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Día de lluvia en un hotel de la costa del Cantábrico, un lugar cualquiera entre la Asturias Occidental y Euskadi. En el medio de ambas cornisas, Cantabria. Combatir la encerrona de las gotas de lluvia es el objetivo prioritario, no perder ni una jornada cuando la playa no es un plan apetecible. ¿Adónde ir? preguntan los adultos de la familia durante el desayuno de sobaos y quesada. Un pinchazo de jaqueca amenaza a los padres solo de pensar en soportar a los chicos todo el día encerrados, por más que la posada o el hotel sean agradables. Hay muchas maneras de visitar la villa cántabra, todas ellas deliciosas. Desde la más culta y hedonista –amaneceres, puestas de sol, paisajes bucólicos– hasta la del estilo ¡Hola!, con cotilleo divertido. Lo mejor: mezclarlas todas
Una mujer misericorde de la mesa de al lado se gira y con una sonrisa de oreja a oreja, encara a los padres: "¡A Comillas! Lo tenéis todo, monumentos y palacios –esta El Capricho, ese de los girasoles de Gaudí–, tiendas pijas y baratas de mercadillo; tren para montar a los chicos y dar la vuelta al pueblo; puerto para que os cuenten historias de ballenas, casonas, Universidad y conventos; una casa de cuento, la del Duque... Si tenéis suerte, os toparéis con un trozo del ¡Hola!, porque en algunos de sus cafés o terrazas hay gente de esa que sale en Corazón, corazón o en las revistas de chismes".
A grandes rasgos, la información que ha lanzado la bienintencionada señora es cierta. Pero la historia va mucho más allá. Comillas es una de esas villas del norte de España que se puede visitar en un día –mejor dos– o en los puentes de octubre, noviembre, Semana Santa, mayo o cualquier momento del año. Siempre te quedará algo para volver. Tras el recorrido, el ánimo queda satisfecho. Cumples con la cultura, el deporte y la buena vida. A través de su historia y sus monumentos –los grandiosos y los humildes, su puerto y su maravillosa costa– se comprenden dos siglos de historia, desde la mitad del XIX hasta nuestros días.
Lo que significó la emigración a América. Se fueron los pobres como ratas y los más aventureros, de grumetes, escondidos en las bodegas o con los billetes de tercera comprados con la venta del último prado. Algunos regresaron en sus propios barcos, con las alforjas llenas de dinero, eran "los indianos". En Comillas también se les llama manilos. Además de Cuba, Manila fue otro destino frecuentado por estos emigrantes.
De Comillas era uno de los más conocidos del país, Antonio López y López, I Marqués de Comillas. Cumple con el esquema del indiano triunfador, acumuló tal fortuna a base de ingenio, trabajo y negocios oscuros –fue traficante de esclavos- que terminó por fusionarse con la burguesía catalana y la aristocracia y en la decadencia que rodeaba a la monarquia de Alfonso XII y Alfonso XIII. Como tantos otros, el marqués de Comillas y sus descendientes lograron, vía matrimonios y vía asociación empresarial –a menudo era la misma jugada-, coaligarse con las potentes familias de industriales y comerciantes de Cataluña y País Vasco. La guinda la pusieron los títulos de la aristocracia más rancia, desde los Reyes Católicos en adelante, que encontraron en los indianos y los industriales su tabla de salvación.
El resultado de esa amalgama de circunstancias produce lo primero que uno debería saber a la hora de emprender la visita de Comillas: para muchos estudiosos es la cuna del modernismo. Ese movimiento artístico que los expertos sitúan alrededor de 1880 y que en otras partes de Europa se conoce como Art Nouveau y lleva dentro cubismo, futurismo y la escuela Bauhaus hasta llegar al Art Decó. O para los más profanos en la material, el arte de la maravillosa Belle époque y "los locos años 20".
Para oler ese ambiente es una buena elección la Ruta del Modernismo que recorre el pueblo y su entorno. Se hace durante todo el año y su trayecto es alternativa perfecta para ese día gris del Cantábrico. En ella uno descubre las joyas que encierra la villa, sembrada con rastros aún de la pequeña aldea pesquera que fue y los apellidos que pueblan las mansiones y palacios. Un lugar que asombra por la cantidad de historia que acumula en poco espacio.
