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Senderistas, turistas, grupos de amigos que van de excursión, niños boquiabiertos… Nadie escapa a la seducción de esta cascada, que se salva de aglomeraciones y permite contemplarla desde un cómodo mirador de madera. En primavera, las lagunas de Ruidera se engalanan, envueltas en la vegetación de pinos, encinas y denso matorral en las zonas más altas, y olmos, álamos y chopos en las riberas. El agua que se precipita sin fin rompe el paisaje antes de que el verdor la vuelva a engullir, tragando el chorro como quien bebe un sorbo.
Quienes contemplan el salto de agua que parece brotar de la nada, no saben que su nombre se debe al hundimiento que se produjo a mitad del siglo XVI y del que tanto se habló en su día porque arrasó con molinos y casas del pueblo de Ruidera debido a una crecida del Alto Guadiana y que generó esta cascada por la que desborda la laguna del Rey y que ha ido mutando con la erosión del paso del tiempo.
El testimonio escrito narrado por testigos se encuentra en las Relaciones Topográficas del año 1575 durante el reinado de Felipe II, en el que se narra lo que ocurrió treinta años antes cuando la avalancha fue tal que llegó hasta los vecinos pueblos de Argamasilla de Alba y de Tomelloso, que se encuentran a 31 y 44 kilómetros respectivamente. El drama de entonces es ahora una belleza refrescante.
Es un buen punto de partida para lanzarse a una ruta por las lagunas altas, menos transitadas que las bajas pero con el mismo atractivo. Y es que el verde esmeralda del agua que se derrama y conecta las 15 lagunas es un espectáculo que vale la pena contemplar sin prisas, disfrutando del paseo y también del baño cuando se presente la ocasión.