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Cuesta creer que un tramo tan corto pueda concentrar paisajes tan diversos que, además, parecen impropios de una Rioja a la que suele atribuirse una imagen norteña. No es solo que uno salga de una llanura con olivares o almendrales de aspecto manchego y que, en apenas 30 km, termine en un desfiladero de aires oscenses con pozas y cortados calizos. Es que de camino, y en realidad mezclado entre todo ello, uno también pasa junto a huertas que son vergeles y que parecen salidas de la ribera del Mediterráneo, o junto a laderas de areniscas surcadas por ramblas propias del desierto de las Tabernas.
El Camino Natural de la Vía Verde del Cidacos suma un total de 34 km entre Calahorra y Arnedillo, en un recorrido asfaltado en su mayor parte, y en el que apenas ganamos unos 300 m de desnivel en total, con lo que se puede calificar de bastante llevadero. Si se hace en sentido Calahorra, el camino es pan comido porque siempre es cuesta abajo, pero también es menos agradecido visualmente. En sentido Arnedillo, aunque se siente un ligero y constante ascenso que se agudiza en la parte final, las vistas son mejores porque encaramos la sierra y, además, el tránsito es de un paisaje más anodino a uno mucho más espectacular.
Sea como sea, lo normal será hacer el recorrido de ida y vuelta. Y en ese caso puede que los 70 km que supondría hacer el Camino Natural al completo se antojen demasiados. No hay problema. No solo existen alquileres de bicicletas eléctricas en el entorno de Logroño. Se puede tomar con calma y emplear el día al completo, descansando mientras visitamos alguna cueva o nos damos un baño. También queda una opción más que digna de recortar el recorrido. Sin ánimo de desprestigiar a nadie, la decisión sería sencilla: el tramo entre Quel y Arnedillo, de apenas 20 km, aglutina lo más granado si lo que buscamos es esa mencionada diversidad del paisaje.
La historia de la vía ferroviaria se escribe más o menos rápido: comenzó a funcionar en 1924 y prestó servicio hasta el año 1966 con alguna interrupción. Su razón de ser es que, a principios del siglo XX, el valle del Cidacos se había convertido en un pequeño hervidero agrícola y minero. Para entonces, Calahorra ya contaba con una estación de tren perteneciente a la línea de ferrocarril de Bilbao a Tudela, así que se diseñó una vía estrecha que diera salida a las extracciones mineras y agrícolas del valle. La construyó la Sociedad de Ferrocarriles Eléctricos, pero curiosamente la vía nunca llegó a estar electrificada.
Originalmente solo llegaba hasta Préjano, desde donde salía un ramal de vía aún más estrecha hasta una explotación minera, un ramal que hoy también es parte del Camino Natural y que permite un final alternativo al de Arnedillo. Fue en 1947 cuando el trazado se amplió hasta la villa termal de Arnedillo con un túnel de más de medio kilómetro que se podría considerar el gran hit arquitectónico de la infraestructura. Por sus dimensiones y dificultad, cabe imaginar que su finalidad no era simplemente alcanzar el balneario, sino quizá conectar el valle del Ebro con la meseta soriana, pero ni parece haber datos que lo corroboren... ni parece una empresa muy razonable conduciendo por la carretera SO-615.
La clausura de la vía en 1966 queda ya muy atrás y por eso hay que tener en cuenta que el viejo trazado, a su paso por algunos tramos urbanos, a veces se ha perdido. De hecho, a veces se ha construido sobre él. Por eso, tendremos que hacer algunos desvíos –señalizados– en los que a veces habrá que compartir el espacio con otros vehículos. Por lo general están acostumbrados a la circunstancia y son muy respetuosos con el ciclista, aunque conviene extremar precauciones.
El Camino Natural Vía Verde del Cidacos arranca a las afueras de Calahorra. Podríamos darle aires monumentales a la ruta si la comenzamos 1 kilómetro río arriba, justo donde se encuentra la Catedral de Santa María. Sorprende con una narración del mejor arte español de entre los siglos XV y XVIII, y seguramente consiga que salgamos más tarde de lo esperado. Muy cerca, en el antiguo convento de San Francisco, se podría plantear un inicio alternativo, más terrenal, en el Museo de la Verdura, con una exposición que nos acerca a otro culto, el de la tierra y la huerta, que vamos a presenciar cuando le demos a los pedales.
Los primeros 15 km discurren en el entorno de Calahorra y Autol, es decir, el auténtico corazón agrícola del valle del Cidacos, con grandes viñedos, olivares, almendrales... Llega a ser cansina una larga recta que va en paralelo a la carretera LR-282, pero nada más pasar Autol, por fin nos situamos junto a la ribera del Cidacos y ya apenas la abandonaremos. La atalaya de Quel asomando por el horizonte sobre un gran cortado de arenisca es el indicativo de que comienzan los kilómetros más pintorescos y agradables de la ruta. Una primera parada podría hacerse en el Barrio de las Bodegas de Quel, una colina que esconde una ciudad troglodítica.