Uno de los expertos en el arte comillano es Enrique Campuzano Ruiz. Defiende que en esta villa, asentada sobre seis colinas, nació el modernismo de la mano de Lluis Doménech i Montaner y Antoni Gaudí, ambos discípulos de Joan Martorell, el arquitecto oficial del Marqués de Comillas. Todo ello bajo el mecenazgo y el buen gusto del ilustrado Eusebio Güell, yerno del marqués. Campuzano, catedrático, presidente de la Asociación Organo Hispano y miembro de la Real Academia Catalana de las Bellas Artes de Sant Jordi, es, ante todo, un enamorado de la obra de Doménech i Montaner –por algo es miembro de la Fundación Doménech– y de la figura de Güell.
Antonio López, el I marqués de Comillas, empresario, banquero y filantropo según las enciclopedias y los folletos turísticos de Comillas y Barcelona –lo del tráfico de esclavos se escribe en letra diminuta– que nació en Comillas, "fue el hombre que trajo al Rey Alfonso XII a la villa dos veces –1881 y 1882–. Era un personaje de inteligencia natural para los negocios, pero no precisamente dotado para la sensibilidad artística. Tuvo el detalle de no escatimar en los proyectos que su yerno Eusebio –casado con su hija Isabel– tenía para la pequeña población de pescadores y antiguos balleneros. Güell, descendiente también de indianos, había estudiado Derecho, Económicas y Ciencias en Barcelona, Francia e Inglaterra. Un auténtico ilustrado, integrado en las corrientes artísticas de aquella Europa de fin del XIX y principios del XX".
Todo eso y mucho más relata el profesor Campuzano una tarde de verano, tomando café en el corro Campíos, detrás de la iglesia, el centro de encuentro más popular de Comillas. También lo cuenta de forma apasionada cada sábado, de ocho a nueve de la tarde, durante el verano, en el Palacio de Sobrellano o en el Panteón. Unas charlas que se convierten en la joya de la corona de Comillas, más frecuentadas por los turistas que saben lo que encierra la villa que por los mismos habitantes del pueblo, acostumbrados a la belleza que les rodea.
"Doménech es un genio, oscurecido por Antonio Gaudí por razones históricas y políticas. El arquitecto oficial del Marqués de Comillas es Martorell, profesor de Doménech y Gaudí. Los planos del seminario de Comillas están firmados por los tres, pero Joan Martorell, el maestro, lo encarga todo desde Barcelona".
"Doménech era un tipo culto, un humanista y además político. Presidente de la Liga de Cataluña y de Unión Catalanista, aunque luego se retire desilusionado de la política, mientras que Gaudí era un católico apostólico romano, para el que está pedido el proceso de beatificación desde 1945. Durante los años de dictadura se resaltó a Gaudí, mientras que a Doménech se le deja en un segundo plano".
El relato del profesor Campuzano está salpicado de historias curiosas. Además de Doménech, no esconde que su otra debilidad para investigar es la figura de Eusebio Güell y sus hijos, especialmente sus cinco hijas –tuvo cinco hembras y cinco varones- unas adelantadas para la época. Excelentes músicas, una buena pintora, creadoras de revistas femeninas. "Su padre las dejó estudiar y ellas son figuras interesantes. Güell, como buen ilustrado de la época, viajaba por toda Europa. En verano acudía al festival de Bayreuth que desde 1876 organizaba Wagner, y se trataba de tú a tú con el genio alemán. Fue una suerte para Comillas que se casara con la hija de Antonio López, y se encargara de dar una educación abierta a sus cinco chicas. No era normal para la época, donde primaba la educación para los varones".
Dice la historia que Güell conoció a Gaudí en la Exposición Universal de 1888 y quedó impresionado por el toque genial del futuro arquitecto, de quien el maestro Martorell i Montells, el día que le entregó la licenciatura dijo algo así como que "el tiempo demostrará si concedemos tal honor a un genio o a un desastre". En la historia, el genio primó sobre el desastre, si bien Gaudí no ocultó una personalidad un tanto peculiar, marcada como dice Campuzano por su catolicismo ancestral. A su lado, su colega Doménech portaba la solidez y el raciocinio, menos colgado de la beatitud gauditiana.
