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En la localidad de Puerto de Vega (o Veiga, en asturiano), a cien kilómetros de Oviedo, todavía se puede ver en ocasiones a familias de pescadores despidiéndoles cuando parten a la costera del bonito. Una estampa ya pintoresca, por escasa, pero que revela cómo el tiempo parece transcurrir más despacio en el occidente de Asturias. Sus aldeas de interior albergan algunos de los enclaves más bonitos del norte de España; su costa preserva una virginidad de paisajes, ajenos a la explotación turística, que cuesta creer.
El paraíso natural del Occidente astur es un sitio agreste, recóndito, rural, hermoso y aún desconocido, donde las playas reúnen arena, bosque y acantilados, donde en cualquier chigre se puede comer pescado fresco y barato, y donde las granjas de vacas, los largos maizales, la gente que te cruzas y las piedras de las casas respiran una vida tranquila. Un sitio perfecto para escaparse en septiembre, cuando los turistas de temporada se han retirado y la calma de estos pueblos de Asturias retorna a su volumen habitual.
El tramo de litoral que discurre entre Puerto de Vega y Castropol, en el límite con Galicia, congrega más de 25 playas en apenas 40 kilómetros, articuladas por la Autovía del Cantábrico (A-8) y por carreteras locales, pero que, a menudo, exigen aparcar el coche y adentrarse a pie por senderos de montaña para acceder al agua. Seleccionamos cinco playas poco frecuentadas en este mes, de una belleza formidable, perfectas para visitar en autocaravana o alojándose en sencillos hoteles y casas rurales. Seis arenales sobre los que, al preguntar a los vecinos, siempre contestan de forma unánime: "Es una playa preciosa, pero no lo digas mucho, no se nos vaya a llenar de gente".
La primera vez que se contempla desde arriba, obliga a abrir los ojos. La primera vez que se pisan sus dunas y se eleva la cabeza para calibrar su tamaño, obliga a forzar la nuca. La playa de Barayo, a cinco kilómetros de Puerto de Vega, suma 670 metros de longitud unidos al cauce fluvial del mismo nombre y que pertenecen a un entorno declarado Reserva Natural Parcial.
Playa de dunas y arena fina, salvaje, con aves y vegetación frondosa, y con unas cuevas accesibles que parecen talladas por alguna actividad humana colosal, pero que son el resultado de milenios de erosión. Hay que entrar en ellas, contemplar el mar desde su oscuridad, y sentir que se detiene el mundo.
A Barayo se llega normalmente a través del pueblo de Vigo, en el concejo de Valdés. Hay habilitados un aparcamiento, un mirador y un descenso a pie que encara la playa por su lado oeste, el mismo del estuario fluvial. También se puede llegar desde el pueblo de Sabugo, en el concejo de Navia, donde otro aparcamiento y otro sendero –este más difícil, pero precioso– conducen hasta el extremo opuesto. Se llegue como se llegue, no apetecerá salir.
La playa tiene una parte nudista, no está vigilada y requiere llevar el abastecimiento, pues no dispone de bar ni otros servicios. Los niños enseguida se apañan algún entretenimiento en el estuario, y se permiten perros atados para no molestar a las aves, como es el caso de Malkia, la mascota de Amaya Gallego y Valeria Dauna, asombradas de la belleza de Barayo a los pocos minutos de llegar: "Venimos de Madrid y nos la recomendaron en el alojamiento. Es increíble. Son las 12 de la mañana y casi no hay gente", aplauden. Barayo, además, es uno de los extremos de la senda de 20 kilómetros que conecta con Navia. Permite recorrer ese pedazo de litoral occidental sin desniveles importantes, y aprovechar para contemplar otras playas.
Frejulfe, o Frexulfe, es una playa declarada Monumento Nacional, custodiada por dos acantilados y frecuentada en julio y agosto, aunque apenas en septiembre. Cuenta con duchas, vigilancia, baños y bancos, con todas las comodidades para un día completo de comida y relax a lo largo de sus 800 metros de longitud. Está rodeada por un bosque que invita a deambular y, como Barayo, añade una zona fluvial y un enlace con la antedicha senda de Navia.
A Frejulfe se accede desde el pueblo del mismo nombre, a través de dos aparcamientos consecutivos en la carretera NV-2 que albergan normalmente furgonetas y autocaravanas con gente de cabellos claros preparando tablas, neoprenos y equipos de submarinismo. "Es muy buena para el surf, porque tiene viento, mar de fondo, y es muy amplia", señala Isaac Larriet, de 23 años, del cercano pueblo de Andés y uno de los cuatro socorristas que trabajan en temporada precisamente a causa de esa gran longitud costera.
"En septiembre, sobre todo a partir de las fiestas de Navia a mediados de mes, solo viene la gente de por aquí y algún extranjero", apunta Isaac. Lo corroboran Ion Delarrocha y Mairena Álvarez, turistas de Madrid aficionados al lugar: "En realidad nunca hay exceso de gente. Y es muy cómoda: incluso si hay bandera roja, te puedes bañar en el río", cauce que también lleva el mismo nombre del arenal donde desemboca.
