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Estamos en primavera y, en Asturias, el paisaje es un catálogo de Pantone, centrado en los mil y un matices del color verde. Las líneas rectas escasean y las laderas, cuestas y curvas se interponen, salpicadas por dignas vacas que ya están acostumbradas a deambular por las pendientes con la elegancia de cualquier influencer -y sin precipitarse al vacío-.
Estamos en el reino del oso pardo cantábrico y, aunque no sea muy fácil ver alguno, su presencia lo impregna todo: la forma de orientar la industria turística, los diseños de los souvenirs, los miradores habilitados para su avistamiento, las estatuas que hay en algunos pueblecitos, sus museos y, por supuesto, las historias que cuentan guías y paisanos, donde este animal es siempre el protagonista.
Uno puede estar horas escudriñando una ladera y no ver nada, o empezar a confundir la maleza con formas animales -algo que es muy habitual-, mientras los locales hablan de encuentros fortuitos con el animal por excelencia. Rafa, de ‘Casa Mario’, en Cangas de Narcea, un pequeño establecimiento rural muy recomendable, recuerda cómo hace pocos días salió una noche a pasear con su border collie, cuando se encontró con un oso. “No sé cuál de los tres quedó más sorprendido; si yo, la perra o el animal, que se retiró pacíficamente”, cuenta.
Y también está la historia de aquella mujer que volvía de retirada con el ganado. Ella iba delante y las vacas le seguían en fila, por un sendero estrecho. Cuando las estaba metiendo en la cuadra vio que la última era en realidad un oso joven, que parecía querer gastarle una broma.
Sí, los osos han vivido aquí desde hace siglos. “De hecho, esta es la única parte de España en la que nunca dejó de haber estos animales, porque los que hay en los Pirineos fueron reintroducidos, traídos de Eslovenia”, comenta Víctor Trabau, guía y creador de Trabau Ecoturismo, una empresa de turismo sostenible que, entre otras cosas, hace avistamiento de animales. Así que, cuando uno viene a los dominios del oso, hay que seguir sus reglas: levantarse temprano, acostarse tarde -ya que madrugan y trasnochan, para evitar el calor del día-, patear los montes, sentarse con paciencia frente a una ladera, en silencio, e ir dividiendo el paisaje en cuadrículas para peinarlo con los prismáticos y no emborracharse de matorral y rocas.
En los años 80 solo había cinco osos en Somiedo, uno de sus complejos residenciales preferidos, ahora hay unos 65. No es fácil contarlos, porque no llevan ningún tipo de marcaje -la información genética se obtiene con la recogida de pelos y excrementos-, pero en 2019 se estimaba que había unos 325 ejemplares en la cordillera Cantábrica.
Al contrario de los lobos, que despiertan posturas enfrentadas entre los amantes de los animales y los ganaderos, estos gigantes peludos parecen caerle bien a todo el mundo. En parte porque no son cazadores, o cazan muy de tarde en tarde, ya que se alimentan básicamente de hierba, fruta, bayas, insectos, carroña y, por supuesto, miel.
Según Fernando Ballesteros, biólogo, coordinador de proyectos y responsable de filmaciones de la Fundación Oso Pardo (FOP), “un estudio hecho por economistas de la Universidad de Oviedo reveló que la presencia del oso genera en la cordillera Cantábrica unos 20 millones de euros al año, procedentes del turismo, y crea unos 350 puestos de trabajo. Teniendo en cuenta que se paga entre 200.000 y 300.000 euros anuales en daños producidos por este animal, parece que el balance resulta rentable”.
La FOP es toda una institución en Asturias. Con 30 años de vida, sus objetivos son la conservación del hábitat del oso, la lucha contra el furtivismo, la educación ambiental y la prevención de conflictos entre humanos y plantígrados. The European Nature Trust (TENT), una ONG centrada en la protección de las áreas silvestres de Europa, colabora habitualmente con la FOP en sus intereses a favor del oso.
