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Juan Fanlo, vecino de Panticosa, no es arquitecto ni ingeniero. Ni siquiera delineante. Pero se le da bien dibujar. Y eso, precisamente, es lo que hizo hace cinco años para diseñar el Laberinto de los Pirineos, una atracción turística para toda la familia que desde el mes de junio se puede disfrutar en Piedrafita de Jaca (Biescas, provincia de Huesca). “La idea se me ocurrió al ver un reportaje del laberinto que hay en Villapresente, en Cantabria, y desde ese momento se empezó a transformar en una obsesión”, comenta. “¿Por qué no puedo hacer algo parecido en el Pirineo aragonés, cerca de mi pueblo?”.
Dicho y hecho. Lo primero que hizo fue coger papel y bolígrafo y plasmar en el cuaderno su proyecto de laberinto con sus vueltas, revueltas y callejones sin salida. Lo siguiente fue buscar la mejor ubicación posible, y la verdad es que la ha encontrado. La pradera elegida se dedicaba al pasto. Hace cinco años, tan solo pasaban vacas por ella. Ahora, son decenas de turistas los que encuentran acomodo en la zona de aparcamiento para luego adentrarse en las desconcertantes callejuelas.
Solo por las vistas ya merece la pena la visita. El escenario es un balcón privilegiado a 1.300 metros de altitud. Al fondo, las impresionantes moles pirenaicas de tres mil metros, como Garmo Negro y Los Infiernos; abajo, el embalse de Búbal recogiendo las aguas del río Gállego, y por encima, haciendo sombra, la increíble estampa de Peña Telera. Antes o después de entrar al laberinto uno se puede acomodar en la pradera o en las mesas donde los clientes toman algo tranquilamente. El visionado de esta postal es gratuito, pero se podría pagar el precio de una entrada por este rato.
Las del laberinto cuestan siete euros para los adultos y cuatro para los niños de 4 a 12 años. Los menores de esta edad entran gratis y hay precios especiales para grupos de más de 20 personas. La actividad es muy familiar, así que no es raro ver equipos tan numerosos e incluso más. Durante la visita para este reportaje coincidieron 32 miembros de una misma familia, todos ellos hermanos con sus parejas e hijos. Una buena banda. “Hemos hecho dos grupos porque la idea era venir a divertirnos, pero también le queríamos dar un punto competitivo a la experiencia”. Los equipos prácticamente llegaron a la meta al mismo tiempo después de una hora de vueltas y revueltas. Para los perdedores no había consuelo, mientras que los vencedores saltaban de alegría.
“Es super divertido -comentaba uno de los protagonistas-; tal vez si vienes solo te agobias un poco, pero como hemos ido compitiendo nos picábamos y lo hemos pasado genial; incluso hemos hecho una videoconferencia”. En cualquier caso, hay varias salidas de emergencia en las paredes laterales por si la claustrofobia hace mella en algún visitante. Al final del recorrido casi todos coincidían al comentar que, al principio, “como no dejas de reírte, vas un poco sin ton ni son dando vueltas sin parar, pero llega un momento en que entras en bucle porque te das cuenta de que todo el rato estás pasando por el mismo sitio”. En ese instante, ya sí, “la cosa se pone seria y tienes que empezar a trazar una estrategia, como ir dejando algo en el suelo para no repetir por el mismo lugar”.
Eso sí, casi mejor no recurrir a trozos de ramas de los cipreses, por muy pequeños que sean. Juan Fanlo ha plantado cuatro mil cipreses en los cinco mil metros cuadrados de caminos entrelazados donde se disfruta de la diversión y el misterio a partes iguales. “Ya son bastante altos -explica-, pero todavía les falta algo de espesor, que se haga una malla más tupida para que no se vea el pasillo de al lado, ni se pueda pasar fácilmente”. En más de una ocasión, a él mismo le toca echar el alto a algún niño que se cuela. “Lo peor es cuando eso mismo lo hace un adulto, porque los árboles todavía no son muy robustos y se puede partir alguna rama”. Así que lo dicho: prohibido colarse.
En este detalle insiste mucho Juan: “Sobre todo, que respeten los cipreses y que no los atraviesen; la gracia del laberinto está en venir a divertirse y a perderse; hoy en día, que todo se sabe y se divulga, hay muchos trucos para poder salir, pero es algo que no tiene sentido, de lo que se trata es de disfrutar y no de que alguien te lo cuente por internet o de que un amigo te diga cómo se llega más rápido al final”.
Desde los 3 a los 70 años o más. Este es el abanico de edades para el que se recomienda la visita al Laberinto de los Pirineos. Y en verdad que se cumple. Nietos y abuelos lo disfrutan por igual tejiendo estrategias para salir de él, pero lo cierto es que son parejas jóvenes con niños pequeños los visitantes más habituales.
Juan Ramón Carmona y Patricia Rodríguez han vivido la experiencia con sus hijos Gonzalo y Marta. Son sevillanos que han llegado al Pirineo aragonés huyendo del calor. En su caso, Gonzalo, el mayor, ha sido el guía. “Me he orientado siguiendo las sombras de los árboles, que son las que me han ido marcando el rumbo”, comenta. Ni sus padres acertaban a entender cómo lo había conseguido, pero el caso es que en poco más de 40 minutos estaban en la meta.
Y eso que no es tan fácil. “Hay varias posibilidades para ir recorriendo el laberinto, pero solo hay una salida”, explica Juan Fanlo. Miguel y María son de Jaca y, en su caso, han sido sus hijas Vega y Valeria las que han dirigido las operaciones. Su estrategia ha sido otra: no perder de vista una de las paredes del laberinto. “Hay una zona central que cuando llegas a ella es bastante intuitiva y te sugiere que vas por el buen camino”, asegura esta pareja. En su caso también decidieron separarse y recorrerlo por parejas, “lo que todavía ha sido más divertido”. Los pamplonicas Leire e Iñaki habían pensado en un primer momento en ir al laberinto de Cantabria, “pero nos enteramos de que abría este en Piedrafita de Jaca y nos pilla mucho más cerca”. En poco más de una hora ya estaban fuera. “Lo que hemos hecho ha sido entrar por una calle y probar primero por la de arriba, luego por la de abajo y así, paso a paso, ir descartando opciones hasta que le hemos cogido el aire al trazado”.
Prácticamente todos los visitantes acuden con reserva previa. “De esta forma no hay que esperar, se entra directamente”, explica Juan Fanlo. En el capítulo de recomendaciones, se permite hacer el laberinto con chubasquero, pero no con paraguas. Además, es aconsejable acudir con calzado apropiado para la hierba mojada y el barro.
Se puede hacer con carrito de bebé, pero no es lo más adecuado. “Hay que tener en cuenta que hay pasillos estrechos donde se tendrán que cruzar con más gente y no entrarán todos; además, es un recorrido de hierba y tierra, lo que todavía lo complica más”, señala el propietario.
Durante este verano la actividad está siendo incesante, pero los meses de septiembre y octubre también son buenos para acercarse a esta atracción turística. Los días todavía alargan bastante, no hace demasiado frío y hay menos aglomeraciones. Lo dicho, un motivo más para el disfrute en el precioso Valle de Tena.
LABERINTO DE LOS PIRINEOS - Ctra. del Puerto, km 3. Piedrafita de Jaca (Huesca).