El chiringuito que corona la playa, 'La Mar de Fondo', aumenta los alicientes. Lo abrieron hace cinco años Raúl García y Avelino Alonso, según nos cuenta el primero. Reparte 15 mesas sobre una estructura cuadrada de madera suspendida en la ladera del monte, que construyeron los dueños con sus propias manos. La carta se nutre de productos locales (bonito, mejillones, requesón), a los que añaden pescados del día. "Estamos muy contentos con este sitio, hay clientes que vienen solo para comer nuestros calamares. Y no queremos que venga más gente, la verdad. Tal y como estamos ahora podemos dar un servicio de calidad sin que esto se masifique”.
Hacia el 10 de septiembre se celebra en la playa una tradición centenaria: la multitudinaria jira que cierra las fiestas patronales de Puerto de Vega y que desplaza a decenas de personas en romería hasta Frejulfe, ataviadas de blanco y con pañuelos coloridos. Merece la pena participar del festejo.
Desde Frejulfe, y en dirección a Galicia para llegar a nuestra siguiente recomendación playera, es aconsejable hacer un alto en el camino en Ortiguera, en Coaña, un pueblo marinero de 500 vecinos con un puerto y unas casas colgadas para hartarse a sacar fotos. Sus dos faros, el nuevo y el viejo, están enclavados en el cabo de San Agustín y rodeados de zonas ajardinadas que invitan al paseo. Al pie del faro viejo te puedes sentar en una bancada de roca y disfrutar de una vista del Cantábrico de 180 grados, con el agua a tus pies y el viento azotándote la cara.
Es la playa más pequeña de esta selección, una cala de unos 50 metros sin casi señalizar desde la carretera, sin servicios y exigente, pues hay que llegar caminando y en lugar de arena tiene piedras. Pero su belleza y aislamiento compensan de largo esos inconvenientes para el turismo, que no resultan en absoluto insalvables.
Situada en el concejo de El Franco, se alcanza a través de un desvío en la N-634 tras pasar la localidad de La Caridad (en dirección Galicia) y llegar a Valdepares. Un camino pedregoso conduce hasta la playa (lo mejor es dejar el coche en su inicio), a la que se baja por una agradable escalera de madera en zigzag cubierta de vegetación. Es muy apreciada por los amantes del submarinismo.
Desde Monellos se puede visitar Viavélez, pueblo natal de Corín Tellado y otra de esas aldeas pesqueras poco conocidas, con un delicado puerto de 50 embarcaciones, calles recoletas y un mirador. A pesar de su actual recogimiento, Viavélez fue una importante villa ballenera y astillera durante los siglos XVIII y XIX, y parte de ese señorío aún se intuye en su arquitectura.
A tres kilómetros de Monellos se encuentra la playa de Porcía, que solo existe con marea baja, pues en pleamar desaparece y deja únicamente dos escaleras con sendas barandilla que se pierden en el mar. Hay que tumbarse entonces en una peña, o en los praos que rodean esta playa triangular, estirada, de 240 metros, compartida por los concejos de El Franco y Tapia de Casariego pues marca el límite entre ambos. En el primero se accede igualmente por Valdepares, llegando con el coche a un área recreativa muy amplia con aparcamiento. Allí se ubica también el chiriguito 'Menos mal', uno de los más célebres del occidente por su oferta de pescados y moluscos y por combinarlos con recetas de cocina oriental que no esperarías en un sitio así.
En el otro extremo, desde Tapia se entra a Porcía por la localidad de Campos y Salave, que lleva al estuario fluvial donde arranca la playa. En Porcía, igualmente con poca afluencia en septiembre, se puede hacer surf y piragüismo. Si el plan de septiembre es familiar, hay que apuntarla, porque además desde allí parte otra senda que llega hasta Tapia de Casariego a través de 11 kilómetros acondicionados para recorrer a pie o en bici.
Son dos playas contiguas, situadas a seis kilómetros al oeste de Tapia y separadas entre sí por una montaña. La primera, Mexota, es una playa paradisíaca: pequeña, de agua cristalina, arena blanca y con una espectacular formación rocosa dividiéndola por la mitad como la hoja de un cuchillo gigantesco. Es nudista, y lleva fama de invitar a ello solo por la oportunidad de tumbarse y bañarse allí. "El único problema que hay, de vez en cuando, son los perros, porque no se pueden traer pero alguna gente los trae", cuenta Dolores Suárez, natural de Tapia.
Se llega desde la localidad de Villamil, a través de una pista con una zona de aparcamiento superior de acceso rodado regular. A su lado, los veraneantes no nudistas bajan a la playa de Serantes, en la localidad homónima, con dunas y marismas, y donde desemboca el río Tol. Es la alternativa familiar del enclave, con parking y servicios. Hay donde elegir, para que cada cual pueda encontrar su descanso, como sucede en todo este hermoso tramo litoral del occidente de Asturias.