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Se acerca la Navidad. Con el puente de diciembre, queda inaugurada la temporada de compras y encargos a Papá Noel y los Reyes Magos. En Guía Repsol, en cambio, optamos por la mejor y más barata de las opciones a la hora de elegir una forma divertida de disfrutar de estas fechas. ¡Aquí llega el Green Christmas! Coge tus botas y ropa de abrigo para echarte al monte y deléitate con todo lo que ofrece el entorno natural que te rodea.
Por suerte, España cuenta con una gran red de parques naturales plagados de rutas y senderos en los que admirar las maravillas campestres de nuestro territorio. Hemos seleccionado diez destinos -salpicados por diferentes provincias- en los que la historia, vegetación y animales autóctonos llenan de verdor los espíritus de los excursionistas.
La provincia de Guadalajara alberga algunos de los parajes más hermosos y desconocidos de toda la meseta. Uno de ellos es el Parque Natural del Río Dulce, un territorio de apenas 8.000 hectáreas de superficie en el encontrar la quietud necesaria para dejar atrás el estrés habitual de las grandes ciudades.
Esta zona era una de las predilectas para el naturalista Félix Rodríguez de la Fuente, homenajeado con un mirador homónimo desde el que se tiene una panorámica de todo el parque. Un entorno ideal para llevar a cabo una escapada de senderismo o en bicicleta, ya que existe la posibilidad de planificar una ruta con alquiler de equipo y guía -alrededor de 11 kilómetros desde Pelegrina, pedanía de Sigüenza-.
Las fragancias de lavandas, tomillos y ajedreas inundan el ambiente a lo largo de un recorrido en el que se puede divisar el alegre correteo de los corzos por el monte. Aunque si hay una especie que domina este terreno es, sin duda, el buitre, siempre atento en los cielos en busca del almuerzo. Además, gracias a esta ruta se puede admirar cuál es el poder de la naturaleza tras la renuncia del hombre -esta zona de España tiene una densidad de población menor que la de Laponia-, ya que el pueblo fantasma de Los Eros ha dejado paso a una maraña vegetal que se ha hecho con el absoluto control de las edificaciones abandonadas décadas atrás.
A apenas 20 kilómetros de las idílicas playas de la Costa del Sol se encuentra su antítesis: la Sierra de las Nieves. Esta Reserva de la Biosfera hace honor a su nombre en contadas ocasiones -el pasado temporal Filomena tiñó de blanco sus cumbres durante un largo periodo-, aunque los amantes al senderismo pueden recrearse por sus caminos durante todos los meses del año.
Para acceder al parque natural hay que seguir la carretera A-397, que une Marbella y Ronda. Una vez en la pista, basta con seguir las indicaciones hacia el área recreativa de Las Conejeras. El primer tramo del recorrido a pie -muchos montañeros optan por realizar la ruta en bicicleta, para las que existen rutas específicas- atraviesa un majestuoso bosque de pinsapos, una variedad de abetos difíciles de encontrar en el mundo a día de hoy.
Tras cubrir el primer repecho de la ruta se llega al Puerto de los Pilones, un objetivo especialmente indicado para los aficionados a la fotografía, ya que desde este punto se tiene una vista de 360 grados que alcanza hasta el Mediterráneo. Aunque habrá que dejar atrás esta estampa idílica para completar la ruta circular que muestra las maravillas de la sierra.
Los valles de Bujaruelo y Otal, en las inmediaciones del Parque Nacional de Ordesa, son uno de los secretos mejor guardados del Pirineo aragonés. Los meses de otoño son una época estupenda para llevar a cabo una ruta por este páramo en el que, a pesar de que se empieza a notar el frío en este rincón oscense, las nieves propias del entorno aún no han golpeado con toda su fuerza.
Una vez con las botas puestas y enfundados con ropa de abrigo, los senderos que recorren las riberas del río Ara -“el más salvaje de los Pirineos” para los expertos de la zona- guían a los visitantes por un territorio plagado de objetivos montañeros para todos los gustos, destacando dos nombres por encima del resto: el Barranco de Gabieto y la brecha de Roland.
