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Lo llaman el pueblo de Banksy (a este artista urbano mundialmente conocido le encantaría vivir aquí) y si se pasean por sus calles es fácil entender por qué.
En esta aldea del interior de Castellón es imposible dar diez pasos sin toparse con un mural. Con cerca de 150 obras, es uno de los mayores museos al aire libre del planeta y va creciendo año tras año gracias a la cita anual del MIAU (Museo Inacabado de Arte Urbano).
Fanzara no es un pinacoteca al uso ni un pueblo corriente. Es un escenario de arte urbano al aire libre, un lugar en el que se mezcla lo castizo con lo multicultural, lo contemporáneo con la vida rural.
Un espacio mutante, un paraje natural protegido, un escenario y un photocallitinerante. Es un espacio en constante renovación, pintado y repintado cada año.
Al llegar al entorno de la Sierra de Espadán, el pueblo grita "¡Miau!". Un gato enorme sobre una fachada anuncia el municipio y este empieza a tener sentido. En realidad, no se trata de un maullido, sino de un particular grito de reivindicación.
Se trata del arte y de su relación con las personas y de lo que estas son capaces de cambiar: del impacto de una sola gota de agua en un suelo aparentemente inmutable. MIAU nació como un intento de cicatrizar heridas entre los vecinos y las redes sociales hicieron el resto.
Los orígenes del proyecto se remontan a 2005, cuando un movimiento vecinal se opuso a la instalación de un vertedero de residuos tóxicos.
El pueblo se partió por la mitad: habitantes que no se dirigían la palabra, riñas entre iguales, malas miradas e incluso denuncias, confiesan casi avergonzados sus vecinos.
Javier López, uno de los directores del proyecto, pensó que el arte podría resolver el conflicto. "Queríamos un proyecto de todo el mundo, que cada uno colaborara como pudiera", explica durante la visita.
En 2011 empezaron a buscar hasta que finalmente encontraron a Miguel Abellán Pincho, un grafitero valenciano que hizo de altavoz de sus demandas. "Estuvimos tres años buscando a algún artista al que explicarle el proyecto... y llegaron 21", cuenta. Así, en 2014, nació el MIAU que fue, sin que fuera su cometido, la salvación del municipio de la despoblación.
Viendo a los habitantes por la calle y en los bares de la localidad, resulta difícil creer que las mismas familias que se reúnen a medio día en una terraza estuvieran enfrentadas. Parece un tópico, pero se izó la bandera de "misión cumplida" y MIAU ha convertido Fanzara un referente del arte mundial, y a sus ciudadanos en seres humanos afortunados. Viven dentro de un museo.
En el citado verano llegaron grandes nombres del street art como Deih, Hombrelópez, ESCIF –que también ha llenado el valenciano barrio del Carmen con sus dibujos–, la ilustradora Susie Hammer y Julieta XLF que convivieron una semana con los residentes e ilustraron sus tapias con seres cósmicos, manos, rostros, malabaristas de circo y coloridos animales.
La aldea se llenó de andamios, esprays, grúas y brochas que dieron vida a través de 44 intervenciones. Los años siguientes fue el turno del argentino Animalito Land, de los artistas PICHI & AVO llevando las esculturas griega a otro soporte, de las frases de Acción Poética, el 'abstractismo' de Kenor o de los androides gigantes de Xelön. La lista es larga y cada año es más voluminosa, ambiciosa y completa que la anterior.
Una de las composiciones más emotivas y que más eco ha tenido es la del activista Martin Firrell, que se reunió con cuatro vecinos de edad avanzada para hacerles una sencilla pregunta: ¿Cómo vivimos? En base a sus respuestas, creó un mural que sintetizaba décadas de experiencias "de la gente que produce sabiduría" –dice Firrell– en dos frases: "El futuro es corto. No tenemos miedo".
Con ellas creó un mural en la escuela municipal, en la que apenas hay una docena de niños, para unir a las generaciones. Esta obra, que quizá no destaque entre las pinturas más imponentes del municipio, sirve para entender el proyecto de convivencia del MIAU: el arte actuando como elemento que conglomeraba una sociedad agrietada.
Aunque en la tienda del MIAU puedes encontrar un mapa con itinerarios a través de las obras es mejor dejarse llevar. Lo bonito en Fanzara es perderse, calle arriba y calle abajo, e ir descubriendo los murales en los lugares insospechados. A veces en una imponente pared, a veces en una pequeña chapa, en una puerta o en una ventana.
Hay trabajos grandes que ocupan varios edificios, obras pequeñas que caben en una piedra, unas en forma de pinturas, otras de esculturas, de collage, de ramas o macetas.
Cada día, por esas rutas empedadras, transcurren ríos de turistas que, cámara y móvil en mano, entre gestos de asombro, colocan el municipio en el mapa de Instagram. Cuando no, lo hacen colegios escolares de la provincia.
La pequeña población acumula en la red social miles de publicaciones bajo el hashtag o el icono de la ubicación que enseñan al mundo sus hogares. Un ejército de personas posan sonrientes o con aires desenfadados sobre los murales callejeros y se retratan sobre los particulares escenarios de la aldea.
Sin pretenderlo, los visitantes efímeros se han convertido en los mejores embajadores del lugar: un museo que, sobre todo, mira a los ojos de sus vecinos y les recuerda que nunca hay que bajar la guardia.