El valle bajo del Cidacos es la tierra natal del fardelejo, uno de los dulces más típicos de La Rioja. Su origen es árabe y consiste en un hojaldre muy fino frito y relleno de un mazapán muy ligero, casi como un bizcocho húmedo. Dicen que nació en Arnedo, “pero eso es porque los de Arnedo fueron los primeros en salir a comercializarlo”, nos cuenta César Marzo, que lleva 25 años haciendo fardelejos en un obrador de Quel. A los pies del castillo y a tiro de piedra del Camino Natural, su pastelería 'Alicia' es una de las más reputadas de la zona; hacerse con una caja para el camino ayudaría a salvar con gusto las últimas cuestas.
Salimos de Quel entre canales de riego, huertos y las escenas bucólicas que brinda este tipo de agricultura “de andar por casa”. Se practica en fincas de pequeñas dimensiones destinadas al autoconsumo, pero en ellas se percibe el proverbial savoir faire hortícola riojano, con plantaciones mimadas al milímetro. Avanzando río arriba, pronto aparece el castillo de Arnedo, de origen musulmán, que más que una fortaleza parece una muela pétrea. Y así, de un plumazo, hemos pasado de un paisaje de huertas con aires mediterráneos a otro más propio del rodeno de los montes de Teruel. Pero la gran mutación todavía está por llegar.
Una vez dejamos atrás el castillo de Arnedo, entramos en el parque del Cidacos y nos sumergimos en un denso bosque con grandes ejemplares de ribera. No cabía esperarlos en este entorno que hasta el momento se mostraba más bien seco. Es uno de los pasos más pintoresco y también más frecuentado por los vecinos, con pequeñas playas fluviales y rápidos de agua que se funden con el canto de los pájaros para poner una banda sonora de cine. Además el paisaje mejora cuando, por la margen opuesta del río, se aparece un pequeño acantilado arenisco de un rojo intenso que contrasta con los colores del bosque.
La foto más icónica de esta zona es una pasarela peatonal de madera que da acceso al monte Vico. Sobre este se encuentra el Monasterio Cisterciense de Nuestra Señora de Vico, con orígenes en el final del siglo XV. Puede que el monasterio no presente grandes atractivos monumentales, aunque sí seducen los dulces y la artesanía que preparan y venden sus monjas, así como la idea de alojarse en su hospedería en busca de introspección.
El bosque desaparece de repente al poco de pasar junto al monasterio, y de un plumazo el paisaje deja de parecerse al de las riberas de la riojana Sierra Cebollera para asemejarse más bien al almeriense desierto de Las Tabernas. A medida que nos acercamos a Herce, la tónica va a ser los acantilados de arenisca de un rojo intenso, en cuyas pareces aparecen constantemente oquedades que llevan utilizándose aquí desde tiempos inmemoriales. Han servido como almacenes, bodegas, viviendas y hasta palomares, parece que su uso más antiguo registrado es el que le dieron los primeros eremitas cristianos de la Península.
Es probable que por el camino te preguntes qué son esos grupos de nichos cuadrados excavados en las paredes de arenisca a alturas inverosímiles. Se trata de vestigios de antiguas cuevas que se han derrumbado por la fragilidad del terreno y que ahora muestran sus tripas. Y esas tripas, esos nichos, suelen indicar que allí hubo algún tipo de templo cristiano primitivo, quizá con raíces en torno al siglo V, en los que podrían haberse ubicado algún tipo de reliquia. Son cuevas llenas de misterio, pero también de mucho significado para los locales, ya que han venido utilizándolas hasta casi nuestros días; las Cuevas de los Cien Pilares de Arnedo o las Cuevas del Ajedrezado de Santa Eulalia son dos visitas más que recomendables que podrían servir de alto en el camino para indagar en su curiosa historia.
Saliendo de Herce, al pasar junto a la antigua estación reconvertida en albergue, un giro a izquierdas nos hace encarar el bello monte Isasa. Cruzamos el Cidacos por un largo puente que nos advierte de que, aunque hoy está muy manso, el río tiene grandes avenidas. Y así entramos de nuevo en un paisaje totalmente distinto. Las cumbres que se aparecen por el horizonte ya más grises, con peñas calizas bajo las que crecen matorral e incluso pinos. Y aunque parece que nos aproximamos a un entorno más fresco y húmedo, en realidad atravesamos ramblas secas y dejamos de ver huertas húmedas para atravesar cultivos de secano, olivares, almendros…
Esta aproximación a Arnedillo es otra de las grandes delicias de este Camino Natural. Planean multitud de buitres sobre los grandes cortados calizos de formas caprichosas que se van acercando por el horizonte, y que nos avisan de que entramos en la Reserva de la Biosfera de La Rioja. Justo antes de alcanzar la esta localidad termal, tendremos que atravesar un túnel peatonal e iluminado con cerca de 600 metros en los que encontramos tres tramos diferenciados que nos hablan de la dificultad de su construcción: uno en roca viva, otro de ladrillo y otro de hormigón.
La boca sur de este túnel nos deja prácticamente en las famosas termas de Arnedillo, donde podemos poner el broche al viaje dándonos un baño caliente o frío, a gusto del día que haga. De regreso, merece la pena no hacerlo por el túnel, sino por el fantástico paseo fluvial que recorre el meandro del Cidacos y saca la mejor cara de Arnedillo. El broche alternativo sería tomar el ramal de Préjano para conocer la cascada de Santiuste, pero este año todavía no han llegado las lluvias y nos advierten de que estará seca. Habrá que volver, entonces, para ver cómo es este paisaje mutante con el cambio de estación.