Establecimientos gastrónomicos más buscados
Lugares de interés más visitados
Lo sentimos, no hay resultados para tu búsqueda. ¡Prueba otra vez!
Añadir evento al calendario
Al atardecer, la luz en el Valle del Golfo desparramándose sobre el Risco de Tibataje es un espectáculo en sí mismo. Es uno más de los alicientes de El Hierro y que despiertan en el viajero una curiosidad por saber todo sobre esta isla: ¿Por qué son así sus paisajes? ¿Cómo vivían sus antiguos pobladores? ¿Cuál es la fauna isleña? Muchas de estas respuestas se encuentra en el Ecomuseo de Guinea, justo a los pies del Tibataje.
Con una visita guiada al centro uno descubre el origen de la ínsula a través de su tubo volcánico; las costumbres de los isleños visitando su poblado, uno de los primeros asentamientos de la isla; y puede ver al lagarto gigante en su centro de recuperación de esta especie endémica en peligro de extinción. Una actividad perfecta para arrancar una mañana de las vacaciones o para acabar el día.
Jonay Toledo, guía turístico del Ecomuseo, es el encargado de revelarnos los secretos que esconden las instalaciones. Y arrancamos entrando en el tubo volcánico, después de equiparnos con los cascos que exigen las medidas de seguridad. Estas formaciones subterráneas, que en la primera sala alcanza los diez metros de alto por unos seis o cinco metros de diámetro, fueron halladas por casualidad en el año 1994 mientras se construía el Lagartario. Mientras avanzamos a través de la galerías, uno da gracias a esas casualidades que han sacado a la luz los caprichos de la naturaleza.
“Esto sería como una burbuja de gas. Cuando la lava está fluyendo puede llegar un momento en el que encuentre un obstáculo que le impida continuar su camino y, al frenarse, las burbujas del interior se acumulan y ejercen una presión tan fuerte que expande el vacío”, explica Jonay, que insiste en que para que todo esto suceda luego tiene que empezar a solidificarse la lava poco a poco.
Tras descubrir cómo el avance frustrado de la lava hacia el mar dejó su huella en el pasado, avanzamos hacia una zona conocida como El Hoyo de Isidro. Las raíces de las plantas se aprecian en partes del techo, fascinante teniendo en cuenta que estamos a 10 metros de profundidad con respecto a los jardines del exterior.
“Cuenta la leyenda que había un señor, Isidro, que vivía en este poblado usado básicamente para las mudadas (como llamaban los antiguos pobladores a la trashumancia) y que ellos hacían dos veces al año moviéndose entre la montaña y la costa. Entre los días impuestos por la iglesia para guardar (y no trabajar) estaba el 26 de julio, Santa Ana”, explica siempre con una sonrisa y un chiste asociado el guía turístico. Isidro, con las prisas de salir con sus animales, decidió que se saltaría la imposición eclesiástica y se puso a recoger su cosecha acompañado de su burro. Un rayo cayó sobre el señor Isidro, y él y su animal cayeron al interior del tubo volcánico falleciendo en el acto. Todas las versiones de esta historia, con ligeras modificaciones, confirman el uso y conocimiento que tenían los pobladores de este lugar.
La entrada del sol y la lluvia a este inmenso espacio dio paso a la vida. La vegetación crece aquí y allá con especial atención en la higuera que crece en el centro. Los tubos volcánicos con vida en su interior son conocidos como jameos. En las Islas Canarias destacan, por encima de todos los demás, los Jameos del Agua en Lanzarote, pero este chiquitito en El Hierro tiene un encanto especial aderezado con las historias de Jonay.
El Hoyo de Isidro fue usado por los pobladores para guardar animales, y rincones subterráneos más pequeños que se encuentran junto a las casas se usaban como auténticas despensas naturales. Las viviendas, caminos y huertos que componían este asentamiento dan una idea al visitante de cómo era la vida de los moradores desde el siglo XVII hasta mediados del XX, cuando el poblado fue abandonado poco a poco.
Las duras condiciones y la escasez de recursos en la isla obligaron a muchos de sus habitantes a emigrar. La falta de agua, muy vinculada al misticismo de la isla y sus árboles, y la dureza del terreno para los hombres y sus animales condicionó la historia herreña. Sin embargo, el paseo por el poblado viendo sus utensilios intactos, sus muebles construidos a mano o sus aperos de labranza, entre otros detalles, generan la sensación ilusoria de que volverán en cualquier momento y sorprenderán a los intrusos espiando su intimidad a través de las ventanas.
Antes de abandonar el recinto, el centro de recuperación del lagarto gigante es paso obligado. “Al ser una especie endémica y amenaza, es este el único lugar del mundo donde puede verde este animal”, asegura Jonay. El lagarto herreño se tuvo que enfrentar, a raíz de la llegada de los conquistadores en el siglo XV, a otro tipo de depredadores, además del cernícalo que era el suyo natural. A los que llegaron con los nuevos habitantes de la isla, como fueron los gatos o las ratas.
Después de tantos años creyendo que el lagarto se había extinguido para siempre, en los años 70, unos pastores que subían a las partes más inaccesibles de las montañas, encontraron varios especímenes que dieron el pistoletazo de salida para la recuperación de este reptil que ahora se reproduce en el centro y que se ha soltado con bastante éxito, debido a la inexistencia de tras especies, en el más chico de los Roques de Salmor. Una labor científica increíble, también aquí, en el Ecomuseo de Guinea.