Si se tiene suerte, se pueden llegar a distinguir algunas de las especies autóctonas como las marmotas, los tejones o aves tan majestuosas como el buitre leonado, el águila real o quebrantahuesos. Todo un ejemplo de conservación animal de iconos de la zona.
Hay que mostrar el respeto adecuado cuando se está ante el Parque Natural del Monte Aloia, pionero en esta categoría de espacios protegidos de toda Galicia. Ubicado en las inmediaciones de Tui, los bosques que componen este lugar sirvieron de refugio a sus vecinos durante la Edad Media.
Aloia, parte del valle del Miño, resulta carismático no solo por la riqueza ecológica del entorno, sino por descubrirse como un experimento llevado a cabo por el ingeniero forestal Rafael Areses allá por la década de los 20. La idea inicial del proyecto de Areses era combinar las especies vegetales autóctonas con otras exóticas dedicadas a la explotación maderera. A día de hoy, esta explotación sigue vigente de una forma sostenible, aunque algunas de las variedades elegidas en primer término, como la acacia negra, han resultado tener un potencial invasor no previsto.
En este parque natural se han acondicionado hasta cinco senderos por los que reconocer el terreno, aunque una de las rutas más habituales sea la circular de 2’5 kilómetros que pasa por Muiños do Tripes. Esta pista parte del área recreativa de Circos y sigue el curso del río Tripes -afluente del Miño-. A lo largo de la caminata es posible cruzarse con algunos de los animales más emblemáticos de la zona, como el lagarto arnal o la salamandra rabilarga, endémica de Galicia, Asturias y el norte de Portugal, aunque sin duda lo que más llama la atención son los 25 molinos de más de 300 años de antigüedad que pueblan este camino de monte.
Los municipios de Cadaqués y Port de la Selva comparten el Parque Natural del Cap de Creus, un espacio en el que la tramontana ha modelado el paisaje a su antojo creando figuras líticas que hipnotizan a todo aquel que las contempla. Si hay que mencionar un sector destacable por encima del resto dentro del parque natural es sin duda el Paraje de Tudela, la zona de máxima protección de la reserva.
Es aquí donde mejor se aprecian esos perfiles que el viento ha contorneado sobre el granito, las micas, el cuarzo, la turmalina o la pizarra. Unas líneas que cautivaron a Salvador Dalí -el vecino más ilustre de la localidad- y que le sirivieron de inspiración para realizar algunas de sus obras más afamadas.
A lo largo del recorrido la vegetación refleja la hostilidad del entorno, ya que apenas crecen especies como brezos, escobas o siemprevivas debido a las condiciones impuestas por la tramontana. Sin embargo, ese mismo viento es el responsable de poder admirar uno de los cielos más limpios de nubes que uno se puede imaginar, haciendo que el corte de azules cuando toca con el Mediterráneo en el horizonte parezca dividir la estampa como una pantonera.
La comarca que baña el ríoMatarraña es una de las zonas con mayores atractivos naturales de Teruel. Entre ellos y con nombre propio se yergue el Parrizal de Beceite, un rincón especial dentro del Parque Natural de Los Puertos en el que la calma inunda al excursionista a través de los bosques centenarios que pueblan este desfiladero.
La ruta es ideal para todo el mundo ya que una pasarela facilita los tramos más peliagudos de un recorrido de ocho kilómetros -entre la ida y la vuelta-. Uno de los mayores alicientes para elegir esta ruta es su carácter gratuito, aunque hay que mencionar que el aparcamiento cuesta diez euros y tiene una capacidad limitada a 85 vehículos.
Una vez en marcha, el río, las agujas en las que se han convertido las rocas de las cimas, los mantos de helechos y, sobre todo, el silencio acompañan al visitante, que encuentra la paz mental sin siquiera buscarla. Como patrimonio hay que mencionar las pinturas de Fenellasa, un conjunto de pinturas rupestres enmarcadas en el conocido como estilo esquemático del arte rupestre mediterráneo.
Quizás la gran desconocida de las sierras madrileñas, la Sierra del Rincón regala a los turistas senderos menos masificados que los que recorren otros destinos montañeros de la Comunidad de Madrid. La declaración como Reserva de la Biosfera en 2005 ha supuesto un impulso para toda la comarca, donde han visto como las visitas a sus municipios han ido creciendo durante esta década.
