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Aquella noche nos metimos en la cama con la desilusión de no haber visto caer ni un copo. Habíamos salido de la capital con la app del tiempo anunciando un 90 % de probabilidades de nieve para ese viernes y, durante todo el viaje, la radio no paraba de alertar sobre las precipitaciones en cotas muy bajas. Pero hasta bien entrada la madrugada, solo una tenue lluvia hizo acto de presencia. "Suele pasar. Dicen que va a nevar en el pueblo, pero las nevadas importantes se quedan arriba, en Cotos y Navacerrada", respondían algunos vecinos al confesarles mi decepción de urbanita con ansias de nieve. Y sin embargo, al despertar y subir la persiana de la habitación, ¡ahí estaba! Un manto blanco cubría todo Rascafría.
Leotardos, camisa térmica, jersey, plumas, botas con doble calcetín, bufanda, orejeras, guantes y ushanka (el tradicional gorro ruso). ¡Qué no se diga que uno no viene bien equipado! Aunque a la vista de cómo me miraban de arriba a abajo el grupo de hombres que tomaba café a la puerta del bar 'Casa Briscas' (Plaza de España, 13), quizá había exagerado un poco.
"Cuando nieva, la temperatura suele ser más suave y hoy no se espera viento; pero no te preocupes, que estos de ahí fuera son de Europa del Este y para ellos este tiempo es casi primaveral", aclara Victoriano, el dueño de este mítico bar en la Plaza de España. Abrió hace más de un siglo justo enfrente de la rotonda con una grada circular donde se erguía la Vieja Olma, aquella en cuyo hueco se escondía el bandido Tuerto Pirón –el 'Robin Hood de Guadarrama'–, tan querido por los rascafrienses y que sucumbió a la primera nevada del siglo XXI.
Tras entrar en calor con el primer café de la mañana, nos acercamos a 'El Molino del Cubo' (Av del Paular, 5), la panadería de Fernando y Leticia, donde elaboran todos los días, desde hace ya once años, pan y bollería artesana. Hasta 16 variedades de pan para elegir: espelta, multicereal integral, sal yodada, de pueblo con masa madre, candeal de picos, alemán con centeno... "Somos un matrimonio muy panero y como nos gustaba hacerlo en casa, nos animamos a abrir nuestro obrador", explica Fernando mientras atiende a la concurrida clientela.
Algunos aprovechan para llevarse unos churros. "Empezamos a hacerlos hace un año por amor propio. Un pueblo de la importancia de Rascafría se merece tener churros todos los días". En la vitrina lucen también los tradicionales mantecados –la misma receta que doña Aurora, la abuela de Leticia, siguió tras cada matanza del cerdo: manteca, harina fuerte, vino blanco, limón, azúcar y anís–. La última creación, un rosco de bizcocho empapado en agua de azahar y relleno de crema pastelera. "Pura tentación para golosos".
Con las pilas cargadas por el desayuno, nos aventuramos a dar un paseo hundiendo nuestras botas en la nieve, que ha teñido también de blanco la ribera del Artiñuelo, "el río chico" que cruza Rascafría. Antes de coger la Avenida del Paular (M-604), nos aprovisionamos en 'San Lázaro' (Av del Paular, 35) de unos chocolates, por si las fuerzas decaen. Antonio y sus dos hermanas son la segunda generación de chocolateros de la familia y desde hace 15 años traen cacao criollo de Tanzania, México, Perú, República Dominicana y Venezuela a este rincón del valle del Lozoya.
"Respetamos la nobleza del cacao, sin adulteraciones de ningún tipo. En el mundo queda sólo un 4 % de esta variedad, a la que solo añadimos ingredientes de máxima calidad", nos explica mientras probamos una lasca con sal negra. En el obrador, cuya zona de bombonería se puede ver a través de un enorme cristal desde la tienda, elaboran chocolates con regaliz, almendra marcona, nueces y avellanas nacionales, pistachos iraníes, jengibre, frutas liofilizadas... Hasta 40 variedades "aptas para alérgicos a los frutos secos y los celíacos".
Justo en 'San Lázaro' arranca la caminata de dos kilómetros hasta el Monasterio de Santa María del Paular, la primera cartuja de Castilla, que en su día albergó hasta 200 monjes cartujos y que hoy solo da cobijo a una quincena de benedictinos. A medio camino hacemos una parada frente a la Sociedad Belga del Paular, empresa que gestiona un enorme pinar desde hace casi 180 años tras la Desamortización de Mendizábal. En invierno, al anochecer, a través de las ventanas del edificio de la aserrería se contempla la mesa grande del comedor y la alacena de la cocina de aire centroeuropeo, que durante tantas décadas era difícil de encontrar en nuestro país. "Recuerdo de pequeña asomarnos a esas ventanas en Navidad y ver las mesas decoradas con vajillas, candelabros y fuentes repletas de comida", recuerda una vecina a nuestro paso.
Todos en el pueblo han coincidido en recomendarnos una parada en el Monasterio del Paular, para contemplar su retablo gótico de alabastro y la colección completa de cuadros de los cartujos, que pintó Vicente Carducho en el siglo XVII y que regresó en 2011 a su ubicación original, el claustro mayor. Esta mañana de nieve, muchas familias han llenado a primera hora el parking público de la entrada, aunque los niños han salido escopetados arrastrando sus trineos entre gritos hacia el Puente del Perdón. Para los adultos, esta construcción del siglo XVIII es ideal para hacerse las mejores fotos con el monasterio de fondo.
