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Cuatro valles regentan uno de los bosques más cinematográficos de Navarra. “La mayor porción de Irati pertenece al valle de Salazar, al sur del bosque, con Ochagavía-Otsagabia como el pueblo de mayor tamaño, seguido por el oeste por el Valle de Aezkoa y en la vertiente norte del Pirineo, los de Garazi y Zuberoa”. Lo dice Gustavo Goiena, técnico de la Oficina de Turismo de Ochagavía.
De este pueblo de tejados empinados (a dos o cuatro aguas) puede partir la excursión a este camaleónico hayedo-abetal que bebe del río Irati y reparte su vegetación y fauna entre las dos vertientes del Pirineo. Un bosque acostumbrado a abrir camino a los diferentes protagonistas que cruzaron sus históricos parajes a lo largo de las décadas. Por tierra, río y aire. “Ya desde el siglo XIV los almadieros del Irati, el Salazar y el Esca bajaban la madera río abajo hasta Sangüesa y más allá”, cuenta Gustavo.
Aquí hay un hito en la historia que marcó el discurrir diario de los habitantes y visitantes de estos valles. “Tres aezcoanos, Domingo Elizondo, Antonio Aróstegui y Ciriaco Morea volvieron a su tierra tras hacer fortuna en América. En 1907 fundan El Irati S.A., una empresa que en realidad eran muchas: Electricidad, Montes, Destilería y Ferrocarril”.
Después llegó la presa de Irati (luego Pantano de Irabia), clave en eso de facilitar el transporte de troncos río abajo mediante desembalses, conocidos como barrancadas. En pleno corazón del bosque. De presa a presa. “Eran gancheros o lanceros que iban empujando la madera por el río. Llegaron incluso a venir de Valencia a apoyarles en esta labor. En Aoiz, estos indianos regresados montaron luego un aserradero donde transformaban la madera en etanol. Luego, con lo sobrante, crearon el famoso Tren del Irati, que transportaba pasajeros de Sangüesa a Pamplona”.
Todo ocurrió aquí, en pleno corazón del bosque, en Irati. Un pasillo vegetal donde se montó también el llamado sistema tricable, un modelo de transporte contemporáneo por el que se transportaba la madera desde cierta altura. Esa madera sobre la que los almadieros bajaban hacia el sur, río abajo, a través de las diferentes presas con sus rampas para facilitar el paso de las almadías. Esa que nutrió a la Marina Española de Carlos III para sus mástiles, remos y navíos.
Madera como recurso, como medio de vida de este bosque autóctono y como salvamento. Y es aquí donde entra en escena Charles Schepens, oftalmólogo belga que junto al pastor vasco Jean Sarotxar revitalizaron una serrería, abasteciéndola con los troncos de Irati transportados por esos cables aéreos. “Schepens monta toda una red de escape del nazismo, por la que huyeron muchos fugitivos. Camuflados como operarios de la serrería, un centenar de personas logró huir hasta San Sebastián y después a Inglaterra.
Pero mucho antes incluso que este territorio de escape, ya existía la cañada. “Desde el siglo XII hay constancia de que los Reyes de Navarra otorgaron a los Valles de Salazar y Roncal derecho congozante de las Bardenas Reales”. Cinco siglos de trashumancia, de paso de los rebaños de ovejas y cabras bajando hacia el sur, hacia los pastos de Bardenas Reales cuando llega la nieve al norte, y también hacia la Sierra de Abodi e Iparralde (Baja Navarra) en verano. “El papel de estos pastores es clave, porque han moldeado el paisaje”.
Un relieve complejo que tampoco impidió a aquellas alpargateras trasladarse con frecuencia a Mauleón. “Mi abuela era una de ellas -afirma Gustavo-. A estas mujeres se les empezó a llamar golondrinas a título póstumo, pero también fueron conocidas como hormigas, porque iban de negro y a trabajar”. Muchas mozas navarras cruzaban Irati para ir a ganar el jornal en los talleres durante los meses de frío, cuando el campo descansaba. Eran inviernos en los que la historia documentada daba paso a las leyendas junto al fuego, en las casas salacencas y roncalesas.
Una cultura oral que ha sobrevivido hasta hoy, en la que cobran vida historias como la de las esquivas lamias, mitad humanas-mitad bestias, que peinan sus cabellos junto al río. También la del famoso Basajaun, señor del bosque, junto a su compañera Basandere, protectores del ganado. O la de Juana de Albret, cuya alma errante dicen que puede verse vagar en las noches de Irati, pidiendo justicia tras morir envenenada.