La presencia de estos animales no solo es rentable, sino sostenible, porque como Ballesteros señala, “el oso es una especie paraguas. Es decir, que conservándolo a él, se conservan muchas otras estrechamente relacionadas”. Para que nuestro amigo de cuatro patas siga campando a sus anchas se necesitan bosques olvidados de la mano del hombre, parajes poco accesibles -los osos, ahí donde los ven, son excelentes escaladores-, cuevas que solo hayan pisado los plantígrados y una gran variedad de árboles, arbustos e insectos para satisfacer los paladares osunos más exigentes.
Más del 50 % del territorio asturiano está protegido, ya que esta comunidad cuenta con siete Reservas de la Biosfera. Una de ellas, declarada por la UNESCO en el año 2000 y el espacio natural más protegido de todo el principado, es la Reserva Natural Integral de Muniellos, que se encuentra dentro del Parque Natural de Fuentes de Narcea, Degaña e Ibias. Aquí solo pueden acceder 20 personas al día tras reservar, con mucha antelación, su visita en la web del gobierno de Asturias.
La entrada es gratuita y solo se puede venir una vez al año a contemplar este bosque inalterado -desde hace décadas- por la mano del hombre y amenizado por la banda sonora de la vida. Agua que corre con fuerza, sonidos de pájaros, insectos, viento y un silencio que aglutina todas estas melodías con la maestría de un gran compositor. Así era la Tierra de niña, cuando los hombres se contentaban con vivir sin molestar demasiado a sus vecinos, los animales y las plantas.
Esta reserva cuenta con el mayor robledal de España y uno de los mejores conservados de Europa, seis lagunas de origen glaciar e infinidad de especies vegetales: hayedos, abedules, acebos, tejos… La presencia del oso aquí no es estable, al ser un territorio relativamente pequeño (55 kilómetros cuadrados), pero sí que es el hábitat de algunos grupos familiares de lobos y del urogallo cantábrico, en peligro crítico de extinción. Hay también jabalíes, rebecos y un montón de seres voladores, ya que también es Zona Especial de Protección de Aves. Los pájaros tienen también su club de fans, apasionados que se acercan a avistar halcones peregrinos, azores, águilas reales, aguiluchos pálidos o ratones comunes, entre otras especies.
El parque está abierto todo el año y los mejores momentos para visitarlo son la primavera y el otoño. La antesala del invierno se convierte en una fiesta de color por las tonalidades de las hojas antes de morir. Fuera ya de la reserva, pero dentro del parque, merece la pena ver el Cortín de Cadenas, en la parte alta. Los cortines son construcciones circulares de piedra que se hacían antiguamente para proteger las colmenas de los osos golosos, reemplazadas ahora por las barandillas electrificadas. Tal vez más eficaces, pero menos estéticas.
Somiedo es la palabra que viene a la mente de todo voyeur de osos en España. Primer Parque Natural de Asturias, desde 1988, y primera Reserva de la Biosfera, a partir del año 2000. Según Luís Frechilla, biólogo, consultor ambiental y director de Wild Spain Travel, agencia de viajes especializada en turismo de observación y naturaleza en la Península Ibérica, “Somiedo es, junto con el Parque Natural de Fuentes de Narcea, Degaña e Ibias y Proaza, los tres sitios donde es más fácil ver osos. La particularidad de Somiedo es que hay más espacios abiertos y, por lo tanto, se divisan mejor”.
En este remanso de paz, osos, ganado, residentes y visitantes conviven felizmente. “El ejemplo de Somiedo es de libro”, cuenta Frechilla, “porque desde el primer momento apostó porque todos estos elementos interactuaran entre ellos, como venían haciendo desde siempre. La ordenación del parque es muy estricta en cuanto a normas a cumplir por el visitante, pero, a cambio, este tiene mucho terreno para recorrer y explorar”.
La convivencia con el ser humano es uno de los retos para la conservación del oso junto con el cambio climático, que está haciendo que algunos renuncien algunos inviernos a la tradicional hibernación; o que no puedan saborear determinadas especies que se están extinguiendo, como los deliciosos arándanos.
