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Cafés que fueron ferreterías, mataderos reconvertidos en mercados gastronómicos o librerías que esconden cientos de referencias de vino nos esperan ahora en una de las ciudades más bellas del Mediterráneo, en un ambiente relajado, sin el bullicio estival ni las calles llenas de turistas.
Algunos minutos pasan de mediodía y, ante nuestros ojos, un pica-pica al que no podemos renunciar: el guiso de sepia, calamar y pulpo que ha tardado tres horas en hacerse a fuego lento. Una gamba lo corona y una rebanada de pan mallorquín sostiene los ingredientes de este pincho moderno con una tradición culinaria propia de la isla. Estamos en el mercado gastronómico de San Juan, dentro de una de las naves del antiguo escorxador (matadero) de la isla.
Miramos de nuevo el expositor de este puesto de cocina mallorquina, 'Sa nostra cuína', para probar otras propuestas que nos harán conocer mejor la idiosincrasia isleña. Sería un desacierto imperdonable dejar a un lado los tradicionales pimientos mallorquines fritos con asadura y verdura o no probar el pan llonguet, en este caso, de leche con queso de Mahón, anchoas y mermelada.
Situado en el barrio de Camp Redó, el antiguo complejo modernista que albergó el matadero, declarado bien patrimonial de España, se convirtió hace dos años en un referente de ocio donde podemos encontrar otros sitios para tomar algo en Palma de Mallorca, aparte del mercado.
Pero es su propuesta culinaria la que atrae a propios y extraños a la hora de comer y tardear. Unos veinte puestos de comida nacional y foránea, y una coctelería, 'The One', han llenado de vida un espacio que era todo lo contrario. Platos tailandeses, tortillas, frituras, croquetas y sushis se maridan en este mercado gastronómico con los mejores zumos, vermús, cavas, vinos y cervezas.
No podemos marcharnos sin visitar el puesto 'Fideuás y arroces', platos que nos preparan mientras observamos la arquitectura de este lugar, obra del arquitecto palmeño Bernat Calvet, y que fue premiado en la Exposición Mundial de Bellas Artes de 1906, justo un año después de haber sido levantado.
La fideuá mar y tierra, con fideos finos ecológicos llegados de Girona, pimiento rojo y verde, sepia, gambas de Sóller y tocino es una buena opción antes de seguir conociendo otros lugares de la ciudad en un ambiente relajado.
La Ciutat, nombre que los mallorquines utilizaron antes de llamarla Palma, tiene un encanto imprevisto y sorpresivo como las ciudades del sur o las más ilustres de Italia. Caminar por la maraña de calles, conocer los colmados abarrotados de productos, de personalidad y de vida nos activa el deseo de cargar con algún recuerdo comestible que sería difícil encontrar fuera del archipiélago.
Ya vemos el rojo intenso de los tap de cortí, los pimientos que solo Mallorca cultiva para elaborar pebre bord, el pimentón isleño encargado de dar olor, color y sabor a las famosas sobrasadas y otros productos legendarios.
En el colmado 'La Montaña', el más fotografiado de Palma junto con el de Santo Domingo, son ejemplo de ese pequeño comercio de calidad que pervive con el orgullo de la autenticidad. El revoltijo de sobrasadas, longanizas, ajos, pimientos, chocolates y patés de nueva creación nos recuerda que Palma es una ciudad de superposición de culturas.
Ángel y Pedro Calleja, los pasteleros que se quedaron con el negocio que la familia Coll fundó en 1910, tuvieron que pedir permiso al obispo de Palma para registrar el nombre de 'Horno Santo Cristo', la firma que ahora tiene varios locales diseminados por Palma y donde, en verano, se forman largas colas para conseguir una de sus ensaimadas.
Reyes, estrellas del espectáculo y deportistas de élite siguen pasando por el local de la plaza del Marqués del Palmer, en uno de los edificios modernistas más bellos y fotografiados de la isla, Can Forteza Rey, para no quedarse sin sus ensaimadas lisas, de crema o de cabello de ángel. Si preferimos pedirlas on line las tendremos en casa en un tiempo razonable.