Hoy aquellos antiguos caminos aparecen señalizados para los amantes del senderismo, bien como GR (Gran Recorrido) con marcas blancas y rojas, o como SL, Sendero Local. Una enorme red de senderos balizados para disfrutar de este bosque histórico, que junto a la BTT y al esquí de fondo, se convierten en dos de las prácticas más demandadas de estas montañas
A esta selva navarra se accede desde diferentes puntos, pero uno de los principales, junto con los accesos desde Orbaizeta o el Centro de Montaña de Irati, es por las llamadas Casas de Irati. Una pista forestal de la que parten muchos de estos senderos, que cristalizan en el Embalse de Irabia o la Cascada del Cubo (Itsuosin, “pozo ciego”, en euskera). Un chorro de agua que desemboca en el río Urbeltza (aguas negras), que, al unirse al río Urtxuria (aguas blancas, claras), forman el río Irati.
Es otoñada en la Selva de Irati, la etapa más famosa en las crónicas y fotografías de esta estación. En las umbrías de sus 17 mil hectáreas, a la sombra, saludan los hayedos, y hacia el sur, en los carrascales, lo hacen los robledales. Pueblos como Ezcároz, Ochagavía, Igal o Izal (entre otros), de calles estrechas y gruesas paredes de piedra dibujan casas muy próximas, incluso compartiendo muros para evitar pérdidas de calor.
Casas norteñas con sus chimeneas cónicas y tejados a dos o cuatro aguas, de pendiente pronunciada, para que la nieve caiga. Muchas de ellas con sus huertos, rodeadas de eras, donde antaño se trillaba, rodeados por el valle y la montaña. Todas diseñadas para soportar la crudeza del invierno, dibujando pueblos de postal, de calles que en su día se empinaron a conciencia, para que el hielo, la nieve y el barro no se acumularan. Villas de antiguo paso de carruajes y ganado que hoy se sustituye por modernos tenis y bicis de montaña.
Arriba, en la parte alta de Irati, hasta 24 miradores permiten otear esta selva de rutas cuando la niebla lo permite. Uno de ellos, el de Pikatua, “precipicio” en euskera. Los reyes del techo de Irati son las aves rapaces y carroñeras, inseparablemente ligadas al mundo ganadero en el Pirineo Navarro. “En Navarra tenemos alrededor de 2.800 parejas de buitre leonado, una de las poblaciones mayores de toda la península.” Por aquí también habita el quebrantahuesos, ave en peligro de extinción, así como algunas parejas de Pico Dorsiblanco del Pirineo, una delicada población que depende de la explotación racional del bosque y de las maderas muertas.
Ya en el descenso, la vaca pirenaica puebla los recovecos de estos caminos, donde el helecho sirve de cómoda cama. También el caballo de raza Burguete. “Hay una leyenda que cuenta que es resultado de la mezcla de los caballos bretones, los que engrosaron las huestes de Napoleón, con la jaca navarra”. En el pasto, la oveja Latxa, cuya leche será la materia prima clave para la elaboración del eterno queso de Roncal.
Una serie de ermitas salpican los diferentes altos. Una de ellas, la de la Virgen de las Nieves, regia sobre un cerro en la confluencia de los ríos Urbeltza y Urtxuria, con su tejado de tablillas de roble (oholak, en euskera), hechas a mano, precursoras de las tejas actuales. “Es una ermita que por la fecha en la que se construye, en los años 50, no tiene gran devoción. Está cerrada, pero en la actualidad un grupo de vecinos de Aezkoa y Salazar está intentando reactivar la cofradía que existió años atrás”. Luego están las ermitas de Muskilda, en Ochagavía, la Blanca de Jaurrieta, que sí tienen danzas y culto y las de Arburua o Argiloa en la zona baja del valle o Atabea, en el distrito sur del Valle de Salazar.
Hoy, aquellos robles y hayas que en su día nutrieron las tejas de tablilla de las cúspides de las casas del Pirineo Navarro ya esperan a la nieve. Y sigue llegando el viajero, respirando ese aire puro que animó a todos los supervivientes, por unas u otras razones, a atravesar la Selva de Irati. Río, monte, selva, hayedo, y abetal. Irati sigue abriendo camino.
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