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Desde las montañas del Himalaya hasta las sierras del Prepirineo. Ese fue el largo camino que hizo el maestro Kyabje Kalu Rinpoché para bendecir el monasterio budista de Dag Shang Kagyu de la localidad oscense de Panillo. Era 1984 y, para entonces, este gurú llevaba décadas de exilio tras la invasión china de su Tíbet natal. Un tiempo que aprovechó para expandir sus enseñanzas por Occidente.
Esos viajes le llevaron a diversas ciudades europeas donde era acogido con veneración por sus fieles. Así recaló en Mallorca, donde lo conoció Mireia Viñes, la joven dueña de una librería alternativa. “Fue un enamoramiento. No físico, ya que era un venerable anciano. Algo espiritual. Gracias a él supe el camino que debía seguir”, cuenta casi 40 años después Mireia, una de las fundadoras del DSK de Panillo. Una mujer que, cuando luce sus hábitos, se transforma en Lama Drolma.
Para alcanzar ese grado de lama se retiró durante tres años, tres meses y tres días del mundo. Se apartó de todo y de todos para vivir la experiencia más enriquecedora, tal y como lo recuerda. “Nuestro centro en Panillo es ideal para ese viaje interior, cuyo fin es ser mejores para los demás. Todos los años vienen personas deseosas de vivirlo. Algo que se hace en el área privada del monasterio. Un espacio no visitable, obviamente”.
De hecho, Dag Shang Kagyu tiene dos partes diferenciadas. La más pequeña es la zona pública a la que se accede franqueando una puerta monumental. Desde ahí un corto ascenso lleva hasta el área de las estupas y el templo. Pero hay un área más íntima y amplia, hasta 100 hectáreas repartidas por la ladera. Ahí residen voluntarios, monjes, así como lamas ordenados aquí y otros que llegaron de Bután o Tíbet.
En una de esas casitas dispersas por el monte vive Lama Drolma. “Cuando llegamos no había ni agua, ni luz, ni nada. Solo la ruinosa Casa Jabonero. Pero la transformamos en vivienda de la comunidad inicial”. Con el tiempo, mucho trabajo y donaciones, esa Casa Jabonero hoy es el albergue y el comedor para los residentes fijos y aquellos que están de paso por el DSK.
Además hay viviendas individuales o con varias habitaciones, e incluso una zona de acampada. “Sin pretensión hostelera. No es un establecimiento público con opción a alojamiento en general. Estas estancias solo están disponibles para practicantes de meditación que quieran hacer retiros o participen en nuestros seminarios”, aclara la zaragozana Laurel, que llegó hace unos años como voluntaria y ahora vive aquí de modo permanente.
Otro miembro de la comunidad es Tsering, quién dejó las Baleares y aterrizó en este monte para hallarle un sentido pleno a su existencia. Si bien él no se ha convertido en lama, sus funciones en Panillo son otras y muy variadas, desde participar en los ritos diarios del templo hasta impartir seminarios de yoga. Además, tras varios viajes a India y Katmandú, traduce el sánscrito para los lamas butaneses o tibetanos, o se encarga de las redes sociales del DSK. “Toda una prueba de paciencia, ya que la red aquí es escasa”, comenta con su sonrisa eterna.
Tras cuatro décadas Tsering ha sido testigo del crecimiento del monasterio. “Llegué con 23 años, llevo toda la vida aquí”, recalca con la misma sonrisa. Por ese motivo es la persona ideal para conducir las visitas guiadas. Además de que posee un profundo conocimiento del Budismo Tibetano, una de las tres grandes ramas de esta religión, que tiene tanto de doctrina espiritual como de filosofía de vida.
La visita comienza en el templo. Pasar de contemplar el paisaje dominado por el verde serrano al intenso colorido del interior del templo aturde. Rojos muy vivos, dorados brillantes, amarillos, azules… abruma el derroche de color en los mandalas, tapices, flores o figuras devocionales que atiborran hasta el último centímetro. Aquí se celebran dos rituales diarios. “Nos sentamos en postura de meditación, recitamos mantras, suenan los instrumentos tibetanos, y buscamos alinear la energía de cuerpo, palabra y mente”.
Tsering explica que en el templo se programan los seminarios del DSK. “Se centran en enseñanzas budistas. Algunas las imparten grandes maestros venidos de India o Bután”. No obstante, también hay seminarios guiados por lamas de Panillo, como la propia Lama Drolma que tiene una nutrida asistencia a su Introducción a la práctica del amor y la compasión. “Al fin y al cabo, amor y compasión son los cimientos de la energía universal”.
No acaban aquí las actividades. Igualmente se programan seminarios de yoga, taichí o meditación guiada. Y muchas de estas actividades se ofrecen online. La tecnología puesta al servicio del espíritu. Aunque tal vez la virtualidad de una pantalla sea incapaz de transmitir la luz en la mirada de Lama Drolma o la calma en la voz de Tsering.