Pepe Casanovas es un joven aparejador que decidió mantener abierto el antiguo local familiar de la calle Santo Domingo. Mallorquín de pura cepa, el tataranieto de Jaime Obrador (fundador de la ferretería que más tarde se llamó 'Can Casanovas' –el apellido del marino mercante que se casó con su hija María e impulsó el negocio–) es el responsable del café 'Las Columnas', un local donde aún permanecen las estanterías que estuvieron repletas de clavos, redes y herramientas de todo tipo, allá por 1843.
"El abuelo José Casanovas fue maquinista naval, viajó mucho por el mundo y traía motores que luego vendía aquí", comenta su descendiente Pepe mirando las estanterías, repletas ahora de productos selectos de Baleares. Aceites, vinos, cervezas artesanas, dulces y productos ecológicos, perecederos o envasados, se posan altivos entre piezas de cerámica pintadas a mano.
"La mayoría de los clientes son parroquianos, gente del barrio o funcionarios que trabajan por el centro de Palma", nos cuenta Pepe mientras nos prepara un reconfortante café capuccino a un precio tan razonable que poco tiene ver con los del resto de esta zona.
Aunque en el exterior haya un bullicio propio de una calle de tradición comercial, la tranquilidad en el interior es absoluta. La atmósfera del veterano bazar, mezclado con olores a chocolates y dulces caseros, hace que los clientes se concentren en la lectura de prensa o establezcan conversaciones sosegadas.
"No estamos en las redes sociales. No nos hace falta. Nos mantenemos todo el año con la clientela de siempre y algunos turistas a los que les llama la atención el local", nos dice Pepe Casanovas cuando nos despedimos de él.
Cuando termina el calor pegajoso del verano y los lujosos yates son cubiertos con grandes lonas como si fueran esculturas de Christo Vladimirov (un artista búlgaro muy conocido por envolver grandes edificios con telas –a modo de instalaciones–), los que permanecen en Palma disfrutan del sosiego de su laberíntico casco histórico y de sus terrazas sin alborotos.
La de la librería 'La Biblioteca de Babel', en el distrito centro, es una de ellas. Pero si el frío arrecia y no tenemos necesidad de fumar, adentrarnos en este templo de la cultura y tomar un buen vino rodeados de libros es una decisión de la que jamás nos arrepentiremos.
Catalogada como una de las mejores de España, esta librería de fondo, bodega y café literario es un punto de encuentro para los palmesanos que viven su ciudad en todos los sentidos.
Con una extensa variedad de vinos, todos ellos tumbados entre los libros, está especializada en Humanidades y cuenta, caso raro, con un espacio amplio dedicado a la mitología. Vinos de Nueva Zelanda, franceses, sudafricanos, de Rioja o Ribera del Duero, mallorquines y griegos son algunos de los que podemos degustar en su café literario o llevárnoslos a casa.
Todos tenemos en nuestra memoria imágenes con parajes de una ciudad admirable. Lugares que ahora no podemos dejar de visitar aunque solo sea para tenerlos en nuestra cámara de fotos o posar delante de ellos.
Un paseo en busca de la luz de oro del atardecer nos acerca al puerto recreativo mayor de España, donde un bosque de mástiles desnudos esperan la llegada del verano, custodiados ahora, noche y día, por los molinos del barrio Es Jonquet, testigos del siglo XV que nos recuerdan que Mallorca fue una isla de trigo y que ahora sobreviven, a duras penas, mirando al mar.
Al antiguo barrio de pescadores y harineros subimos por una escalinata de piedra cercana al puerto deportivo, por la avenida Gabriel Roca. Garleta, Non de Deu, Carreres y Garriguera, los molinos que aún quedan en pie, siguen esperando sobre su talud que se pongan de acuerdo propietarios y representantes políticos para decidir su futuro.
¿Algún visitante se iría de Palma sin ver, aunque fuera de lejos, la imponente Seu? Pues bien, ahí la tenemos como un elemento insustituible del paisaje urbano palmesano. La catedral, vista desde la atalaya molinera, tan aérea y al mismo tiempo colocada sólidamente sobre la muralla, es el edificio más emblemático de la ciudad. Lo primero en visitar y lo último en caer en el olvido.
Paseemos por esta ciudad antes de que sea ocupada por cientos de miles de visitantes que acuden, cada verano, huyendo de las suyas. Miremos hacia arriba para disfrutar de su arquitectura antigua y actual, que va desde el palacio de la Almudaina a los complejos edificios modernistas. Seguro que repetiremos.
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