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Para recorrer este pueblo emblemático, nada mejor que un guía de excepción como Antonio Jiménez, responsable de la Fundación Santa María Guía de Albarracín, que lleva 25 años trabajando en la preservación del lugar. Y como segundo acompañante, pero no menos importante por su orgullo turolense, el presentador y escritor Javier Sierra. De la mano de ambos, vamos adentrándonos en las curiosidades de Albarracín, lleno de historias y buenas anécdotas.
La naturaleza y la arquitectura están intrínsecamente unidas en Albarracín. El enclave, marcado por el río Guadalaviar, alimenta mucha de la belleza que ha hecho famoso a este conjunto arquitectónico. Para una defensa natural del pueblo, "lo que hicieron los primeros moradores, en el siglo X, fue ocupar la parte alta del meandro del río", asegura Antonio extendiendo un mapa ayudado por Javier Sierra para hacer la siguiente afirmación: "El Guadalaviar, en su encajamiento en las montañas, origina esta especie de pie humano. Esa morfología forma casi una península que, con el río abajo, actuaba como foso de defensa". Al caudal de agua se sumó en el medievo la muralla como sistema defensor del pueblo.
La protección que daban la muralla y el río, sin embargo, ejercía como cinturón que impedía a la ciudad crecer a sus anchas, y nunca mejor dicho. Cuando sus habitantes comenzaron a construir más, esta situación de constricción propició los "rascacielos medievales" de Albarracín, donde encontramos casas de hasta cinco platas fabricadas en yeso y en madera.
Este tipo de construcciones tan verticalizadas ha dado paso a "muchos lugares especiales, como por ejemplo, los dos edificios que se cosen el uno al otro para aprovechar el espacio a partir de los pasadizos", subraya Antonio mientras señala con el dedo esos sitios de los que habla. No todo recuerda a los siglos pasados, hay también muestras de la evolución con el paso de los años. "A los que nos dedicamos a la restauración nos parece muy importante preservar la huella histórica, pero no todo es impecable y ojalá no lo sea nunca, porque entonces rozaría el parque temático y se tiene que apreciar donde está la arruga del paso del tiempo. Los remiendos y los parches de las reparaciones cumplen con eso", explica orgulloso también de esas viviendas que muestras con descaro el siglo XX con sus ladrillos, persianas y rejas.
"Los materiales tradicionales duran, perduran y facilitan un confort de habitabilidad que ya quisieran el hormigón y el hierro", afirma el restaurador deteniéndose en una de las puertas principales de la localidad y que esconde, al traspasarla, viviendas que hablan de los siglos pasados, precisamente por haber resistido de modo formidable al paso del tiempo. En las fachadas de algunos edificios se aprecia mejor esa "base de piedra y, a partir de ese primer nivel, el entramado de madera, la estructura de la vivienda realizada en madera de pino; y, en medio de ese costillar, el yeso rojo". Ambos materiales, madera y el yeso de color tan característicos, extraídos de la Sierra del Albarracín.
La Plaza Mayor fue y sigue siendo el corazón de Albarracín. Aquí vemos las "fachadas diferentes en las casas, con esos entrantes y salientes que caracterizan la arquitectura cubista que es el Albarracín, con esos tejados solapándose unos a otros". Los actos importantes han congregado en esta plaza durante siglos a los moradores de la ciudad. Ya en el siglo XIX se abrieron las dobles galerías en las fachadas de las viviendas, como palcos que permitían disfrutar de los espectáculos de la calle, como las corridas de toros o las ferias veraniegas. ¿Dónde si no podrían hacerse? Es donde el pueblo se ensancha para dar amplitud al mercadillo o a cualquier festejo que permita la reunión de los vecinos.
De la mano de Antonio llegamos a uno de los puntos más famosos. "El Portal de Molina cobija una de las arquitecturas más singulares de Albarracín", explica el guía. Se trata de un rincón que se hizo famoso a través de un cartel oficial de los años 60 que mostraba justo esta estampa: una de las casas más antiguas, que cuenta con "una fisonomía especial por estar enmarcada por el portal de Molina y abrazada por el urbanismo de la ciudad. A Antonio le trae a la memoria a "la casita de chocolate, porque rememora lo que debía ser el medievo". Célebre como ella sola, se ha convertido en un símbolo de Albarracín.
El municipio cuenta con un embajador de lujo que ha sabido vender mejor esta tierra que los propios organismos de turismo: el presentador de 'Otros Mundos', Javier Sierra. Los días estivales de su infancia están asociados a este paraje increíble en el que pasaba los campamentos de verano. "¡Venir de Teruel aquí era la gran expedición! Cambiabas el paisaje urbano por esto, que es como el País de las Maravillas", afirma el Premio Planeta entusiasmado, para pasar a recordar cómo cuando era niño se entregaba a los mitos y leyendas que solo un pueblo con tantos siglos de historias puede atesorar. Ahora, de lo que más disfruta Javier es que aquí "el tiempo se transforma". La locura de las ciudades queda muy lejos de esta paz.
Cuenta Antonio que la catedral ha sido la última intervención de restauración que han llevado a cabo y "ha sido un cúmulo de sorpresas". Para él, "una buena restauración lleva a completar la historia y eso es lo que ha ocurrido aquí". Este tesoro albarracinense ha pasado de ser un lugar oscuro, polvoriento y gris a un espacio de colores vibrantes fruto de la transformación que sufrió el templo en el siglo XVIII. Un retablo y el coro llevan al siglo XVI, pero en la recuperación han llegado a encontrar hasta restos de la iglesia medieval. Un templo con un recorrido histórico acorde con el pueblo al que representa.
Por último, una curiosidad casi como otra cualquiera. Como las historias de Las mil y una noches, Albarracín elige repetir un millar una y otra vez para maravillar cada día a cualquiera que se acerque como hacía Sherezade con sus cuentos cada noche. Es la "ciudad de los miles", se ríe nuestro guía, porque "está a 1.100 metros de altura; tiene unos 1.100 habitantes aproximadamente; y cuenta con 1.300 plazas hoteleras". Añadiría, que para conocerlo y apreciar toda su belleza, habría que visitarlo una y mil veces más. Lo apuntamos.