Sobre la religiosidad del arquitecto catalán hay miles de anécdotas, que corren entre la misma familia Güell. Un día, cuando el Palau de la Música de Barcelona estaba en construcción, Gaudí avisó con premura a Eusebio Güell de que tal y como había quedado instalado el órgano, a sus hijas se les veía el tobillo cuando tocaban los pedales. "Ponga usted una cortinilla, que se puede correr y descorrer", solucionó don Eusebio. "No por Dios –respondió Gaudí– que algún malintencionado podría descorrerla para mirar esos tobillos". Güell le dejó que hiciera lo que quisiera y el resultado es un alzado de mármol en el lugar de la cortinilla, cuyo grosor puede ser comprobado por los visitantes del Palau que pretendan sonreir con la anécdota.
Al contrario que a Gaudí, a Doménech la compañía de los marqueses de Comillas le agobiaba. Antonio López, el primero, murió en 1883 sin ver acabado el palacio de Sobrellano que había encargado para el Rey Alfonso XII. El monarca nunca lo habitó. El II Marqués, Claudio, que heredó del padre el gusto por los negocios y algo más por la cultura, coincidía en querencias religiosas con Gaudí, tampoco despertaba el interés del arquitecto y politico catalán.
Así, cada vez que llegaba a Comillas, en vez de alojarse en La Portilla u Ocejo, las casas del marqués y sus hijas, prefería irse al cementerio –una de las obras emblemáticas del modernismo, que el propio Doménech amplió sobre las ruinas, situando el ángel de Gimona al frente– y pensar en la finalización de Sobrellano y la distancia al Panteón. Después, el arquitecto catalán optaba por marchar a Gerramolino, en la cercana ría de La Rabia, donde estaba la casa del empresario de mineria inglés, Mr. James Pontifex Woods, más conocido como don Jaime el de Tresviso, todo un personaje. Pero esa será otra historia y otra visita.
Mientras Doménech combatía el tiempo de las lluvias y los meses trabajados en Comillas con don Jaime el Inglés, cuya charla era más interesante que la de los nobles López, otro personaje histórico para el modernismo de la villa, Cristóbal Cascante, el otro arquitecto del grupo de Martorell que fue el encargado de ejecutar los planos firmados por los otros tres, llevaba años instalado en Comillas, donde enfermó y murió. Cascante siguió a pie de obra que los diseños de Martorell del palacio de Sobrellano y del Panteon se realizaran como era debido. Acabó con Doménech el monumento con la estatua del I Marqués de Comillas.
Gaudí no visitó Comillas –aunque algunos lugareños defienden que estuvo de paso camino de Astorga, pero no hay documentos que lo acrediten–, así que sepan todos aquellos que se hacen la foto con su estatua, a la espalda de El Capricho, que se llevan un fake, pero es divertido. Al menos hasta ahora no ha podido demostrarse fehacientemente ninguna visita del autor de la Sagrada Familia, pese a los esfuerzos de algunos de sus seguidores, quienes insisten en que pasó una vez fugazmente. Quienes se mancharon las manos de lluvia y barro fueron Cascante –el que más– y Doménech.
Conocidas algunas de las cuitas entre figuras tan notables –y que confluyeron en un pueblecito humilde pero con un paraje privilegiado– a la hora de emprender la visita cultural de Comillas conviene tener en mente el momento de la historia que vivían este grupo de personajes: los años 80 del siglo XIX. Inauguran lo que serán las corrientes artísticas más revolucionarias del siglo XX.
El profesor Campuzano recomienda comenzar por el Palacio de Sobrellano, ponerse frente al fresco de la familia del Marqués de Comillas, con su hijo Claudio, Eusebio Güell y el resto de parentela. "No hay más que observar la distribución de los personajes en el fresco. El único consciente de la trascendencia del momento, de que le están retratando, es Eusebio Güell. El resto posan mirando al horizonte, al mar", remata Campuzano, quien después aconseja dejarse llevar por el resto de la ruta modernista.
