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Todas las mañanas, no importa si llueve, hace sol o un frío helador —porque sí: en el sur, a veces, los termómetros también tiran a la baja—, es posible contemplar cómo un buen puñado de peregrinos se arremolina en torno a la Puerta de la Asunción de la Catedral de Sevilla. Con sus botas bien amarradas y las mochilas con todo lo necesario a cuestas, se preparan para encarar su particular singladura: la que les llevará a alcanzar, 36 etapas más tarde, otra importante catedral: la de Santiago.
Y lo harán recorriendo la antigua Vía de la Plata, una ruta emblemática, considerada uno de los itinerarios más clásicos de peregrinación. Un camino que ofrece, en sus más de 87 kilómetros por tierras sevillanas, la riqueza que le han otorgado la historia y culturas que por ella han pasado. Cuatro etapas repletas de yacimientos arqueológicos, paisajes de película, tradiciones centenarias y una gastronomía que —bien lo saben quienes la catan— es ideal para recargar energías.
“En la capital andaluza confluyen la Vía Augusta, que viene de Cádiz, y la Vía Serrana, que viene de la zona de Algeciras. Se unen entonces a la Vía de la Plata, aquella por la que cuentan que los mozárabes, que eran los cristianos que vivían en tierra de moros, empezaron a peregrinar hasta Santiago”. Quien habla es Juan Ramos, presidente de la Asociación Amigos del Camino de Santiago de Sevilla y peregrino veterano con unos cuantos periplos a sus espaldas.
De habla pausada, es incapaz de disimular su pasión por una de las experiencias que, desde los 90, ha venido marcando su vida: “Por aquel entonces yo trabajaba en banca y uno de mis clientes me dijo que se iba a hacer el camino. Decidí apuntarme a la etapa entre Guillena y Castilblanco de los Arroyos: ellos iban incluso pintando la flechas con un bote de pintura amarillo”, relata. “Descubrí que lo que busca el peregrino de verdad, está aquí en la Vía de la Plata: lo tradicional y lo histórico, la aventura y la soledad, todo en uno”, confirma. Aunque en 25 años la Vía de la Plata ha pasado de ser el tercer camino más transitado al décimo, más de 3.000 peregrinos lo hicieron en 2019. Un 20% de ellos, en bicicleta.
Apenas hace falta recorrer siete kilómetros desde Sevilla cuando se divisa la silueta del templo que, a la entrada del municipio de Santiponce, se alza imponente hacia el cielo. Se trata del Monasterio de San Isidoro del Campo y la suerte hace que el propio Camino de Santiago pase por su puerta, ¿cómo no sucumbir a la tentación de visitarlo?
Mandado construir por los Pérez de Guzmán en el siglo XIV, la familia cedió el terreno a la Orden del Císter para que fuera ella la encargada de levantar el santuario. El aspecto que le otorgaron, más de fortaleza que eclesiástico, no les convenció, y tiempo después le cedieron el espacio a los monjes Jerónimos: si uno se pregunta extrañado cuál es la razón de que la fachada sea mitad gótica, mitad mudéjar, tiene ahí la respuesta.
Dentro del monasterio, un universo de estímulos se despliega ante el visitante: habrá que sucumbir a lo esplendoroso de su capilla, donde luce un retablo del mismísimo Martínez Montañés, y a las esculturas de Guzmán el Bueno y Doña María Coronel, que reclaman el lugar donde fueron enterrados. El edificio pasó muchos años abandonado y funcionó incluso como prisión y fábrica de cerveza. Actualmente se ha recuperado gran parte del monasterio aunque no es posible visitar el complejo al completo. Sí se puede pasear —y vaya suerte—por su colorido claustro, en el que se conservan frescos del siglo XV, y algunas de las habitaciones colindantes como la sala capitular o la sacristía.
Si sus muros pudiesen hablar, seguramente contarían la mil y una historias que hoy se encarga de trasladar a los curiosos Antonio Doblas, guía oficinal. “Se cuenta que en la época en la que estaban aquí los Jerónimos traducir la Biblia estaba prohibido, pero el arriero que les traía el vino desde Borgoña empezó a suministrarles también los libros de Calvino y Lutero. Los monjes se plantearon entonces traducirla al castellano para que todo el mundo supiera lo que ponía, pero fueron descubiertos por la Inquisición y tuvieron que huir. Uno acabó en Basilea, donde finalmente se publicó la primera Biblia en castellano de la historia. Fue en el siglo XVI y se llamó la Biblia del Oso”. En otras palabras: el primer foco protestante en España surgió en este mismo lugar.
El camino continúa atravesando la calle principal de Santiponce y no tarda mucho en toparse con otro de los iconos patrimoniales de la provincia: el Conjunto Arqueológico de Itálica. ¿Otra parada? Por supuesto. Y es que hablar de la primera ciudad romana de la Península Ibérica, fue fundada en el 206 a. de C. por Escipión y patria de los emperadores Trajano y Adriano, son palabras mayores. Nada más entrar, la gran sorpresa del yacimiento: un anfiteatro que sirvió, unos años atrás, como escenario para la mismísima serie de Juego de Tronos.
