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Entre la espesa vegetación y vigilado por las cumbres graníticas de Gredos, El Hornillo asoma tímido sus tejados por encima de los árboles que rodean el pueblo. Cuenta con menos de 300 habitantes -población que se multiplica en época estival- y está a un salto de Arenas de San Pedro, a dos horas de Madrid y algo más de una hora y cuarto de Ávila.
Aproximándonos al municipio ya podemos disfrutar de algunos de los cerezos que pueblan los arcenes de la carretera y que nos proporcionan una primaveral bienvenida. Jesús Pinar nos espera en la Plaza Mayor de El Hornillo para guiarnos a través de nuestra ruta.
Chuchi es hornillento de origen y granadino de adopción -existe gente muy afortunada- y comparte su vida entre la provincia andaluza y este pueblito abulense al que dedica, además, su tiempo como teniente de alcalde. Atravesamos el casco urbano y cruzamos el río Canto en busca de ese árbol del que tantos frutos ha cosechado, “en la actualidad se cosechan más de 20 variedades de cerezo, pero muchas de las autóctonas se están perdiendo”.
La floración de los cerezos es paulatina y va ascendiendo desde las zonas más bajas del valle hasta los altos, dependiendo también del tipo de cerezo. Aquí donde nos encontramos, en La Tejedilla, las flores son las primeras en eclosionar. “La flor de los cerezos suele durar unas dos semanas, a partir de ese momento se cae y comienza la maduración de la cereza”, nos instruye Chuchi mientras coge una entre sus manos y nos enseña lo que en un mes se convertirá en una cereza; “yo comienzo a cortar para mediados de mayo en las zonas más bajas y termino para las últimas semanas de julio”.
Las lluvias, el calor, las heladas... todo ello influye en que los cerezos se adelanten o retrasen. Conviene estar atento a la evolución del invierno y de la primavera si no nos queremos perder el espectáculo. La mejor idea es contactar con el Ayuntamiento de El Hornillo para que nos indiquen cómo se encuentra esta explosión floral. Además, todos los años se organiza una ruta guiada del cerezo en flor, tiene una duración aproximada de unas tres horas y recorre 7 kilómetros.
Seguimos avanzando en nuestro paseo rodeados de pinos, castaños y nogales. La conversación deja cada vez más espacios para el silencio, ese que poco a poco permite ir conectando con la naturaleza, con el canto de los pájaros, con el viento que se cuela entre las hojas. Desde aquí, en La Lobera, la imaginación permite transportarse al otoño, donde este paisaje cambiará y los tonos marrones envolverán el bosque. Tras ver la exuberante naturaleza en primavera, nos prometemos a nosotros mismos que volveremos en noviembre.
Chuchi nos propone una nueva parada en una de sus fincas, que nos enseña con orgullo. “Digo lo que decía mi padre: a mí me hablan los árboles”, nos asegura mientras observa con detenimiento las flores de un cerezo de la variedad ambruné, “estos cerezos los plantaron mis padres en los años 60”. Fue en esa década cuando estos frutales se comenzaron a introducir ampliamente en la comarca procedentes del Valle del Jerte.
“Yo comencé a recoger cerezas con 12 años, cuando casi no llegaba a las ramas”, aquí, en El Hornillo. La recolección de la cereza sigue siendo una tradición casi familiar, “padres, hijos y abuelos, todos ellos participan. Se ayudan entre los grupos de amigos, un día hacen la finca de uno y otro día la de otro”, porque este fruto se sigue cortando manualmente, con la ayuda de escaleras y uno por uno. Antes de continuar nuestra ruta, Chuchi nos regala unos limones y algunos aguacates, los frutales conviven en esta tierra compartiendo espacio con los cerezos.
El cerro de la Rana supone una de las postales más bonitas del pueblo, especialmente si nos encontramos en el lado opuesto del valle. Una zona alta donde la floración tarda más en explotar, pero donde se aprecia todo el esfuerzo de la naturaleza en su labor orfebre para engastar estas joyas blancas en las ramas de los cerezos.
Retornamos al pueblo y realizamos nuestra última parada. Desde el mirador de El Manco se disfruta de una vista privilegiada de El Hornillo encajonado en su valle bajo la atenta mirada de las grises cumbres de Gredos, aún blancas: donde no llegan las ramas de los cerezos, llega la nieve. Chuchi nos confiesa, mirando a su pueblo, que “ahora el castaño está sustituyendo al cerezo porque es menos sacrificado de trabajar y se paga mejor. Claro, las castañas se pueden recoger del suelo”. En cualquier caso, la cereza sigue teniendo un papel protagonista en el paisaje, la economía e incluso las gentes de El Hornillo. Ponemos punto y final a nuestra ruta.
Dónde comer
Una vez terminado el paseo, es hora de coger fuerzas. A poco más de dos kilómetros de El Hornillo, en la misma carretera que lleva hasta Arenas de San Pedro, se encuentra ‘El Tejar de Moya’. Alberto y José Manuel se han vuelto al pueblo desde Moratalaz para regentar este restaurante rodeado de la más exuberante naturaleza. Tras un buen almuerzo a base de platos típicos y carnes a la parrilla, podremos bajar la comida dando un paseo por los alrededores y acercándonos al río del Arenal.
Río Canto
Si tenemos la suerte de visitar El Hornillo en verano, además de degustar sus deliciosas cerezas, podremos refrescarnos en alguna de las piscinas naturales o de los charcos que existen en el río Canto. Si, como es el caso, nos acercamos al pueblo en primavera, podremos ser testigos de la fuerza del caudal y el estruendo del agua. La primera de las piscinas naturales la hallamos en el mismo casco urbano.
Pero si buscamos una experiencia más salvaje, remontando el cauce del río llegaremos al Charco Verde, que debe su nombre al color que tiñe sus aguas. Un lugar idílico para relajarse con el ruido de la cascada que proporciona su caudal. Es recomendable acercarse a pie porque no existe aparcamiento en las inmediaciones. Y un poco más arriba se halla la zona recreativa de La Francisca. Un espacio con una piscina natural, merenderos y un puñado de aparcamientos. Esta agua solo es apta para los más valientes, pues procede de los neveros de Gredos y suele estar muy fría.
Mirador estelar
Tras un intenso día recorriendo los imponentes parajes de El Hornillo podríamos pensar que es momento para descansar, pero no. Esta zona del Valle del Tiétar todavía tiene más secretos guardados y uno de ellos son sus cielos oscuros. Si los paisajes son espectaculares a plena luz del día, cuando cae la noche solo hace falta mirar hacia arriba. El municipio se incluye en la Reserva Starlight del Parque Regional de Gredos, lo que garantiza una bajísima contaminación lumínica y permite disfrutar de estrellas y planetas. Para ello, El Hornillo dispone de un mirador estelar en La Risquera, a diez minutos a pie del pueblo.
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