Aunque la corte de Alfonso XII solo pasó por Comillas dos veranos, las casas-palacio en las que inicialmente se repartieron sirven aún hoy como referencia. Marcan los tiempos hasta nuestros días. Alfonso XII y las infantas se repartieron entre La Portilla, que hoy sigue siendo residencia de los herederos de Antonio López, el marqués de Lamadrid; Ocejo, la otra casa palacio, también de tipo indiano, que el I Marqués destinó a vivienda de su madre y que hoy es residencia de veraneo del conde de Orgaz. Ambas están situadas al lado del Palacio de Sobrellano, el panteón y El Capricho, pero no se pueden visitar nada más que por fuera, como el resto de los palacios y casonas.
La Coteruca, propiedad del Marqués de Movellán; El Prado de San José, en su día perteneciente a los Duques de Almodóvar del Río; o la Casona de los Fernández de Castro, en el Corro de San Pedro, merecen una mirada curiosa e interesada desde fuera, imaginando que además de que en su día por allí pasearon infantas e incluso princesas o artistas de relieve del siglo XX –y pasan algunos aún cada verano– lo que queda de la nobleza y los apellidos de la aristocracia y las finanzas del país intentan esconderse en sus magníficas casonas, por cierto –se quejan los dueños por lo bajo– muy costosas de mantener.
Una lástima, porque a diferencia de lo que hace décadas realiza la aristocracia inglesa –modelo de refinamiento para muchos de los apellidos comillanos–, que es abrir su patrimonio al turismo durante determinadas fechas del año, las villas-palacio de Comillas permanecen cerradas desde octubre hasta junio.
Por ejemplo, mientras que la gran Deborah Mitford –condesa de Devonshire y una de las cuatro hermanas de las apasionantes Mitford– hizo de su patrimonio un negocio –fue aristócrata hasta para crear razas de gallinas aristocraticas también–; o la misma duquesa de Alba cedió para poder visitar Liria en contados días del año en Madrid, las grandes familias de Comillas –de las cuales, unas cuantas no andan sobradas de cash que diría Cayetana de Alba– no abren sus casas a los turistas para sufragar el mantenimiento de villas costosas. Como mucho, las alquilan o ceden para rodar películas. El ultimo ejemplo, La Portilla de los marqueses de Comillas, que aparece en Altamira, con Antonio Banderas como Marcelino Sanz de Sautuola, el nombre más ilustrado de la saga Botín.
Para los expertos en el modernismo de Comillas, detalles como la cerrazón con respecto a sus patrimonios por parte de los notables son una muestra de lo "antiguos y atados a prejuicios" que siguen las grandes familias comillanas. No hace falta ser Luis Escobar en La Escopeta Nacional, como desmuestran los Devonshire o los Alba. Se puede hacer negocio y cultura sin escenificar que están arruinados o venidos a menos.
En el apartado de casas y mansiones, merece una muy especial mención 'La Casa del duque de Almódovar del Río', construida en el Prado San José en 1896. Para muchos de los visitantes, más atractiva, bella y misteriosa que El Capricho, la Universidad de Comillas o el palacio de Sobrellano. "De arquitectura ecléctica y clara influencia inglesa", subrayan los guías, es la típica mansión para películas de terror, misterio y belleza. Ha sido utilizada en numerosos rodajes nacionales y extranjeros, y para fascinar a los niños y adolescentes de este siglo XXI, basta con decirles que quizá allí se refugiaron los familiares de Harry Potter. Por ahora, solo alquila sus jardines para eventos especiales.
La alcaldesa de Comillas, María Teresa Noceda (PRC), intenta compensar el conservadurismo de la aristocracia de la villa con un prudente silencio sobre el papel de las viejas familias y recomendando, además de las visitas programadas en la web municipal, patearse los barrios. La mayoría de los visitantes se quedan en Sobrellano, El Capricho y la plaza del antiguo ayuntamiento, cuando "los barrios son preciosos". "Todavía quedan muchos rastros de que fuimos un pueblo de pescadores, el último de los puertos balleneros. Campíos, El Espolón, el mirador de Santa Lucía, el paseo hasta la lonja y el puerto con sus puestas de sol, el Cabo de Oyambre... Hay lugares mágicos como el Monte Corona. En fin, ya sé que todos los alcaldes decimos cosas parecidas de nuestros pueblos, pero ¡el mío es único en todos los aspectos! Merecemos la pena, se ve y no es un tópico", insiste Noceda.
