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La carretera que lleva hasta Tacorón ya promete algo diferente. En dirección al sur, hacia La Restinga, pueblo conocido por sus pescados y sus escuelas de buceo, hay que atravesar el malpaís de El Hierro. La parte más volcánica de la isla se abre paso a los lados de la vía ofreciendo un paisaje lunar, marcado por las ondas negras de la lava como si aún estuviera ardiente y viva recorriendo su camino.
Desde la estrecha carretera, en un sábado cualquiera de julio, se aprecia que el ambiente está encendido en la zona de las piscinas naturales, quizás acompañando al sol que pica desde hace unos días en la isla más pequeña del archipiélago canario. Se suma a este hecho, que es fin de semana y los herreños han salido en tropel a pasar el día en el sitio en el que están seguros que habrá gente, calor y unas aguas acorde con su nombre: el Mar de las Calmas.
Un chiringuito, algo inusual en las zonas de baño herreñas, da la bienvenida nada más aparcar el coche en el parking, llenito hasta los topes. Los merenderos y barbacoas también rebosan de gente, familias y grupos de amigos con ganas de beberse el sol y enfriarlo después en las refrescantes aguas del charco. Entre las rocas se ha formado una piscina grande que con el vaivén de las olas permite que el agua esté siempre fría y limpísima, con los colores que enamoran de esta isla.
Más allá de los senderos empedrados y bien preparados para los bañistas, las familias se desvían con las neveras portátiles atravesando las piedras negras que conducen a otros lugares donde pasar el día y darse un chapuzón; otros, torcieron a la derecha antes de llegar hasta aquí en dirección a la pequeña cala que da nombre a toda la zona. En una sector u otro de Tacorón, se reconoce fácilmente a los isleños porque solo ellos se mueven descalzos sobre las rocas como si caminaran sobre algodón. Más allá del charco principal, lo que abundan son los pescadores ocasionales con su caña, siempre con algún niño alrededor intentando aprender los secretos de la pesca.
Al abandonar la cala, en cualquier mirador o parada en la carretera, es imprescindible echar un vistazo al Mar de las Calmas que la da cobijo para entender por qué se llama así. Si el paisaje volcánico muestra la clara división con otras regiones de la isla; donde empieza la biosfera marina, también queda claro. Una raya divisoria marca las aguas rizadas por el viento y, justo al lado, se ve claramente dónde empieza el mar tranquilo. Desde las alturas, y con esta visión, uno ya se ha olvidado de la actividad que daba vida a Tacorón.