Los paisajes que rodean espacios como Laguna del Samoral -cuya ruta apenas supera los dos kilómetros de ida y el mismo par de vuelta- están colmados de robles, majuelos abedules blancos y fresnos, especies que sirven de hogar a aves como somormujos o vencejos.
Independientemente del destino de la Sierra del rincón que se marque en el GPS - conformada por los municipios de Prádena del Rincón, Horcajuelo de la Sierra, Montejo de la Sierra, La Hiruela y Puebla de la Sierra- lo cierto es que hay decenas de caminos habilitados para disfrutar de un entorno natural que transmite la autenticidad y el valor ecológico de la -mal- llamada “sierra pobre”.
El terreno sobre el que se asienta la crestería que separa las provincias de Álava y Guipúzcoa es uno de los parajes más especiales del País Vasco. El Parque Natural Aizkorri-Aratz acoge diversas rutas de dificultades variadas para aquellos amantes de la montaña que quieran conocer este entorno plagado de leyendas -se dice que estas cumbres eran hogar de dioses-.
La que da comienzo en Aldaola con rumbo a la ermita de San Adrián consta de 16 kilómetros en sentido circular donde los desniveles son habituales. Los pastores y las ermitas flanquean el camino de los excursionistas que buscan conquistar cimas como la del Aitzuri (1.551 metros) o el Aketegi (1.548 metros) o aquellos con objetivo en la cueva de San Adrián, donde se halla el templo mencionado.
Para llegar hasta ella es necesario cruzar por el Paso de San Adrián, una gruta de 70 metros de longitud en la que hasta el omnipotente emperador Carlos V tuvo que agachar su cabeza para llegar hasta el otro lado. Sin duda, hasta su imperial corazón debió de estremecerse al contemplar la estampa del valle de Urbia desde la puerta de entrada a la cueva.
A pesar de que las Islas Canarias son conocidas por ser un paraíso playero durante todo el año, lo cierto es que el aspecto más verde del archipiélago puede competir en hermosura con cualquiera de los bosques de la cornisa cantábrica. Este es el caso del Parque Natural de Anaga, un filón vegetal situado en el norte de Tenerife que traslada al visitante a la Era Terciaria, en la que el ser humano moderno comenzaba a dar sus primeros pasos.
Este bosque de laurisilva encuentra aquí las condiciones ideales de temperatura y humedad gracias a los vientos alisios, responsables de la creación del mar de nubes que aporta las microgotas necesarias para el desarrollo de estas plantas. Un deleite para los aficionados al mundo vegetal ya que también se aprecian otras especies como helechos, líquenes, adernos o tilos.
Para comenzar con la ruta por esta pequeña península hay que partir de la Cruz del Carmen, en el mismo Monte de Las Mercedes (La Laguna). Una vez allí, hay que encontrar el sendero que indica el camino que lleva a Las Carboneras, objetivo intermedio de la ruta. Tras pasar este caserío, los pies deben dirigirse a Taborno, un pueblo afamado por la cantidad de restos arqueológicos de los pobladores guanches. Los hay que en este punto ya deciden dar por concluida la ruta, aunque es recomendable acercarse al Roque de Taborno, un edificio volcánico en el que apreciar los vestigios de la virulencia de la erupción que se dio en este lugar.
Pocos caminos tienen una historia tan intensa e importante y, a la vez, tan desconocida. Se trata del Camín Real de la Mesa, la ruta abierta por los astures para conectar con el territorio de la meseta y que tanto los romanos como los árabes emplearon durante su presencia en estas tierras.
A lo largo de esta senda de 56 kilómetros -desde Torrestío hasta Grado por la GR- 101-, los senderistas se cruzan con vestigios megalíticos celtas, tramos de la calzada romana y aldeas en las que el tiempo se detuvo hace décadas. Eso sí, existe una constante durante todo el recorrido: montes verdes llenos de vida en los que la mano del hombre resulta testimonial.
Como en toda ruta de montaña, impera la necesidad de llevar calzado y ropa adecuada -a ser posible también a prueba de lluvia- para disfrutar de la excursión en su plenitud. Además, es habitual divisar gavilanes, jabalíes o ciervos, siendo los urogallos o los osos pardos los animales más difíciles de ver en esta ruta.
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