al comprobar números. León recibió 70.000 de estas visitas en 2019 y este verano apenas alcanzó los 1.000, que avanzan hacia el oeste con las piernas ya cargadas.
Los 50 kilómetros hasta Astorga suponen una pequeña tregua a las largas marchas de los días previos. La comitiva surca fundamentalmente los páramos en los que empieza a cambiar el paisaje y donde unas importantes subidas exprimen los músculos, que ya empiezan a resentirse. Solo un inesperado oasis alivia el sufrimiento de los desniveles.
Unos jóvenes que viven al margen del mundo ofrecen los sabrosos frutos de su huerta y refrigerio. Piden discreción para evitar visitas no deseadas a este lugar que cobija a un suizo y a una alemana que llegó desde otra comunidad alternativa en Galicia, donde varias jornadas después sus excompañeros también brindarán sustento al peregrino. Javier Rodríguez y Ana Fernández, una pareja ciclista procedente de Roncesvalles, disfrutan del generoso convite. Su intuición falló: pensaron que muchos españoles elegirían el Camino en busca de soledad y seguridad. "Es una lástima para la hostelería", reflexionan antes de retornar al sillín.
La revista especializada Peregrino estima un gasto medio de 1.000 euros por persona, de modo que las pérdidas alcanzan cifras millonarias. En Astorga abundan los restaurantes como 'Las Termas' (Santiago, 1), que deleitan al hambriento viajero con el afamado y contundente cocido maragato por un precio razonable y con una exquisita atención. Una noche en el Parador, cercano a la obra de Gaudí en la ciudad leonesa, brinda reposo a quienes quieran disfrutar de este enclave.
Día 4: Astorga - Villafranca del Bierzo
Dirigirse hacia Galicia exige que, de una vez por todas, haya que trepar por desniveles del 15 %, prolongadas cuestas verticales solo aliviadas por algunas bajadas, en las que vale más andarse con cuidado y tocar el freno para evitar trompazos. El siguiente hito consiste en subir el duro puerto de Foncebadón y ver la Cruz de Fierro de su cima, poco transitada cuando ordinariamente coincidirían varias expediciones. Esta es la sexta vez que el catalán Salvador Pons se dirige a Santiago y jamás vio semejante panorama. "Para vivir con miedo prefiero morir", asegura este escritor aficionado. Un hombre arrodillado reza sin pausa mientras un padre y su hija, que viajan en bicicleta desde Alcorcón (Madrid), comparten nutritivos cacahuetes y relatan su solitaria travesía.
Lo corrobora Jesús Alañiz, que regenta el restaurante 'El Palacio' (Palacio, 19) en la irónicamente empapada Molinaseca. La afluencia se desploma a un 10 %, precisa, en una comarca berciana donde los acentos, la climatología y el paisaje cambian por completo. "El turismo nacional se ha portado de 10", sostiene al servir un típico botillo, muy agradecido en una tarde de agua, a los ciclistas madrileños. La localidad ofrece alojamientos en casas rurales o en hoteles como el 'Molina Real', de preciosas vistas, para quienes quieran cambiar los albergues por habitaciones más elaboradas. Villafranca del Bierzo, donde culmina la etapa, cuenta con buenos restaurantes donde coger fuerzas antes de volver a descansar antes de un nuevo día de pedaleo.
La insistente lluvia que irrumpe al aproximarse a Galicia evidencia la nueva era en los albergues. Nadie se escapa del gel hidroalcóholico; algunos alojamientos, semivacíos, toman la temperatura del visitante y extreman la higiene con mantas y ropa de cama. El negocio ha caído en este sector que ofrece literas y revitalizantes duchas: muchos alojamientos han cerrado. Los 73 kilómetros de la jornada atraviesan irregularidades orográficas que ya se empiezan a sufrir. La carga se nota, el agua deja el cuerpo frío y sigue sin haber mucha gente en una de las partes más difíciles del recorrido sagrado.
Los bares también padecen estas ausencias, apunta la camarera Diana Vila en Portomarín (Lugo), donde ha pasado de servir más de 400 comandas diarias a peregrinos a celebrar si llegan a 100. El único grupo forastero ataca con hambre de náufrago unos bocatas de lacón con pimientos en unas terrazas desocupadas. Otros establecimientos ni siquiera levantaron la persiana. Palas de Rei muestra más ambiente y a comensales que conocen bien lugares como 'A nosa terra' (Avenida de Compostela, 25), donde el pulpo y la tortilla de patatas, entre mil y un platos caseros, atraen tanto a peregrinos como a los habitantes de esta localidad.
Pensar que ya queda menos para llegar a Santiago y sentir que, mal que bien, se está avanzando por Galicia, reconforta. La fuerza de voluntad empuja más que las piernas, ya acostumbradas a las muchas horas de bicicleta, con 52 kilómetros en la última etapa, aliñadas con un desnivel de más de 1.000 metros. Traducido, leña para el peregrino.
Solo en las dos últimas etapas, por Sarria y Arzúa, se observa más gente, pero en cotas muy inferiores a la normalidad. Las mascarillas se unen a la basura que abandonan los menos respetuosos. Bares como 'A Garnacha' (Rúa Viejo de Santiago, 2. Melide. A Coruña) ofrecen desde primera hora sabrosos platos del emblemático pulpo a la gallega cocinados a la vista del cliente, que ve cómo sumergen al molusco en agua hirviendo poco antes de trocearlo y aliñarlo con pimentón y aceite de oliva. Inmejorable estímulo para rematar la última fase del trayecto.
¡Por fin! Última etapa, últimos 70 kilómetros, aunque totalmente engañosos. El ciclista aún no sabe de dónde salen tantas subidas y bajadas, especialmente antes de llegar a Santiago, donde el espíritu pide algo de reposo y lamenta cada metro de desnivel. Llegar a la plaza del Obradoiro implica celebrar la constancia y esfuerzo del viaje y constatar, ya en frío, que hay muy poca afluencia. El bajón se acusa en la oficina de Correos, que gestiona la devolución de las bicicletas de los peregrinos.
Dos empleados indican que el pasado verano superaron los 4.000 repartos; este apenas cuantificaron un millar, en su mayoría españoles. El total de compostelanas dispensadas, diplomas que acreditan el cumplimiento del Camino, se quedó en apenas 30.000 entre julio y agosto, a años luz de 2019. La pandemia ha hurtado incluso el tradicional abrazo a la figura del apóstol Santiago de la catedral. Los grupos aislados no osan mezclarse con el prójimo y charlar sobre el recorrido. Como mucho, piden que se les haga una foto, y comparten lugares donde disfrutar de la gastronomía gallega. 'La Tita' (Rúa Nova, 46), uno de los templos de la cerveza y el aperitivo, se postula como una de las favoritas. El coronavirus no permite tregua ni sobre las baldosas de piedra, donde los peregrinos se tumban, separados y agotados, y reflexionan mirando al cielo tras completar un Camino inolvidable.
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