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Disfrutar de la belleza entrando en su historia y cultura enriquece cuerpo y alma, además de tus éxitos en redes. Por ejemplo, al lado del banco más hermoso está la iglesia de Nuestra Señora del Rosario, del siglo XII, trasladada piedra a piedra y con unas pinturas visigóticas que aparecieron bajo siglos de cal. Pasa, no te arrepentirás.
“Tenemos dos clases de turismo, los que vienen a conocer el paisaje y a la gente, que son la mayoría. Luego están los que, además, buscan conocer la cultura y el medio, su historia”, explica Miguel Angel Valladares, responsable de la Revista Comarcal de la Montaña de Riaño. Y, lo más importante, nacido en La Puerta, uno de los nueve pueblos que duermen bajo las aguas del Esla. Los otros ocho son Anciles, Escaro, Hueldes, Vegacernega, Pedrosa del Rey, Burón, Riaño y Salió.
La subida a primera hora de la mañana al columpio, que inauguró la era de los columpios más altos de España y que sigue siendo el más hermoso, acelera las dosis de adrenalina. Las montañas con las cumbres jaspeadas de nieve, el pico Gilbo -el Cervino leonés le llaman, no llega a los 1.700 metros, pero es peculiar, único- reflejado en las aguas verdes y azules del pantano, el viaducto que atraviesa un poco más allá del nuevo pueblo de Riaño emborracha los sentidos. Ayuda un bien de altura: la brisa pura que corre y envuelve.
El columpio está en el Alto de Valcayo, en el mirador de Las Hazas. “Cuando vemos las colas de una o dos horas que se forman en los festivos y en vacaciones, la gente del pueblo aún no nos lo creemos. Creo que no ha costado más de 400 euros el columpio y ha sido lo que más repercusión ha tenido”, cuenta Miguel Ángel al pie del balancín, mientras una pareja se vuelve loca sacando fotos.
Él lanza el columpio con ella cada vez más feliz, melena al viento, carcajadas que despiertan a los alrededores. Arrasarán en Instagram, seguro, si encima incluyen la fotito con una Heidi y su perrito al lado, preparados para los niños. Y para adultos con humor. La pareja ha descubierto el lugar en vídeos y fotos de las redes, igual que el banco al que van a dirigirse ahora, en cuanto tengan las fotos chulas. El cielo azul, la mañana transparente y la ausencia de gente esperando les hace tocar el paraíso. ”Sabíamos que viene mucha gente”, cuenta él sin dejar de empujar a la compañera cada vez más alto.
A unos metros del columpio, en otro mirador de este Alto Valcayo, se levanta una torre-cabaña vestida con una serie de carteles y fotos que relatan la historia, la fauna -riquísima- del territorio y la “añoranza” con poesías de habitantes de estas tierras. Es interesante dedicarles unos minutos, completan el panorama. Y convierte las sensaciones en más intensas en tiempos de prisa.
De añoranza sabe mucho la mirada de Miguel Angel Valladares. Fue uno de los jóvenes que se subió al tejado de su casa, de otras casas de los pueblos del valle en aquella primavera durísima de 1987. Intentaban rechazar al centenar de guardias civiles que entraron en el valle para obligar a abandonar los hogares y cerrar las compuertas del pantano para inundar los pueblos, anegar sus casas. Han pasado sólo 36 años; sus hogares de infancia, sus muertos, siguen ahí abajo.
“Nos ofrecieron llevar los restos fuera de sus cementerios, a otros sitios, pero mi abuela, por ejemplo, siempre hubiera querido reposar en su pueblo. Ahí la dejamos”. Muchos se fueron para no volver nunca, otros, como Miguel, se quedaron. Él concretamente en el nuevo Riaño que se levantó.
Ahora intentan relanzar el territorio respetando el pasado y mirando al futuro, sin borrar nada de la memoria, que es lo que les queda, además de la belleza del entorno. Conocida la historia del fondo del pantano, uno mira las aguas y tanta hermosura con otros ojos. Asombra que, de tanta tristeza y batalla, haya surgido tanta belleza.
La bajada desde el columpio para la iglesia de La Puerta -trasladada piedra a piedra antes de ser inundado el pueblo- y el banco no son más de diez minutos en coche. Simón se encarga de enseñar la iglesia. Él y Miguel Ángel consienten en sentarse en el famoso lugar. “Allí enfrente, el pico Gilbo, menos que los 2.000 metros del Yordás, allí detrás. ¿Véis aquellos bosques? Se están formando en las últimas décadas, cambian el paisaje por el pantano. Y, justo aquí debajo, está mi pueblo, La Puerta. Por esas sendas de allá, donde hay agua, crecí y las recorrí con mi bici desde la infancia. Antes de morirme me gustaría volver a verlo”, cuenta Valladares.
El banco más hermoso de León no ha debido de costar más de 200 euros y es un lugar al que viene mucha más gente que a visitar la iglesia, reconoce Simón. Son los ingleses y franceses quienes entran en el pequeño templo, “pero otros se quedan aquí, mirando el paisaje, y ni asoman por la puerta” susurra Simón. Hacen una foto tras otra con todas las poses imaginables. El asiento está situado ligeramente por encima del cartel del pueblo: Riaño. Observando los montes y las aguas, ahora agitadas por la suave brisa, es fácil imaginar a “nutrias, osos, lobos, ciervos, cabra montesa, rebeco, venado, jabalí. La cabrá montesa llegó allá por los años 40”, como recuerda Miguel Ángel.
