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La primera etapa comienza algo alejada del caso histórico, en una zona de ecos militares en el primer ensanche de Pamplona. Baluarte es el palacio de congresos y auditorio del que carecía la ciudad hasta que se inauguró en los primeros años de la década de los 2000. Nos situamos en la plaza a la que da nombre para contemplar una de las obras arquitectónicas con más personalidad de Pamplona y firmada por el arquitecto navarro Francisco Mangado. Un edificio en forma de L, cubierto de granito gris oscuro y que ocupa el espacio del antiguo Baluarte de San Antón, del que apenas quedan unos restos que se pueden ver en el interior del auditorio.
Si lo rodeamos y cruzamos la avenida del Ejército, llegamos a una de las entradas de La Ciudadela, fortaleza militar del siglo XVI convertida desde hace años en una de las zonas verdes más animadas de Pamplona. Merece la pena atravesarla y dar un paseo por el interior. El polvorín, la sala de armas, el antiguo horno de pan o el pabellón de mixtos se usan hoy como espacios culturales.
Dejamos atrás La Ciudadela y nos encaminamos hacia el parque más hermoso de Pamplona: los Jardines de la Taconera, construidos en torno a la muralla, y de los que existen referencias en los primeros años del siglo XVIII, aunque se conformó como parque en torno a 1830. Flores, parterres, paseos arbolados, un café muy concurrido, estatuas que recuerdan a grandes compositores de la tierra y un pequeño zoo en el foso de la muralla con pavos reales, gamos, patos, ciervos, cabras… La Taconera nos deja a las puertas del casco histórico.
A nuestra espalda dejamos la amplitud de las avenidas del ensanche. Esta segunda etapa nos va a adentrar en las calles históricas de la ciudad desde la plaza Recoletas y a través de la calle Mayor. Los creyentes o los simples curiosos pueden acercarse a la capilla de San Fermín, en la iglesia de San Lorenzo, situada justo en la cabecera de esta calle que es uno de los ejes del casco antiguo pamplonés.
La calle Mayor tiene visibles las heridas de la crisis. Se suceden los escaparates vacíos y los carteles de alquiler o venta en este eje fundamentalmente comercial, en el que nos vamos a encontrar ya con las primeras fachadas pintadas con colores sobrios y elegantes y vestidas con algunas flores. En el caso viejo de Pamplona conviene disfrutar de una perspectiva larga de sus calles. A la altura del número 65 debemos detenernos ante la fachada del Palacio de Ezpeleta, ejemplo de arquitectura barroca y una de las portadas más llamativas.
Giraremos a la izquierda en Hilarión Eslava hasta llegar a la calle Jarauta, donde nos topamos con varias tiendas que conservan la madera pintada tanto en su fachada como en el interior, típicas del casco histórico de la ciudad. Estamos en la calle Jarauta, en la que se aprecian los primeros símbolos de la Pamplona más activista. Si nos asomamos a la plaza de Santa Ana, veremos un pequeño patio de manzana con fachadas de colores y una pequeña y tranquila terraza. Pasaremos por Paprika, un huerto comunitario al que cualquiera se puede asomar, antes de dar con la iglesia de San Saturnino o San Cernin, un templo del siglo XIII con su fotogénico pórtico y sus dos torres contundentes.
Y al final de este segundo encierro, la mundialmente conocida plaza Consistorial, ese lugar que provoca un impacto doble cuando se llega por primera vez: la emoción de estar en ese espacio que ya es parte de nuestra cultura audiovisual y la sorpresa por su tamaño.
Tercera etapa de nuestro recorrido por Pamplona que nos adentra en la parte más reconocible del casco histórico. Desde la plaza Consistorial avanzamos hacia la calle Mercaderes, en la que se mezclan fachadas históricas, como la de una antigua farmacia convertida hoy en inmobiliaria, con restaurantes de comida rápida o la tienda de Kukuxumuxu, renovadores de la imagen del souvenir sanferminero.
La calle Estafeta desemboca en la calle Curia, una ligera pendiente que nos llevará hasta la portada de la catedral de la ciudad. Su interior mejora, sin duda, la primera impresión que recibe el viajero al observar su fachada. La visita al templo merece la pena, sobre todo por su claustro gótico del siglo XIV. En uno de los costados de este edificio, la agradable plazuela de San José, y en su lateral izquierdo, una calle peatonal de nombre con cierta retranca: la calle Salsipuedes.
