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La localidad navarra de Lantz, con 153 vecinos muy activos, fue territorio de paso entre Pamplona (Iruña) y Francia. Por su ubicación, los bandidos solían merodear por estos lares para aligerar los bolsillos de los viajeros que se dirigían al país vecino. Incluso cuando las figuras de los "asaltacaminos" decaían, los contrabandistas cogieron el relevo para trapichear con cobre, nailon, penicilina o coñac. Estos últimos tuvieron su momento álgido en los 70. La recuperación de esta fiesta le debe mucho a los hermanos Pio y Julio Caro Baroja.
En los tiempos remotos, Miel Otxin era uno de los ladrones más crueles que jamás han integrado el ejército de los malos. Su insana costumbre de robar a todos aquellos que deambulaban por los caminos cercanos a Lantz cultivó el odio y el deseo de venganza de los vecinos. Éstos terminaron por organizarse contra este vándalo y funesto personaje y marcharon a su captura. Su caza de brujas dio resultado y una vez atrapado, lo "juzgaron" y lo pasearon por el pueblo como escarnio. Mientras moría quemado, sus paisanos danzaban alrededor de las llamas.
Sin entrar a valorar qué hay de cierto en esta historia, lo esencial, lo que ha trascendido al presente, reside en sus personajes, representados como elementos icónicos del carnaval de Lantz. De esta manera, Miel Otxin, el prota, es representado por una figura de unos tres metros construida con una estructura de madera y rellena de paja, que pesa unos 35 kilos. Los hombres del pueblo que la portan en sus hombros dan fe de esas dimensiones.
En la leyenda aparece también Ziripot, un hombretón fornido, recio, bonachón y algo borracho que resultó capital para capturar al ladrón. Para recrearlo, un vecino se cubre con sacos rellenos de paja. El aspecto es el de un personaje gordo y torpe que se apoya en un bastón para caminar y no perder el equilibrio. Las malas lenguas cuchicheaban que Ziripot no trabajaba y se ganaba la vida contando historias a sus vecinos a cambio de comida.
No todos los personajes son humanos. Otxin, el bandido iba siempre a lomos de un caballo o de un centauro, como dicen otros. En esta festividad carnavalesca, Zaldiko, mitad hombre mitad caballo, forma una estructura de madera cuya parte trasera presenta una cola auténtica de rocín. Zaldiko corre, salta alrededor de los demás personajes y, sobre todo, intenta derribar al Ziripot para poder así salvar a su amo.
Ante tal torbellino de animal hay otro grupo de personajes que lo intentan controlar. Son los Arotzak, que representan a un grupo de entre ocho y doce herreros del pueblo que se encargan de someter a Zaldiko para herrarlo después. Estos hombres, de aspecto tremendamente sombrío, se mueven de forma lenta y van siempre acompañados de los utensilios clásicos de la herrería.
No acaba ahí la cosa. Por último, y no menos importante, está el resto de los habitantes de Lantz, que decidieron lanzarse a capturar a Miel Otxin y terminar con sus tropelías. Estos hombres están hoy representados por los txatxos. La leyenda, en un verosímil relato, cuenta que los vecinos cubrieron sus rostros cuando fueron a capturar al ladrón por miedo a fallar en su intento y sufrir después posibles represalias. Actualmente los vecinos que reviven en el carnaval a sus ancestros cubren también su rostro y van vestidos con pieles, ropas coloridas, un gorro en forma de cucurucho y armados con una escoba que blanden a diestro y siniestro entre los asistentes. A partir de ahí se desencadena el caos, los gritos, las carreras y los escobazos. En ese momento a todos nos viene el recuerdo infantil de los escobazos de la bruja del tren de la feria.
No se sabe con exactitud cuándo empezó a celebrarse este pintoresco carnaval. Aunque la Edad Media puede estar en la raíz de esta fiesta, a principios del siglo XX aparecen los primeros documentos que la datan, una denuncia de los mozos del pueblo contra el ayuntamiento por querer cambiar el txistu (flauta de tres agujeros) por la gaita durante las representaciones.
Durante gran parte del pasado siglo este carnaval estuvo prohibido hasta que en 1944 se permitió celebrarlo de nuevo, aunque el levantamiento de la prohibición solamente duró un año. Los hermanos Caro Baroja rescataron el carnaval del olvido de la dictadura, llegando desde entonces hasta hoy prácticamente sin variaciones. En 1964 grabaron un pequeño documental de diez minutos titulado El carnaval de Lantz. Posteriormente, en 1972, realizan otro documental sobre Navarra en el que vuelven a hacer referencia a la festividad. En sus imágenes se ven los mismos personajes que ahora encontramos. Menos fotógrafos, menos turistas, menos iPhone y menos medios de comunicación, pero el espíritu y las formas son similares a los actuales.
El día grande es el martes de carnaval. Todos los personajes desfilan tanto el domingo como el lunes de carnaval. El martes se le da fin al bandido y con ello al carnaval. A primera hora de la mañana todo el mundo se congrega en la posada del pueblo, al refugio del frío (no olvidemos que estamos hablando de Navarra…). Entre cervezas y pintxos, los forasteros van confraternizando con los lugareños mientras en la parte alta, en un soberbio y mágico altillo, se van preparando cada uno de los personajes.
Mientras los txatxos ajustan sus máscaras y gorros, a Ziripot le van introduciendo con toda la calma y esmero del mundo puñados de paja en los sacos que conforman sus gruesas piernas. Zaldiko está ya listo y ensaya sus saltos y cabriolas haciendo crujir las maderas del viejo suelo. La figura de Miel Otxin descansa inmóvil sobre las vigas centrales del desván. En poco tiempo ya está todo preparado. Estos momentos son inigualables, con un mundo terrenal que departe amigablemente con comida y bebida, y con otro mundo que, arriba, prepara su mágico ritual para reunirse con las grandezas y miserias del día a día de Lantz.
La comparsa inicia su desfile en la calle Santa Cruz pasando por el frontón del pueblo, donde las dulzainas acompañan a los txatxos en la danza circular del zortziko, bailada en sentido contrario a las agujas del reloj. Este baile acompaña a los personajes todo el tiempo, tanto en la posada, al final de las representaciones y, sobre todo, al quemar la figura de Miel Otxin.
Antes de concluir el carnaval, en un recorrido de poco menos de una hora, uno de los txatxos, escopeta en ristre, apunta y derriba con simbólicos disparos al gigante Otxin. Una vez en el suelo, todos acudirán a rematarlo con escobas mientras los herreros persiguen a Zaldiko. La suerte está echada… el cuerpo del bandido se consumirá en las llamas vengadoras de los vecinos de Lantz. ¿Fin de su maldad? En un año los habitantes podrán descansar tranquilos, pero ojo con adentrarse con una bolsa de monedas por los caminos solitarios, porque según dicen los viejos del lugar, el alma de Otxin sigue aterrorizando a propios y extraños.
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