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Del 25 al 28 de agosto, el espectacular castillo de Belmonte acoge el II Torneo Internacional, el equivalente a la Champions League de un deporte de contacto que nació hace dos décadas en Polonia y Rusia y hoy tiene cada vez más adeptos en España. Los luchadores, enfrentados en solitario o por equipos de hasta 20 contendientes, utilizan réplicas de armas sin filo y armaduras de los siglos XIV y XV para asestarse mandobles a diestro y siniestro. El objetivo es tumbar a los integrantes del equipo contrario, y para ello vale prácticamente todo, excepto golpes en la nuca y detrás de las rodillas. Todo un derroche de adrenalina para combatientes y público, que jalea a los equipos entre ooohhs y uuuhhs cada vez que ve una patada voladora o un golpe espectacular.
Además de la competición, la organización ofrece una experiencia inmersiva que va mucho más allá del entrechocar de espadas y escudos. Lo primero que se encuentra el visitante al entrar en el recinto de 70.000 metros cuadrados en el que se desarrolla el evento es el campamento en el que viven durante cuatro días los 120 luchadores procedentes de nueve países que participan en el torneo. Se premia la fidelidad histórica y se castiga el uso de instrumentos modernos, así que lo más habitual es ver a los equipos cocinando en grandes ollas al fuego o sentados en bancos de madera mientras reponen fuerzas.
El mercado se sitúa a ambos lados del camino que conduce a la zona de combates, con artesanos procedentes de toda Europa. No tiene nada que ver con el mercadillo medieval al uso que se ha popularizado en los últimos años por toda la geografía española, que de medieval no tiene nada. Aquí los vendedores utilizan atuendos auténticos de la época en puestos de dulces, ropa, juguetes y objetos de todo tipo, que remiten a los tiempos de la Reina Isabel de Castilla. No hay nada como un buen trago de hidromiel para disfrutar de la visita y prepararse para los combates.
Arriba, en lo alto del cerro de San Cristóbal, se encuentra el castillo, construido en 1456 y recientemente restaurado, escenario de rodajes como los de El Cid, Los señores del acero o la serie Isabel. La entrada incluye la visita al interior, obligada para todo aquel que sienta un poco de curiosidad por cómo se vivía entre torres y almenas, con una sala de armas repleta de artilugios y curiosidades y una taberna en la que picar algo.
La verdadera zona de restauración se encuentra cerca del mercado, donde brillan la gastronomía castellano-manchega y alemana, con los productos de aquella época tal y como se cocinaban entonces. Este año, por primera vez, se ofrece un menú a precio bastante asequible. La oferta de ocio se completa con representaciones teatrales, bufones, tiro con arco, danza del vientre, muestras de cetrería, paseos en burro y una zona de juegos tradicionales para los niños (y los no tan niños).
El torneo es también una excelente excusa para visitar el pueblo y su casco histórico amurallado. Paseando por sus calles empedradas uno puede encontrarse con la monumental Colegiata de San Bartolomé o la Ermita Virgen de Gracia. Si la oferta culinaria del torneo no convence a los más exigentes, el ambiente medieval tiene continuidad en el restaurante del Palacio del Infante Don Juan Manuel Hotel Spa, con una terraza veraniega de lo más recomendable, o La muralla, donde el lomo de ciervo con salsa de vino agridulce se puede calificar como un manjar de dioses.