Fernando Ballesteros habla de la problemática del oso condicionado. “Muchos de estos animales le han perdido ya el miedo al hombre y se acercan a los pueblos. Especialmente los más jóvenes, que no tienen un territorio y que evitan enfrentarse con machos mayores. La presencia de basuras accesibles hace también que algunos ejemplares obtengan algo de comida. Pero esto no es bueno, ya que un oso condicionado es un futuro oso problemático, que puede atacar si se siente en peligro. En EE.UU. dicen que un oso que alimentas es un oso muerto. Así que a estos jóvenes exploradores se les asusta con petardos o se les anestesia y se les aleja de los pueblos para que no vuelvan. Al mismo tiempo, desde la FOP, se conciencia a la gente para que no deje basuras al alcance de estos animales y se les enseña qué hacer en caso de encontrarse con un oso”, señala Ballesteros.
La reacción instintiva, si nos topamos con un oso -no precisamente de peluche-, sería correr, pero resulta que lo que hay que hacer es hablarle. Si, han leído bien, comenzar a hablar para que él se dé cuenta de que hay gente y se marche. Tal vez no haya notado nuestra presencia, porque su vista no es su sentido más desarrollado en comparación con su excelente olfato y su buen oído. Afortunadamente, en este caso, los humanos no entramos en los intereses prioritarios de los plantígrados, que nos consideran bastante aburridos y carentes de interés.
Pero Somiedo no solo es legendario por sus osos, sino por sus brañas, conjunto de construcciones con muros de piedra y techos de escoba. Lo que se conoce como casas de teito de escoba, que utilizaba la gente para vivir o los vaqueiros como refugio cuando en los meses más calurosos subían el ganado a pastar a la montaña. En Veigas hay tres casas que pueden visitarse. Un viaje en el tiempo que retrató el fotógrafo alemán Fritz Krüger, en 1927, cuando llegó a Asturias y empezó a fotografiar todo lo que se movía.
Las cabañas han sido bautizadas con los nombres de las mujeres que vivieron en ellas: Casa Rosa, Casa Diotina y Casa Flora, y algunas estuvieron habitadas hasta mitad de los años 80. Sin cuarto de baño, sin salida de humos en la cocina; conviviendo, prácticamente, con los animales, la vida en la montaña era dura y austera, aunque las últimas tenían televisión. ¡La gente podía prescindir de muchas cosas, pero no del Un, dos, tres…responda otra vez de los viernes por la noche!
Ver osos en Asturias no es excesivamente complicado, aunque en primavera la fantasía de muchos es ver a una mamá con sus crías. Los oseznos tienen ya algunos meses y su madre les enseña las vicisitudes de la vida. La primera regla a tener en cuenta, si eres una adorable bolita de pelo, es evitar ser devorado por un oso macho en celo. “El infanticidio puede ocurrir en esta especie, especialmente en primavera, cuando los machos están en celo y buscan hembras con las que aparearse”, cuenta Fernando Ballesteros. “Si no las encuentran, entonces son capaces de matar a las crías de una madre para que esta se ponga de nuevo en celo, ya que se sabe que las osas pueden copular a las 48 horas de haber perdido a sus cachorros”.
Puro instinto, aunque con matices, ya que si el oso reconoce a la hembra y piensa que los cachorros pueden ser sus hijos, renunciará a matarlos y se irá. Es sabido que las osas desarrollan estrategias para limitar estos comportamientos infanticidas y una de ellas es la promiscuidad sexual. Así la hembra evita que los machos con los que ha copulado ataquen a su camada la primavera próxima, porque la reconocerán y considerarán que los oseznos pueden ser suyos. Pero, como toda precaución es poca, mamá osa se aleja y elige lugares inaccesibles y apartados donde pueda esconder a las crías si las cosas se ponen feas, aún a costa de que en ellos haya menos comida. Ha quedado claro, pues, que a los osos les gusta el sexo; y que, llegada la primavera, los bosques y montañas de la Cordillera Cantábrica se convierten en auténticas bacanales, donde no hay horarios. Tan solo impera la ley de las hormonas y el deseo.