“Era de los más grandes del imperio y tenía una capacidad para aproximadamente 25 mil espectadores. Era para toda la comarca y contaba con varios niveles, pero el pueblo utilizó muchas de las piedras del anfiteatro para hacer los cimientos de sus casas: hay menos de un tercio de Itálica descubierto”, comenta Antonio mientras recorre el coso.
Caminar por el conjunto arqueológico al amparo del cálido sol del sur es de lo más agradable, mucho más si al paso van apareciendo tesoros en forma de mosaicos, restos de termas o esculturas como las de la Diana Cazadora o Hermes. “Normalmente las ciudades romanas tenían dos calles, el cardo y el decumano, y donde se juntaban ambas era el foro, la plaza más importante. Ahí es donde estaban las casas mejor conservadas, como la de la Exedra, en la que se puede ver el patio principal, donde estaba el impluvium, y la palestra, una especie de gimnasio”, afirma el guía.
Tras dejar Itálica atrás, la ruta continúa entre trigales y olivos hasta Guillena. Una localidad que cuenta en su término municipal con un alojamiento que, como todo por estos lares, tiene también su puntito histórico: 'El Esparragal', una finca rural con más de 3.000 hectáreas repletas de cultivos de cítricos y almendros, de vacas de raza retinta y caballos. Perteneció en el pasado a los monjes Jerónimos, que habitaron el cortijo ubicado en la zona sur. Las estancias donde en su día durmieron los propios religiosos, entre patios rebosantes de flores y fuentes, son hoy parte de las 21 idílicas habitaciones en las que desconectar del mundo. El plus es que hoy cuenta además con piscina.
Aunque el Camino de Santiago continúa en su segunda etapa hacia Castilblanco de los Arroyos, de nuevo toca apostar por una versión particular de esta aventura: la Ruta del Agua bien merece este diminuto desvío. Así se conoce el recorrido de 68 kilómetros que arranca en el Monte del Carambolo, en el Aljarafe sevillano, y alcanza Los Lagos del Serrano, en Guillena. En este caso, sin embargo, tocará recorrer los 14 que forman parte de la zona restringida, solo accesible a pie, en bici o a caballo.
Para ello esperan Mónica y Raúl, un joven matrimonio que siempre supo ver el atractivo del paisaje que rodea su pueblo natal y que, como amantes de la naturaleza y del turismo activo en familia, se animaron a crear en 2018 'Bicis Ruta del Agua', una empresa de alquiler de bicicletas de montaña con las que explorar el entorno. “Siempre que salíamos de vacaciones con nuestros hijos veíamos la gran oferta de turismo activo que había en otras zonas de España, y nos dimos cuenta de que, con el gran valor que tenía nuestro propio pueblo, en las estribaciones del Parque Natural Sierra Norte de Sevilla, no existía ningún tipo de propuesta”, comenta Mónica al tiempo que se monta en la bici.
Ropa deportiva y muchas ganas son los únicos requisitos antes de unirse a ella para empezar a pedalear y disfrutar del increíble paisaje: por suerte, hay miradores cada poco rato, pero también vistas únicas del embalse de El Gergal y del Rivera de Huelva. Con el agua siempre presente, se cruzan antiguos puentes y, en algunos puntos, incluso se avista Sevilla a lo lejos. Después, nada como dejar las bicis a un lado y bajar hasta la Ruta del Tren, esta vez caminando: por donde un día pasó la línea de ferrocarril que unía las Minas de Cala con el Guadalquivir, hoy transcurre un sendero con sorpresas como las ruinas de una central hidroeléctrica, una antigua estación o un túnel.
El premio al esfuerzo, eso sí, en 'La Cantina': esta venta tradicional especializada en verduras de temporada, ibéricos y caza es el mejor lugar para disfrutar de un buen festín en plena naturaleza. ¿Lo mejor? Dejarse aconsejar por Paco, que lleva 20 años al frente del negocio y asegura que no lo cambia por nada del mundo.
Después de Castilblanco de los Arroyos, el Camino de Santiago recorre un tramo de carretera y se adentra en la espesura de la dehesa sevillana: es la etapa más larga de todas, casi 30 kilómetros, pero Almadén de la Plata espera con una gran recompensa.
La primera de ellas, las vistas del municipio y las minas circundantes —ya inutilizadas— que se contemplan desde el cerro del Calvario, el último repecho que hay que tomar antes de alcanzar el destino: la gran riqueza de mármol en la zona hizo que ya los romanos se asentaran aquí para explotarla. Después, la sorpresa mayor: la propia Vía de la Plata lleva a atravesar el corazón de este municipio de apenas 1.350 habitantes del que bien vale la pena conocer sus bondades.
