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El frío de febrero arrecia en Cuenca, pero la tradición no perdona. La Endiablada que celebran en Almonacid del Marquesado es un acontecimiento singular que se vive desde primera hora de la mañana con la compañía de los diablos, la hermandad de esta tradicional fiesta que comparten con el visitante una copa de anís o de cualquier otro licor que ayude a entrar en calor.
Solamente los diablos nacidos en Almonacid o los casados con un natural de la localidad protagonizan la fiesta. Temprano y con bajas temperaturas, acompañan al "diablo mayor" a visitar casa por casa a todos los vecinos del pueblo con el fin de recaudar dulces y dinero. Dulces que irán a centros de ayuda social en la provincia y donativos que cubrirán los gastos de las ovejas y bebida que surtirán la gran cena de fin de fiesta. ¿Se negaría alguien a no conceder al mismo diablo lo que pida ante su inquisitiva mirada?
Es difícil situar cuándo nació la tradición de la Endiablada. Dos historias diferentes, una sobre la Virgen de la Candelaria que sitúa el origen en la infancia de Jesucristo, y otra sobre el descubrimiento de San Blas hecho por los pastores, justifican los acontecimientos que han pasado de forma oral de padres a hijos durante varias generaciones. Hay quien asegura incluso que proviene de la época celta siendo posiblemente una de las tradiciones más antiguas de España.
Sea cual fuese su origen, esta fiesta se celebra en la actualidad con una gran devoción que se mezcla con la danza y el colorido de los diablos, vestidos con divertidos y estrafalarios atuendos. Cada 1 de febrero, estos personajes se enfundan en una especie de "pijama" floreado que bien podría estar hecho con las cortinas de las películas de Almodóvar.
La marcha de los diablos comienza con las primeras luces del día. Mientras se preparan para danzar por las calles del pueblo, afinan sus enormes cencerros, cuyo sonido avisa a los vecinos y curiosos de su llegada inminente. Primero acuden a la casa de la Madrina Mayor de la Virgen de la Candelaria donde recogen la tradicional torta de mazapán que, tras la fiesta, sortearán y cuyo dinero servirá para sufragar los gastos de la iglesia, una nueva casulla para el cura y la compra de nuevas imágenes para las procesiones.
La marcha ya ha comenzado. Dos filas de diablos avanzan desafiantes por las calles. Sus caderas se mueven sin parar con un perezoso impulso hacia atrás que hace sonar los ruidosos cencerros. Al llegar a determinados puntos del camino, uno a uno inicia una carrera frenética entre las filas de sus compañeros que termina con un gran salto hacia delante. Hace falta mucha práctica y un punto de arrojo para saltar así.
El tocado de los diablos, un gorro dedicado a la Virgen de la Candelaria, muta en la tarde del 2 de febrero a una mitra de color rojo dedicada a San Blas, que corona sus testas hasta el fin de la celebración. Es este día cuando se visita a los hermanos difuntos en el cementerio, para después, en la iglesia, hacer el famoso lavado de San Blas, frotando la cara del santo con un paño y aguardiente, recordando así el lavado que hicieron los pastores cuando encontraron la imagen.
Junto a los diablos están las danzantas, la figura femenina que pone emoción a la fiesta. Ocho mujeres forman el grupo, entre ellas una "palillera" (llamada así porque porta los palos de madera usados en el baile) y la "alcaldesa". Todas ellas son las que encogen el corazón de todos los presentes con sus poesías y alabanzas a la Virgen y a su patrón, acompañado del sonido de los tambores y la música dulzaina. Las procesiones son de lo más vistosas: el día 2 sale la Virgen, y al día siguiente San Blas, arropados por una considerable multitud que recorre el pueblo.
En la iglesia, los bailes no cesan. Los diablos danzan primero ante las imágenes de la Virgen, y frente a San Blas después. Saltan, agitan sus cencerros y dedican vítores emotivos a sus santos. La Virgen de la Candelaria se lleva más alabanzas que su correligionario obispo ya que, entre el frío y la pasión del primer día, pocas gargantas quedan enteras en la segunda parte de la festividad.
No hay fiesta, religiosa o no, que no pase por una buena mesa y sea regada con un buen vino. Y la Endiablada no podía ser menos: el día 4 de febrero, los diablos –ya sin cencerros–, danzantas y demás invitados dan buena cuenta de la oveja frita con ajos en una gran cena. Y si sobra algo de tan opíparo manjar, servirá para la comida del día siguiente.
El frío, el cansancio y la afonía del fin de la fiesta no quedan marcados en la memoria de unos diablos que, al año siguiente, volverán a calzarse sus peculiares vestimentas y hacer sonar sus cencerros para danzar por las calles blancas del pueblo y reclamar así su presencia en el invierno de los hombres.
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