"Cuando se asentaron los señores quiñoneros en el valle del Lozoya para proteger Segovia de las hordas moriscas, se creó una entidad jurídico-pública que impartía justicia en la zona. A los que perdonaban, dejaban cruzar el Puente, mientras que a los que no corrían esa fortuna los conducían al Rincón de los Condenados y a la Casa de la Horca, que sigue en pie a unos cuatro kilómetros", explica Nuria Hijano, de la empresa MontNature (c/ Ibáñez Marín, 1), que organiza diversas actividades en el Guadarrama y difunde su patrimonio.
El regreso al pueblo lo hacemos por un camino de sauces, abedules, alisos, fresnos y pinos que se han convertido en esculturas heladas, con sus copas y ramas cubiertas por varios centímetros de nieve, que han ido tomando formas ante la ausencia de viento, como bien anunciaba por la mañana Victoriano, el del 'Briscas'. En ese paseo del Paular nos encontramos con un escenario de cuento que nos traslada al norte de Europa: el Bosque Finlandia.
"El que fue director del Parque Natural de Peñalara -precursor del actual Parque Nacional-, Juan Vielva, se empapó de la cultura mundial de los espacios naturales protegidos y, en homenaje a esos lugares, creó varios espacios en la sierra como este bosque, una recreación típica finlandesa, con abedules, abetos, una casita de madera, una sauna y un estanque", apunta Nuria. Ese estanque, congelado estos días, pertenece al conjunto que abastecía al antiguo molino, de donde salió el papel en el que se imprimió la primera edición de Don Quijote de La Mancha.
La ruta enterrando nuestras botas en la nieve, la batalla de bolas y el par de deslizamientos por la ladera con un trineo prestado nos abrió el apetito. Uno de los restaurantes más concurridos desde su apertura en septiembre de 2015 es 'El Pilón' (c/ Ibáñez Marín, 52), donde Ana y Pedro ofrecen estos días de frío contundentes platos de cuchara, como los judiones y alubias pintas con su matanza, rabo estofado, lechazo y sus demandadas croquetas de jamón, pollo y boletus con trufa, de bechamel muy cremosa.
Otro de los míticos de la subida a Navacerrada es 'Pinos Aguas' (M-604, km 32), donde, al pie de la chimenea y rodeados por un bosque de enormes pinos, se puede dar un homenaje con cochinillo de Sepúlveda y corderos de Sacramenia asados, que preparan en su horno Andrés y Maribel, rematando la comida con una gama de postres caseros.
Pero, sin duda, la estrella en todas las cartas es la ternera de la sierra del Guadarrama (IGP). En Rascafría la carnicería más antigua es 'Granero' (Plaza de La Villa, 30), por la que el flujo de vecinos de todo el valle y turistas es permanente. "Mi abuelo Serapio, que era tratante de ganado, decidió en 1924 montar un pequeño mostrador de mármol junto a la cocina de casa y despachar ahí la carne de las vacas, terneros y corderos que mataba él. A principio de los años 50 es cuando mi padre abre la actual carnicería", explica Beni Aguirre, uno de los actuales dueños, junto a su hermano Javier y su sobrino Javi.
Abiertos todo el año, en su mostrador lucen las terneras hembras, de entre 10 y 12 meses, que compran a ganaderos locales. "La gran ventaja es que nosotros elegimos los animales que queremos, a los que hemos visto crecer y sabemos perfectamente cómo han sido alimentados. Esta zona sigue siendo importante en ganadería, con unas 2.000 cabezas en Rascafría". Cuando el buen tiempo acompaña, Beni asegura que se ve a mucha clientela nueva "que suele repetir". Desde hace pocos días, sus terneras, corderos, embutidos, pollos y picantones rellenos también se envían a toda España a través de internet.
Antes de marcharnos, y pensando en los amigos y familiares que se han perdido este día de nieve, visitamos la tienda gourmet que regenta Merche Bejar. En 'Rosario 6' (c/ Rosario, 6) podemos encontrar los tan de moda productos de kilómetro 0, que en los pueblos han existido siempre: las patatas que cultiva el joven Carlos Sanz, los cremosos yogures de leche entera de vaca y cabra 'El Paular', conservas y jaleas naturales de la sierra de Guadarrama, la miel 'Artiñuelo', los dulces del horno de Ana, los garbanzos de Valseca y Torremocha, los caparrones y judiones de La Granja, quesos de Miraflores de la Sierra, Colmenar Viejo y Bustarviejo y una gran variedad de cervezas artesanas.
"Quiero que mi tienda sea también un escaparate de lo bueno y bonito que hacemos aquí. Por eso vendemos artesanía local, como los bastones que talla a mano el octogenario Juan Sanz, los imanes de Sonia Cañil, las cerámicas de Olga o las acuarelas de Tita Espinosa y Covadonga García. También son muy interesantes los libros costumbristas de Pablo Villa o de David Matarranz, un vecino experto del tejo, árbol del que tenemos en el pueblo un ejemplar milenario, el del Bandorillo", desgrana con entusiasmo Merche, que nos da un motivo más para volver en primavera a este rincón de la sierra madrileña.