Bondades entre las que destacan la hospitalidad de sus vecinos, que saludan al forastero en cuanto tienen oportunidad. Más allá del calor humano, también su riqueza patrimonial sorprende, como su recogida Iglesia de Santa María de Gracia, del siglo XVI, o su ayuntamiento, erguido sobre las ruinas de lo que fue un esbelto castillo medieval.
El protagonismo, sin embargo, se lo lleva la Torre del Reloj, uno de los rincones favoritos de Andrés Maya, natural de Almadén y guía turístico especializado en la zona. Desde hace unos años disfruta mostrando la tierra que le vio nacer a aquellos turistas y peregrinos que la visitan. “El edificio se construyó en el siglo XV para ser un hospital y en el siglo XVII pasó a convertirse en ermita: si te fijas, de aquel entonces se conservan las molduras laterales”, comenta. Señalado al cielo, continúa: “En 1905 se le añadió la torre de estilo neomudéjar de 27 metros, y arriba se le pusieron dos relojes. Cualquier vecino del pueblo te lo dirá: es el punto mas emblemático de Almadén de la Plata”.
Mientras habla, Andrés camina tranquilamente por las calles empedradas del pueblo en dirección a otro tesoro, este caso, gastronómico. A veces, al doblar cualquier esquina, quedan al descubierto los paisajes de los montes y dehesas que rodean Almadén, en los que pasta el cochino ibérico. Una pista más del destino que espera.
Al alcanzar 'Jamones Caballero', una de las fábricas de jamones y embutidos ibéricos más importantes del municipio, recibe Carlos, nieto de Juan y Amelia: fueron ellos quienes eligieron Almadén para construir su negocio en 1964 sabiendo que no existía mejor lugar en el que llevar a cabo su propósito. Hoy, la tercera generación de la familia se esmera en seguir haciendo las cosas igual de bien que sus padres y abuelos, apostando por adaptarse a los nuevos tiempos y trabajando duro para lograr un producto de calidad.
Adentrarse en la fábrica es hacerlo en un universo dedicado al ibérico: allí se encuentran la sala de despiece y la de salazón, donde los jamones y paletillas son apilados entre gruesas capas de sal varios días. También el lugar donde se preparan los embutidos y el secadero: alrededor de 12 mil piezas, entre jamones y paletillas ibéricas de bellota, cuelgan esperando a alcanzar su punto idóneo abrazados por el clima de la sierra. El que, en unos tres o cuatro años, lo convertirá en la delicatesen que a todos conquista.
En medio de este particular templo gastronómico, Basilio, trabajador de Caballero, se esmera en dar una clase magistral de corte de jamón que catar ipso facto. Es el momento del éxtasis total: solo hace falta introducir una de las lascas en la boca para que los sentidos exploten. Así de bien sienta la pura felicidad.
Dicen los entendidos que la cuarta etapa hispalense es de las más hermosas de España, y posiblemente tengan razón: 16,6 kilómetros que parten de la parte trasera de la plaza de toros de Almadén y que, tras atravesar campos de cultivo, se introduce de lleno en el paisaje más auténtico de la Sierra Morena sevillana, donde ovejas, cerdos ibéricos y una frondosa vegetación formada por encinas, alcornoques, acebuches y jaras componen la mejor compañía posible.
Atravesar fincas privadas es un clásico en esta aventura, y es lo que ocurre a los pocos kilómetros de arrancar el camino. Un miliario junto a la verja de entrada a la Finca La Postura deja claro que por ahí hay que seguir: tras volver a cerrar la cancela, de nuevo la dehesa serrana, el entorno más puro y auténtico, dispuesto a atrapar. “La bellota de la encina es más dulce que la de los alcornoques, por eso a los cerdos suele gustarles más. Los dos árboles se diferencian también en otros detalles como la leña, porque la de la encina es mucho mejor para la chimenea. Sus copas son además de un color más grisáceo, mientras que las de los alcornoques son de un verde más intenso”, comenta Andrés mientras inspira profundamente el aire puro de la sierra. En el suelo, hojas amarillas, naranjas y marrones. También las adoradas bellotas encuentran su espacio.
Cinco kilómetros antes de alcanzar la última de las paradas de esta aventura, el camino se vuelve más empinado, pero no hay dolor: atisbar en la lejanía el vetusto castillo de El Real de la Jara es suficiente motivación para terminarla. Sobre todo si se sube hasta él para disfrutar de las increíbles vistas: levantado en el siglo XVIII sobre los restos de una fortificación probablemente árabe, desde sus almenas se pueden contemplar los extensos campos de las provincias vecinas de Huelva y Badajoz. Un final épico, como ningún otro, para esta singladura: tras algo más de 87 kilómetros de ruta, el Camino de Santiago sevillano, ha llegado a su fin.
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