La iglesia de La Puerta -Nuestra Señora del Rosario- te acoge, acostumbrada a tantos devaneos y errores. Es del siglo XII-XIII y, en la operación de desmontarla y traerla a su nuevo emplazamiento, se descubrieron pinturas góticas del XIV que cubren la bóveda del altar; a la derecha, San Antón. Las otras bóvedas tienen estrellas, una Pasión de Cristo y el Árbol de la Vida. Como todo lo pregótico, con restos del último románico, es de una ternura deslumbrante.
“Era la liturgia visigótica, mozárabe. Teníamos también en las pinturas un candelabro, pero ha desaparecido. No sabemos en qué momento. Los que hemos estado en está iglesia desde pequeños recordamos muy bien donde estaba, pero alguien lo borró”, cuenta Miguel Ángel mientras Simón enseña las pinturas, conservadas en buen estado. Estuvieron tapadas siglos por un retablo barroco del XVI. Lo que no han podido borrar han sido la cruz visigótica de la pila bautismal, ni las pinturas.
No falta el humor por parte de los lugareños. En la puerta de la iglesia figura un cártel del que Simón y Miguel apuntan como el de las tres mentiras. Las tres afirmaciones que tiene son falsas: ni es una ermita, como pone -es una iglesia-; ni fue trasladada en 1990, sino en 1987; ni es del siglo XVII, sino del XII-XIII. Miguel, un experto en la historia de la Alta y Baja Edad Media, habla de Witiza, el rey visigodo que obligaba a los curas a casarse; o salta a la humilde y acogedora belleza de la iglesia.
“Hemos entrado por la puerta de los hidalgos, los que no pagaban. Y por la del fondo, la puerta de los pecheros, los que pagaban claro está. Las tumbas estaban aquí, al pie del altar. Cada familia tenía su reclinatorio encima de una tumba familiar. Cuando eramos chicos, con las trastadas cambiabamos los reclinatorios de lugar, a ver si se daban cuenta. Pues sí, claro que se daban cuenta y al día siguiente volvían al mismo lugar”, sonríe Valladares al recordar.
De camino al embarcadero y al paseo del recuerdo, en homenaje a los pueblos que callan bajo las aguas, el coordinador de la revista comarcal vuelve a recuperar la memoria, esa de la que no huye, pero sabe que hay que salir adelante. Porque no todo quedó acabado en el 7 de julio de 1987, cuando se cerraron las compuertas del pantano y el agua comenzó a penetrar por tierras y piedras milenarias. “Cuando vinimos a vivir aquí costó acabar con el localismo. Los vecinos de cada pueblo se reunían en rincones diferentes. Hoy, las escuelas son conjuntas y las nuevas generaciones ya van superando todo eso”.
La presencia de la mujer en Riaño ha sido constante desde la llegada. “La patrona de aquí en Santa Águeda, la Asociación de Mujeres de Santa Águeda es muy potente, muy solidaria. Se ve siempre, ya sea con la guerra de Ucrania, el terremoto, la covid”. Y, aunque “lo que pasó, pasó”, son en buena medida las mujeres quienes mantienen la memoria viva.
Hay un barco que recorre los 100 kilómetros de costa que tiene el pantano. El primer día que una mujer de más de ochenta años lo vio navegar por encima de las aguas, “la pobre se puso fatal. Muy mal de los nervios. Fue tremendo”, recuerda Miguel. Era como si los pasajeros y ese motor fueran a profanar todo lo que duerme bajo las aguas, los pueblos que ya estaban formados en los tiempos del gran Alfonso IX de León.
Sí, el padre de Fernando el Santo, no precisamente bien avenidos y, por eso, fundadores de Castilla y León como reino inicial. Aunque sobre este terreno también se pisen minas. Para los leoneses, el Reino de León es y será eso, reino primero, con historia propia y única.
La campana del concejo que llamaba a la reunión -“la Iglesia no permitía que se utilizaran sus campanas para llamar a concejo”, recuerdan Valladares- y el Museo Etnográfico -magnífico- merecen una mirada y una parada, respectivamente, tras el paseo del recuerdo. Junto con la iglesia de Santa Águeda, antes conocida como de San Martín. También fue trasladada piedra a piedra de Pedrosa del Rey, otro de los pueblos inundados. Merecen la pena su torre, del siglo XVI, y la copia que se ha hecho de la portada románica.
“En Pedrosa del Rey”, cuenta Miguel, “todos eran hidalgos y se les trataba como tales. Los que venían de fuera no lo tenían fácil. Uno logró instalarse una vez y toda la vida fue conocido como el tipo Ajeno”. Historias antiguas, recuerdos para la sonrisa, charlas para transmitir en invierno, al pie de las chimeneas, aunque ahora el frío ya sea llevadero, mucho menos intenso que hace tan solo 30 años.
Todo transcurre mientras el coordinador de la revista comarcal se dirige hacía la catedral de la lucha leonesa, “que está en Riaño”. Porque no sabíamos nada de esa lucha, heredera seguramente de la romana, noble, cuenta Valladares, agarrada por el cinturón; ni del curioso pabellón cubierto que se ha creado en el pueblo.
“Se utiliza para otros muchos eventos, porque está cubierto. Pero la lucha leonesa se practicaba en todos los pueblos, en un prado mismo, donde fuera”, acaba de contar el guía tan especial mientras se encamina a un pueblo de al lado, Boca de Huérgano, donde quedan restos de la peculiar forma de edificar en la Montaña Leonesa, con las vigas en horca, dejando entrar el aire por la parte alta, tapada con pacas de paja.
Transcurrirán los siglos, pero por estos valles, montañas, ríos y nuevos hogares siempre entrará la memoria. Para no repetir la historia.
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