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El complejo kárstico de Ojo Guareña es uno de los más espectaculares e importantes del mundo. Ubicado en el término de Merindad de Sotoscueva, estas cuevas han sido utilizadas por los habitantes de la zona desde hace siglos. Valga como ejemplo la ermita rupestre dedicada a San Tirso y a San Bernabé, cuya fachada está excavada sobre la propia roca, y el portón que daba entrada a sala de plenos del ayuntamiento hasta 1924.
La parte visitable de este entramado de galerías se limita a 400 metros, constituyendo el conjunto una red de pasillos subterráneos de más de 100 kilómetros de largo. Durante el recorrido se aprecia cómo la erosión del agua ha creado estructuras rocosas de formas caprichosas, estalactitas y estalagmitas, siendo el final del trayecto un gozo para los amantes de las pinturas al fresco, ya que este tramo finaliza en el interior de la ermita en la que se encuentran las obras que cuentan la vida del santo.
La oscuridad es la nota dominante de los entornos cavernarios. Poca luz para esconder secretos que no todos deben conocer. Ya sea por mito o por contactos estrechos con lo tenebroso, lo cierto es que en Zugarramurdi conocen bien cuáles son las consecuencias de la unión de oscuridad y cuevas.
En 1614, once personas fueron condenadas a morir en la hoguera acusadas de nigromancia por la Inquisición. La Cueva de las Brujas (Sorginen lezeak en euskera) se yergue como el testimonio del vínculo que se estableció en la comarca alrededor de la hechicería y un entorno natural en el que las cavidades kársticas y el bosque son la nota dominante. Para acceder a esta cueva de 120 metros de longitud y 25 de altura, es necesario seguir la Regata del Infierno, un pequeño curso de agua de nombre grandilocuente, antes de dejarse embrujar por sus espacios abovedados.
Se trata de uno de los tesoros más universales de la Península Ibérica. Las pinturas rupestres de la Cueva de Tito Bustillo reflejan el paso de los pobladores del Paleolítico y su particular forma de plasmar sus ritos y costumbres. La calidad de las representaciones es tal que sigue asombrando a los investigadores de hoy en día.
A pesar de que solo se pueden visitar dos de las galerías que componen el conjunto -para ver el resto haría falta mucho más tiempo y equipo especial para espeleología-, es posible observar cuáles son las pinturas que decoran toda la red en el Centro de Arte Rupestre, donde se han elaborado réplicas de las obras del interior. Un espacio recomendable para poder entender lo que ha supuesto el descubrimiento de esta cueva a la hora de interpretar la evolución de los primeros humanos.
Durante siglos, La Cuevona ha supuesto el único camino para acceder al pueblo de Cuevas del Agua, cerca de Ribadesella. Esta gruta que atraviesa los montes asturianos es uno de los pocos ejemplos en el que se puede completar su trayecto tanto a pie como en coche, ya que está asfaltada.
Ni qué decir tiene que la magia de este tramo subterráneo no tiene nada que ver si se realiza caminando en lugar de sobre ruedas, por lo que es aconsejable aparcar en las inmediaciones y contemplar sus bóvedas sin techos que interrumpan la contemplación. Además, al estar iluminada para favorecer las condiciones del tráfico, las sombras que se generan ayudan a aumentar el misterio propio que envuelve estos caprichos geológicos.
Esta singular cueva marina es uno de los secretos mejor guardados de la isla de Mallorca. La cueva Des Coloms es una galería subterránea de 250 metros de largo y 25 de ancho a la que solo se puede acceder desde el mar, multiplicando la épica espeleológica.
La recompensa es poder observar las salas de la Playa y la Catedral: la primera con un pequeño arenal; la segunda con techo que parece derretirse lentamente mientras crea estalacticas. Es en la de la catedral donde los excursionistas pueden disfrutar de una serie de pozas en las que zambullirse y bucear mientras disfruta de la perspectiva de la bóveda.
Esta es una de las cuevas más conocidas e importantes de todo el país. La Cueva de Nerja ha formado parte de las rutas turísticas por la comarca prácticamente desde que se descubrió en 1959. Hoy en día, este conjunto profesa un mayor respeto y cuidado por entorno geológico de importancia global al acoger una de las mejores muestras de arte rupestre prehistórico, ya que se ha documentado presencia humada desde hace 50.000 años hasta la Edad de Bronce (2500 a.C.).
Las salas de la Mina y la Torca, la de Belén, la del Cataclismo… cada uno de los espacios separados a lo largo de este conjunto de 140.000 m2 está forrado con espeleotemas que sobrecogen a todo aquel que se adentra en la cueva.
¿Cuántas veces una cueva da la oportunidad de conocerla a bordo de una barca? Muy pocas y, para suerte de los amantes de estos entornos cavernarios, Las Cuevas de San José pertenecen a este selecto grupo. Este privilegio se debe a que el río subterráneo que pasa por La Vall D’Uixó es el cauce enterrado con el tramo navegable más largo de Europa.