Al salir del templo se tiene una panorámica de lo más emblemático de Dag Shang Kagyu. Al fondo y en lo alto, llama la atención la gran estupa, desde cuya cúspide se lanzan las banderas de plegarias que identifican a los recintos budistas. Estas banderitas están por todas partes y, cuando uno se fija, se descubre que se disponen en un orden concreto. Azul, blanco, rojo, verde y amarillo. Símbolos de cielo, agua, fuego, aire y tierra. Una visión magnética cuando son agitados por la brisa, como también es hipnótico el sonido de los mantras escritos en ellos.
“Los mantras son nuestras oraciones”, explica Tsering al acercarse al muro donde están talladas estas frases que el budista repite hasta la saciedad. “Aquí tenéis varios. Arriba están en sánscrito, nuestra lengua sagrada. En medio, en tibetano. Y abajo es una adaptación fonética al alfabeto latino para que los podáis recitar”.
Ahí aparece el mantra más carismático del Budismo Tibetano: Om Mani Padme Hum. La traducción literal es algo así como ¡Oh, la joya del loto! Pero ese significado no es lo importante, la clave son los conceptos que irradian sus sílabas: generosidad, disciplina, tolerancia, perseverancia, concentración y sabiduría. “Es el mantra del Buda de la Compasión y, al recitarlo, purificamos nuestro cuerpo, el habla y la mente. Ahora, al descalzarnos y entrar al Molino de Oraciones, vuelve a estar presente ese mantra”.
En esa enorme rueda hay escritos muchos más mantras, ya que el propósito es que al hacerla girar en el sentido de las agujas del reloj, sea como recitar todas las plegarias a un tiempo y eliminar una buena cantidad de karma negativo. “Algo que beneficia a uno mismo y al resto de seres”, explica Tsering mientras anima al grupo de turistas para rotar el enorme molino rojo y dorado.
El grupo a estas alturas de la visita ha cambiado su actitud. Al inicio, quién más y quién menos vaga sorprendido entre edificios de colores y formas tan distintas. Se desea comprenderlo. Por supuesto, siempre hay escépticos. Pero en general, venir hasta aquí implica ganas de desentrañar el aura de misterio que desprende el budismo para un occidental.
Dentro del Molino de Oraciones nadie se ha convertido en un experto en estas creencias, pero no cabe duda de que hay conceptos que ya han hecho mella y todos oyen encantados la voz de Tsering. “Meditando queremos bucear en nuestro interior. Conocernos. Iluminarnos. Descubrir nuestros defectos y fortalezas. Tratar de vencer a los primeros y potenciar las segundas para ser mejores. Todos tenemos cosas buenas y malas y hay que conocerlas para tolerarlas en nosotros y en los demás”.
Hasta los más descreídos reconocen lo atractivo del discurso. Tal vez no se crea en la reencarnación, ni en el poder de los mantras, pero la idea de bondad y respeto al prójimo cuaja. Con esas buenas vibraciones se asciende entre pequeñas estupas y dos esculturas-fuentes dedicadas al Guru Rinpoché y a la deidad femenina Tara Verde. Y, por fin, se llega ante la estupa de las Múltiples Puertas Auspiciosas.
“Esta estupa representa la mente iluminada de Buda. Fijaros en los ojos pintados sobre la cúpula. Ojos que miran hacia los cuatro puntos cardinales. Es una representación de su sabiduría. Ahora, descalzaros y entramos a su interior”. Dentro aguarda la escultura de Buda e imágenes suyas en la pared, siempre pintadas en vivos colores y con cierto aire naíf.
Aunque quizás lo más curioso esté alrededor de la estupa. Ahí se disponen 108 molinillos de plegarias. Los fieles los hacen girar al circunvalar la construcción, a la vez que pronuncian sin descanso un mantra. Prácticamente ningún visitante se resiste a cumplir con el rito, mientras en la cara todos lucen una sonrisa de tranquilidad. Tsering deja tiempo para que cada cual sienta la experiencia a su ritmo. No existen las prisas de un horario estricto que cumplir.
De hecho, el recorrido no ha acabado. Aún se visita la casita de las ofrendas de luz y todavía hay que ver el gran Buda tumbado junto a la carretera. O hay que acercarse hasta la representación del yogui Milarepa, cuya escultura aparece protegida por una bóveda que evoca la cueva donde vivió este asceta tibetano del siglo XI. “Esta figura y otras que hemos visto por el monasterio las ha pintado el Lama Sönam Wangchuck, que vino del Himalaya hace años y vive con nosotros desde entonces. Ahora está un poco mayor”.
Tsering acaba aquí la visita y precisamente con esa alusión a un lama que envejece. No en vano, pronto se cumplirán los 40 años de la creación del monasterio de Dag Shang Kagyu en las montañas de Huesca. Un lugar distinto, digno de conocerse y donde todo el mundo es bienvenido con un afectuoso saludo. ¡Namasté!
‘CENTRO BUDISTA DAG SHANG KAGYU’ - Calle Única, s/n. Panillo, Huesca. Tel. 974 34 70 09.
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