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A 596 metros, las bateas de la ría de Arousa se atisban desde lo alto de este monte al sur de Barbanza como un diminuto ejército de mejillones en formación –hay más de 1.700 registradas–. Rasgan las Rías Baixas, dejando al noroeste la ría de Muros y Noia y al sureste, Arousa.
El verde insolente de la vegetación gallega se cimbreaba al rockandrollero compás del viento, que suele soplar cañero en lo alto, mientras los distintos pantones azules del cielo y el mar te envuelven con seductora ingenuidad. Espectacular es la palabra. Las imágenes se quedan cortas. Hay que contemplarlo en directo. Y esperar un minuto al menos antes de sacar el móvil y dedicarse a hacer selfies como un poseso.
Por mucho que lo intentes, esa visión tan alucinante se niega a quedar encerrada en la nube o a hacerse viral. Espera paciente a que la corones, ya sea en coche por la serpenteante carretera que conduce hasta ella, o caminando a tu ritmo. El premio será glorioso. Boiro, Pobra do Caramiñal, Santa Uxía de Ribeira, las islas de Arousa, Cíes, y Sálvora saludan, diminutas ante los atónitos ojos de quien no ha estado nunca.
Un pequeño bar, que abre unos días y otros non –como los pimientos de Padrón–, sirve para echar un trago. Por la parte trasera del mirador, en el curro de la Curota viven en semilibertad caballos salvajes y vacas que pastan tranquilamente. Allí se celebra el segundo domingo de julio, la rapa das bestas, que es cuando se cortan las crines y se marca a las crías nacidas durante el año.