La alcadesa se ríe ante el comentario de que su villa aristocrática ha caído en decadencia. Como dice un dicho malvado, que a veces corre de toalla en toalla entre las playas de Oyambre o Gerra, "la aristocracia financiera que puede se va a Sotogrande y los que no, se visten para Comillas". El viejo puerto ballenero despegó como ciudad de veraneo para los ricos a finales del siglo XIX, mientras que Marbella y los Hohenlohe se lo trabajaron en los años 50 y Sotogrande (Cádiz) fue idea de un americano en 1964. "No conocía el dicho, pero en cualquier caso entre Andalucía y Cantabria siempre hay mucha comunicación, como decía Pereda. A los que bajaban de aquí allí se les llama jándalos y tienen una larga historia. Pero Comillas es único".
Como muestra de lo bobas que son las comparaciones, basta con repasar los apellidos de la crónica del verano de 29 de agosto de 1928 en Comillas publicada en ABC, donde nadie gana a las "encantadoras mujeres vestidas con arreglo a los últimos figurines"[...] "Aquel que vaya a Comillas, se sentirá atraído por el perfume de su rancia aristocracia", escribe el cronista, que pasa a detallar quién veranea en cada uno de los palacios o "encantadoras casas montañesas".
Si bien la nobleza comillana prefiere preservar su intimidad tras los cortinones de sus mansiones, hay otra forma de vislumbrarlos: ir de tiendas por el corazón del pueblo. Una parte de las tiendas de Comillas –'Las Molucas o 'El Siglo', por ejemplo– son propiedad de alguno de los herederos de los marqueses de Comillas y en ocasiones, hasta puede intuirse si son ellos mismos quienes te atienden. Son muchas las personas que entran en 'Alma-Zen' por si hay suerte y pueden encontrarse a María Eugenia Fernández de Castro, la que fuera nuera de la Duquesa de Alba.
Cuentan que fue María Eugenia quien regaló a Cayetana las zapatillas bordadas que desde hace tres lustros causan furor entre las fetichistas, y las compran a pares en 'Las Molucas' desde que la Duquesa de Alba las lucía cada verano en ¡HOLA!, ya fuera en las entrevistas realizadas en Dueñas o en su villa de San Sebastián.
Para los bolsillos más apretados, Comillas también cuenta con pequeñas tiendas hippiosas –o pretenciosamente pijas–, en las que se pueden encontrar detalles bastante originales, alternativas a los numerosos mercadillos que hay cada día de la semana en la zona. Las tiendas más divertidas están alrededor del corro, frente al ayuntamiento nuevo y la fuente modernista –¡no se la pierdan!– y son un refugio fantástico para escapar de la lluvia, mientras dejan acomodados a niños y maridos en la heladería de 'El Ártico' (inigualable su corte de nata), un lujo para los golosos.
La otra solución es enviarles a sentarse a cualquiera de las terrazas del corro Campíos, detrás de la magnifica Iglesia, a tomar un chocolate. Olvídense de los tradicionales churros, que han perdido su otrora calidad. En estas terrazas, en décadas pasadas, se podía observar a las marquesas y condesas delante de su merienda. Ahora es mucho más difícil, porque suelen reunirse en el Club Estrada, en la salida hacía la carretera de Cabezón de la Sal.
Recomendables son 'Joseín', 'El Mirador de Trasvía', 'Gastrobar La Fragua',' La Aldea' o 'El Remedio en Ruiloba'. Y en el centro del pueblo, el 'Bar Café Filipinas'. Además de hacer honor a todos los indianos de la zona que marcharon a las islas, tiene un menú del día y unas tapas más que respetables. Está abierto todo el año.
Pero sobre todo, Comillas es la zona de copas por excelencia. A partir de la medianoche, las terrazas, disco-pub y garitos son una ruta que atrae a la juventud de las muchas y pequeñas villas de los alrededores. No hace falta describirla, se chocarán con ella al son de la música.