La gestación de las hembras tampoco es la habitual en otras especies. “Aquí no sucede tras la fecundación, sino que el óvulo fecundado pasa un tiempo en el útero y no se implanta hasta que llega el otoño. Es entonces cuando comienza la verdadera gestación, que dura unos meses, hasta que nacen las crías, en plena hibernación y en la seguridad de una cueva. Generalmente tres oseznos, que no saldrán al exterior hasta abril o mayo”, cuenta Fernando Ballesteros. Las crías pasarán 18 meses con la madre y luego se independizarán.
Por muy independiente y partidario del DIY (do it yourself) que uno sea; yo aconsejaría que la primera vez que se haga avistamiento de plantígrados se recurra a una empresa local y especializada por varias razones. Ellos conocen el terreno mejor que nadie; como salen cada día al monte, están más al tanto de dónde se ha visto una hembra con crías o por dónde merodea un macho. Pero, además, ellos disponen de material óptico, como telescopios o prismáticos, imprescindibles para ver a los animales en la distancia. Hacerse con un equipo adecuado es costoso y, por consiguiente, es algo que nos ahorraremos si vamos con profesionales.
Hay que desconfiar también de las empresas que garantizan un avistamiento seguro, porque sería como dar por hecho que uno va a encontrar en Tinder a su media naranja. “Es un reclamo engañoso”, cuenta Víctor Trabau, “porque es algo que no depende ni siquiera de ti. Puede venir un día con niebla y no ver nada a diez metros de distancia. Nosotros jamás garantizamos el avistamiento, sino más bien ofrecemos una experiencia completa: la naturaleza, comprender el entorno, pasear por un hayedo increíble y, si hay suerte, ver osos”.
Víctor cuenta cómo en algunos países del este se atraen a estos animales echándoles comida para que los turistas los vean. “Nosotros estamos en el lado opuesto a esa filosofía. No queremos animales condicionados por el hombre; sino en plena libertad. Así que debemos ser nosotros los que nos adaptemos a sus costumbres y hábitos para verlos sin molestarlos”.
Los expertos también aconsejan que no se vaya solo, sino en compañía, utilizando caminos principales y que, en caso de encontrar huellas de plantígrados, no seguirlas; ya que podríamos sorprender al animal descansando o comiendo. Los perros tampoco son muy aconsejables cuando se va a avistar osos, ya que además de molestar a la fauna silvestre, pueden constituir un foco de atracción.
Divisar un oso, con los prismáticos o el telescopio, es todo un acontecimiento rodeado de una alegría atávica que cada uno celebra o expresa a su manera. “He visto a gente llorar a moco tendido y abrazarte dándote las gracias”, cuenta Víctor, que tiene ya clientes habituales que cada año acuden a su cita con el oso.
Para celebrar esta feliz coincidencia o para ahogar las penas porque el oso no nos ha querido ver a nosotros, hay en Asturias infinitas propuestas. La ‘Chabola del Vallao’, en Cangas de Narcea, es un restaurante típico donde comer unas inolvidables fabes con almejas y otros manjares. Y para pasar la noche hay toda una red de casonas asturianas que no tienen nada que envidiar a los paradores o a las pousadas portuguesas.
El ‘Palacio Flórez-Estrada’ es una de ellas -altamente recomendable- con un jardín romántico, con riachuelo incluido, en Pola de Somiedo. Otra opción deliciosa para pernoctar, fuera ya de la denominación de casonas, es ‘Buenamadre’, también en Somiedo -con la certificación de la Red Natura 2000-, aunque solo sea para probar la sangría de sidra que hace Rosalía, su dueña, o para escuchar todo lo que sabe sobre flora, pájaros y setas.
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