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Un recorrido serpenteante por las montañas del norte de Huelva, a través de la carretera HU8105, nos trae hasta aquí desde la vecina Aracena. Linares de la Sierra aparece enclavada en el fondo de un valle que vigilan las Sierras de Picachanes, el Alto del Chorrito y la Era Rasa, en pleno Parque Natural Sierra de Aracena y Picos de Aroche.
A medida que se deja esta carretera para desviarse hacia esta localidad serrana atisbamos el caserío blanco y sencillo de esta población con apenas 250 habitantes conocidos popularmente como chicharreros. José Damián es guía local, perfecto para situar a la gente a su llegada. "Linares debe su nombre a las plantaciones de lino que se extendieron por sus vegas durante siglos, cultivo –hoy desaparecido– que se complementaba con las huertas". Con él, recorremos la calle Real hasta la cercana plaza principal, donde se sitúa el enorme mosaico con el escudo del pueblo (o 'llanos' como se les llama aquí a estas alfombras hechas de piedras) que preside el centro de un espacio urbano de usos múltiples. La plaza hace las veces de foro público –con dos bares y sus terrazas– y, cuando las circunstancias lo requieren, también de coso taurino.
Una vez aquí, es útil visitar el Punto de Ecoturismo municipal, un pequeño centro de interpretación "donde podemos informarnos sobre los numerosos senderos que discurren por el entorno, uno de los muchos regalos que Linares ofrece a quien la visita, como su silencio", comenta nuestro guía, que no pierde la oportunidad de destacar la sensación que transmiten muchas personas que llegan hasta aquí: "Sienten como si el reloj se les quedase parado, porque todo va mucho más despacio".
Cierto es que a esa hora de la mañana (casi las 12), el silencio inunda todas las calles y solo se rompe por el sonido seco de las campanas del reloj de la iglesia. Apenas se ve algún coche circulando cada cierto tiempo y hay pocos vecinos por la calle que, amablemente, dan los "Buenos días". Pura paz.
En este punto hay que empezar a descubrir en soledad el corazón de Linares. Bajamos hacia la plaza del Ayuntamiento –con otro espectacular 'llano', en este caso, una Rosa de los Vientos– donde se encuentra uno de los tesoros patrimoniales de este pueblo: el conjunto de su Fuente Nueva y su lavadero circular. "Todavía aquí puedes encontrar a mujeres del pueblo que vienen a lavar la ropa a mano, como se hacía antes, para aprovechar la pureza del agua del manantial", relata José, un vecino que está llenando varias garrafas de agua de la fuente para el consumo en su casa.
Mientras sigue en su tarea, le preguntamos por la que considera es seña de identidad chicharrera por excelencia. No dice nada, solo señala con el dedo a varias casas del entorno. Más concretamente a los 'llanos' empedrados que preceden cada umbral. Casi todas las calles del pueblo –estrechas y sin aceras– ofrecen un empedrado irregular "que se hace sobre la propia tierra. Nada de hormigón en la base, para permitir que la hierba crezca y tenga también su protagonismo", comenta José.
Como contrapunto, la entrada a las casas salvan lo accidentado del terreno con estos 'llanos' que como pequeños cuadros se decoran con motivos vegetales, con formas geométricas, animales… porque la imaginación de los artesanos locales y su pericia colocando cada piedra ha dado para mucho. Y el celo de sus vecinos por conservar esta seña de identidad ha convertido sus calles y plazas en un auténtico museo pétreo para descubrir durante un sencillo paseo.
La búsqueda de nuevos 'llanos' decorativos lleva a la calle Arrieros, un destino ideal para comer. Aquí tienen su establecimiento Luismi y Adela, gerentes del restaurante 'Arrieros', con un Sol de la Guía Repsol a sus espaldas. Este rincón presume de cocina autóctona basada en tres pilares fundamentales, en lo que Luismi denomina 'el sabor de la Sierra': "el cerdo ibérico y sus derivados, las setas y lo que la huerta nos regala en cada época". Todo ello, en un local con un amplio ventanal que permite contemplar la naturaleza a escasos cien metros.
A la hora de elegir en la carta no hay duda: el ibérico Serranito tropical. ¿Tropical? No por su sabor o ingredientes –todos autóctonos, por supuesto–, pero sí por un colorido que recuerda mucho al reagge de Bob Marley. Presa de ibérico en su punto, sobre tosta y una cama de mousse de boniatos. El detalle de una fusión de confituras artesanas de pimiento verde y rojo hacen el resto.
Como segunda opción, de nuevo ibérico, pero aderezado con setas. Pionono de manitas de cerdo acompañado de una salsa a base de trompeta de los muertos, una seta de la Sierra de Aracena (Cantharellus cinereus) con un nombre bastante curioso.
El café y la sobremesa favorecen la charla con Luismi, chicharrero de nacimiento y profundamente ligado a su pueblo, al que regresó tras una etapa profesional en la capital "buscando tranquilidad y vivir cerca de la naturaleza". De hecho, presume de un pueblo cuyo casco urbano "apenas ha cambiado en el último medio siglo y con gente amable y sencilla".
La última parada de la visita a Linares de la Sierra: el Hammam. Bajamos por la calle Limón, donde los olores a chacina casera provenientes de la 'Tienda de Pauli' nos dejan prendados. Giramos a la derecha, hacia la calle Rosario, en cuyo final aparece nuestro destino.
El 'Hammam Linares' es un espacio nacido de la ilusión del matrimonio de Joaquín y María José. Como ella misma reconoce, llegó a Linares hace más de 20 años "por amor" [risas]. Tras vivir en París, Zúrich o Sevilla, Linares de la Sierra ha aportado a su vida una tranquilidad y un silencio que no cambia por nada "porque esto es salud".
Estos ingredientes son los que llenan las instalaciones del 'Hammam Linares', un espacio concebido "para desconectar y relajarse, con trato personal y para grupos pequeños". Aquí el silencio solo se rompe por el sonido relajante del agua en sus dos termas: templada y caliente. Regalarse un respiro con un masaje relajante guiado por las manos expertas de María José después de una jornada de turismo es un lujo. No es de extrañar que, como ella misma comenta, muchos de sus clientes "salgan flotando" tras pasar unas horas aquí, en un espacio que "es un refugio para aquellas personas que quieran olvidarse del teléfono móvil, perderse y encontrarse".
Agua, piedra, sabor y silencio. Una ecuación sencilla en pleno Parque Natural Sierra de Aracena y Picos de Aroche. En el valle escondido, como los chicharreros llaman a su refugio. Un rincón donde es cierto que el tiempo transcurre más lento.
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