Como si de un paseo en góndola se tratase, los visitantes a estas cuevas fluyen entre estalactitas y estalagmitas que sustituyen los paisajes urbanos o naturales habituales de las riberas. Esta ruta, además, cuenta con una galería seca para recorrer a pie en la que las paredes han adquirido volúmenes espectaculares y se han creado formaciones preciosas como la Cascada de la Flor, todo un espectáculo cuando los días de lluvia acompañan.
Parece mentira que una gruta con tan siniestro nombre pueda generar sensaciones tan placenteras. Medio kilómetro de ruta subterránea guarda el rastro que han dejado los pobladores de esta zona de la Marina Alta desde el Paleolítico, cuando esta cueva era empleada como refugio de las bestias y como almacén de provisiones.
La entrada a este monumento natural está flanqueada por la réplica de un dinosaurio -haciendo que a los más pequeños les brillen los ojos-, aunque en su interior se pueden adivinar las marcas fósiles de auténticos animales marinos que perecieron en el tiempo que este túnel estaba cubierto de agua. A pesar de estos hallazgos, lo cierto es que la Cueva de las Calaveras debe su nomenclatura al hallazgo de varios cuerpos de agricultores musulmanes que buscaron agua -sin éxito- durante los reinos de Taifas en el territorio.
A pesar de que la parte más conocida de la provincia de Alicante son sus zonas de litoral, lo cierto es que el interior acoge entornos montañosos que merecen el mismo respeto. Las Cuevas de Canalobre, en Busot, muestran esa vertiente hermosa y rocosa de una comarca aún por terminar de descubrir.
En el interior de estas cavidades se alzan bóvedas de hasta 70 metros de altura -una característica que convierte el espacio en ideal para realizar conciertos por su buena acústica- que se mezclan con columnas de roca que parecen sostener el conjunto. Como aliciente, hay que destacar que la iluminación instalada en las cuevas hace que las paredes se tornen en auténticos escenarios de juegos de sombras, pudiendo adivinar las siluetas de cuantos personajes fantásticos se le antojen al visitante.
En estas cuevas se han llegado a encontrar restos de los que podrían ser los últimos preneandertales documentados de Europa. También de osos pardos de hace 170.000 años o cerámicas y útiles líricos de la época romana. Sin embargo, estas dosis de historia no se pueden comparar con la belleza que atesoran sus estructuras rocosas, siendo las banderolas -a las que también se nombran como cortinajes, alas de ángel o pañuelos- auténticas joyas esculpidas durante milenios por la acción del agua.
Como colofón a esta ruta subterránea destaca la Cueva del Agua, un lago interior de más de 250 metros cuadrados de superficie, hogar de una comunidad de 5.000 murciélagos de ocho especies distintas, motivo por el cual este espacio fue declarado como Lugar de Interés Comunitario (LIC).
Las salas que componen la Cueva de Mendukilo han dado cobijo a pobladores desde el Cretácico Inferior -cuando estas rocas se crearon en un mar tropical- hasta hace pocas décadas, cuando los pastores se adentraban a resguardar el ganado. Los tonos marrones de la arcilla se combinan con los brillos de calcita, generando un paisaje pardo acogedor.
Prácticamente desconocida hasta 1953, cuando Isaac Santesteban descendió y abrió la gruta a pico y pala, la cueva muestra hoy en día sus encantos a través de las pasarelas que conducen por las tres salas visitables -en total hay seis-. Cada día queda menos para que el Olentzero y Mari Domingi vuelvan a recibir a los más pequeños del valle en este lugar.
Para poder acceder a esta gruta es necesario remar alrededor de media hora antes de llegar a la entrada. Una vez se ha desembarcado, un pequeño lago salobre recibe al remero para que pueda reconfortarse en sus templadas aguas.
También existe la posibilidad de visitar la Cueva de Neptuno, en el mismo entorno de Cabo Tiñoso, solo que es necesario disponer de una condición física óptima. El motivo es que para llegar hasta esta cavidad -que acoge un impresionante sifón marino- hay que descender haciendo rápel o a través de una tirolina.
La comarca de Las Encarnaciones -zona en la que confluyen las fronteras del País Vasco, Burgos y Cantabria- es conocida como una de las que alberga un mayor número de simas de todo el país. Entre ellas destaca la Cueva de Pozalagua, una gruta en el corazón de estos montes de dolomita de la que se pueden visitar 125 metros de galería. La poca ventilación interior y el alto grado de humedad de la oquedad han hecho que las estalactitas adopten formas realmente fascinantes en las que se pueden reconocer magdalenas, sauces u órganos.
Las peculiaridades propias de la cueva hicieron que el lugar fuese declarado como Mejor Rincón de España por la Guía Repsol en 2013, y no es para menos, ya que contemplar las bóvedas que contiene este espacio da la sensación de estar viviendo las aventuras narradas por Julio Verne en Viaje al centro de la Tierra. Además, si el calendario lo permite, escuchar los conciertos de música folclórica vasca en el auditorio natural de las instalaciones es una oportunidad que no se debe dejar pasar para conocer la identidad de este territorio.
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