Y unos metros más adelante y tras un recodo de la plaza, se abre uno de los rincones más bonitos de la ciudad. La calle Redín con sus casas de piedra con aire medieval, las fachadas frondosas, la terraza del 'Mesón del Caballo Blanco' y el mirador del mismo nombre, desde el que se tiene una de las mejores vistas de la parte baja de la ciudad. Esta tercera etapa nos llevará a través de la muralla hasta la Puerta de Francia, una de las entradas a la ciudad antigua que hay que atravesar para dar un último vistazo al horizonte antes de volver a enredarnos en el callejero pamplonés.
Con la puerta de la muralla a nuestra espada, encaramos la calle Carmen, unos metros de repecho que nos acercan a uno de esos lugares que condensan, en parte, el espíritu del casco viejo pamplonés. Una pequeña plaza que se abre en la confluencia de esta calle con Navarrería. Un lugar bullicioso, frecuentado por vecinos y viajeros, en los que se mezcla la gente que se sienta junto a la fuente central o se acoda en las barras exteriores de los bares. 'La Tortilla', 'La Mejillonera', 'La Nabarrería', 'Los Burgos de Iruña' son algunas de las tabernas en las que podemos hacer una primera parada. Aunque conviene reservarse, porque esta parte de nuestra ruta va a ser la más gastronómica.
Ha llegado el momento de transitar la ya mítica calle Estafeta, la recta que corredores y toros enfilan antes de llegar a la plaza de toros. Esta es una calle que conviene recorrer sin prisa para detenerse, por ejemplo, en el 'Horno de la Estafeta' y probar dulces de acento navarro como sus recuperadas pastas de canela –tradicionales en la ciudad y olvidadas durante algunos años–, las tortas de Txantxigorri, las empanadas de chistorra, las mantecadas de Olite, los roscos de Sesma o las españolas de Azagra.
No muy lejos de este horno, uno de esos lugares que encierran en su escaparate abigarrado rasgos de la identidad de una ciudad. 'La tienda de Ernesto' anuncia los verdaderos gigantes de goma, vende reproducciones clásicas de San Fermín, botas para beber vino, toros de tamaño infantil y zaldikos o cabezudos. Ernesto hace cuentas: "Ya son 50 sanfermines vendiendo recuerdos en blanco y rojo".
El resto queda en manos del viajero: elija cualquiera de los mesones y bares de esta calle para comer un pincho y beber un buen vino navarro. Tabernas clásicas y algunas recién llegadas y en todos los casos, parte de la esencia gastronómica de esta ciudad de barra, bocado y chiquiteo. Y al final de la calle, un giro a la derecha y llegamos a la plaza del Castillo, de estructura tradicional con zona porticada. Esta plaza acoge uno de los cafés convertidos en reliquia literaria gracias, en este caso, a Ernest Hemingway: todo aquel que visite Pamplona debe al menos asomarse al 'Café Iruña', por su pasado evocador y por su conservada decoración clásica.
Última etapa de este largo paseo pamplonés. Recorremos la parte del casco histórico que nos quedaba por conocer y lo hacemos desde la plaza del Castillo, tomando la calle del Pozo Blanco hasta Zapatería, otra de las vías comerciales de la zona en la que han logrado sobrevivir algunas de las tiendas con más historia de la ciudad. En Zapatería hay que pasear ojeando las fachadas, algunas pintadas, otras adornadas con flores, deteniéndose ante la portada del Palacio Navarro-Tafalla o del Palacio Guendulain, convertido hoy en un hotel.
La calle de San Miguel nos acercará hasta una de las iglesias más antiguas de Pamplona, la de San Nicolás. Templo de muros gruesos que conserva una de sus torres de vigilancia, no en vano fue concebida como un bastión defensivo. La calle San Nicolás nos lleva al punto de partida de esta última ruta. Bulliciosa y repleta de bares que son, para muchos antiguos universitarios, ecos de su paso por la ciudad: 'El Marrano', 'Ulzama', 'Otano', 'Basoko'...
Y en el extremo de la calle, la heladería 'Larramendi', que ofrece algunos sabores cargados de navarrismo: Idiazabal con membrillo y nueces o cuajada quemada y miel. El 60 % de los ingredientes utilizados en este heladería son locales.
Vamos llegando al final, en la calle Comedias podemos asomarnos al café 'Roch', local fundado en 1898 muy fácil de identificar por su fachada de madera verde y sus ventanas con visillos. Y por fin el Paseo, que une algunos de los símbolos de esta tierra: el nombre del violinista y compositor Pablo Sarasate, el monumento a los Fueros y el Palacio de Navarra, sede del gobierno de la Comunidad Foral.
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